SÉPTIMA ENTREGA
TERCERA PARTE
SÓCRATES ES CONDENADO A MUERTE
VALORACIÓN DE LA SENTENCIA
Por no querer aguardar un poco más de tiempo, os llevaréis, atenienses, la mala fama de haber hecho morir a Sócrates, un hombre sabio, pues para avergonzaros os dirán que yo era un sabio, aunque no lo soy. Si hubierais esperado un poquito más, habría llegado el mismo desenlace, aunque de un modo natural; considerad la edad que tengo y cuán recorrido tengo el camino de la vida y qué cercana ronda la muerte. Lo dicho no va para todos, sino sólo para los que me habéis condenado a morir.
Y a éstos aún tengo algo más que decirles: quizá penséis, atenienses, que he sido condenado por falta de razones o por la pobreza de mi discurso; me refiero a la clase de discurso que no he usado, aquel que se sirve de todo tipo de recursos con tal de escapar del peligro. Nada más lejos de la realidad. Sí, me he perdido por una carencia, pero no de palabras, sino de audacia y osadía, y por negarme a hablar ante vosotros de la manera que os hubiera gustado, entonando lamentaciones y diciendo otras muchas cosas indignas e inesperadas en mí, aunque estéis acostumbrados a oírlas en otros. Pero yo nunca he creído que hacía falta llegar a la deshonra para evitar los peligros, y ahora no me arrepiento de haberme defendido así; pues prefiero morir por haberme defendido como lo he hecho que vivir recurriendo a medios indignos en mi defensa.
Es evidente que muchos en los combates se escapan de la muerte porque abandonan sus armas e imploran el perdón de los enemigos. Todos los peligros pueden evitarse de muchas maneras, sobre todo por quienes están dispuestos a claudicar. Pero lo más difícil no es escapar de la muerte, sino evitar la maldad, que corre mucho más deprisa que la muerte. A mí, que ya soy viejo y ando algo torpe, me ha pillado la muerte, mientras que mis acusadores, que aún son jóvenes y ágiles, van a ser atrapados por la maldad. Yo voy a salir de aquí condenado a muerte por vuestro voto, pero vosotros marcharéis llenos de maldad y vileza, acusados por la verdad. Yo me atengo a mi condena, pero vosotros deberéis soportar también la vuestra. Tal vez así tenían que suceder las cosas; y pienso que así están bien, tal como están.
LA PREDICCIÓN
Ahora dejadme predecir lo que os va a suceder a vosotros que me habéis condenado, pues estoy a punto de morir y en estos momentos es cuando los hombres están más dotados del don de profetizar. Os predigo que después de mi muerte caerá sobre vosotros, ¡por Zeus!, un castigo mucho más duro que el que me acabáis de infringir. Me habéis condenado con la esperanza de quedar libres de responder de vuestros actos, pero os profetizo que las cuentas os van a salir muy al revés: cada día aumentará el número de los que exijan explicación de vuestros actos, a quienes hasta ahora yo he podido contener, aunque vosotros no lo advertíais, y tanto más duros serán cuanto más jóvenes y, por ello, más exigentes; por eso viviréis aún mucho más enojados. Estáis muy equivocados si creéis que la mejor manera de desembarazaros de los que os recriminan es matarlos. No es éste el modo más honrado de cerrar la boca a quienes os inquietan; hay otro mucho más fácil: no perjudicar a los demás y mejorar la propia conducta en todo lo posible.
Con estas predicciones, como si fueran de un oráculo, me despido de los que han votado mi muerte. Y ahora quiero dirigirme a quienes me han absuelto, conversando sobre lo que aquí ha sucedido, a la espera de que los magistrados acaben de trajinar con estos asuntos y me conduzcan al lugar donde debo esperar la muerte. Permaneced, atenienses, conmigo el tiempo que esto dure, pues nada nos impide platicar. Querría comentar con vosotros, como amigos que sois, mi interpretación de lo que acabamos de vivir.
EL ÚLTIMO MENSAJE
¡Oh jueces!, y os llamo jueces con toda propiedad, por haberlo sido conmigo. Algo sorprendente me ha sucedido hoy: aquella voz del daimon, que antes se me presentaba con tanta frecuencia para oponerse a cuestiones, incluso mínimas, si creía que iba a actuar a la ligera, hoy no me ha alertado de la presencia de ningún mal, a pesar de que me he encontrado con la muerte, que según la mayoría es lo peor que puede ocurrir a una persona. Ni al salir de casa esta mañana, ni cuando subía al Tribunal, ni en ningún momento de mi apología me ha impedido seguir hablando, dijera lo que dijera, cuando en otras ocasiones llegó a quitarme la palabra en mitad del razonamiento, según lo que estuviera hablando.
