DECIMOQUINTA ENTREGA (CAPÍTULOS 5 AL 9 DE TRES)
5 / CARAMBOLA
El Secretario que me mandaba Francia todos los días pa aportarle las onzas de la mesada al prior y semblantear mi murria era un adulón muy bicho de apellido Martínez.
Me trataban como a un Napoleoncito envainado por culo.
Date corte, Pepe Ortiga.
Y oxte que me orondearon los detalles de fineza que el Supremo Taimado me dispuso versallescamente: casimires, encajes, peinadores, aguardiente, un Carlón muy cordial y cristalería cara.
Mais jamás quiso afrontarme la projundidá azul porque le tenía horror a la cosa y era capaz de husmearla a sepetenta leguas.
Taba claro que el diablo lo había yerrado dende antes de concienciar y en ese caso hay Gehena de por vida, muchacho.
Sólo Ella puede salvarte y la mariconería del poder no transa intercesiones.
Yo le mandé decir que venía muy cansado de guerrearle al termitero de porteños y portugos y que a más la anarquía terminó por estragarles la lealtá a mis propios comandantes, aunque si su preclaro ejército se dignase ayudarme no tendría inconveniente en fazer contramarcha pa degollar facciosos.
Y me refería a Ramírez, que acababa de transformarse en un Jefe dispuesto a liderar la invasión al Paraguay ya encarpetada por el Triunvirato desde el 17.
Pero los mutis del Supremo eran de infinitud.
Y sin embargo al ya irreversible apóstata le pintó compadrear ordenándome hacer vida religiosa y eso me apeteció, porque yo había dejado de pisar las parroquias franciscanas mientras Roma los embozalara de osecuencia al Deseado.
En el Paraguay el clero estaba arrancado a la Uropa y cundía un relajete indino como en Reforma, pero cruzar el patio encendido de naranjos y enfrentarse al retablo que irisaba el altar fue ashé de Providencia.
Pois centrada entre los nichos de San Pedro Pascual, San José, San Pedro Nolasco y Ramón Nonasco, resplandecía Nuestra Señora de la Merced.
La imagen había sido traída dende España al Paraguay por ascendientes de Diego de Yegros. Vestía damasco blanco con guarniciones y escudo de oro, cinto en terciopelo negro y la coronación de trece estrellitas que me infligieron mansísimamente una ascensión argéntea.
Bilú no me abandonaba.
Fray Bernardino de Enciso resultó un confesor admirable, pois pasadas dos semanas me asistió un caramboleo celestial taqueado por el Supremo cuando osé manifestar con astuto desgaire que el verano anterior me tenté en aportar mis fuerzas a la criminalidad de la juventud dorada.
Él me penitenció instruyéndome para que novenara un rosario en las mañanas y al punto recabé información sobre cuántos patricios habían sido pasados por las armas y supe que entuavía penaban en mazmorra.
Tonce concebí un plan de evasión de mi eventual cadalso.
6 / NAVIDAD
Así que llegada la Tardebuena me encomendé a Bilú y le espeté a bocajarro a Enciso que hiciera suposición de ser él Artigas y yo el prior, él soldado y yo sacerdote: ¿se hallaría en esas celdas?
Y como no dudó en catarme la franqueza y negármelo al punto, manifesté que a pesar de la bondades con que se me agasajó no me hallaba en sazón y sería obediente y agradecido al Dictador si se me destinase a algún terreiro techado por la Ñandú Guasú Pyporé.
Y nunca tuve dudas que siete meses dispués no se me jusiló junto a Yegros, Montiel, Baldovino y los otros cuarenta opositores por tal corazonada.
Es cierto que al mamarrachiento republicanismo del Imperator del tereré le placía sentenciar tras probación jurídica y que al mismo Cabañas se le aplazó la pena por no hallarse mi pliego.
