(Vox clamantis in deserto)
traducción de José Ferrater Mora
TRIGESIMOSEXTA ENTREGA
XIII
LA LÓGICA Y EL TRUENO (4)
En 1854, en el curso del último año de su vida, Kierkegaard escribía en su Diario: “…Cuando Cristo exclamó: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?, esto fue algo horrible para Cristo, y así se nos lo presenta generalmente. Pero me parece que fue todavía más terrible para Dios oír este llamado. ¡Ser hasta ese punto inmutable! ¡Espantoso! Pero no, no es esto lo más espantoso, lo más espantoso es ser inmutable y ser al mismo tiempo el amor: ¡oh sufrimiento infinito, profundo, insondable! ¡Ay de mí! ¡Cuánto no he aprendido yo, pobre hombre, en este respecto! He experimentado esta contradicción: no poder cambiar y, sin embargo, amar. ¡Ay! lo que he sentido me permite de lejos, de muy lejos, hacerme una débil idea del sufrimiento experimentado por el amor divino.” En el momento en que llegan hasta sus oídos los gritos de su hijo torturado, Dios no puede ni siquiera contestarle, como Kierkegaard no pudo contestar a Regina Olsen. Pues por encima de él reina la sorda y, por ello, la indiferente ética, con su implacable: “tú debes”: tú debes ser inmutable. Y ni siquiera se puede preguntar: ¿de dónde extrae la ética ese poder desmesurado? Sólo nos falta hacer una cosa: imitar a Dios y al hijo de Dios que se ha encarnado, soportar, sin preguntar nada, los horrores que nos han sido enviados y hallar en ellos nuestra felicidad. Hay que creer que, tras haber abandonado a su hijo a las torturas, Dios se sintió también feliz, pues había satisfecho las exigencias de la ética. Y Kierkegaard nos enseña que en esto reside el contenido del mensaje divino traído por el cristianismo a los hombres: la tarea del cristianismo consiste en realizar “lo ético” sobre la tierra.
Pero entonces, ¿en qué se distingue el cristianismo de la filosofía griega? También los griegos enseñaban que el hombre virtuoso conoce la bianaventuranza hasta en el toro de Falaris. Para los griegos la filosofía no se limitaba a meditaciones teóricas; era también, en cierto sentido, una actividad. Como ya hemos visto, la catarsis de Platón es un acto, y Epicteto, penetrado de platonismo, desenmascaraba con una simplicidad y una ironía casi socrática a los filósofos que, en vez de imitar a Zenón y a Crisipo, aprendían de memoria y comentaban extractos de sus obras. Si la filosofía existencial no ha encontrado nada más, ¿por qué abandonar a Sócrates y sustituir la sabiduría helénica por la revelación bíblica? ¿Por qué apartarse de Atenas y depositar todas las esperanzas en Jerusalén?
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