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ELÍSABETH KÜBLER-ROSS - LA MUERTE: UN AMANECER


DECIMOTERCERA ENTREGA

LA VIDA, LA MUERTE Y LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE (7)

Viví una de mis primeras experiencias en el curso de una investigación científica en la que me fue permitido abandonar mi cuerpo. Esta experiencia fue inducida por medios iatrógenos en un laboratorio de Virginia y vigilada por algunos sabios escépticos. En el transcurso de una de ellas fui atraída de mi cuerpo físico por el jefe del laboratorio, que estimó que había partido demasiado pronto y demasiado deprisa. Ante mi gran consternación, él interfirió así en mis propias necesidades y en mi propia personalidad. Después del siguiente intento decidí soslayar el problema de una intervención ajena programando yo misma mi salida para ir más rápido que la velocidad de la luz y más lejos, donde ningún ser humano haya estado durante una experiencia extracorporal. En el mismo momento en que ésta fue inducida, abandoné mi cuerpo a una velocidad increíble.

Lo único que recuerdo de la vuelta a mi cuerpo físico fueron las palabras SHANTI NILAYA. No tenía ni idea del significado o de la interpretación de esa palabra. Tampoco tenía noción de dónde había estado. Lo único que sabía antes de volver es que estaba curada de un estreñimiento casi total así como de un problema dorsal muy doloroso que me había impedido incluso recoger un libro. Ahora bien, después de esta experiencia extracorporal pude comprobar que mi intestino funcionaba de nuevo y que podía levantar un saco de cincuenta kilos sin cansancio ni dolor. Las personas que estaban presentes me decían que había rejuvenecido veinte años. Cada uno de ellos intentaba obtener otras informaciones sobre mis experiencias. Yo no supe dónde había estado, hasta que aprendí algo más la noche siguiente.

Esa noche la pasé sola, en una pensión aislada en medio del bosque de Blue Ridge Mountains. Poco a poco, y no sin miedo, me di cuenta de que había ido demasiado lejos en mi experiencia extracorporal y que ahora debía sufrir las consecuencias de mi propia decisión. Intenté luchar contra mi cansancio, presintiendo que «aquello» llegaría, y sin saber lo que «aquello» podía ser. En el momento en que me abandoné tuve probablemente la experiencia más dolorosa y solitaria que un ser humano pueda vivir. En el propio sentido del término, viví en mí misma las miles de muertes por las que habían pasado mis enfermos. Agonizaba en el sentido físico, emocional, intelectual y espiritual. Fui incapaz de respirar. En medio de esos sufrimientos físicos yo era perfectamente consciente de que no tenía a nadie cerca para ayudarme. Debía atravesar esa noche completamente sola.

En esas horas atroces no tuve más que tres descansos muy breves. Estos dolores se podrían comparar con las contracciones de un parto, salvo en que aquí se sucedían sin interrupción. En los momentos de descanso en los que conseguí respirar profundamente, ocurrieron algunos acontecimientos importantes en el plano simbólico que sólo entendí mucho más tarde. En el momento del primer descanso yo pedía un hombro en el que apoyarme y en efecto yo pensaba que aparecería el hombro izquierdo de un hombre en el que podría apoyar mi cabeza para poder soportar mejor mis dolores. Apenas se había formulado esta demanda una voz profunda y serena, pero llena de amor y compasión, me dijo sencillamente: «No te será concedido».

Después de un tiempo infinitamente largo me fue acordado otro plazo. Esta vez yo pedía una mano que yo habría podido coger. Y de nuevo esperaba que una mano surgiría por el lado derecho de mi cama y que yo podría cogerla para soportar mejor mis dolores. Se dejó oír h, misma voz: «No te será concedida».

En el tercero y último descanso decidí no pedir más que la punta de un dedo. Pero enseguida añadí, dado mi carácter: «No, si no me es dada la mano, renuncio a la punta de los dedos». Claro que cuando yo decía punta de los dedos lo que quería era una presencia, aunque no pudiera engancharme a la punta de su dedo.