Pero había otra puntita que él halló satisfatoria en la magna madeja: el monstro me usó de monstro confinado en la selva fronteriza del portugo.
Guay que na frontera norte tengo a Ortiga custodiándome, Dom Pedro.
La petición de Pepe el pródigo cuajó andadura electrizante y ya el 27 mismo dejé que Fray Bernardino me amielara una carta de osecuencia inaudita, aunque florié la firma con grande gratitud.
El primero de año la Tesorería hizo el balance de los enseres proveídos al desente malvado mientras se preparaba un nuevo equipamiento que ascendió a 458 pesos y un octavo reales fuertes.
Y cuando supe que mi destinación ficaba en Curuguaty recordé fulgentemente una bordadadura teológica de los mbyá admirada por Azara, que primero la invocaba en guaraní pa encapucharse lustre.
Ñande ñanase, ñane renói yvyreve voi raka’e, oñepyruro guare yvy ñande raka’e ñaiméma voi, hendive ñanemoñevanga.
Nosotros nacemos, nos engendramos con la tierra misma luego, al empezar la tierra nosotros ya estuvimos, juntos nos crearon.
Nada lo del halo, santo.
Don Gaspar debía su nombre a haber nacido una noche de epifanía, y en su mismo cumpleaños le arrodillé otra carta y allí le encajé un trozo que aun ricuerdo porque hablaba de mí.
Y es curiosa la forma en que osé regalarme una verdá pedante que terminaba emperifollada por el craso formulismo monterrosiano de los tiempos venideros y las gloriosas enhorabuenas.
Pero antes había dictado: Tendré el lauro de haber sabido elegir por mi seguro asilo la mejor y más buena parte.
Mi costilla celeste creció en Curuguaty.
No me tienes que dar porque te quiera / porque aunque lo que espero no esperare / lo mismo que te quiero te quisiera.
7 / CAAGUAZÚ
Al final se mandó llamar al propio Gobernador de Curuguaty para que me escoltara por tierra.
Subir en barco era lo conveniente, pero al Supremo Oseso le habrá corsariado Peitro Canbél en alguna pesadilla y ta.
Cabalgábamos las noches por la senda yerbatera.
Ansina y Montevideo Martínez se nos unieron en el cuartelillo, y a mí la guardia me facilitó hasta unturas pa desenchaquetarme y gozar de la platería que azulaba la tekoá. Güe, ya cuando me atoraba mordisqueando canteros a los tres años sabía que tuito lo que existe es estrella.
Bendita confinación.
Yo le prometí al Supremo no salir del Paraguay, y él envidiaba verde la palabra de honor de un Gran Cacique. Y tampoco se equivocó con Bompland, que terminó auxiliándole los achaques gualichosos a puro misturaje de turubí y kuarahyá.
França era un bobo sapiens, mesmo.
Y uno podía admirarle el terco sostenimiento de aquel sosiego selvático aunque no había Sistema sino una usurpación a lo mboi-yaguá, la serpiente cabeza-perro invencible nada más que en su reino de río.
En sacándolo al afuera el bicho no jodía a naides, por su quilaje muerto.
Estaba seco de fe, por más que haya bufoneado rechazando el nombramiento de Señor Natural que le aduloneó el Cabildo en el 20. Dijo que no quería sentirse Depositario de la Soberana Autoridad del Pueblo ni tener dominio o propiedad de él como se imaginaban o figuraban los Reyes.
Tate, Tate, que Napoleón fue mucho pior que un rey.
Mais lo cierto es que el viborón pudo sumergir a tuitos y antes de reventar fixó la divina orden de crucificar a Artigas.
Le pegaban todos sin que él les haga nada. Le daban duro con un palo y duro también con una soga. Son testigos los días jueves y los huesos húmeros. La soledad, la lluvia, los caminos.
Ya llegando a Curuaguty cruzamos el gran mercado de Caaguazú, donde yo con los años terminaría vendiendo lo producido en mi Artigas Cué, y ahí cundió lo inaudito rejucilantemente.