¿Cómo se explica todo esto? Dejadme daros mi interpretación: considero esto una prueba de que lo que me acaba de suceder es para mí un bien y que, por tanto, no son válidas nuestras conjeturas cuando consideramos la muerte como el peor de los males. Ésta es la razón de más peso para convencerme de ello; de lo contrario, si lo que me iba a ocurrir fuera un mal y no un bien, esa voz del genio se habría opuesto al curso de los acontecimientos.
¿QUÉ ES LA MUERTE?
Todavía puedo añadir nuevas razones para convenceros de que la muerte no es una desgracia, sino una ventura. Una de dos: o bien la muerte nos deja reducidos a la nada, sin posibilidad de ningún tipo de sensación, o bien, de acuerdo con lo que algunos dicen, simplemente se trata de un cambio o mudanza del alma de este lugar hacia otro.
Si la muerte es la extinción de todo deseo y como una noche de sueño profundo, pero sin ensoñaciones, ¡qué maravillosa ganancia sería! En mi opinión, si nos obligaran a escoger entre una noche sin sueños pero plácidamente dormida, y otras noches con ensoñaciones u otros días de su vida; si después de una buena reflexión tuviéramos que decidir qué días y qué noches han sido los más felices, pienso que todos, y no sólo cualquier persona normal, sino incluso el mismísimo rey de Persia, encontrarían pocos momentos comparables con la primera. Si la muerte es algo parecido, sostengo que es la mayor de las ganancias, pues toda eternidad se nos aparece como una noche de ésas.
Por otro lado, si la muerte es una simple mudanza de lugar y si, además, es cierto lo que cuentan, que los muertos están todos reunidos, ¿sois capaces, oh jueces, de imaginar algún bien mayor? Pues, al llegar al reino del Hades, liberados de los que aquí se hacen llamar jueces, nos encontraremos con los auténticos jueces, que, según cuentan, siguen ejerciendo allí sus funciones: Minos, Radamanto y Triptólemo, y toda una larga lista de semidioses que fueron justos en su vida. ¿Y qué me decís de poder reunirnos con Orfeo, Museo, Hesiodo y Homero? ¿Qué no pagaría cualquiera por poder conversar con estos héroes? En lo que a mí se refiere, mil y mil veces prefiero estar muerto, si tales cosas son verdad.
¡Qué maravilloso sería para mí encontrarme con Palamedes, con Ayax, hijo de Telamón, y con todos los héroes del pasado, víctimas también ellos de otros tantos procesos injustos! Aunque sólo fuera para comparar sus experiencias con las mías, ya me daría por satisfecho. Mi mayor placer sería pasar los días interrogando a los de allá abajo, como he hecho con los de aquí durante mi vida terrena, para ver quiénes entre ellos son auténticos sabios y quiénes creen que lo son, sin serlo en la realidad. ¿Qué precio no pagaríais, oh jueces, para poder examinar a quien condujo aquel numeroso ejército contra Troya, o a Ulises o Sísifo, o a tantos hombres y mujeres que ahora no puedo ni citar? Estar con ellos, gozar de su compañía e interrogarlos, ése sería el colmo de mi felicidad. En cualquier caso, creo que en el Hades no me llevarían a juicio ni me condenarían a muerte por ejercer mi oficio. Ellos son, allá, mucho más felices que los de aquí, entre otras muchas razones, por la de ser inmortales, si es verdad lo que se dice.
Vosotros también, oh jueces míos, debéis tener buena esperanza ante la muerte y convenceros de una cosa: que no hay mal posible para un hombre de bien, ni durante esta vida, ni después en el reinado de la muerte, y que los dioses jamás descuidan los asuntos de los hombres justos. Lo que me ha sucedido a mí no es fruto de la causalidad; al contrario, veo claramente que morir y quedar libre de ajetreos era lo mejor para mí.
Por esa razón en ningún momento me ha disuadido la voz del genio; también por esa razón yo no estoy enojado contra mis acusadores ni contra los que me han condenado, aunque ninguno de ellos quería hacerme un bien, sino un mal, lo que les echo en cara.
PETICIÓN POR LOS HIJOS
Y ahora debo pediros un último favor: cuando mis hijos se hagan mayores, atenienses, castigadles, como yo os he incordiado durante toda mi vida, si pensáis que se preocupan más de buscar riquezas o negocios que de la virtud. Y si presumen de ser algo, sin serlo de verdad, reprochádselo como yo os he reprochado, y exigidles que se cuiden de lo que deben y que no se den importancia, cuando en realidad nada valen. Si hacéis esto, ellos y yo habremos recibido el trato que merecemos.
No tengo nada más que decir. Ya es la hora de partir: yo a morir, vosotros a vivir. ¿Quién va a hacer mejor negocio, vosotros o yo? Cosa oscura es para todos, salvo, si acaso, para el dios.
NOTAS:
2)-Ésta era la práctica habitual que enseñaban los sofistas quienes recibían una remuneración por sus enseñanzas. El objetivo no era encontrar la verdad sino construir argumentos sólidos para cualquier causa.
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