(Ediciones LO QUEVENDRÁ / revista de poesía / 2013)
PRIMERA ENTREGA
PRÓLOGO DE GERARDO CIANCIO
La poesía de Eduardo Nogareda: que las palabras salgan de sus habitaciones
“no con palabras ni con trajes largos
sino con rumores de agua aquietada entre árboles
que se están inclinando sobre el cauce
como hombres que preparan el amor”
E. N.
“la armadura de inconstantes juncos
que contiene las palabras y los actos”
E. N.
La producción poética de Eduardo Nogareda (Montevideo, 1944) tiene en el campo literario uruguayo una presencia que se remonta a más de cuarenta años. Claro que la irrupción del último gobierno dictatorial; el exilio del autor, primero en Buenos Aires (1973 -1976) y luego en Madrid, y su regreso a Montevideo, ocurrido en el mes de octubre de 2005, motivaron, quizás, una discontinua visibilidad / invisibilidad del poeta en tanto firma autoral que requiere su urgente recepción crítica, como, de pronto, más importante aún, impidieron un masivo acceso a los públicos lectores.
Promovió este fenómeno, además, el hecho de que las publicaciones en libro de Nogareda son relativamente escasas. En ese sentido, si nos detenemos a estudiar su bibliografía, observamos que dos poemarios vieron la luz en Madrid con un hiato de tiempo significativo: Estas hogueras nuestras, 1978, y El estruendo de una mosca, 1991; al tiempo, sus otros tres libros publicados en Montevideo (sin considerar el presente trabajo que el lector tiene en sus manos) siguen un patrón similar: el libro[1] titulado El aire es un gran animal es de 1986, Pensado campo del 2007 y Hoy el cielo es un paraguas que sostiene un triste se editó en 2009.
Se suman a este modo de producción en formato libro los dos discos que editó recientemente: Ruido de poemas (el autor junto a Fernando Pareja) y Corsoacontramano (con textos y música de Eduardo Nogareda, excepto el tema “El vals del cortocircuito” perteneciente, en música, a Manuel Picón), ambos presentados en Montevideo en 2011.
Ahora bien, hasta aquí la obra más conocida, más referida o “hallable” del autor de Pensado campo. Pero como consignaba unas líneas más arriba, debido a las fechas en las que comienza a publicar, su corpus poético se inserta en la tradición poética de la Generación de los sesenta. Eduardo Nogareda integraría así una segunda promoción de ese grupo histórico en nuestro devenir cultural: en 1971, poemas suyos aparecieron en una revista/cuadernillo poético que, como tantas publicaciones uruguayas, particularmente revistas, no salvaron la barrera del primer o del segundo número. Me refiero a Baldosas. Tres poetas participaron en ella: Horacio Buscaglia[2], Cástor Bóveda, un ciudadano español que vivía en Montevideo y después del golpe de Estado regresó a España, donde publicó varios libros de poemas, así como el autor de marras[3]. Baldosas se presenta al público en una edición rústica, muy precaria (como precaria era la existencia y las situaciones de muchos uruguayos en esa época), fechada en noviembre de 1971, que exhibe una suerte de justificación o sentido de existencia en verso[4], a modo de frontispicio para ingresar a una poesía combativa, rebelde, coyuntural, pero con muchos textos que hasta el día de hoy se sostienen y forman parte de una interpretación de nuestra historia reciente en años difíciles para el país y para los jóvenes, de convulsión política y una tormenta mayor en ciernes.
Por otra parte, ya viviendo en Madrid, el libro de 1978 fue ganador del Concurso de Poesía “Noticias Obreras” convocado en abril de 1977. Estas hogueras nuestras se publica así, junto a otros cuatro trabajos ganadores, bajo el título, que oficia como paraguas nominal, Poesía en carne propia (Madrid, Ediciones HOAC, 1977)[5].
En algunas antologías aparecidas en Madrid, se registran poemas de Nogareda: en Poesía desde el pueblo (Madrid, Ediciones HOAC, 1977) y en Sesenta y seis poemas (Madrid, El Cazerón, 1991, poemas publicados en el marco del Premio Ricardo de la Vega realizado en 1990). Incluso en la publicación del Taller Prometeo de Poesía Nueva de Madrid, en su Cuadernos de poesía nueva (Madrid, Año IV, Nº 34-35, setiembre de 1983[6]), y en el Suplemento Especial Nº 11 dedicado “a la poesía uruguaya de hoy” de La revista del Sur, de Montevideo, se consignan poemas del autor.