En el amanecer fulgía una niebla lila, y de golpe tres hermanas muy blancas y muy rubias se bajaron de un coche tras un militarote que se detuvo a platicar con el comandante en reservado.
Parecía un hombre bueno.
Entonces la cría del medio, que no podía tener más de once o doce años y era la única que usaba una trenza enjoyada con jazmines celestes, me lanzó una paloma como quien te conoce la verdá dolorida.
Y se escaparon riéndose.
8 / TOUBÉ
La paz de Curuguaty me aburrió demasiado rápido.
Y el empacotamiento de lujetes al pedo adjuntado por el Ostentador esta vez me fastidió.
La casa donde viví hasta que el cielo me envió la idea de fundar mi propia cué quedaba en plena plaza y lo único confortante era paladear la evolución del coro, que tenía dos violines.
Y los párvulos también bailaban lindo y hasta teatralizaban.
Lástima que la vida religiosa la empecé dirigido por el teniente cura y presbítero Venancio Toubé.
Él ya fechoraba sórdido dende que llegó a la villa, pero cuando me le puse a tiro en el confesionario me tachó de bandido sin el menor tapujo y a medida que le arreciaban los eructos aguardentosos perdí toda ilusión.
Hoy no creo ni en mí mismo, todo es grupo, todo es falso, y aquel que está más alto es igual a los demás. Por eso no has de extrañarte si alguna noche borracho, me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.
Me sentí una carroña.
Y lo pior es que al monstro no le importaba un chápiro que yo fuera un porteñista arrepentido ni un jefe de insurgentes sucuchado en la selva para antemuralar embestidas indias o portugas.
Lo único que le importaba al mulato gargoliento era mi condición de sedutor y me advirtió que no siguiera acechando a las párvulas del coro o me excomulgaría.
Y no le faltó razón, si se mira en distancia.
Pero el diablo era él.
Fue recién al intimar con el comandante Gómez que supe que el presbítero sufría de alcohol calami y el año anterior había golpeado al subalterno Roque de Vera con un tizón y amenzado a tuita la concurrencia puñal en mano, impune.
Y se amancebaba con cuanta bicharraca se le ofreciera y soñaba con cruzar la cordillera del Mbaracayú pa ficar en Brasil.
Menos mal que San Juan de la Cruz recomendó: No mire hombre, mire prelado.
Pero esa noche me desahogué con Ansina y Montevideo y le entramos a saco a las finezas aportadas por França y vaciamos un frasco de aguardiente y otro de Mistela mientras bailábamos un tangó empilchados con pañolotes y sombreros finos.
Y brindamos por la suerte de la República Hermana y terminé desembuchando mi fantasía de alomar una chácara y al otro día le escribí al bobo sapiens peticionándole un terreno en los propios villeros.
Esta vez se dinó contestar pero con el ofrecimiento de aumentarme la mesada si la actual no me alcanzaba para vivir.
Tuve que retrucar que necesitaba ganarme el pan con el sudor de mi corazón y al final hocicó facilitándome hasta útiles de labranza, aunque sin compriender.
Hay que gente que ni nace.
9 / GÓMEZ
En julio ya habíamos allanado la capuera montuosa y construido tres habitaciones, cuando una tardecita en la que empezaba a llamarar una gran luna turbia bajé a la villa y me pareció sentir el silencio de los desastres.
No había ni vacas cruzando el polvaderal zanjoso de la plaza.
Y de golpe sonó un piano en la esquina donde vivía el segundo comandante Miguel Gómez, el militarote que conferenciara con Villalba cuando llegamos a Kaaguazú y resultó ser el tío-abuelo de la párvula que usaba una gran trenza, y adiviné maravilladamente que quien ahora tocaba el mismo Minué en Re que me ofrecía Matilda en Tres Cruces era ella.
