DECIMOSÉPTIMA ENTREGA (CAPITULOS 15 AL 19 DE TRES)
15 / ASTILLA
Clara había conocido mis leyendas por boca del batidor y eso me puso en guardia, aunque también filtrose que su padre el expulso era primo de Yegros.
Ella acudía puntual a ejercitar las tórtolas que habitaban una villa de crianza construida entre el gran timbó y mi cueva, pero un mediodía Ansina la encontró convulsionando en la cañada y debió subirla en brazos y casi sin concencia.
La infanta espumarajeaba con un fragilismo de mariposa rota y demoró una eternidá en recuperar la habla.
Y me volví a sentir un Protector en vilo.
Recuerdo que la motejé de hijita mientras la apañábamos fresco y con aire de glicinas en la hamaca, y cuando recompuso el tintinear pajarino desovilló la historia más injuriosa que conocí jamás.
Hoy le salió a la pobre vecina del aire a escondidas, humareda de su dogma; hoy le ha entrado una astilla. ¿Quién comprará en los días perecederos, ásperos, un pedacito de café con leche, y quién, sin ella, bajará a su rastro hasta dar luz?
Le ha dolido el dolor, el dolor joven, el dolor niño, el dolorazo, dándole en las manos y dándole sed, aflixión, y sed del vaso pero no del vino.
La pobre pobrecita.
Tonce supe que cuando volvieron a Asunción el comandante Gómez, a quien ella consideraba su verdadero abuelo, la había acechado una noche de fiesta casamentera para ultrajarla en el santuario a escuras y ella lo dejó obrar y dipois lo mantuvo en silencio a sepulcro.
Y decía que el batidor justificó haberla hecho mujer pa que no se corrompiera como las rubias que se deslenguaban en los baños con sus novias trigueñas, abominando de la pureza exigida por Jesús.
Está escrito que Quien abusa de ti, te conoce.
Clara ahora se culpaba por haber enardecido a aquel viejo de mi edá con el solo existir de sus arrullos y zureos y caricias filiales.
Y aborrecía de toda gratia plena y se comparaba con la sierpe del Génesis.
En Paraguay aun no se generalizaban los camposantos, y era costumbre la sepultura templaria igual que en el Medievo, hirviendo los hedores durante muchos días y estilándose mesmo destapar al cadáver para proporcionarle últimos arrumacos que por visto no hacían fruncir la pudebundez de França.
A Clara la obligaron a besarle la testa viscosa y agusanada al hombre que le robó la bandera del contento.
Tristes son las astillas que le entran a uno, exactamente ahí precisamente. Hoy le entró a la pobre vecina de viaje, una llama apagada en el oráculo.
Y aquella noche le cartié por paloma mi segundo jaikú:
Mozart te quiere / por su piedad tecleada / desde tu infierno.
Y ella me devolvió enseguida un:
Mi Protector. Tesoro.
16 / BANDERA
Cuando uno quiere que la paloma regrese a destinatario le coloca bandera, y Clara me bordó una seda tricolor diagonalada como la del Sistema.
Ya flameaba el romance.
Porque siempre hubo clases y yo / soy el hombre invisible / que una noche soñó un imposible / parecido al amor. / Porque el mundo es injusto, chaval / pero si me provocan / yo también sé jugarme la boca / yo también sé besar.
Ahora casi no dormíamos esperando respuesta a cada mensaje y Clara volvió a pisar la iglesia por lo menos para actuar con el coro, y se puso preciosa.
Tú, que tímida y fatal / te arreglas el dolor / después de sollozar. / Sabrás cuánto te amé / un día al despertar / sin fe ni maquillaje / ya lista para el viaje / que desciende hasta el color final.
A Toubé lo sumía en degradación su posible traslado a Yhacaguazú y sudaba arrepentimiento por tanta malandanza, al punto que una tarde remontó la lombada y deparamos lindo el caburé amasado por Ansina y Montevideo, que añadiánle confiteramente fulgores de miel ruana.
