DECIMOSEXTA ENTREGA (CAPÍTULOS 10 AL 14 DE TRES)
10 / LLUVIA
El primer día de la fiesta Patrona diluvió dulcemente sobre mi corazón, porque en las celebraciones dirigidas por el vicario Orué volví a escuchar al coro donde cantaba la párvula de la trenza enjoyada con jazmines celestes.
Y esta vez ella me caldeó el dolor extendiéndome sus iris mojados por los himnos.
De noche celebrose el agasajo al vecindario en la casa de Gómez y hubo un momento en que tronó tanto que ya sólo resistían los candelabros apantallados y me tomé el atrevimiento de pedir que la muchacha tocara el minué en Re como conjura para la desgracia.
Al juez eclesiástico del distrito le agradó la propuesta.
Entonces contemplamos a la nueva encarnación de Bilú, que al igual que sus hermanas se tinturaba el pelo para parecer más rubia, titilar triunfantemente en la batalla más donosa que presencié en mi vida.
Las llamitas de este mundo retomaron su paz.
Yo estrenaba el único saco largo que me mandé hacer con el paño azul fino que empacotome el monstro, pero hallo ha de haber sido mi otra projundidá lo que encadiló a la infanta.
Y cuando me dedicó una reverencia floral donde se le aterciopelaba una miopía castaña y dorada por una gracia perteneciente a otra ella, calculé que nos debían de separar más de cuarenta años pero no sentí pena.
La magia se rompió rápido, pois el mulato Toubé hizo retemblar la sala irrumpiendo para catarnos infraganti justo en lo que él celaba y exigiole a gritos al anfitrión que despidiera al americano don José Artigas y otra gente desente sin la menor razón, ya que en ese momento concurríamos a irnos.
Taba tan hecho pasa que parecía chorrearle aguardiente de caña en lugar de lluvia escura.
Era un diablo sin güelta.
Nunca junté pasencia con la subitez imperada por un lance así tenso, ya que lo misterioso que contenía el acecho simulaba enrabarse a la traición patricia y las ejecuciones contra el puto naranjo.
Lo pior fue que cuando Orué pretendió disolver el desacato con mansedumbre la bestia repeliolo desgarrándole la camisa y juyó en su cabalgadura. Y al cabo reingresó amenzando al propio Gómez y dispués rehizo carrera injuriando a quien se le topara y durante la madrugada, ya apresado, fugose.
Eso recién se supo durante el festejo de la Virgen del Carmelo, al siguiente mediodía, y el segundo comandante mandó remacharle grillos y dejarlo en custodia en su casa pa que echara la mona.
Orué no tuvo más remedio que suspender el sumario de acusación porque debía partir para oficiar en su jurisdicción y santas pascuas, oxte.
Pepe comiendo mierda en un chiquero nuevo.
Pero había una Bilú.
11 / BAÑOS
Quien me alvirtió sobre la condición de batidor del comandante Gómez fue Ansina, pois dende que embarcara engañifado por los piratas Malvinenses conocía a la paloma mensajera en sus trece.
Y al diferir que un chasque demoraba dos días en cubrir a marcha forzada la subida de Asunción y el tío-abuelo de Clara parloteó el 18 sobre el fusilamiento, Joaquín coligió liso.
Fue noticia por paloma, que agenciaba más rápida.
Mi ánima oscurecía.
Y pa colmo corrió rumor de que el obispo Panés ya iba cayendo en un mentecatismo insufrible, y el Supremo aguzaba la secularización espoleado por una encíclica de León XIII que pretendía restaurar al Deseado en América.
Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Gómez había emplazado la base colombófila en Curuguaty desde que su sobrino casó con una belga y no sé tras qué enredo fue expulso por la fobia uropista del glirtodonte, como llamaba el buen Bompland a França.
Dejó un criadero de palomas blancas y tres niñas angélicas que nuestro segundo comandante quiso instruir en plena selva virgen.
Se equivocó cuadrado.
No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en las patitas de ese gato quebrada por el carricoche, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas.
El escándalo más tórrido que desató Toubé fue irrumpir en pelota en los baños del río y no argumentó mal al argüir que las nativas se corrompían sobándose alucinadamente con el blancor ofídico de las belguitas.
Aunque nunca aludió a Clara.
La Bilú inmaculaba todavía, al parecer, y disfrutaba mansa de aquel chapoteo edénico donde cundía a cacundas el pacto pervertido.
¿Juan Jacobo no supo o no quiso entender que en las edades de oro siempre hubo depredación inocente, carajo?