No pude contener la ansiedá de desviar hacia allí y el veterano de dientes bondadosos me instó a que desmontara.
Acariciaba una de sus palomas mensajeras y me informó que habían sido ajusticiados por el Dictador los traidores federales a excepción de Cabañas y Caballero, que suicidose previamente en mazmorra.
Y se llevó la mano al sombrero al nombrar al viborón, como hacía todo el mundo.
Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran, y si la murga se ríe uno se debe reír.
Entonces Gómez me oteó el fondo de la calavera pa sondear mi aparente complacencia y seguido me hizo saber que el cadáver de Yegros iba a quedar pudriéndose en la calle hasta que jediera mucho.
Y agregó haciéndome agallinar la espalda retorcida por diez horas de arado que a Cabañas le tocaría sucumbir contra el naranjo después que se le comprobara su vínculo con la conjura secreta.
Él no podía saberlo, pero eso iba a saltar cuando rastrearan el pliego que le mandé en el 15 con Aldao.
Pepe a punto de ser fusilado mientras alomaba sementeras en su primorosa cué.
Tonce señalé instintivo hacia los postigones por donde derramaba la lunaridad de Mozart y pudimos callarnos un poco entre lo eterno.
Al final el vice ministro me invitó a una reunión a celebrarse en su casa durante la fiesta Patrona de agosto, donde tendría el honor de hospedar al alto eclesiástico José Vicente Orué.
Y agregó murmullando que pronto se llevarían a la capital a las tres sobrinas muy blancas y muy rubias que criaron con su esposa, debido a la corrupción que reinaba en aquella selva donde muchachos y muchachas se bañaban en cueros sin que nadie pudiera contenerlos.
Yo también pensé en los ultrajes que solía perpetrar borracho mi confesor, pero preferí callarme respirando un poco más la majestad del nácar.
La noticia de los fusilamientos acababa de ujereame la paz como quien te arranca pelos a lo bestia y al final pregunté cuál era el nombre de la dulce pianista y él me contestó: Clara.
5 / CARAMBOLA
El Secretario que me mandaba Francia todos los días pa aportarle las onzas de la mesada al prior y semblantear mi murria era un adulón muy bicho de apellido Martínez.
Me trataban como a un Napoleoncito envainado por culo.
Date corte, Pepe Ortiga.
Y oxte que me orondearon los detalles de fineza que el Supremo Taimado me dispuso versallescamente: casimires, encajes, peinadores, aguardiente, un Carlón muy cordial y cristalería cara.
Mais jamás quiso afrontarme la projundidá azul porque le tenía horror a la cosa y era capaz de husmearla a sepetenta leguas.
Taba claro que el diablo lo había yerrado dende antes de concienciar y en ese caso hay Gehena de por vida, muchacho.
Sólo Ella puede salvarte y la mariconería del poder no transa intercesiones.
Yo le mandé decir que venía muy cansado de guerrearle al termitero de porteños y portugos y que a más la anarquía terminó por estragarles la lealtá a mis propios comandantes, aunque si su preclaro ejército se dignase ayudarme no tendría inconveniente en fazer contramarcha pa degollar facciosos.
Y me refería a Ramírez, que acababa de transformarse en un Jefe dispuesto a liderar la invasión al Paraguay ya encarpetada por el Triunvirato desde el 17.
Pero los mutis del Supremo eran de infinitud.
Y sin embargo al ya irreversible apóstata le pintó compadrear ordenándome hacer vida religiosa y eso me apeteció, porque yo había dejado de pisar las parroquias franciscanas mientras Roma los embozalara de osecuencia al Deseado.
En el Paraguay el clero estaba arrancado a la Uropa y cundía un relajete indino como en Reforma, pero cruzar el patio encendido de naranjos y enfrentarse al retablo que irisaba el altar fue ashé de Providencia.