El mulato conocíó el palomar y cuando le expliqué el significado de la raya color churrinche de nuestra banderola que honraba a los caídos en aras a la América, se emocionó en lo húmedo.
Y de golpe humillose en reparación de agravio por el destrato que me infligiera en la fiesta Patrona y pensé que aquel hombre podía rencarrilar en las senda de los justos, si se lo perdonaba.
Ca. Al cabo resultó ser un cómico pa Juamlet.
Tonce se explayó estrategiando una cruzada teatral con el coro parvulario por los poblados de Carimbatay, Tacuarí, Chuy, Yhú y Palomares, comprometiéndose a obtener mi permiso de salida ya que el comandante Gauto también me consideraba un Señor que Resplandece.
Ahora te miman, Pepe.
La vida juega raro y no hay causal con sol que evite consecuencias de vitrales triunfantes, según sentenció Macedo.
Mais lo que no escapome a la condición de bombero husmeador de hojarascas celebrales fue que el cura también se redetía por Clara.
¿Tras qué carajo venía, al final?
Necesitaba usarme.
El mulato me ampuló como cebo pa congraciarse con la madonita rubia sin sospechar que ella pudiese adorar a este viejo.
Cada punta del lazo que une la muerte y el cenit / quiero dejarlas partir / creo que viven en mí. / La ilusión de una calle al final / y después del amor nunca nada es igual. / No podía dejarlas partir / todo lo que hemos hecho fue para quebrar. / Si pudiera explicar / si pudiera explicar / lo hice para quebrar / lo hice para quebrar / lo hice para quebrarme a mí.
17 / GACELAS
A Clara la conchabé como ama de llaves oficiosa pa que perdiera el pánico a dentrar en la cueva del manantial, donde nunca pisaba.
Y la rubia aceptó mi picardía arrebolándose y el primer día trajo un vestido blanco bordado primorosamente en Ypacaraí por una prima arpista, y vincha y faja celestes.
Yo le seguía añorando la trenza enjazminada, pero a esa brillantez se la manducó el diablo.
Quisiera ser un pez / para tocar mi nariz en tu pecera / y hacer burbujas de amor por donde quiera / ooooh / pasar la noche en vela / mojado en ti.
A Montevideo lo mandé bien temprano a la casita villera de Ansina y así naides cohibió la lontananza de la niña decidida a enjoyarle la boca a un Protector que ya había perdido tres dientes, aunque no galanura.
Qué lindo que es vivir.
En la cueva revestida de piedra había trece velas perpetuamente encendidas en torno a la talla tape, una hamaca y un catre de campaña.
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!
Lo primero que rendí fue la pequeña boca torcaz de la muchacha, que selló conmigo un pacto de lenguas en almíbar, y después me senté para que recostara a gusto su pelo en mi corazón.
En los dos meses que compartimos una sola carne jamás hubo batalla.
Ábreme, compañera mía, hermana mía, perfecta mía, porque mi soledad está empapada de rocío y la inquina de la intemperie me perfora los huesos.
Me costó una enormidá destrenzarle la pañoleta encinturonada y finalmente hubo de ayudarme a quitarle el corsé protegido por agarrotaduras de alambre para quedar uncida en amamantamiento.
Tus pechos son dos gacelas. Tu cabeza es como el monte Carmelo, hilos de azafrán son tus cabellos. ¡Mi corona está presa entre tus rizos!
No podíamos ni hablar, pois reinaba la cosa y esta primera vez mi Bilú no consintió en que le retirara los pollerones.
Sólo hubo ordeñamiento de la miel del misterio.
Y esa noche hice volar cuatro jaikús a su criadero:
Lo que se abriga / con tu lluvia desnuda / es mi esqueleto.
Oré saliva / para incendiar las penas / de tus lunares.
Mi calavera / te calmó cada labio / como una luna.