Es muy fácil cagarse en la Biblia, ilustradísimos.
Y un día el segundo comandante esperó a Toubé emboscado y cuando el mulatón se metió a sacudir las partes frente a las párvulas en mostrando que había colgajos más suculentos pa encajarse en el coño, casi lo criba a tiros.
¿Quién era pior que quién?
Ay, carne tumefacta y pensamiento inmundo, madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor que reparte coronas de alegría.
Y un domingo más infernoso que un fiel de fechos del glirtodonte, ya en aras a vivir fijo en nuestra verdísima tapuera, vimos cruzar hacia el muelle a la familia Gómez con todo su bartulaje y Ella ni me miró.
Ay, Pepe, cómo florecen tristes las yemas de tu odio.
12 / TRENZA
En el 26 la cué se había vuelto un emporio donde a más de los cultivos de yerba y granos que el gobernador nos permitía comerciar en Caaguazú, llegamos a tener como cien animales y repartíamos casi todo entre los infelices.
Joaquín verseó un xagero que retengo en lo diáfano, aunque ni me orgulleció:
En la horqueta del Curuguaty / está este pueblo yerbatero / que para Artigas y para mí / es la querencia del destierro. / Aquí, como allá, la pasionaria / es la flor del divino misterio. / Con clavos y corona visionaria / que recuerda al gran Carpintero / hicimos casa de urundeymí / del otro lado de la cañada / como para Artigas y para mí / para que no nos falte nada. / Aunque nunca nos faltaban los cobres / del fruto de tantos afanes / cosechamos para los pobres / y nunca nos faltaban los panes. / El Protector de los Libres / siempre tiene comensales. / Lo llaman “el Padre de los Pobres” / de esta tierra los mensuales.
Pero yo no podía perdonar a Toubé y nunca más fui a misa.
¿Podría perdonar a alguien?
Es cierto que excavamos trincheras pa que las bestias no juyeran al vado y en las noches despatarrábame a escuchar mi cobalto, aunque lo que me acogotaba el triperío a lo Job era una sed de vuelo de Bilú.
Y ya no me dio nada emporrarme a las veces a una trigueñita gacelosa, mestiza de guaycurúes y mbyás, que terminó pariendo.
Pepe era un caraí muerto.
Y una tarde descubrí una cueva con manantial muy cerca de mi timbó y terminé por construirme un refugio siestero y empedré las paredes pa hornacinar una estatuilla tape de Nuestra Señora Milagrosa y allí volví a rezar.
Ni siquiera recordaba las jaculatorias, pero desgrané triduos pa que me lloviera cosa y un domingo 4 de enero resolví montar solo y bajar a la parroquia entabletado por el sacón con alamares.
Creer lo que no vemos para merecer ver aquello que creemos.
Y han de saber los hombres caídos contra sus rostros durante todas las peregrinaciones cumplidas sobre este coágulo terráqueo que lo único que nos salva es la fe en los causales.
Confiar en el misterio.
La gente de la villa me rindió mucho homenaje y el mulato andaba hundido en una resaca agusanada por unas pupilas tan rojas que resudé piedá.
Y cuando providencialmente vi arribar a la tía-abuela de Clara Gómez sumergida en un luto completo se me plateó la sangre y comulgué cantando. Pois supe que Bilú había vuelto a socorrerme y aura no me importaba que la iglesia fuera feudo de monstros.
Es tremendo estar vivo.
Ella esperaba afuera con una gran paloma sobre el hombro, y el vacío de su trenza cortada parecía reclamarme una salvación más alta que todos los horrores.
Me dedicó un rizo de labios y se fue con la vieja.
13 / BALTASAR
La noche de Epifanía se festejaba el cumpleaños del viborón, quien dende la conjura había prohibido sumar el culto al santo negro, aunque nunca faltó lonja pa azuzar las galopas.
Pueblo es pueblo y sentate, aunque no chupes chicha.
Y aquel martes bajé con Ansina y Montevideo enfundado en capa roja y el damiselerío encantose frente a mi Sagrado Corazón de Jesús travestido a Oxalá y a blandir tu ashé, Pepe.
Fue el caraí arandú Bompland quien me descifró el sino vertical de la espada de Giorgio en acabando con el soplar draconífero para robarle el fuego que resplandecerá en aras a su doncella.
Cómo cuesta acetar que la muerte no es la última verdá.
Tras que lo más difícil es no juirle a lo eterno.