Hagamos un breve tour de force poético por los libros de Eduardo Nogareda más identificables desde una perspectiva actual. En primer lugar, El aire es un gran animal se estructura en tres secciones: “Aire poco”, “El aire es un gran animal” y “Aire en movimiento”. Cada una gira en torno a un tópico que vertebra la zona poética transitada, y entre las tres constituyen una unidad temática y retórica muy evidente por su tono, ritmo y tematización. Este libro formula un territorio poético enigmático, un distanciamiento de extrañeza casi brechtiano. Leemos versos que construyen un clima onírico, una forma de lejana cepa surrealista que quizás alimentó, en algún momento, las lecturas y el imaginario creativo nogaredeano:
“En el fondo de tus ojos jadeaba un animal
que había perdido los signos del aire
Yo
como una pesadilla tuya
no acertaba a encontrar el lenguaje de ayudarlo” (op. cit. p. 7).
Y en el mismo poema anota:
“después escribí un poema que decía que
en el fondo de tus ojos jadeaba un animal
que había perdido los signos del aire” (ídem),
lo que le otorga a la superficie profunda del texto un carácter circular, casi de claustrofobia verbal, sin dejar de ser un juego serio, eso lúdico que tiene todo buen poema y Nogareda lo ha captado con particular justeza.
La atmósfera del libro se desmarca de cualquier tipo de referencia, tanto es así, que los motivos poéticos del aire y del animal, confluyendo, fusionándose, distanciándose en algún momento, vuelven a la lectura del poemario, en cierta forma, autorreferencial, un gran animal de aire, un aire percibido como un gran animal, que se autofagocita, se muerde la cola:
“a las lágrimas les crecen uñas
el aire es un gran animal” (p. 21)
o bien,
“el sol se ha derretido
sobre un gran animal de aire” (p. 22)
o este casi díptico pleno de un sufrimiento extraño pero no ajeno al dolor, al pathos peor:
“el gran animal de aire se queda callado
hace tiempo que vuela herido” (p. 23).
En el prólogo a su libro El estruendo de una mosca (Madrid, 1991), Nogareda hace la siguiente reflexión personal, pero abarcadora, según entiendo, de su programa poético posterior: “me gusta importunar a las palabras y obligarlas a salir de sus habitaciones.” Quitarles el confort a las palabras, remover el código de la lengua que permanece fijo y aparentemente inmutable: ése podría ser el rol clave del poeta. Es éste un libro maduro, con un manejo del lenguaje arriesgado y un nivel de metaforización que le da al volumen un cierto valor agregado. Por ejemplo, el título podría explicarse a partir de los siguientes versos que construyen una hipérbole asociada a la noción nostálgica de la distancia inquerida:
“El estruendo de una mosca que vuela
del otro lado del mar
no me deja dormir” (p. 21).
Asimismo, en el poema “Un asesino anda suelto”, se vierte una de las búsquedas que ha realizado el poeta (tanto en lo versal como en lo musical) a través de los años: debemos “conocer el escondite del verso desnudo” (p. 28), es decir, lo primigenio, el origen, el pre-arte, lo informe, esa primeridad que puede devenir en un hecho estético.
Quince años más tarde, casi como un hito, una marca que señala su retorno a su ciudad natal, a su país, publica Pensado campo (Montevideo, Artefato, 2007)[7]. Como en el anterior trabajo, se alternan fotos de Marina Pose, artista plástica y compañera de vida del poeta. Esto suma a la propuesta artística una dimensión icónica, una doble lectura, una deriva polisémica que la enriquece, particularmente si consideramos que en el libro montevideano las fotografías tienen al pie un fragmento poético que dialoga con ellas, en una dialogicidad de ida y vuelta, generando así nuevos interpretantes, nuevas posibilidades cada vez que nos enfrascamos en la lectura/visualización del poemario. El libro tiene además dos prólogos de diferentes autores, de los cuales extraemos sendos párrafos plenos de aciertos:
“Este campo de Eduardo Nogareda es el ‘suelo del cielo’, un campo grande y solo, por el que podrían pasear del brazo Rubito Lena y Don Antonio Machado, con el tiempo y el ritmo de un film polaco para poder quedarse un poco más de este lado de la vida.”[8]
“En este trabajo de Eduardo, por lo tanto, desechada quedó la presunción de una denominada ‘poesía popular’ en procura de una fácil lectura y aceptación. Menos aún es éste un libro para leer en un ómnibus o en una sala de espera como mero pasatiempo, pero ello no implica la concepción de una poesía hermética. Aquí la palabra es símbolo y susurro: para llegar a su esencia sólo es preciso un oído atento y una memoria sensitiva.”[9]
Pensado campo nos presenta a un poeta en su plenitud que construye una nueva ruralia (ajena a cualquier clase de nativismo que se postule como búsqueda del color local) como si fuese un ebanista dieciochesco, pero con palabras, y logra imágenes de gran delicadeza, como, por ejemplo:
“la noche repartida en pequeños ruidos
rueda roma y ronca bajo el techo” (p. 43).