Y por primera vez en mi vida, la salida fue la de la fe. Esta fe llegaba del saber profundo de que yo disponía de la suficiente fuerza y del coraje como para poder sufrir sola esta agonía. De pronto comprendí que sólo tenía que cesar en mi lucha, transformar mi resistencia en sumisión apacible y positiva, y decir sencillamente «sí».

En el mismo momento en que dije «sí» mentalmente, cesaron los sufrimientos. Se calmó mi respiración y desapareció el dolor físico. En lugar de esos miles de muertes fui gratificada con una experiencia de renacimiento que no podría ser descrita con nuestro lenguaje.

Al principio hubo una oscilación o pulsación muy rápida a nivel del vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esto no fue todo, porque esta vibración se extendió a todo lo que yo miraba, fuera el techo, la pared, el suelo, los muebles, la cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de ella.
Los árboles también fueron alcanzados por esta vibración y finalmente el planeta Tierra. Efectivamente, yo tenía la impresión de que la tierra entera vibraba en cada molécula. Después vi algo que se parecía al capullo de una flor de loto que se abría delante de mí para convertirse en una flor maravillosa y detrás apareció esa luz esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante, fui atraída por ella suavemente pero cada vez con más intensidad. Fui atraída por el amor inimaginable, incondicional, hasta fundirme completamente en él.

En el instante en que me uní a esa fuente de luz cesaron todas las vibraciones. Me invadió una gran calma y caí en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme sabía que debía ponerme un vestido y unas sandalias para bajar de la montaña y que «esto» ocurriría a la salida del sol.

Cuando me desperté de nuevo una hora y media más tarde aproximadamente, me puse el vestido y las sandalias y bajé de la colina. En ese momento caí en el éxtasis más extraordinario que un ser humano haya vivido sobre la tierra. Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo lo que estaba a mí alrededor. Estaba en comunión amorosa, con cada hoja, con cada nube, brizna de hierba y ser viviente. Sentía incluso las pulsaciones de cada piedrecilla del camino y pasaba «por encima» de ellas, en el propio sentido del término, interpelándolas con el pensamiento: «No quiero pisaros porque podría haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina y me di cuenta de que ninguno de mis pasos había tocado el suelo, no dudé de la realidad de esta vivencia. Se trataba sencillamente de una percepción como resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido reconocer la vida en cada cosa de la naturaleza con este amor que soy incapaz de formular.

Me hicieron falta varios días para volver a encontrarme bien en mi existencia física, y dedicarme a las trivialidades de la vida cotidiana como fregar, lavar la ropa o preparar la comida para mi familia, y necesité varios meses para poder hablar de mi experiencia. Pude compartirla con un grupo de gente maravillosa que no juzgaban sino que comprendían y que me habían invitado a Berkeley, en California, con ocasión de un simposio sobre psicología transpersonal. Después de haber participado, este grupo le dio un nombre a mi experiencia: «Conciencia Cósmica». Según mi costumbre, me dirigí rápidamente a una biblioteca por si encontraba un libro que tratase de este tema, para poder comprender su significado también en el plano intelectual. Gracias a este grupo aprendí que «Shanti Nilaya», que me fue comunicado cuando me fundí en la energía espiritual (el primer manantial de energía), significa el abra y el puerto de paz final que nos espera. Ese estar en casa al que volveremos un día después de atravesar nuestras angustias, dolores y sufrimientos después de haber aprendido a desembarazarnos de todos los dolores y ser lo que el Creador ha querido que seamos: seres equilibrados entre los cuadrantes físico, emocional, intelectual y espiritual. Seres que han comprendido que el amor verdadero no es posesivo yno ponen condiciones con el «si...».

Si vivimos una vida de amor total estaremos sanos e intactos y seremos capaces de cumplir en una sola vida las tareas y los fines que nos han sido asignados.

La experiencia que acabo de relataros cambió mi vida de una manera que no os sabría explicar. Creo haber comprendido también en aquella época que si yo difundía mi conocimiento sobre la vida después de la muerte tendría que pasar literalmente por miles de muertes, puesto que la sociedad en la que vivo intentaría aniquilarme, pero la experiencia y el saber, la alegría, el amor y la excitación que siguen a la agonía son recompensas siempre superiores a los sufrimientos.

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