El tío-abuelo de Clara feneció por viruela y apenas lo enterraron en un templo asunceño ella ardió en necesidá de volver a las aves cuidadas por la familia en nuestro San Isidro, aunque sin fin político.
Le tenía tanto horror a França que decidió tajarse la trenza en un sopetón para luctuar acérrima por la maldá del mundo.
Y soñaba con desaparecer volando hacia un sol libre.
Amor de mis entrañas, viva muerte, / en vano espero tu palabra escrita / y pienso, con la flor que se marchita, / que si vivo sin mí quiero perderte. / El aire es inmortal. La piedra inerte / ni conoce la sombra ni la evita. / Corazón interior no necesita / la miel helada que la luna vierte. / Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, / tigre y paloma, sobre tu cintura / en duelo de mordiscos y azucenas. / Llena, pues, de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre oscura.
Hoy suena lo lejísimo.
Y aquella noche naides cató en la plena plaza cómo nos enfrotábamos entre danzas toreadas a muslo con la infanta.
Y nos calofrió un amor de mansa llamarada.
Tonce me decidí a pedirle me instruyera a iniciar en la cué un criadero de belgas blancas y acetó que saliese a esperarla sólo hasta la cañada, pois conocía muy bien los caminitos rojos.
Y aquel amanecer cimarronié pidiéndole a Nuestra Madre de Misericordia que la Bilú no me descorteseara por sentirme ya viejo y querer namorarme con una fe ridícula.
La vida siempre oye.
Porque antes que yo montara pa bajar a buscarla ella coronó el repecho en riendo pajarina, sosteniéndose el pollerón mojado al tiempo de extenderme una canasta donde zureaban pichones con anillos.
Hoy debiera andar sin zapatos / casarme de pronto sin saber con quien. / Hoy debiera contar hasta cien / hoy debiera contar hasta cien / hoy debiera contar hasta cien / y luego soñar.
14 / MAQUILLAJE
Y esa noche las párvulas del coro teatralizaron un romance medieval donde Clara representaba a la Muerte, con unas largas cejas maquilladas que parecían alones de conmiseración.
Y escrutome tan fijo entre el antorcherío sostenido por la murga de lanceros, que me flechó pa siempre.
Tú, que compras el carmín / y el pote de rubor / que tiembla en tus mejillas / y ojeras con verdín / para llenar de amor / tu máscara de arcilla.
Ahora Toubé ya estaba a punto de ser trasladado a Yhacaguazú después de consumar un amancebamiento y tomó tranca tan triste que la gente lo pateaba en el suelo y reclamé clemencia con un grito charrúa.
Eso cautivó a tal punto a la infanta que mientras amanecía entró corriendo a su casa y volvió para regalarme el libro preferido por su tío-abuelo, La conversación consigo mismo, del marqués Luis Antonio Caracciolo.
Fue mi maná por años.
Clara se había preparado en Asunción junto con sus hermanas para oficiar como ama de llaves o cuidadora de niños, y ya el próximo domingo le propuse dirigir junto con Ansina mi criadero colombófilo.
Ella no entraba a misa mucho más por horror a Jesús que a Toubé, según supe más tarde, pero aceptó radiante aquel cargo en la chácara.
Yo ya casi no recibía mesada del glirtodonte, que jamás entendió por qué me rompía el lomo sin afición al lucro, pero eran güenos tiempos y solía regalarle hasta tallas misioneras a mi Bilú de diecinueve años.
Y nos soñábamos mucho.
Al promediar la tarde de aquel día / cuando iba mi habitual adiós a darte / fue una vaga congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería. / Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía. / Con su rubor me iluminó al hablarte / y al separarnos te pusiste aparte / del grupo, amedrentada todavía. / Fue silencio y temblor nuestra sorpresa / mas ya la plenitud de la promesa / nos infundía un júbilo tan blando / que nuestros labios suspiraron quedos. / Y tu alma estremecíase en tus dedos / como si se estuviera deshojando.
Mis pichones crecieron entrenando lozanos y un día Clara dejó una de sus canastas sin que yo percatárame que faltaba su belga preferida.
Y en una de esas mañanas que parecen tener francas ingenuidades de hermanas Ansina me señaló que había hembra con canuto posada sobre mi cueva y al abrir el anillo leí estremecidamente:
Oweráwa Karaí.
Fue su primer mensaje.
Y aunque el calificativo era xageradísimo, me sentí resplandecer como un gran pájaro sobre una luna roja y le hojillé al momento mi primer jaikú:
Me diste un ala / para ordenar el oro / entre lo triste.