En Hoy el cielo es un paraguas que sostiene un triste (Montevideo, Editorial Estuario, 2009), el hablante poético (“un paseante solitario” – p. 36- casi rousseauniano) recorre varios de los tópicos que obseden su obra: el amor, la soledad, la distancia de la tierra y los seres queridos, el mundo de las animales (muchas veces como alegoría de la dimensión humana), la cotidianeidad, la palabra como un instrumento privilegiado para generar representación, la realidad y las versiones de esa realidad posible, la cultura como referencia intertextual que ayuda a comprender el mundo, el acontecer diario de la ciudad, etc. Pero, como siempre, en la construcción, en el diseño final del poema, encontramos ese misterio que envuelve, que rodea a la verdadera poesía:
“sangrada la túnica del discurso
la palabra plegó las alas y se retiró” (p.12)
o
“es triste ver a un hombre grande
mojándose los pies en espuma de palabras” (p. 33).
Asimismo, el juego con el instrumento verbal se desliza por la delicada aliteración, dando cuenta, por ende, del perfil musical del poeta, de su oído entrenado para el arte de Mozart:
“están libando en lívidas azucenas
las abejas que incurrieron en roturas” (p. 17).
Simultáneamente, en el corpus nogaredeano encontramos desde sus primeros textos, y en eso mantiene una consistencia poco común, un registro informal como el que refleja el tercer verso aquí citado, un recuperar la coloquialidad del discurso “de la calle” en el cuerpo de la textualidad poética:
“me envía una señal desesperada
pero la arena la oculta dentro de su remolino
qué le vamos a hacer” (p. 20).
Hoy, a fines del año 2012, Nogareda publica Aunque la orquesta se duerma, libro compuesto por veintitrés poemas en verso libre, opción predominante desde sus primeros trabajos. El título del volumen está motivado por un verso del poema “Noche”, poema que tiene uno de los remates más bellos, por su potencia sugestiva, que ha logrado el autor:
“seguiremos bailando
aunque la orquesta se duerma
seguiremos cantando
aunque se despierte de la siesta
la glándula de la angustia”.
En Aunque la orquesta se duerma, hay una permanente referencia al universo de la música, del canto, de sus aledaños, cosa que ocurre en una zona importante del corpus nogaredeano, lo que se justifica, o por lo menos se relaciona, con su condición de hombre del espectáculo, la música y el canto: “la polca nueva”, el “acordeón”[10], “un aroma de canto”, “un santo y otro canto y otro manto”, “una frase de ropas canta bajito”, “un aviso de porcelana se desliza en silencio / por las canciones”, “hasta mañana canción partida”, “canto y cuento en una voz”, “valsecito desafiante”, “melodía aparecida”, etc. Una atenta lectura puede extrapolar esta serie enumerada arriba al resto de los trabajos poéticos de Nogareda, a sus “cestos de mimbre para sus palabras”, como dice en el último poema del libro, titulado, precisamente, “Baile”.
También cabe destacar que en este poemario el autor se desliza por territorios más arriesgados del lenguaje, como lo hace en el poema “A quién” o, más evidentemente, en el titulado “Biografía”, donde la acumulación por adición, la enumeración casi indefinida representan un verdadero recorrido de vida. No espere el lector el relato biográfico en un sentido literal, más machadiano, por ejemplo; por el contrario, deberá hacer el esfuerzo de inferir una historia vital a partir de ciertos indicios enumerados en las palabras.
Leer la producción poética de Eduardo Nogareda constituye un ejercicio de placer textual, pero un placer que deviene a partir de un cierto esfuerzo, una atención lectora, ya que no asistimos a una poética de lo meramente conversacional o a una propuesta que se sostenga por su simpleza. Forma y fondo, expresión y contenido, significante y significado, discurso y emoción operan en este libro, y en la poesía de nuestro autor en general, con un nivel de amalgamiento, de dominio del instrumento y de una cierta capacidad para comunicar lo radicalmente humano que no ocurre a menudo en la poesía contemporánea uruguaya.
(1) Según me refirió el autor, este libro “se publicó por una gestión personal de Mario Benedetti. Yo le había entregado los originales sin pedirle nada y él los presentó en (la editorial) Arca por su cuenta.” Importa señalar en este punto que uno de los trabajos más importantes que se han realizado sobre la novela La tregua es de autoría de Eduardo Nogareda, publicado y reeditado en muchas oportunidades en la colección Letras Hispánicas de la madrileña Editorial Cátedra (p. 11-57). En oportunidad de prologar la misma novela de Benedetti, Manuel Vázquez Montalbán toma como referencia el trabajo del Nogareda arriba referido, citándolo oportunamente (Mario Benedetti, La Tregua , Madrid, Bibliotex, S.L., Colección Las mejores novelas en castellano del siglo XX, 2001, Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán, pp. 4-7).
