SEXTA ENTREGA
CAPÍTULO 1 (2)
El aullido: la resurrección de la Mujer Salvaje
La loba (2)
Vamos a estudiar a La Loba propiamente dicha. En el léxico simbólico de la psique, el símbolo de la Vieja es una de las personificaciones arquetípicas más extendidas del mundo. Otras son la Gran Madre y el Padre, el Niño Divino, el Tramposo, la Bruja o el Brujo, la Doncella y la Juventud, la Heroína-Guerrera y el Necio o la Necia. Y, sin embargo, una figura como La Loba se puede considerar esencial y efectivamente distinta, pues es el símbolo de la raíz que alimenta todo un sistema instintivo.
En el Sudoeste, el arquetipo de la Vieja también se puede identificar como La Que Sabe. Comprendí por vez primera lo que era La Que Sabe cuando vivía en las montañas Sangre de Cristo de Nuevo México, al pie del Lobo Peak. Una anciana bruja de Ranchos me dijo que La Que Sabe lo sabía todo acerca de las mujeres y había creado a las mujeres a partir de una arruga de la planta de su divino pie: por eso las mujeres son criaturas que saben, pues están hechas esencialmente con la piel de la planta del pie que lo percibe todo. La idea de la sensibilidad de la planta del pie me sonaba a verdadera, pues una vez una mujer culturalizada de la tribu quiché me dijo que se había puesto sus primeros zapatos a los veinte años cuando aún no estaba acostumbrada a caminar con los ojos vendados.
La esencia salvaje que habita en la naturaleza ha recibido distintos nombres y ha formado una red de líneas entrecruzadas en todas las naciones a lo largo de los siglos. He aquí algunos de sus nombres: La Madre de los Días es la Madre-Creador-Dios de todos los seres y todas las obras, incluidos el cielo y la tierra; la Madre Nyx ejerce su dominio sobre todas las cosas del barro y la oscuridad; Durga controla los cielos, los vientos y los pensamientos de los seres humanos a partir de los cuales se difunde toda la realidad; Coatlicue da a luz al universo niño que es un bribonzuelo de mucho cuidado, pero, como una madre loba, le muerde la oreja para meterlo en cintura; Hécate es la vieja vidente que "conoce a los suyos" y está envuelta en el olor de la tierra y el aliento de Dios. Y hay muchas, muchas más. Todas ellas son imágenes de quién y qué vive bajo la montaña, en el lejano desierto y en lo más profundo.
Cualquiera que sea su nombre, la fuerza personificada por La Loba encierra en sí el pasado personal y el antiguo, pues ha sobrevivido generación tras generación y es más vieja que el tiempo. Es la archivera de la intención femenina y la conservadora de la tradición de la hembra. Los pelos de su bigote perciben el futuro; tiene la lechosa y perspicaz mirada de una vieja bruja; vive simultáneamente en el presente y en el pasado y subsana los errores de una parte bailando con la Otra.
La vieja, La Que Sabe, está dentro de nosotras. Prospera en la más profunda psique de las mujeres, en el antiguo y vital Yo salvaje. Su hogar es aquel lugar del tiempo en el que se juntan el espíritu de las mujeres y el espíritu de La Loba, el lugar donde se mezclan la mente y el instinto, el lugar donde la vida profunda de una mujer es el fundamento de su vida corriente. Es el lugar donde se besan el Yo y el Tú, el lugar donde las mujeres corren espiritualmente con los lobos.
Esta vieja se encuentra situada entre los mundos de la racionalidad y del mito. Es el eje en torno al cual giran los dos mundos. La tierra que se interpone entre ambos es ese inexplicable lugar que todas reconocemos en cuanto llegamos a él, pero sus matices se nos escapan y cambian de forma cuando tratamos de inmovilizarlos, a no ser que usemos la poesía, la música, la danza o un cuento.
Se ha aventurado la posibilidad de que el sistema inmunitario del cuerpo esté enraizado en esta misteriosa tierra psíquica, al igual que la mística, las imágenes y los impulsos arquetípicos, incluidos nuestra hambre de Dios, nuestro anhelo de misterio y todos los instintos no sólo sagrados sino también profanos.
Algunos podrían decir que los archivos de la humanidad, la raíz de la luz, la espiral de la oscuridad también se encuentran aquí. No es un vacío sino más bien el lugar de los Seres de la Niebla en el que las cosas son y todavía no son, en el que las sombras tienen consistencia, pero una consistencia transparente.