10 / LLUVIA
El primer día de la fiesta Patrona diluvió dulcemente sobre mi corazón, porque en las celebraciones dirigidas por el vicario Orué volví a escuchar al coro donde cantaba la párvula de la trenza enjoyada con jazmines celestes.
Y esta vez ella me caldeó el dolor extendiéndome sus iris mojados por los himnos.
De noche celebrose el agasajo al vecindario en la casa de Gómez y hubo un momento en que tronó tanto que ya sólo resistían los candelabros apantallados y me tomé el atrevimiento de pedir que la muchacha tocara el minué en Re como conjura para la desgracia.
Al juez eclesiástico del distrito le agradó la propuesta.
Entonces contemplamos a la nueva encarnación de Bilú, que al igual que sus hermanas se tinturaba el pelo para parecer más rubia, titilar triunfantemente en la batalla más donosa que presencié en mi vida.
Las llamitas de este mundo retomaron su paz.
Yo estrenaba el único saco largo que me mandé hacer con el paño azul fino que empacotome el monstro, pero hallo ha de haber sido mi otra projundidá lo que encadiló a la infanta.
Y cuando me dedicó una reverencia floral donde se le aterciopelaba una miopía castaña y dorada por una gracia perteneciente a otra ella, calculé que nos debían de separar más de cuarenta años pero no sentí pena.
La magia se rompió rápido, pois el mulato Toubé hizo retemblar la sala irrumpiendo para catarnos infraganti justo en lo que él celaba y exigiole a gritos al anfitrión que despidiera al americano don José Artigas y otra gente desente sin la menor razón, ya que en ese momento concurríamos a irnos.
Taba tan hecho pasa que parecía chorrearle aguardiente de caña en lugar de lluvia escura.
Era un diablo sin güelta.
Nunca junté pasencia con la subitez imperada por un lance así tenso, ya que lo misterioso que contenía el acecho simulaba enrabarse a la traición patricia y las ejecuciones contra el puto naranjo.
Lo pior fue que cuando Orué pretendió disolver el desacato con mansedumbre la bestia repeliolo desgarrándole la camisa y juyó en su cabalgadura. Y al cabo reingresó amenzando al propio Gómez y dispués rehizo carrera injuriando a quien se le topara y durante la madrugada, ya apresado, fugose.
Eso recién se supo durante el festejo de la Virgen del Carmelo, al siguiente mediodía, y el segundo comandante mandó remacharle grillos y dejarlo en custodia en su casa pa que echara la mona.
Orué no tuvo más remedio que suspender el sumario de acusación porque debía partir para oficiar en su jurisdicción y santas pascuas, oxte.
Pepe comiendo mierda en un chiquero nuevo.
Pero había una Bilú.
11 / BAÑOS
Quien me alvirtió sobre la condición de batidor del comandante Gómez fue Ansina, pois dende que embarcara engañifado por los piratas Malvinenses conocía a la paloma mensajera en sus trece.
Y al diferir que un chasque demoraba dos días en cubrir a marcha forzada la subida de Asunción y el tío-abuelo de Clara parloteó el 18 sobre el fusilamiento, Joaquín coligió liso.
Fue noticia por paloma, que agenciaba más rápida.
Mi ánima oscurecía.
Y pa colmo corrió rumor de que el obispo Panés ya iba cayendo en un mentecatismo insufrible, y el Supremo aguzaba la secularización espoleado por una encíclica de León XIII que pretendía restaurar al Deseado en América.
Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Gómez había emplazado la base colombófila en Curuguaty desde que su sobrino casó con una belga y no sé tras qué enredo fue expulso por la fobia uropista del glirtodonte, como llamaba el buen Bompland a França.
Dejó un criadero de palomas blancas y tres niñas angélicas que nuestro segundo comandante quiso instruir en plena selva virgen.
Se equivocó cuadrado.
No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en las patitas de ese gato quebrada por el carricoche, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas.
El escándalo más tórrido que desató Toubé fue irrumpir en pelota en los baños del río y no argumentó mal al argüir que las nativas se corrompían sobándose alucinadamente con el blancor ofídico de las belguitas.
Aunque nunca aludió a Clara.
La Bilú inmaculaba todavía, al parecer, y disfrutaba mansa de aquel chapoteo edénico donde cundía a cacundas el pacto pervertido.
¿Juan Jacobo no supo o no quiso entender que en las edades de oro siempre hubo depredación inocente, carajo?
Es muy fácil cagarse en la Biblia, ilustradísimos.