(2) De Horacio Buscaglia (1943-2006) figuran los poemas “Mojo para la hora del té”, “Sueño de una noche de mermelada”, “Así nomás” y “Mojo”. En 2012, la Editorial Yaugurú publicó Mojos, libro que contiene una compilación de la obra de H. Buscaglia realizada por Martín Buscaglia y Gustavo Wojciechowski.
(3) De Nogareda destaco versos aparecidos en este cuaderno del 1971, como “Ha nacido un pensamiento / en un camino rodeado de árboles / y fresco de lluvia… / Un pensamiento de cantegriles que se agrandan / de estudiantes que se mueren / en la calle / infestados de plomo” (p. 3), o bien, “Un pensamiento de Uruguay pobre, /demasiado pobre, / en la vereda de enfrente / de un Uruguay rico, / demasiado rico…” (ídem); o los siguientes: “Americanos míos, / desde Artigas hasta el Che Guevara…/ Míos, /como son míos mis brazos; / míos, / como son mías mis rabias” (p. 10), texto que aparece reescrito, o, por lo menos, con una serie de variantes claves que lo transforman en otra propuesta estética, pero conservando, de todas formas, su contenido político: “Sud /americanos míos /desde las estrellas / hasta la miga de pan / tibia…”, en el libro Estas hogueras nuestras, Madrid, 1978, p. 59.
(4) “Porque con baldosas nos defendimos /cuando la calle se llenó de plomo / de ellos y de la sangre nuestra en / cada lado en que brotó la rabia limpia / Por eso”, Baldosas, p. 1.
(5) El trabajo de Nogareda (pp. 43 a 78) demuestra un trazo poético más firme, acendrado, como si la experiencia del desarraigo lo hubiese consolidado, le hubiese afincado su voz a sabiendas de que su situación vital y creacional se desarrollaría en esas circunstancias, en ese “aquí y ahora” madrileños; no obstante, como un sector grande de la literatura del exilio, el poeta experimenta ese extrañamiento, ese estado de ajenidad que cualquier situación similar conlleva: “Esta lluvia que cae sobre Madrid/ no te conoce / y me parece mentira. / Este aire español / huérfano todavía / de los gestos de tus manos / todavía me parece irreal o mentiroso.” (p. 48), y al mismo tiempo no deja de aferrarse a sus paisajes, a su gente, a su país en lejanía, a su cotidianeidad perdida a la fuerza, planteada en este caso en una atmósfera casi benedettiana: “Sayago era verde/ o marrón, no sé…/ Quizás alguien recuerde / con mayor precisión. /Ahora me parece que era /rosado, / o azul, por las noches” (p. 74). Según relato personal del autor, vía e-mail, los poemas, o algunos de ellos, del libro de 1978, se remontan a su última etapa en Montevideo, antes de exiliarse: “En 1973 yo tenía avanzado un proyecto de publicación de un libro de poesía aquí, en Uruguay, en una editorial que, creo recordar, se llamaba Tierra Nueva. Supongo que parte de esos textos fueron a parar a Estas hogueras nuestras”.
(6) Se incluye aquí un poema que anticipa, quizá no intencionalmente, o de pronto es un leit motiv autoral, la poética “del aire” que caracteriza el libro El aire es un gran animal (Montevideo, Editorial Arca, 1986): “el gran animal del aire se ha asustado / y nos puede atacar”, op. cit, p. 54.
(7) A propósito de una muestra de la artista plástica Lucy Duarte en el Museo Figari, se elaboró un folleto que presenta el trabajo de la salteña titulado: “Pensado campo: ‘Recurrencias’ de Lucy Duarte en el Museo Figari”. Allí, Pablo Thiago Rocca, poeta, coordinador del museo y crítico de arte, escribe, luego de citar siete versos de un poema del libro de Eduardo Nogareda: “Traigo a colación los versos de Eduardo Nogareda porque ofrecen un registro del campo entre tierno y misterioso, similar al que bulle al interior de las pinturas de Lucy Duarte.” (Octiubre, 2012).
(8) Atilio Pérez Da Cunha, Macunaíma, quien titula sus palabras prologales “Campo orégano para viejos compinches”, op. cit. p. 8.
(9) Julio Garategui: “Un prólogo que no debió ser tal”, op. cit. p. 16.
(10) En su niñez y adolescencia, Eduardo Nogareda tomó clases de acordeón a piano.
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