De lo que no cabe duda es de que esta tierra es antigua... más antigua que los océanos. Pero no tiene edad, es eterna. El arquetipo de la Mujer Salvaje es el fundamento de este estrato y emana de la psique instintiva. Aunque puede asumir muchos disfraces en nuestros sueños y en nuestras experiencias creativas, no pertenece al estrato de la madre, la doncella o la mujer media y tampoco es la niña interior. No es la reina, la amazona, la amante, la vidente. Es simplemente lo que es. Se la puede llamar La Que Sabe, la Mujer Salvaje, La Loba, se la puede designar con sus nombres más elevados y con los más bajos, con sus nombres más recientes o con los antiguos, pero sigue siendo lo que es.
La Mujer Salvaje como arquetipo es una fuerza inimitable e inefable que encierra un enorme caudal de ideas, imágenes y particularidades. Hay arquetipos en todas partes, pero no se los puede ver en el sentido habitual. Lo que vemos de ellos de noche no se puede ver necesariamente de día.
Descubrimos vestigios del arquetipo en las imágenes y los símbolos de los cuentos, la literatura, la poesía, la pintura y la religión. Al parecer, la finalidad de su resplandor, de su voz, de su fragancia, es la de apartarnos de la contemplación de la porquería que cubre nuestras colas y permitirnos viajar de vez en cuando en compañía de las estrellas.
En el lugar donde vive La Loba, el cuerpo físico se convierte, tal como escribe el poeta Tony Moffeit, en "un animal luminoso" (4), y parece ser que, por medio de los relatos anecdóticos, el pensamiento conciente puede fortalecer o debilitar el sistema inmunitario corporal. En el lugar habitado por La Loba los espíritus se manifiestan como personajes y La voz mitológica de la psique profunda habla como poeta y oráculo. Una vez muertas, las cosas que poseen valor psíquico se pueden resucitar. Además, el material básico de todos los cuentos que ha habido en el mundo se inició con la experiencia de alguien que en esta inexplicable tierra psíquica intentó contar lo que allí le ocurrió.
El lugar intermedio entre los dos mundos recibe distintos nombres. Jung lo llamó el inconciente colectivo, la psique objetiva y el inconciente psicoide, refiriéndose a un estrato más inefable del primero. Consideraba el segundo un lugar en el que los mundos biológico y psicológico compartían las mismas fuentes, en el que la biología y la psicología se podían mezclar y podían influir mutuamente la una en la otra. En toda la memoria humana este lugar -llámesele Nod, el hogar de los Seres de la Niebla, la grieta entre los mundos- es el lugar donde se producen las visiones, los milagros, las imaginaciones, las inspiraciones y las curaciones de todo tipo.
Aunque el lugar transmite una enorme riqueza psíquica, hay que acercarse a él con una cierta preparación, pues uno podría ceder a la tentación de ahogarse gozosamente en el arrobamiento experimentado durante su estancia allí. La realidad correspondiente puede parecer menos emocionante comparada con él. En este sentido, estos estratos más profundos de la psique pueden convertirse en una trampa de éxtasis, de la cual las personas regresan tambaleándose y con la cabeza llena de ideas inestables y manifestaciones insustanciales. Y no debe ser así. Hay que regresar totalmente lavados y sumergidos en unas aguas vivificantes e informativas que dejen grabado en nuestra carne el olor de lo sagrado.
Toda mujer tiene potencialmente acceso al Río bajo el Río. Llega allí a través de la meditación profunda, la danza, la escritura, la pintura, la oración, el canto, el estudio, la imaginación activa o cualquier otra actividad que exija una intensa alteración de la conciencia. Una mujer llega a este mundo entre los mundos a través del anhelo y la búsqueda de algo que entrevé por el rabillo del ojo. Llega por medio de actos profundamente creativos, a través de la soledad deliberada y del cultivo de cualquiera de las artes. Y, a pesar de todas estas actividades tan bien practicadas, buena parte de lo que ocurre en este mundo inefable sigue envuelta en el misterio, pues rompe todas las leyes físicas y racionales que conocemos.
El cuidado con el cual se debe penetrar en este estado físico se ilustra en el pequeño, pero conmovedor cuento de los cuatro rabinos que ansiaban contemplar la sagrada Rueda del Profeta Ezequiel.