Pois centrada entre los nichos de San Pedro Pascual, San José, San Pedro Nolasco y Ramón Nonasco, resplandecía Nuestra Señora de la Merced.
La imagen había sido traída dende España al Paraguay por ascendientes de Diego de Yegros. Vestía damasco blanco con guarniciones y escudo de oro, cinto en terciopelo negro y la coronación de trece estrellitas que me infligieron mansísimamente una ascensión argéntea.
Bilú no me abandonaba.
Fray Bernardino de Enciso resultó un confesor admirable, pois pasadas dos semanas me asistió un caramboleo celestial taqueado por el Supremo cuando osé manifestar con astuto desgaire que el verano anterior me tenté en aportar mis fuerzas a la criminalidad de la juventud dorada.
Él me penitenció instruyéndome para que novenara un rosario en las mañanas y al punto recabé información sobre cuántos patricios habían sido pasados por las armas y supe que entuavía penaban en mazmorra.
Tonce concebí un plan de evasión de mi eventual cadalso.
6 / NAVIDAD
Así que llegada la Tardebuena me encomendé a Bilú y le espeté a bocajarro a Enciso que hiciera suposición de ser él Artigas y yo el prior, él soldado y yo sacerdote: ¿se hallaría en esas celdas?
Y como no dudó en catarme la franqueza y negármelo al punto, manifesté que a pesar de la bondades con que se me agasajó no me hallaba en sazón y sería obediente y agradecido al Dictador si se me destinase a algún terreiro techado por la Ñandú Guasú Pyporé.
Y nunca tuve dudas que siete meses dispués no se me jusiló junto a Yegros, Montiel, Baldovino y los otros cuarenta opositores por tal corazonada.
Es cierto que al mamarrachiento republicanismo del Imperator del tereré le placía sentenciar tras probación jurídica y que al mismo Cabañas se le aplazó la pena por no hallarse mi pliego.
Pero había otra puntita que él halló satisfatoria en la magna madeja: el monstro me usó de monstro confinado en la selva fronteriza del portugo.
Guay que na frontera norte tengo a Ortiga custodiándome, Dom Pedro.
La petición de Pepe el pródigo cuajó andadura electrizante y ya el 27 mismo dejé que Fray Bernardino me amielara una carta de osecuencia inaudita, aunque florié la firma con grande gratitud.
El primero de año la Tesorería hizo el balance de los enseres proveídos al desente malvado mientras se preparaba un nuevo equipamiento que ascendió a 458 pesos y un octavo reales fuertes.
Y cuando supe que mi destinación ficaba en Curuguaty recordé fulgentemente una bordadadura teológica de los mbyá admirada por Azara, que primero la invocaba en guaraní pa encapucharse lustre.
Ñande ñanase, ñane renói yvyreve voi raka’e, oñepyruro guare yvy ñande raka’e ñaiméma voi, hendive ñanemoñevanga.
Nosotros nacemos, nos engendramos con la tierra misma luego, al empezar la tierra nosotros ya estuvimos, juntos nos crearon.
Nada lo del halo, santo.
Don Gaspar debía su nombre a haber nacido una noche de epifanía, y en su mismo cumpleaños le arrodillé otra carta y allí le encajé un trozo que aun ricuerdo porque hablaba de mí.
Y es curiosa la forma en que osé regalarme una verdá pedante que terminaba emperifollada por el craso formulismo monterrosiano de los tiempos venideros y las gloriosas enhorabuenas.
Pero antes había dictado: Tendré el lauro de haber sabido elegir por mi seguro asilo la mejor y más buena parte.
Mi costilla celeste creció en Curuguaty.
No me tienes que dar porque te quiera / porque aunque lo que espero no esperare / lo mismo que te quiero te quisiera.
7 / CAAGUAZÚ
Al final se mandó llamar al propio Gobernador de Curuguaty para que me escoltara por tierra.
Subir en barco era lo conveniente, pero al Supremo Oseso le habrá corsariado Peitro Canbél en alguna pesadilla y ta.