Y un día el segundo comandante esperó a Toubé emboscado y cuando el mulatón se metió a sacudir las partes frente a las párvulas en mostrando que había colgajos más suculentos pa encajarse en el coño, casi lo criba a tiros.
¿Quién era pior que quién?
Ay, carne tumefacta y pensamiento inmundo, madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor que reparte coronas de alegría.
Y un domingo más infernoso que un fiel de fechos del glirtodonte, ya en aras a vivir fijo en nuestra verdísima tapuera, vimos cruzar hacia el muelle a la familia Gómez con todo su bartulaje y Ella ni me miró.
Ay, Pepe, cómo florecen tristes las yemas de tu odio.
12 / TRENZA
En el 26 la cué se había vuelto un emporio donde a más de los cultivos de yerba y granos que el gobernador nos permitía comerciar en Caaguazú, llegamos a tener como cien animales y repartíamos casi todo entre los infelices.
Joaquín verseó un xagero que retengo en lo diáfano, aunque ni me orgulleció:
En la horqueta del Curuguaty / está este pueblo yerbatero / que para Artigas y para mí / es la querencia del destierro. / Aquí, como allá, la pasionaria / es la flor del divino misterio. / Con clavos y corona visionaria / que recuerda al gran Carpintero / hicimos casa de urundeymí / del otro lado de la cañada / como para Artigas y para mí / para que no nos falte nada. / Aunque nunca nos faltaban los cobres / del fruto de tantos afanes / cosechamos para los pobres / y nunca nos faltaban los panes. / El Protector de los Libres / siempre tiene comensales. / Lo llaman “el Padre de los Pobres” / de esta tierra los mensuales.
Pero yo no podía perdonar a Toubé y nunca más fui a misa.
¿Podría perdonar a alguien?
Es cierto que excavamos trincheras pa que las bestias no juyeran al vado y en las noches despatarrábame a escuchar mi cobalto, aunque lo que me acogotaba el triperío a lo Job era una sed de vuelo de Bilú.
Y ya no me dio nada emporrarme a las veces a una trigueñita gacelosa, mestiza de guaycurúes y mbyás, que terminó pariendo.
Pepe era un caraí muerto.
Y una tarde descubrí una cueva con manantial muy cerca de mi timbó y terminé por construirme un refugio siestero y empedré las paredes pa hornacinar una estatuilla tape de Nuestra Señora Milagrosa y allí volví a rezar.
Ni siquiera recordaba las jaculatorias, pero desgrané triduos pa que me lloviera cosa y un domingo 4 de enero resolví montar solo y bajar a la parroquia entabletado por el sacón con alamares.
Creer lo que no vemos para merecer ver aquello que creemos.
Y han de saber los hombres caídos contra sus rostros durante todas las peregrinaciones cumplidas sobre este coágulo terráqueo que lo único que nos salva es la fe en los causales.
Confiar en el misterio.
La gente de la villa me rindió mucho homenaje y el mulato andaba hundido en una resaca agusanada por unas pupilas tan rojas que resudé piedá.
Y cuando providencialmente vi arribar a la tía-abuela de Clara Gómez sumergida en un luto completo se me plateó la sangre y comulgué cantando. Pois supe que Bilú había vuelto a socorrerme y aura no me importaba que la iglesia fuera feudo de monstros.
Es tremendo estar vivo.
Ella esperaba afuera con una gran paloma sobre el hombro, y el vacío de su trenza cortada parecía reclamarme una salvación más alta que todos los horrores.
Me dedicó un rizo de labios y se fue con la vieja.
13 / BALTASAR
La noche de Epifanía se festejaba el cumpleaños del viborón, quien dende la conjura había prohibido sumar el culto al santo negro, aunque nunca faltó lonja pa azuzar las galopas.
Pueblo es pueblo y sentate, aunque no chupes chicha.
Y aquel martes bajé con Ansina y Montevideo enfundado en capa roja y el damiselerío encantose frente a mi Sagrado Corazón de Jesús travestido a Oxalá y a blandir tu ashé, Pepe.
Fue el caraí arandú Bompland quien me descifró el sino vertical de la espada de Giorgio en acabando con el soplar draconífero para robarle el fuego que resplandecerá en aras a su doncella.
Cómo cuesta acetar que la muerte no es la última verdá.
Tras que lo más difícil es no juirle a lo eterno.
El tío-abuelo de Clara feneció por viruela y apenas lo enterraron en un templo asunceño ella ardió en necesidá de volver a las aves cuidadas por la familia en nuestro San Isidro, aunque sin fin político.