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Los cuatro rabinos
Una noche cuatro rabinos recibieron la visita de un ángel que los despertó y los transportó a la Séptima Bóveda del Séptimo Cielo. Allí contemplaron la Sagrada Rueda de Ezequiel.
En determinado momento de su descenso del Pardes, el Paraíso, a la tierra, uno de los rabinos, tras haber contemplado semejante esplendor, perdió el juicio y vagó echando espumarajos por la boca hasta el fin de sus días. El segundo rabino era extremadamente cínico: "He visto en sueños la Rueda de Ezequiel, eso es todo. No ha ocurrido nada en realidad." El tercer rabino no paraba de hablar de lo que había visto, pues estaba totalmente obsesionado. Hablaba por los codos, describiendo cómo estaba construido todo aquello y lo que significaba... hasta que, al final, se extravió y traicionó su fe. El cuarto rabino, que era un poeta, tomó un papel y una caña, se sentó junto a la ventana y se puso a escribir una canción tras otra sobre la paloma de la tarde, su hija en la cuna y todas las estrellas del cielo. Y de esta manera vivió su vida mejor que antes (5).
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No sabemos quién vio qué en la Séptima Bóveda del Séptimo Cielo. Pero sabemos que el contacto con el mundo en el que residen las Esencias nos lleva a averiguar algo que está más allá del habitual oído humano y nos hace experimentar una sensación de júbilo y también de grandeza. Cuando tocamos el auténtico fundamento de La Que Sabe, reaccionamos y actuamos desde nuestra naturaleza integral más profunda.
El cuento nos dice que la mejor manera de experimentar el inconciente profundo consiste en no dejarse arrastrar por una fascinación ni demasiado exagerada ni demasiado escasa, en la que no nos quedemos excesivamente embobados, pero tampoco seamos demasiado cínicos; valientes sí, pero no temerarios.
Jung nos advierte en su espléndido ensayo La función trascendente (6) de que algunas personas, en su búsqueda del Yo, estetizan en exceso la experiencia de Dios o del Yo, que unas le atribuyen poco valor, otras le atribuyen demasiado y las que no están preparadas para ella sufren daños por esta causa. Pero otras sabrán encontrar el camino de lo que Jung llamaba "la obligación moral" de vivir y manifestar lo que uno ha aprendido en el descenso o el ascenso al Yo salvaje.
Esta obligación moral de que habla Jung consiste en vivir aquello que percibimos, tanto si lo encontramos en los Campos Elíseos de la mente como si lo descubrimos en las islas de los muertos, los desiertos de los huesos de la psique, el rostro de la montaña, la roca marina, el lujuriante mundo subterráneo, en cualquier lugar en el que La Que Sabe nos infunda su aliento y cambie nuestra manera de ser. Nuestra tarea es mostrar que se nos ha infundido el aliento, mostrarlo, repartirlo y cantarlo, y vivir en el mundo de arriba lo que hemos recibido a través de nuestros repentinos conocimientos y por medio del cuerpo, de los sueños y de los viajes de todo tipo.
Existe un paralelismo entre La Loba y los mitos universales de la resurrección de los muertos. En los mitos egipcios Isis presta este servicio a su hermano muerto Osiris, el cual es descuartizado cada noche por su perverso hermano Set.
Isis trabaja cada noche desde el ocaso hasta el amanecer juntando las partes de su hermano antes de que amanezca, pues, de lo contrario, no podría salir el sol. Jesucristo resucitó a Lázaro, el cual llevaba tanto tiempo muerto que ya "hedía", Deméter conjura a su pálida hija Perséfone de la Tierra de los Muertos una vez al año. Y La Loba canta sobre los huesos.
Notas
4. Poema "Luminous Animal" del poeta de blues Tony Moffeit, de su libro Luminous Animal (Cherry Valley, Nueva York, Cherry Valley Editions, 1989).
5. El cuento me lo dio mi tía Tirezianany. En una versión talmúdica de este cuento titulada "Los cuatro que entraron en el Paraíso", los cuatro rabinos entran en el Pardes, el Paraíso, para estudiar los celestiales misterios y tres de ellos enloquecen al contemplar a la Shekhinah, la antigua divinidad femenina.
6. The Transcendent Function de C. G. Jung Collected Works, vol. 8, 2ª ed. (Princeton, Princeton University Press, 1972) pp. 67-91.
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