Cabalgábamos las noches por la senda yerbatera.
Ansina y Montevideo Martínez se nos unieron en el cuartelillo, y a mí la guardia me facilitó hasta unturas pa desenchaquetarme y gozar de la platería que azulaba la tekoá. Güe, ya cuando me atoraba mordisqueando canteros a los tres años sabía que tuito lo que existe es estrella.
Bendita confinación.
Yo le prometí al Supremo no salir del Paraguay, y él envidiaba verde la palabra de honor de un Gran Cacique. Y tampoco se equivocó con Bompland, que terminó auxiliándole los achaques gualichosos a puro misturaje de turubí y kuarahyá.
França era un bobo sapiens, mesmo.
Y uno podía admirarle el terco sostenimiento de aquel sosiego selvático aunque no había Sistema sino una usurpación a lo mboi-yaguá, la serpiente cabeza-perro invencible nada más que en su reino de río.
En sacándolo al afuera el bicho no jodía a naides, por su quilaje muerto.
Estaba seco de fe, por más que haya bufoneado rechazando el nombramiento de Señor Natural que le aduloneó el Cabildo en el 20. Dijo que no quería sentirse Depositario de la Soberana Autoridad del Pueblo ni tener dominio o propiedad de él como se imaginaban o figuraban los Reyes.
Tate, Tate, que Napoleón fue mucho pior que un rey.
Mais lo cierto es que el viborón pudo sumergir a tuitos y antes de reventar fixó la divina orden de crucificar a Artigas.
Le pegaban todos sin que él les haga nada. Le daban duro con un palo y duro también con una soga. Son testigos los días jueves y los huesos húmeros. La soledad, la lluvia, los caminos.
Ya llegando a Curuaguty cruzamos el gran mercado de Caaguazú, donde yo con los años terminaría vendiendo lo producido en mi Artigas Cué, y ahí cundió lo inaudito rejucilantemente.
En el amanecer fulgía una niebla lila, y de golpe tres hermanas muy blancas y muy rubias se bajaron de un coche tras un militarote que se detuvo a platicar con el comandante en reservado.
Parecía un hombre bueno.
Entonces la cría del medio, que no podía tener más de once o doce años y era la única que usaba una trenza enjoyada con jazmines celestes, me lanzó una paloma como quien te conoce la verdá dolorida.
Y se escaparon riéndose.
8 / TOUBÉ
La paz de Curuguaty me aburrió demasiado rápido.
Y el empacotamiento de lujetes al pedo adjuntado por el Ostentador esta vez me fastidió.
La casa donde viví hasta que el cielo me envió la idea de fundar mi propia cué quedaba en plena plaza y lo único confortante era paladear la evolución del coro, que tenía dos violines.
Y los párvulos también bailaban lindo y hasta teatralizaban.
Lástima que la vida religiosa la empecé dirigido por el teniente cura y presbítero Venancio Toubé.
Él ya fechoraba sórdido dende que llegó a la villa, pero cuando me le puse a tiro en el confesionario me tachó de bandido sin el menor tapujo y a medida que le arreciaban los eructos aguardentosos perdí toda ilusión.
Hoy no creo ni en mí mismo, todo es grupo, todo es falso, y aquel que está más alto es igual a los demás. Por eso no has de extrañarte si alguna noche borracho, me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.
Me sentí una carroña.
Y lo pior es que al monstro no le importaba un chápiro que yo fuera un porteñista arrepentido ni un jefe de insurgentes sucuchado en la selva para antemuralar embestidas indias o portugas.
Lo único que le importaba al mulato gargoliento era mi condición de sedutor y me advirtió que no siguiera acechando a las párvulas del coro o me excomulgaría.
Y no le faltó razón, si se mira en distancia.
Pero el diablo era él.