Le tenía tanto horror a França que decidió tajarse la trenza en un sopetón para luctuar acérrima por la maldá del mundo.
Y soñaba con desaparecer volando hacia un sol libre.
Amor de mis entrañas, viva muerte, / en vano espero tu palabra escrita / y pienso, con la flor que se marchita, / que si vivo sin mí quiero perderte. / El aire es inmortal. La piedra inerte / ni conoce la sombra ni la evita. / Corazón interior no necesita / la miel helada que la luna vierte. / Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, / tigre y paloma, sobre tu cintura / en duelo de mordiscos y azucenas. / Llena, pues, de palabras mi locura / o déjame vivir en mi serena / noche del alma para siempre oscura.
Hoy suena lo lejísimo.
Y aquella noche naides cató en la plena plaza cómo nos enfrotábamos entre danzas toreadas a muslo con la infanta.
Y nos calofrió un amor de mansa llamarada.
Tonce me decidí a pedirle me instruyera a iniciar en la cué un criadero de belgas blancas y acetó que saliese a esperarla sólo hasta la cañada, pois conocía muy bien los caminitos rojos.
Y aquel amanecer cimarronié pidiéndole a Nuestra Madre de Misericordia que la Bilú no me descorteseara por sentirme ya viejo y querer namorarme con una fe ridícula.
La vida siempre oye.
Porque antes que yo montara pa bajar a buscarla ella coronó el repecho en riendo pajarina, sosteniéndose el pollerón mojado al tiempo de extenderme una canasta donde zureaban pichones con anillos.
Hoy debiera andar sin zapatos / casarme de pronto sin saber con quien. / Hoy debiera contar hasta cien / hoy debiera contar hasta cien / hoy debiera contar hasta cien / y luego soñar.
14 / MAQUILLAJE
Y esa noche las párvulas del coro teatralizaron un romance medieval donde Clara representaba a la Muerte, con unas largas cejas maquilladas que parecían alones de conmiseración.
Y escrutome tan fijo entre el antorcherío sostenido por la murga de lanceros, que me flechó pa siempre.
Tú, que compras el carmín / y el pote de rubor / que tiembla en tus mejillas / y ojeras con verdín / para llenar de amor / tu máscara de arcilla.
Ahora Toubé ya estaba a punto de ser trasladado a Yhacaguazú después de consumar un amancebamiento y tomó tranca tan triste que la gente lo pateaba en el suelo y reclamé clemencia con un grito charrúa.
Eso cautivó a tal punto a la infanta que mientras amanecía entró corriendo a su casa y volvió para regalarme el libro preferido por su tío-abuelo, La conversación consigo mismo, del marqués Luis Antonio Caracciolo.
Fue mi maná por años.
Clara se había preparado en Asunción junto con sus hermanas para oficiar como ama de llaves o cuidadora de niños, y ya el próximo domingo le propuse dirigir junto con Ansina mi criadero colombófilo.
Ella no entraba a misa mucho más por horror a Jesús que a Toubé, según supe más tarde, pero aceptó radiante aquel cargo en la chácara.
Yo ya casi no recibía mesada del glirtodonte, que jamás entendió por qué me rompía el lomo sin afición al lucro, pero eran güenos tiempos y solía regalarle hasta tallas misioneras a mi Bilú de diecinueve años.
Y nos soñábamos mucho.
Al promediar la tarde de aquel día / cuando iba mi habitual adiós a darte / fue una vaga congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería. / Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía. / Con su rubor me iluminó al hablarte / y al separarnos te pusiste aparte / del grupo, amedrentada todavía. / Fue silencio y temblor nuestra sorpresa / mas ya la plenitud de la promesa / nos infundía un júbilo tan blando / que nuestros labios suspiraron quedos. / Y tu alma estremecíase en tus dedos / como si se estuviera deshojando.
Mis pichones crecieron entrenando lozanos y un día Clara dejó una de sus canastas sin que yo percatárame que faltaba su belga preferida.
Y en una de esas mañanas que parecen tener francas ingenuidades de hermanas Ansina me señaló que había hembra con canuto posada sobre mi cueva y al abrir el anillo leí estremecidamente:
Oweráwa Karaí.
Fue su primer mensaje.
Y aunque el calificativo era xageradísimo, me sentí resplandecer como un gran pájaro sobre una luna roja y le hojillé al momento mi primer jaikú:
Me diste un ala / para ordenar el oro / entre lo triste.
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