La Inmaculada / que te riza la risa / lame a su Hijo.
Y ella me contestó:
Tesoro mío, compañero mío, protector y protegido mío, amigo mío, esposo mío, hermoso hombre nuevo. Lograste amarme igual que una mujer.
Y a mí se me humedeció el Verbo frente a la misma paloma belga que la infanta me había lanzado cinco años atrás en Caaguazú sin motivo explicable y pensé que la vida está tan bien hecha como para constelar milagros cuando nadie los busca.
18 / ATLÁNTIDA
El encuentro con casorio total surgió urdido por Clara, que conocía dende niña un escondrijo resguardado por una cascada en un afluente del Curuguaty que los fundadores de la villa bautizaron Atlántida.
Un paraíso invisible.
Cada cual enfiló por su lado entre la selva, y hasta los yaguaretés deben haber temido el imperio del Espíritu porque brisó lo manso.
Tras el salto espumeante se ensombrecía un cobijo de roca muy lisa y satinada por una luz sin tiempo.
Clara aderezó un lecho tendiendo mantas indias y puso en una saliente un canastón donde trajo confituras rellenas por dulce de leche y membrillo, configurando mosaicos leudados con forma de panales o mosaico dominó.
Nos desnudamos rápido.
Después cundió a raudales el pacto del almíbar y la impelí a ovillarse para lamber cada orificio y tajo y profundidá de la carne ultrajada y apenas mormorábamos entre el ruidaje acuoso que filtraba el mediodía.
Había un vapor lunar.
En soledad vivía / y en soledad ha puesto ya su nido / y en soledad la guía / a solas su Querido / también en soledad de amor herido.
Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura / al monte y al collado / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura.
Y cuando le hundí el mástil apenas hube tiempo para verla flameando, pois lloró largamente al punto de asustarme.
Pero me confesó que era el efluvio de la felicidá porque nunca pensó que iba a poder clavarse a una carne en tal modo.
En una Noche obscura / con ansias, en amores, inflamada / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada / a escuras y segura / por la secreta escala, disfrazada / ¡oh dichosa ventura! / a escuras y en celada / estando ya mi casa sosegada; / en la Noche dichosa / en secreto, que nadie me veía / ni yo miraba cosa / sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquésta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía / adonde me esperaba / quien yo bien me sabía / en parte donde nadie parescía. / ¡Oh Noche que guiaste! / Oh Noche amable más que la alborada! / ¡Oh Noche que juntaste / Amado con amada, / amada en el Amado transformada!
Al cabo merendamos las tartas y volvimos al pueblo, separándonos cada uno hacia su casa en un vado solitario.
Y al otro día ella volvió como siempre a su puesto de ama de llaves, pero ese anochecer le cartié dos jaikús pareados:
Tu niña vieja / se descueró espantando / cuervos triposos.
Tu mujer nueva / sobrevoló montañas / dorando el mundo.
La selva esconde / el puñal de una estaca / que te ató el vuelo.
Pero en el sueño / que iluminó mi espada / pariste alas.
19 / CALESÍN
La cruzada teatral organizada por Toubé se realizó esa misma semana y dispusimos de un calesín con capota para el Judas y nosotros, mientras el resto del coro se acomodaba en mulas.
Clara le tenía horror a la delación de nuestro noviazgo y apenas nos besábamos a escondidas en la chácara, mais durante las representaciones en los poblados no hubo oportunidá y el deseo fue quemante.
¡Ojalá fueras tú un hermano mío, / criado a los pechos de mi madre! Así, al encontrarte en la calle, / podría besarte y nadie se burlaría de mí; / podría llevarte a la casa de mi madre, / te haría entrar en ella, / y tú serías mi maestro.
