PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
OCTAVA ENTREGA
3 / ME DEFIENDO Y DIGO: SOY MOLUSCO (2)
¿Está al tanto de cómo van a parar al mar los detritos de las ciudades, los desperdicios atómicos, los ríos contaminados, el petróleo que derraman los barcos?
Demos un salto retrospectivo. Los fenicios ya contaminaban de estaño y otras naderías las aguas entonces candorosas del Mediterráneo, hasta las mismas columnas de Hércules. Y los que se persignaban con la señal del martillo de Thor, los angelicales normandos, arrojaban al mar sus lastres, que incluían sobras de alimentación, ratas despedazadas por el hacha, remeros amotinados, esclavos convertidos en la solidez del picadillo, el cucaracheo y los calderos sobrantes. ¿Por qué, si no, se quejan las gaviotas desde entonces delante del bocado a deglutir? La semilla fue sembrada toscamente y su herencia flota sobre las aguas.
El mar es generoso, pero la tosquedad, y súmele la ignorancia, y súmele tecnología, y súmele nuevas industrias y más ciudades, que se acumularon y multiplicaron. Dos apenas hacen daño, pero dos por dos por dos por dos, dos mil veces, se hace insoportable. Multipliquemos los siglos por cada salto de conejo y salpiquemos con disparos las patas bailadoras del conejo. ¿Resultados? Veamos. Yo, por ejemplo, como individuo, atesoro mi propio cubo o tacho de basura. Usted el suyo. Al mío lanzo papeles, lápices mochos y bolígrafos gastados, cáscaras de mandarinas, una arandela en desuso, restos de coles, las cintas de máquinas de escribir carcomidas por las teclas. ¿Adónde van mis desperdicios de fumador, mis colillas, mis cenizas? Al tacho, ¿no?
El mar es el gran tacho de la basura social, del sobrante humano. Con la diferencia de que nosotros podemos ir a vaciar el cubo y comenzar de nuevo. ¿Quién le arregla las uñas ahora a fenicios y a normandos? Le avivo una lejanía de nieve, para que fermente cálculos. Atravesamos dunas para enterrar ejércitos y flotas putrefactos. Restos de vida lanzados sobre el hombro levantan salpicaduras. La Fetidez y la Parca pasean en sus góndolas. Venecia se hunde. También las aguas de nuestras bahías. Por supuesto, llegará el desquite del tacho, que tirará hacia su reino de branquias descompuestas. Oiga, amigo, hacemos urgentes preparativos para dejar la herencia a trilobites y cangrejos. El naufragio de los océanos nos sorprenderá sin bote ni timonel. Prepare su salvamuerte. Y procure algún maderamen para flotar.
¿No se ve posibilidad de salvar el mar y salvarnos nosotros con esa salvación>
No estamos obligados a participar en el banquete horrendo donde las mujeres embarazadas serán arrimadas al cuchillo, en el jolgorio de las alimañas. Creo lo que anticipé, que las criaturas del bosque, por su inocencia, por su eficaz candor, pueden imponerse a la hecatombe. Pero usted es consciente, urgentamos lucidez y emanciparnos de ciertos inescrupulosos instintos. Para salvar al mar, hay que salvar al mar. La tinta de imprenta hace lo suyo, y el verbo y la imagen harían lo suyo, pero ¿y los gobiernos y estados, qué hace, qué harán, qué lograrán hacer? La metáfora a pulso no hace milagros. Ni siquiera ya los milagros son milagrosos. Precisamos la gran carga, como rogó Villena. En una de las era imaginarias, por la resurrección el hombre participa en el otro reino de Dios. Los océanos integran el gran sistema que insiste en la humedad. La humedad es vida, mientras que la falta de humedad es el vejestorio y las vísperas de la extinción. Yo, en verdad, deseara que el salitre continuara llegando a mi sillón.
La proximidad del mar, a cinco o seis cuadras de distancia, ¿le agrega algo a la vida?
Vivir en puerto es bien diferente a vivir tierra adentro o internado en la montaña. Todo posee su parte amable y hacendosa. Pero la turbulencia incesante, el oleaje golpeando contra la almohada, el oído pegado a la gran concha, nos trae sonidos remotos, campanas de otras latitudes, anuncios de otras existencias. Y yo, sin esos ruidos de isócrono, pierdo mis alas de criatura en la víspera. Es de puerto en puerto como se desplaza el navegante y se olvidan los amores. Déjeme al pie de la espuma como un conivalvo. El litoral es el sitio por excelencia para abandonos y regresos. Yo, por cada abandono, regreso tres y así multiplico mi estancia en la vecindad de la gran corriente. Si alguien me acusa de molusco, me defiendo y digo: soy molusco.
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