Fue recién al intimar con el comandante Gómez que supe que el presbítero sufría de alcohol calami y el año anterior había golpeado al subalterno Roque de Vera con un tizón y amenzado a tuita la concurrencia puñal en mano, impune.
Y se amancebaba con cuanta bicharraca se le ofreciera y soñaba con cruzar la cordillera del Mbaracayú pa ficar en Brasil.
Menos mal que San Juan de la Cruz recomendó: No mire hombre, mire prelado.
Pero esa noche me desahogué con Ansina y Montevideo y le entramos a saco a las finezas aportadas por França y vaciamos un frasco de aguardiente y otro de Mistela mientras bailábamos un tangó empilchados con pañolotes y sombreros finos.
Y brindamos por la suerte de la República Hermana y terminé desembuchando mi fantasía de alomar una chácara y al otro día le escribí al bobo sapiens peticionándole un terreno en los propios villeros.
Esta vez se dinó contestar pero con el ofrecimiento de aumentarme la mesada si la actual no me alcanzaba para vivir.
Tuve que retrucar que necesitaba ganarme el pan con el sudor de mi corazón y al final hocicó facilitándome hasta útiles de labranza, aunque sin compriender.
Hay que gente que ni nace.
9 / GÓMEZ
En julio ya habíamos allanado la capuera montuosa y construido tres habitaciones, cuando una tardecita en la que empezaba a llamarar una gran luna turbia bajé a la villa y me pareció sentir el silencio de los desastres.
No había ni vacas cruzando el polvaderal zanjoso de la plaza.
Y de golpe sonó un piano en la esquina donde vivía el segundo comandante Miguel Gómez, el militarote que conferenciara con Villalba cuando llegamos a Kaaguazú y resultó ser el tío-abuelo de la párvula que usaba una gran trenza, y adiviné maravilladamente que quien ahora tocaba el mismo Minué en Re que me ofrecía Matilda en Tres Cruces era ella.
No pude contener la ansiedá de desviar hacia allí y el veterano de dientes bondadosos me instó a que desmontara.
Acariciaba una de sus palomas mensajeras y me informó que habían sido ajusticiados por el Dictador los traidores federales a excepción de Cabañas y Caballero, que suicidose previamente en mazmorra.
Y se llevó la mano al sombrero al nombrar al viborón, como hacía todo el mundo.
Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran, y si la murga se ríe uno se debe reír.
Entonces Gómez me oteó el fondo de la calavera pa sondear mi aparente complacencia y seguido me hizo saber que el cadáver de Yegros iba a quedar pudriéndose en la calle hasta que jediera mucho.
Y agregó haciéndome agallinar la espalda retorcida por diez horas de arado que a Cabañas le tocaría sucumbir contra el naranjo después que se le comprobara su vínculo con la conjura secreta.
Él no podía saberlo, pero eso iba a saltar cuando rastrearan el pliego que le mandé en el 15 con Aldao.
Pepe a punto de ser fusilado mientras alomaba sementeras en su primorosa cué.
Tonce señalé instintivo hacia los postigones por donde derramaba la lunaridad de Mozart y pudimos callarnos un poco entre lo eterno.
Al final el vice ministro me invitó a una reunión a celebrarse en su casa durante la fiesta Patrona de agosto, donde tendría el honor de hospedar al alto eclesiástico José Vicente Orué.
Y agregó murmullando que pronto se llevarían a la capital a las tres sobrinas muy blancas y muy rubias que criaron con su esposa, debido a la corrupción que reinaba en aquella selva donde muchachos y muchachas se bañaban en cueros sin que nadie pudiera contenerlos.
Yo también pensé en los ultrajes que solía perpetrar borracho mi confesor, pero preferí callarme respirando un poco más la majestad del nácar.
La noticia de los fusilamientos acababa de ujereame la paz como quien te arranca pelos a lo bestia y al final pregunté cuál era el nombre de la dulce pianista y él me contestó: Clara.
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