Y la noche que volvimos de Chuy había una luna altísima y Clara me hizo sentar en el medio del calesín y Toubé ya recelaba el tríngulis porque fingía dormir vichándonos viscosamente y de golpe me arranqué el poncho y la infanta dejó caer su rubiedad sobre mi hombro y me aferró a escondidas la entrepierna empalada y yo veía la cosa rielándole en los rizos y aquello fue lo más dulce que jamás les escuché decir a las estrellas.
Que esta nueva Bilú era la costilla celeste de mi martirio.
Y al día siguiente nos enteramos de que sus hermanas proponíanse visitarla para su vigésimo aniversario y ella desesperó en balbuciendo que las tres belguitas juntas formaban dende párvulas un escudo de hierro y rogome le escribiera a Francia procurando licencia matrimonial sin la menor demora.
El gobierno había prohibido las bodas de quienes tenían mutuo origen uropeo en aras a mestizar, y si bien no cuadrábamos xatamente con el tal cruzamiento lo nuestro podía ser juzgado como degeneración horrenda por Don Puritanote, que a más no se rebajaba a contestarle ni al Papa.
Tonce argüí rescatar lo que le hacía mi abuelo Juan Antonio a su esposa de ascendencia Tupac Yupanqui cuando ella desmayaba: le agarraba una rodilla en mormorándole una tríada de consejas poblanas.
Nunca dejes decir que no hay amor. Nunca desprecies el amor que das. Nunca pienses que no hay naide perfeto.
Y fue Clara quien me amansó el trenzamiento del reuma por debajo de la mesa y esa noche mensajié:
Esta rodilla / que agarran tus huesitos / llora de vuelo.
Y dipois me orgullecí salado evocando el calesín y agregué dos vuelazos:
Con tu risa / peinada por la luna / me devoraste.
Un arcoiris / reina en tu ría invisible / y yo lo toco.
Y ella mandó en respuesta un palomón ceñudo a quien casi le pongo bandera pois parecía atacarme y descifré, temblando:
Sólo podré vivir en paz en tu corazón, maestro.
No le faltó razón.
15 / ASTILLA
Clara había conocido mis leyendas por boca del batidor y eso me puso en guardia, aunque también filtrose que su padre el expulso era primo de Yegros.
Ella acudía puntual a ejercitar las tórtolas que habitaban una villa de crianza construida entre el gran timbó y mi cueva, pero un mediodía Ansina la encontró convulsionando en la cañada y debió subirla en brazos y casi sin concencia.
La infanta espumarajeaba con un fragilismo de mariposa rota y demoró una eternidá en recuperar la habla.
Y me volví a sentir un Protector en vilo.
Recuerdo que la motejé de hijita mientras la apañábamos fresco y con aire de glicinas en la hamaca, y cuando recompuso el tintinear pajarino desovilló la historia más injuriosa que conocí jamás.
Hoy le salió a la pobre vecina del aire a escondidas, humareda de su dogma; hoy le ha entrado una astilla. ¿Quién comprará en los días perecederos, ásperos, un pedacito de café con leche, y quién, sin ella, bajará a su rastro hasta dar luz?
Le ha dolido el dolor, el dolor joven, el dolor niño, el dolorazo, dándole en las manos y dándole sed, aflixión, y sed del vaso pero no del vino.
La pobre pobrecita.
Tonce supe que cuando volvieron a Asunción el comandante Gómez, a quien ella consideraba su verdadero abuelo, la había acechado una noche de fiesta casamentera para ultrajarla en el santuario a escuras y ella lo dejó obrar y dipois lo mantuvo en silencio a sepulcro.
Y decía que el batidor justificó haberla hecho mujer pa que no se corrompiera como las rubias que se deslenguaban en los baños con sus novias trigueñas, abominando de la pureza exigida por Jesús.
Está escrito que Quien abusa de ti, te conoce.
Clara ahora se culpaba por haber enardecido a aquel viejo de mi edá con el solo existir de sus arrullos y zureos y caricias filiales.
Y aborrecía de toda gratia plena y se comparaba con la sierpe del Génesis.
En Paraguay aun no se generalizaban los camposantos, y era costumbre la sepultura templaria igual que en el Medievo, hirviendo los hedores durante muchos días y estilándose mesmo destapar al cadáver para proporcionarle últimos arrumacos que por visto no hacían fruncir la pudebundez de França.
A Clara la obligaron a besarle la testa viscosa y agusanada al hombre que le robó la bandera del contento.
Tristes son las astillas que le entran a uno, exactamente ahí precisamente. Hoy le entró a la pobre vecina de viaje, una llama apagada en el oráculo.
Y aquella noche le cartié por paloma mi segundo jaikú:
Mozart te quiere / por su piedad tecleada / desde tu infierno.
Y ella me devolvió enseguida un:
Mi Protector. Tesoro.
16 / BANDERA
Cuando uno quiere que la paloma regrese a destinatario le coloca bandera, y Clara me bordó una seda tricolor diagonalada como la del Sistema.
Ya flameaba el romance.
Porque siempre hubo clases y yo / soy el hombre invisible / que una noche soñó un imposible / parecido al amor. / Porque el mundo es injusto, chaval / pero si me provocan / yo también sé jugarme la boca / yo también sé besar.
Ahora casi no dormíamos esperando respuesta a cada mensaje y Clara volvió a pisar la iglesia por lo menos para actuar con el coro, y se puso preciosa.
Tú, que tímida y fatal / te arreglas el dolor / después de sollozar. / Sabrás cuánto te amé / un día al despertar / sin fe ni maquillaje / ya lista para el viaje / que desciende hasta el color final.
A Toubé lo sumía en degradación su posible traslado a Yhacaguazú y sudaba arrepentimiento por tanta malandanza, al punto que una tarde remontó la lombada y deparamos lindo el caburé amasado por Ansina y Montevideo, que añadiánle confiteramente fulgores de miel ruana.
El mulato conocíó el palomar y cuando le expliqué el significado de la raya color churrinche de nuestra banderola que honraba a los caídos en aras a la América, se emocionó en lo húmedo.
Y de golpe humillose en reparación de agravio por el destrato que me infligiera en la fiesta Patrona y pensé que aquel hombre podía rencarrilar en las senda de los justos, si se lo perdonaba.
Ca. Al cabo resultó ser un cómico pa Juamlet.
Tonce se explayó estrategiando una cruzada teatral con el coro parvulario por los poblados de Carimbatay, Tacuarí, Chuy, Yhú y Palomares, comprometiéndose a obtener mi permiso de salida ya que el comandante Gauto también me consideraba un Señor que Resplandece.
Ahora te miman, Pepe.
La vida juega raro y no hay causal con sol que evite consecuencias de vitrales triunfantes, según sentenció Macedo.
Mais lo que no escapome a la condición de bombero husmeador de hojarascas celebrales fue que el cura también se redetía por Clara.
¿Tras qué carajo venía, al final?
Necesitaba usarme.
El mulato me ampuló como cebo pa congraciarse con la madonita rubia sin sospechar que ella pudiese adorar a este viejo.
Cada punta del lazo que une la muerte y el cenit / quiero dejarlas partir / creo que viven en mí. / La ilusión de una calle al final / y después del amor nunca nada es igual. / No podía dejarlas partir / todo lo que hemos hecho fue para quebrar. / Si pudiera explicar / si pudiera explicar / lo hice para quebrar / lo hice para quebrar / lo hice para quebrarme a mí.
17 / GACELAS
A Clara la conchabé como ama de llaves oficiosa pa que perdiera el pánico a dentrar en la cueva del manantial, donde nunca pisaba.
Y la rubia aceptó mi picardía arrebolándose y el primer día trajo un vestido blanco bordado primorosamente en Ypacaraí por una prima arpista, y vincha y faja celestes.
Yo le seguía añorando la trenza enjazminada, pero a esa brillantez se la manducó el diablo.
Quisiera ser un pez / para tocar mi nariz en tu pecera / y hacer burbujas de amor por donde quiera / ooooh / pasar la noche en vela / mojado en ti.
A Montevideo lo mandé bien temprano a la casita villera de Ansina y así naides cohibió la lontananza de la niña decidida a enjoyarle la boca a un Protector que ya había perdido tres dientes, aunque no galanura.
Qué lindo que es vivir.
En la cueva revestida de piedra había trece velas perpetuamente encendidas en torno a la talla tape, una hamaca y un catre de campaña.
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!
Lo primero que rendí fue la pequeña boca torcaz de la muchacha, que selló conmigo un pacto de lenguas en almíbar, y después me senté para que recostara a gusto su pelo en mi corazón.
En los dos meses que compartimos una sola carne jamás hubo batalla.
Ábreme, compañera mía, hermana mía, perfecta mía, porque mi soledad está empapada de rocío y la inquina de la intemperie me perfora los huesos.
Me costó una enormidá destrenzarle la pañoleta encinturonada y finalmente hubo de ayudarme a quitarle el corsé protegido por agarrotaduras de alambre para quedar uncida en amamantamiento.
Tus pechos son dos gacelas. Tu cabeza es como el monte Carmelo, hilos de azafrán son tus cabellos. ¡Mi corona está presa entre tus rizos!
No podíamos ni hablar, pois reinaba la cosa y esta primera vez mi Bilú no consintió en que le retirara los pollerones.
Sólo hubo ordeñamiento de la miel del misterio.
Y esa noche hice volar cuatro jaikús a su criadero:
Lo que se abriga / con tu lluvia desnuda / es mi esqueleto.
Oré saliva / para incendiar las penas / de tus lunares.
Mi calavera / te calmó cada labio / como una luna.
La Inmaculada / que te riza la risa / lame a su Hijo.
Y ella me contestó:
Tesoro mío, compañero mío, protector y protegido mío, amigo mío, esposo mío, hermoso hombre nuevo. Lograste amarme igual que una mujer.
Y a mí se me humedeció el Verbo frente a la misma paloma belga que la infanta me había lanzado cinco años atrás en Caaguazú sin motivo explicable y pensé que la vida está tan bien hecha como para constelar milagros cuando nadie los busca.
18 / ATLÁNTIDA
El encuentro con casorio total surgió urdido por Clara, que conocía dende niña un escondrijo resguardado por una cascada en un afluente del Curuguaty que los fundadores de la villa bautizaron Atlántida.
Un paraíso invisible.
Cada cual enfiló por su lado entre la selva, y hasta los yaguaretés deben haber temido el imperio del Espíritu porque brisó lo manso.
Tras el salto espumeante se ensombrecía un cobijo de roca muy lisa y satinada por una luz sin tiempo.
Clara aderezó un lecho tendiendo mantas indias y puso en una saliente un canastón donde trajo confituras rellenas por dulce de leche y membrillo, configurando mosaicos leudados con forma de panales o mosaico dominó.
Nos desnudamos rápido.
Después cundió a raudales el pacto del almíbar y la impelí a ovillarse para lamber cada orificio y tajo y profundidá de la carne ultrajada y apenas mormorábamos entre el ruidaje acuoso que filtraba el mediodía.
Había un vapor lunar.
En soledad vivía / y en soledad ha puesto ya su nido / y en soledad la guía / a solas su Querido / también en soledad de amor herido.
Gocémonos, Amado, / y vámonos a ver en tu hermosura / al monte y al collado / do mana el agua pura; / entremos más adentro en la espesura.
Y cuando le hundí el mástil apenas hube tiempo para verla flameando, pois lloró largamente al punto de asustarme.
Pero me confesó que era el efluvio de la felicidá porque nunca pensó que iba a poder clavarse a una carne en tal modo.
En una Noche obscura / con ansias, en amores, inflamada / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada / a escuras y segura / por la secreta escala, disfrazada / ¡oh dichosa ventura! / a escuras y en celada / estando ya mi casa sosegada; / en la Noche dichosa / en secreto, que nadie me veía / ni yo miraba cosa / sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía. / Aquésta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía / adonde me esperaba / quien yo bien me sabía / en parte donde nadie parescía. / ¡Oh Noche que guiaste! / Oh Noche amable más que la alborada! / ¡Oh Noche que juntaste / Amado con amada, / amada en el Amado transformada!
Al cabo merendamos las tartas y volvimos al pueblo, separándonos cada uno hacia su casa en un vado solitario.
Y al otro día ella volvió como siempre a su puesto de ama de llaves, pero ese anochecer le cartié dos jaikús pareados:
Tu niña vieja / se descueró espantando / cuervos triposos.
Tu mujer nueva / sobrevoló montañas / dorando el mundo.
La selva esconde / el puñal de una estaca / que te ató el vuelo.
Pero en el sueño / que iluminó mi espada / pariste alas.
19 / CALESÍN
La cruzada teatral organizada por Toubé se realizó esa misma semana y dispusimos de un calesín con capota para el Judas y nosotros, mientras el resto del coro se acomodaba en mulas.
Clara le tenía horror a la delación de nuestro noviazgo y apenas nos besábamos a escondidas en la chácara, mais durante las representaciones en los poblados no hubo oportunidá y el deseo fue quemante.
¡Ojalá fueras tú un hermano mío, / criado a los pechos de mi madre! Así, al encontrarte en la calle, / podría besarte y nadie se burlaría de mí; / podría llevarte a la casa de mi madre, / te haría entrar en ella, / y tú serías mi maestro.
Y la noche que volvimos de Chuy había una luna altísima y Clara me hizo sentar en el medio del calesín y Toubé ya recelaba el tríngulis porque fingía dormir vichándonos viscosamente y de golpe me arranqué el poncho y la infanta dejó caer su rubiedad sobre mi hombro y me aferró a escondidas la entrepierna empalada y yo veía la cosa rielándole en los rizos y aquello fue lo más dulce que jamás les escuché decir a las estrellas.
Que esta nueva Bilú era la costilla celeste de mi martirio.
Y al día siguiente nos enteramos de que sus hermanas proponíanse visitarla para su vigésimo aniversario y ella desesperó en balbuciendo que las tres belguitas juntas formaban dende párvulas un escudo de hierro y rogome le escribiera a Francia procurando licencia matrimonial sin la menor demora.
El gobierno había prohibido las bodas de quienes tenían mutuo origen uropeo en aras a mestizar, y si bien no cuadrábamos xatamente con el tal cruzamiento lo nuestro podía ser juzgado como degeneración horrenda por Don Puritanote, que a más no se rebajaba a contestarle ni al Papa.
Tonce argüí rescatar lo que le hacía mi abuelo Juan Antonio a su esposa de ascendencia Tupac Yupanqui cuando ella desmayaba: le agarraba una rodilla en mormorándole una tríada de consejas poblanas.
Nunca dejes decir que no hay amor. Nunca desprecies el amor que das. Nunca pienses que no hay naide perfeto.
Y fue Clara quien me amansó el trenzamiento del reuma por debajo de la mesa y esa noche mensajié:
Esta rodilla / que agarran tus huesitos / llora de vuelo.
Y dipois me orgullecí salado evocando el calesín y agregué dos vuelazos:
Con tu risa / peinada por la luna / me devoraste.
Un arcoiris / reina en tu ría invisible / y yo lo toco.
Y ella mandó en respuesta un palomón ceñudo a quien casi le pongo bandera pois parecía atacarme y descifré, temblando:
Sólo podré vivir en paz en tu corazón, maestro.
No le faltó razón.
Los amores valientes no caben en este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario