REDOTA *
RICARDO AROCENA
El pacto entre Buenos Aires y Montevideo de octubre de 1811 deja expuestas a la "saña de los españoles" a las familias orientales, que desamparadas como consecuencia del "duro golpe", buscan protección y refugio junto a las tropas artiguistas. "El único medio es seguir la suerte del ejército...", proclaman masivamente los vecinos, que intentan escapar a la inevitable represión y saqueo.
A lo largo y ancho de la Banda Oriental corre la voz y un sentimiento nuevo, de patria en movimiento, gana a la población, que se encolumna detrás de su flamante Jefe, Don José Artigas. Subiendo cerros, bajando lomas, despuntando arroyos, en grupos o en forma aislada, en un lento y persistente goteo, las familias paisanas van llegando hasta donde se encuentran las fuerzas patriotas, que hacia principios de noviembre acampan en Soriano, a orillas del Cololó.
Sobre Artigas, que hasta no mucho tiempo atrás no era más que un modesto capitán de Blandengues y que en ese momento era un coronel subordinado a la Junta de Buenos Aires, comienza a caer una pesada responsabilidad, que trasciende en mucho lo meramente militar.
Es el día 3. Cae la tarde y las sombras del grupo de hombres se alargan hasta perderse, detrás de unas carretas, entre la espesura del monte. La bóveda estrellada es el escenario de la conversación del Jefe de los orientales con los integrantes de su séquito. El general dictaba una importante carta que había que mandar lo antes posible a Mariano Vega, uno de sus colaboradores de mayor confianza.
-Adviértale que todo punto que nosotros abandonemos será ocupado por las armas de Montevideo, y no podemos ocupar sino aquellos que conciliando nuestra seguridad nos facilite los recursos precisos. -Un integrante de la comitiva registraba lo que Artigas decía.
La plática los había llevado a la luz de una chispeante fogata ubicada a pocos metros de unos carruajes. El paisanaje que los ocupa comienza a asomarse al reconocer la voz. Muchos ojos se empañan al distinguir a quien habla y un nudo cierra muchas gargantas. Aquel individuo era la encarnación de sus sueños, el que los conduciría a lugares más seguros, adonde pudieran "ser libres".
Ninguno quería interrumpir la conferencia que se llevaba a cabo, percibían que lo que se estaba hablando les concernía. Desde donde estaban se escuchaba nítidamente lo que Artigas decía:
-Yo no puedo fijarme en Mercedes, ni menos mantenerlo con algunas tropas: todo individuo que quiera seguirme, hágalo, viniéndose a Ud. para pasar a Paysandú luego que yo me aproxime a ese punto; no quiero que persona alguna venga forzada; todos voluntariamente deben empeñarse en su libertad, quien no lo quiera, deseará permanecer esclavo.
El Jefe oriental hace una pausa. Al divisar a las mujeres y niños que atentos observan, una súbita ternura lo invade. Por aquellos días algunos de sus jefes, en una reunión, se habían exasperado recordando que habían visto, "expirar de miseria nuestras familias, mirando su desnudes y salpicado con nuestra sangre el decreto triste de su orfandad...". Recordaba con dolor aquellas palabras. Entonces alzando la voz, cosa de ser escuchado por todos los presentes, comienza a decir:
-En cuanto a las familias..., siento infinito que no se hallen los medios de poderlas contener en sus casas: un mundo entero me sigue, retardan mis marchas, y yo me veré cada día más lleno de obstáculos para obrar...
Hizo otra pausa. En el silencio silvestre de la noche veraniega repicaban rondas de grillos. Los que rodeaban al Jefe eran concientes de la sensible trascendencia del momento. Tomándose su tiempo Artigas dicta en forma calmada:
- ... Ellas me han venido a encontrar; de otro modo yo no las habría admitido; por estos motivos encargo a usted se empeñe en que no salga familia alguna...
Varias voces se alzaron para señalar que era imposible contener a los que querían seguir a las tropas, pero Artigas, sonriendo con tristeza y como hablando consigo mismo, agrega:
- ... Les será imposible seguirnos; llegarán casos que nos veamos precisados a no poderlas escoltar; y será muy peor verse desamparadas en unos parajes que nadie podrá valerlas...
El silencio se hace más tenso, pero pronto el "General" tranquiliza los ánimos y conteniendo a sus hombres con un gesto de su mano, agrega en voz más alta:
-Pero si no se convencen por estas razones, déjelas usted que obren como gusten. -Con aquellas palabras apadrinaba lo que ya era un hecho inevitable. El éxodo del pueblo oriental había comenzado.
LA VOZ DE LA LIBERTAD
Al tomar por la Cuchilla de San José los carruajes se inclinan peligrosamente por las empinadas pendientes, pero nada arredra a aquellos patriotas. Hay infinitamente más firmeza y convicción en una sola de aquellas miradas que en todas las encendidas e hipócritas proclamas de la Junta de Buenos Aires.
Tropas y pueblo rumbean buscando un destino. Vista desde lo alto la caravana parece un cuerpo vivo, una larguísima serpiente, que por momentos se parte, para luego recomponerse. Mil inclemencias caen sobre la atronadora y multicolor columna, que no cesa de crecer, al punto de que por momentos no se ven los extremos. Cuando la cabeza sube una loma, la cola se pierde en una llanura. Mirando desde un promontorio, mientras picanea a su caballo, el Jefe oriental comenta a uno de sus comandantes:
-Oyen solo la voz de su libertad, y unidos en masa marchan cargados de sus tiernas familias a esperar mejor proporción para volver a sus antiguas operaciones: yo no he perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la campaña, que lejos de retirarse con arreglo al tratado, se acercan y fortifican más y más; y la poca seguridad que fían sobre la palabra del señor Elío a este respecto, les anima de nuevo.
Los sufrimientos robustecían los lazos de solidaridad de aquella enorme columna de gente, que cada día se sentía en forma más resuelta como parte integrante de una flamante comunidad, soberana e independiente. Los integrantes de aquella colectividad peregrina, ya contaban con un dirigente, que dejaba lo mejor de sí mismo intentando paliar en algo las privaciones de su gente. El estrecho abordaje de los problemas humanos de cada día, irán conformando en la figura de José Artigas al estadista que los orientales estaban precisando.
Son fines de noviembre y las familias continúan sumándose. La caravana se dirige a la Cuchilla del Perdido. Cuando las fatigas amenazan detenerla desde un grupo de carretas unas voces roncas entonan unos versos que fortifican el sentimiento de cuerpo. Las estrofas se extienden como un reguero de pólvora de punta a punta de la columna, aligerando el paso, fortaleciendo los ánimos, encrespando a los caballos.
"¡Orientales, la patria peligra;/ reunidos al Salto volad/; libertad entonando en la marcha/ y al regreso decid, libertad!". Los versos de Bartolomé Hidalgo son todo un manifiesto. Aquel pueblo en marcha se ha elegido el nombre de "oriental", integra una patria que peligra, y lucha por su libertad. Pero además, y sobre eso no caben dudas, está dispuesto a retornar.
Cuando la marcha llega hasta el valle conformado por el Perico y el Vera ya son 800 los vehículos, entre los cuales hay de todo, carretones, rastros, carros, coches, diligencias. Aún en aquellas extrañas circunstancias, la gente continúa viviendo: nace, procrea, ama, comparte, muere... Es la que vida, que nada la detiene.
"Han venido los mancebos, con sus mancebas, los amantes con los objetos de su cariño y los novios tras la dulce esperanza de su corazón", verifica un atareado Figueredo, que un día sí y otro también, se ve obligado a celebrar bodas y bautizos y a registrar defunciones.
Una larga lista de mujeres "cabezas de familia" acompañan la marcha, entre ellas Francisca, Narcisa, Juana, Modesta y Juliana Artigas. También dos cuñadas del Jefe, Doña Josefa Álvarez y Estefanía Mestre; la madre de Lavalleja, Doña Ramona Justina de Latorre; la madre de Rivera, Doña Andrea Toscano; Cecilia Barrios, la madre de Venancio Flores; Tomasa Bauzá y Antonia Avellaneda, que viajaba con su hijo Eugenio Garzón, de solamente 15 años.
Artigas está en todas partes. Por todos lados se le ve, se le oye, se le siente. Aquel hombre es todos y su sola presencia da fortalezas al frágil, levanta el ánimo del decaído, pinta sonrisas en ojos tristes. Marcha a lo largo de la caravana una y otra vez, preocupándose por los más débiles. Como siempre.
-Mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de las privaciones. -Comenta. Pero hombre sensible al fin, llora a los que parten para no volver. Todos lo mencionan como a alguien de su familia, con respeto, con cariño, con ternura, con devoción. Y la caravana sigue, pese a todo sigue: "¡rumbo al Salto, volad!"
Ahora se interpone el Río Negro. Están en el Paso del Yapeyú adonde cruzar en esa época del año no es nada fácil. Hay que ser creativos y no queda otra alternativa que inventar mil maneras para ganar la otra orilla. Finalmente lo logran, entre voceríos, tropas que escapan, relinchos, llanto de niños, quejas de ancianos...
Los orientales solamente se detienen por la noche para descansar de las reciedumbres del día. Pero para Artigas no hay respiro: hay que repartir carne, galletas, ropa, mantas, lo que haya, que es muy poco... Al amanecer renace el movimiento. La zigzagueante columna mide ya una legua de largo... Por momentos, alternadamente, una parte se sumerge en corrientes de agua, como las del Sánchez, Bellaco, o Rabón. Mientras el resto continúa por tierras resecas por el sol.
La caravana a veces se corta y los que van adelante tienen que esperar a los rezagados. Pero pese a todo los orientales siguen: el 24 de noviembre alcanzan las altas palmeras que circundan el Queguay, y el 1º de diciembre se instalan entre los cañaverales que orillean el Quebracho.
LA LEY DE LA TERNURA
Por unos días el Cuartel General se emplaza en el Daymán. Es un momento particularmente importante en lo relacionado con aspectos políticos. A los orientales les urge romper el aislamiento y contar con el concurso de los pueblos vecinos. Con ese objetivo Artigas elabora con fecha 7 de diciembre un pormenorizado informe sobre todo lo ocurrido desde los inicios de la revolución, que dirige a la Junta Gubernativa del Paraguay. Siente que mucho se puede hacer si se reúnen esfuerzos y propone que se planifiquen acciones en común contra los portugos, que pese a los tratados, no habían abandonado la Banda Oriental.
-"La tenacidad de los portugueses, sus miras antiguas sobre el país, los costos enormes de la expedición que Montevideo no puede compensar, la artillería gruesa y morteros que conducen sus movimientos después de nuestra retirada, la dificultad de defenderse por sí misma la plaza de Montevideo en su presente estado, todo anuncia que estos extranjeros tan miserables como ambiciosos, no perderán esta ocasión de ocupar nuestro país: ambos gobiernos han llegado a temerlo así, y una vez verificado nuestro paso más allá del Uruguay, adonde me dirijo con celeridad, y sin que el ejército portugués haga un movimiento retrógrado, será una alarma general que determinará pronto mis operaciones: ellas, espero, nos proporcionarán nuevos días de gloria y acaso cimentarán la felicidad futura de este territorio...", -Dicta Artigas a sus secretarios.
Entre sus manos apretaba un ejemplar del Correo Brasilense, en el que el editor de la publicación reflexionaba sobre las ventajas para los portugueses de ocupar la Banda Oriental. Ojeando la publicación, Artigas agrega, ante la atenta mirada de sus colaboradores:
-"V. S. conocerá con evidencia que sus miras serán extensivas a mayores empresas, y que no había sido en vano el particular deseo que ha demostrado la Corte del Brasil, de introducir su influencia en tan interesante provincia; dueños de sus límites por tierra, seguros de la llave del Río de la Plata, Uruguay y demás vías fluviales, y aumentando su fuerza con exceso, no solo debían prometerse un suceso tan triste para nosotros como halagüeño para ellos, sobre este punto, sino que cortando absolutamente las relaciones exteriores de todas las demás provincias y apoderándose de medios de hostilizarlas -todas ellas entrarían en los cálculos de su ambición, y todas ellas estarían demasiado expuestas a sucumbir al yugo más terrible."
A su lado, escuchando lo que el Jefe oriental iba diciendo, se encontraba el Capitán Juan Francisco Arias, que había sido elegido circunstancial canciller de los orientales para encauzar las negociaciones con el pueblo paraguayo. Los días junto al Queguay sirvieron de descanso, pero el objetivo no se había alcanzado y la caravana se pone en marcha, ahora había un nuevo desafío: partidas portuguesas amenazaban. Artigas dispone patrullas que Buenos Aires no autoriza... Y una vez más continúa la marcha.
-Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes y a la frente de seis mil de ellos, que obrando como soldados de la patria, sabrán conservar sus glorias en cualquier parte. -Reafirma, tozudo, a sus oficiales.
Gracias a la bajante de verano la travesía del Río Uruguay no reviste mayores problemas. Los orientales lo cruzan el 10 de diciembre, diseminándose en pequeños campamentos sobre la costa, en el Peñón de San Carlos o entre los bosques de Concordia. Habían llegado al destino prefijado luego de una dura marcha realizada entre los últimos días de octubre y los primeros de diciembre.
Encabezados por su Jefe, aquel pueblo había avanzado por cuchilla del Perdido, puntas de Cololó, y Paso del Yapeyú. Continuó por el norte a través de la Cuchilla de Haedo hacia el arroyo Bellaco y el arroyo Negro. Luego de cruzar el Paso de las Cadenas, en Paysandú, siguió por Paso de las Piedras en el Queguay y Paso del Chapicuy, para quedar por unos días, como ya se puntualizara, cerca del Daymán. Como no pudo afincarse en el Arroyo de la China, cruzó a la altura del Salto chico para acampar del otro lado del río.
Diez y seis mil personas se esparcen sobre las costas del Ayuí, cerca de la desembocadura en el río Uruguay. Pero los problemas son muchos. Faltan alimentos, ropas, de todo y lo que llega de Buenos Aires no es suficiente. Artigas denuncia una y otra vez la situación calamitosa de su gente, llegando al punto de decir que la situación comprometía "la humanidad hasta el extremo". Exasperado, luego de una de las tantas recorridas, descarga su dolor:
-No se pueden expresar las necesidades que todos padecen, expuestos a la mayor inclemencia; sus miembros desnudos se dejan ver por todas partes, y un poncho hecho pedazos, liado a la cintura, es todo el equipaje de los bravos orientales".
Es que los gauchos y sus familias se habían transformado, producto del sacrificado éxodo y de los padecimientos, en un pueblo en andrajos. Artigas es sensible ante aquella desolación: recorriendo las desaliñadas tolderías, es testigo de una dolorosa situación, cuando nota que un paisano mira con obsesiva atención fumar a un compañero. Pero al verlo acercarse, reprime sus emociones, ostentando la mayor alegría. Ante realidades como aquellas, el Jefe oriental no logra evitar angustiarse.
-Su resignación impone con más vigor la ley de la ternura y es preciso ceder. -Reconoce, sin timidez. Poco a poco comienza a llegar ayuda hasta el campamento como consecuencia del impacto que para el conjunto de los pueblos fue el éxodo oriental. Corrientes conmueve con una ayuda "muy superior a sus pequeños recursos", Entre Ríos acerca lo que puede, de Buenos Aires llegan "637 bultos ..."
ESPECTADOR DE LOS PADECIMIENTOS
Por grandes que sean las privaciones, no por eso los orientales abandonan sus principios y continúan, aún en aquella peculiar situación, ahondando su primera experiencia política. La sola presencia de aquel pueblo peregrino en el Ayuí logra contener los planes expansionistas de los portugueses sobre el Río Uruguay. Pero además la larga marcha y la intensa vida política en el formidable campamento, cristaliza el espíritu colectivo de los orientales, y enaltece la personalidad de su conductor.
En nombre de los paraguayos el Capitán Francisco Bartolomé Laguardia llega hasta la costa del Uruguay portando un cargamento de yerba y tabaco. Lo recibe Artigas en persona, quien había confesado abiertamente que se sentía tan solo un "espectador" de padecimientos, que no tenía" con qué socorrer" a la gente. Entusiasmado recibe al representante con encendidas palabras...
-Basta las delicias que proporcionó este integrante a los orientales para jurar una gratitud eterna a los paraguayos". "No hay dos pueblos más estrechamente ligados, ni con los vínculos más tiernos, más sinceros y más fuertes, más llenos de dignidad y grandeza.
Observando los cientos de carruajes diseminados, el representante, luego de conversar con el conductor oriental, caminando por el campamento registrará, para luego informar a sus superiores...
-Toda esta costa del Uruguay está poblada de familias que salieron de Montevideo; unas bajo las carretas, otras bajo los árboles y todas a la inclemencia del tiempo, pero con tanta conformidad y gusto, que causa admiración y da ejemplo... Es notorio que el General es hombre de entera probidad... Estoy seguro en que no han de admitir a otro Jefe en caso de que Buenos Aires quiera sustituir a éste.
Tenía razón Laguardia: cuando Buenos Aires intenta desconocer a Artigas, los orientales lo rodean. Profundos lazos habían crecido entre el conductor y su pueblo, que marchaba tras de él por convicción, pero también guiado por un invulnerable afecto, que se fue edificando en aquella etapa de privaciones sin límite.
*La presente es una libre recreación del éxodo del pueblo oriental, en parte ficcionada. Los textos de los documentos han sido respetados cuidadosamente, no así las circunstancias en que fueron emitidos, que en algunos casos son producto de la imaginación. Nuestro objetivo ha sido que densos escritos, pocas veces difundidos, lleguen al público más amplio, en forma amena y accesible.
RICARDO AROCENA
El pacto entre Buenos Aires y Montevideo de octubre de 1811 deja expuestas a la "saña de los españoles" a las familias orientales, que desamparadas como consecuencia del "duro golpe", buscan protección y refugio junto a las tropas artiguistas. "El único medio es seguir la suerte del ejército...", proclaman masivamente los vecinos, que intentan escapar a la inevitable represión y saqueo.
A lo largo y ancho de la Banda Oriental corre la voz y un sentimiento nuevo, de patria en movimiento, gana a la población, que se encolumna detrás de su flamante Jefe, Don José Artigas. Subiendo cerros, bajando lomas, despuntando arroyos, en grupos o en forma aislada, en un lento y persistente goteo, las familias paisanas van llegando hasta donde se encuentran las fuerzas patriotas, que hacia principios de noviembre acampan en Soriano, a orillas del Cololó.
Sobre Artigas, que hasta no mucho tiempo atrás no era más que un modesto capitán de Blandengues y que en ese momento era un coronel subordinado a la Junta de Buenos Aires, comienza a caer una pesada responsabilidad, que trasciende en mucho lo meramente militar.
Es el día 3. Cae la tarde y las sombras del grupo de hombres se alargan hasta perderse, detrás de unas carretas, entre la espesura del monte. La bóveda estrellada es el escenario de la conversación del Jefe de los orientales con los integrantes de su séquito. El general dictaba una importante carta que había que mandar lo antes posible a Mariano Vega, uno de sus colaboradores de mayor confianza.
-Adviértale que todo punto que nosotros abandonemos será ocupado por las armas de Montevideo, y no podemos ocupar sino aquellos que conciliando nuestra seguridad nos facilite los recursos precisos. -Un integrante de la comitiva registraba lo que Artigas decía.
La plática los había llevado a la luz de una chispeante fogata ubicada a pocos metros de unos carruajes. El paisanaje que los ocupa comienza a asomarse al reconocer la voz. Muchos ojos se empañan al distinguir a quien habla y un nudo cierra muchas gargantas. Aquel individuo era la encarnación de sus sueños, el que los conduciría a lugares más seguros, adonde pudieran "ser libres".
Ninguno quería interrumpir la conferencia que se llevaba a cabo, percibían que lo que se estaba hablando les concernía. Desde donde estaban se escuchaba nítidamente lo que Artigas decía:
-Yo no puedo fijarme en Mercedes, ni menos mantenerlo con algunas tropas: todo individuo que quiera seguirme, hágalo, viniéndose a Ud. para pasar a Paysandú luego que yo me aproxime a ese punto; no quiero que persona alguna venga forzada; todos voluntariamente deben empeñarse en su libertad, quien no lo quiera, deseará permanecer esclavo.
El Jefe oriental hace una pausa. Al divisar a las mujeres y niños que atentos observan, una súbita ternura lo invade. Por aquellos días algunos de sus jefes, en una reunión, se habían exasperado recordando que habían visto, "expirar de miseria nuestras familias, mirando su desnudes y salpicado con nuestra sangre el decreto triste de su orfandad...". Recordaba con dolor aquellas palabras. Entonces alzando la voz, cosa de ser escuchado por todos los presentes, comienza a decir:
-En cuanto a las familias..., siento infinito que no se hallen los medios de poderlas contener en sus casas: un mundo entero me sigue, retardan mis marchas, y yo me veré cada día más lleno de obstáculos para obrar...
Hizo otra pausa. En el silencio silvestre de la noche veraniega repicaban rondas de grillos. Los que rodeaban al Jefe eran concientes de la sensible trascendencia del momento. Tomándose su tiempo Artigas dicta en forma calmada:
- ... Ellas me han venido a encontrar; de otro modo yo no las habría admitido; por estos motivos encargo a usted se empeñe en que no salga familia alguna...
Varias voces se alzaron para señalar que era imposible contener a los que querían seguir a las tropas, pero Artigas, sonriendo con tristeza y como hablando consigo mismo, agrega:
- ... Les será imposible seguirnos; llegarán casos que nos veamos precisados a no poderlas escoltar; y será muy peor verse desamparadas en unos parajes que nadie podrá valerlas...
El silencio se hace más tenso, pero pronto el "General" tranquiliza los ánimos y conteniendo a sus hombres con un gesto de su mano, agrega en voz más alta:
-Pero si no se convencen por estas razones, déjelas usted que obren como gusten. -Con aquellas palabras apadrinaba lo que ya era un hecho inevitable. El éxodo del pueblo oriental había comenzado.
LA VOZ DE LA LIBERTAD
Al tomar por la Cuchilla de San José los carruajes se inclinan peligrosamente por las empinadas pendientes, pero nada arredra a aquellos patriotas. Hay infinitamente más firmeza y convicción en una sola de aquellas miradas que en todas las encendidas e hipócritas proclamas de la Junta de Buenos Aires.
Tropas y pueblo rumbean buscando un destino. Vista desde lo alto la caravana parece un cuerpo vivo, una larguísima serpiente, que por momentos se parte, para luego recomponerse. Mil inclemencias caen sobre la atronadora y multicolor columna, que no cesa de crecer, al punto de que por momentos no se ven los extremos. Cuando la cabeza sube una loma, la cola se pierde en una llanura. Mirando desde un promontorio, mientras picanea a su caballo, el Jefe oriental comenta a uno de sus comandantes:
-Oyen solo la voz de su libertad, y unidos en masa marchan cargados de sus tiernas familias a esperar mejor proporción para volver a sus antiguas operaciones: yo no he perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la campaña, que lejos de retirarse con arreglo al tratado, se acercan y fortifican más y más; y la poca seguridad que fían sobre la palabra del señor Elío a este respecto, les anima de nuevo.
Los sufrimientos robustecían los lazos de solidaridad de aquella enorme columna de gente, que cada día se sentía en forma más resuelta como parte integrante de una flamante comunidad, soberana e independiente. Los integrantes de aquella colectividad peregrina, ya contaban con un dirigente, que dejaba lo mejor de sí mismo intentando paliar en algo las privaciones de su gente. El estrecho abordaje de los problemas humanos de cada día, irán conformando en la figura de José Artigas al estadista que los orientales estaban precisando.
Son fines de noviembre y las familias continúan sumándose. La caravana se dirige a la Cuchilla del Perdido. Cuando las fatigas amenazan detenerla desde un grupo de carretas unas voces roncas entonan unos versos que fortifican el sentimiento de cuerpo. Las estrofas se extienden como un reguero de pólvora de punta a punta de la columna, aligerando el paso, fortaleciendo los ánimos, encrespando a los caballos.
"¡Orientales, la patria peligra;/ reunidos al Salto volad/; libertad entonando en la marcha/ y al regreso decid, libertad!". Los versos de Bartolomé Hidalgo son todo un manifiesto. Aquel pueblo en marcha se ha elegido el nombre de "oriental", integra una patria que peligra, y lucha por su libertad. Pero además, y sobre eso no caben dudas, está dispuesto a retornar.
Cuando la marcha llega hasta el valle conformado por el Perico y el Vera ya son 800 los vehículos, entre los cuales hay de todo, carretones, rastros, carros, coches, diligencias. Aún en aquellas extrañas circunstancias, la gente continúa viviendo: nace, procrea, ama, comparte, muere... Es la que vida, que nada la detiene.
"Han venido los mancebos, con sus mancebas, los amantes con los objetos de su cariño y los novios tras la dulce esperanza de su corazón", verifica un atareado Figueredo, que un día sí y otro también, se ve obligado a celebrar bodas y bautizos y a registrar defunciones.
Una larga lista de mujeres "cabezas de familia" acompañan la marcha, entre ellas Francisca, Narcisa, Juana, Modesta y Juliana Artigas. También dos cuñadas del Jefe, Doña Josefa Álvarez y Estefanía Mestre; la madre de Lavalleja, Doña Ramona Justina de Latorre; la madre de Rivera, Doña Andrea Toscano; Cecilia Barrios, la madre de Venancio Flores; Tomasa Bauzá y Antonia Avellaneda, que viajaba con su hijo Eugenio Garzón, de solamente 15 años.
Artigas está en todas partes. Por todos lados se le ve, se le oye, se le siente. Aquel hombre es todos y su sola presencia da fortalezas al frágil, levanta el ánimo del decaído, pinta sonrisas en ojos tristes. Marcha a lo largo de la caravana una y otra vez, preocupándose por los más débiles. Como siempre.
-Mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de las privaciones. -Comenta. Pero hombre sensible al fin, llora a los que parten para no volver. Todos lo mencionan como a alguien de su familia, con respeto, con cariño, con ternura, con devoción. Y la caravana sigue, pese a todo sigue: "¡rumbo al Salto, volad!"
Ahora se interpone el Río Negro. Están en el Paso del Yapeyú adonde cruzar en esa época del año no es nada fácil. Hay que ser creativos y no queda otra alternativa que inventar mil maneras para ganar la otra orilla. Finalmente lo logran, entre voceríos, tropas que escapan, relinchos, llanto de niños, quejas de ancianos...
Los orientales solamente se detienen por la noche para descansar de las reciedumbres del día. Pero para Artigas no hay respiro: hay que repartir carne, galletas, ropa, mantas, lo que haya, que es muy poco... Al amanecer renace el movimiento. La zigzagueante columna mide ya una legua de largo... Por momentos, alternadamente, una parte se sumerge en corrientes de agua, como las del Sánchez, Bellaco, o Rabón. Mientras el resto continúa por tierras resecas por el sol.
La caravana a veces se corta y los que van adelante tienen que esperar a los rezagados. Pero pese a todo los orientales siguen: el 24 de noviembre alcanzan las altas palmeras que circundan el Queguay, y el 1º de diciembre se instalan entre los cañaverales que orillean el Quebracho.
LA LEY DE LA TERNURA
Por unos días el Cuartel General se emplaza en el Daymán. Es un momento particularmente importante en lo relacionado con aspectos políticos. A los orientales les urge romper el aislamiento y contar con el concurso de los pueblos vecinos. Con ese objetivo Artigas elabora con fecha 7 de diciembre un pormenorizado informe sobre todo lo ocurrido desde los inicios de la revolución, que dirige a la Junta Gubernativa del Paraguay. Siente que mucho se puede hacer si se reúnen esfuerzos y propone que se planifiquen acciones en común contra los portugos, que pese a los tratados, no habían abandonado la Banda Oriental.
-"La tenacidad de los portugueses, sus miras antiguas sobre el país, los costos enormes de la expedición que Montevideo no puede compensar, la artillería gruesa y morteros que conducen sus movimientos después de nuestra retirada, la dificultad de defenderse por sí misma la plaza de Montevideo en su presente estado, todo anuncia que estos extranjeros tan miserables como ambiciosos, no perderán esta ocasión de ocupar nuestro país: ambos gobiernos han llegado a temerlo así, y una vez verificado nuestro paso más allá del Uruguay, adonde me dirijo con celeridad, y sin que el ejército portugués haga un movimiento retrógrado, será una alarma general que determinará pronto mis operaciones: ellas, espero, nos proporcionarán nuevos días de gloria y acaso cimentarán la felicidad futura de este territorio...", -Dicta Artigas a sus secretarios.
Entre sus manos apretaba un ejemplar del Correo Brasilense, en el que el editor de la publicación reflexionaba sobre las ventajas para los portugueses de ocupar la Banda Oriental. Ojeando la publicación, Artigas agrega, ante la atenta mirada de sus colaboradores:
-"V. S. conocerá con evidencia que sus miras serán extensivas a mayores empresas, y que no había sido en vano el particular deseo que ha demostrado la Corte del Brasil, de introducir su influencia en tan interesante provincia; dueños de sus límites por tierra, seguros de la llave del Río de la Plata, Uruguay y demás vías fluviales, y aumentando su fuerza con exceso, no solo debían prometerse un suceso tan triste para nosotros como halagüeño para ellos, sobre este punto, sino que cortando absolutamente las relaciones exteriores de todas las demás provincias y apoderándose de medios de hostilizarlas -todas ellas entrarían en los cálculos de su ambición, y todas ellas estarían demasiado expuestas a sucumbir al yugo más terrible."
A su lado, escuchando lo que el Jefe oriental iba diciendo, se encontraba el Capitán Juan Francisco Arias, que había sido elegido circunstancial canciller de los orientales para encauzar las negociaciones con el pueblo paraguayo. Los días junto al Queguay sirvieron de descanso, pero el objetivo no se había alcanzado y la caravana se pone en marcha, ahora había un nuevo desafío: partidas portuguesas amenazaban. Artigas dispone patrullas que Buenos Aires no autoriza... Y una vez más continúa la marcha.
-Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes y a la frente de seis mil de ellos, que obrando como soldados de la patria, sabrán conservar sus glorias en cualquier parte. -Reafirma, tozudo, a sus oficiales.
Gracias a la bajante de verano la travesía del Río Uruguay no reviste mayores problemas. Los orientales lo cruzan el 10 de diciembre, diseminándose en pequeños campamentos sobre la costa, en el Peñón de San Carlos o entre los bosques de Concordia. Habían llegado al destino prefijado luego de una dura marcha realizada entre los últimos días de octubre y los primeros de diciembre.
Encabezados por su Jefe, aquel pueblo había avanzado por cuchilla del Perdido, puntas de Cololó, y Paso del Yapeyú. Continuó por el norte a través de la Cuchilla de Haedo hacia el arroyo Bellaco y el arroyo Negro. Luego de cruzar el Paso de las Cadenas, en Paysandú, siguió por Paso de las Piedras en el Queguay y Paso del Chapicuy, para quedar por unos días, como ya se puntualizara, cerca del Daymán. Como no pudo afincarse en el Arroyo de la China, cruzó a la altura del Salto chico para acampar del otro lado del río.
Diez y seis mil personas se esparcen sobre las costas del Ayuí, cerca de la desembocadura en el río Uruguay. Pero los problemas son muchos. Faltan alimentos, ropas, de todo y lo que llega de Buenos Aires no es suficiente. Artigas denuncia una y otra vez la situación calamitosa de su gente, llegando al punto de decir que la situación comprometía "la humanidad hasta el extremo". Exasperado, luego de una de las tantas recorridas, descarga su dolor:
-No se pueden expresar las necesidades que todos padecen, expuestos a la mayor inclemencia; sus miembros desnudos se dejan ver por todas partes, y un poncho hecho pedazos, liado a la cintura, es todo el equipaje de los bravos orientales".
Es que los gauchos y sus familias se habían transformado, producto del sacrificado éxodo y de los padecimientos, en un pueblo en andrajos. Artigas es sensible ante aquella desolación: recorriendo las desaliñadas tolderías, es testigo de una dolorosa situación, cuando nota que un paisano mira con obsesiva atención fumar a un compañero. Pero al verlo acercarse, reprime sus emociones, ostentando la mayor alegría. Ante realidades como aquellas, el Jefe oriental no logra evitar angustiarse.
-Su resignación impone con más vigor la ley de la ternura y es preciso ceder. -Reconoce, sin timidez. Poco a poco comienza a llegar ayuda hasta el campamento como consecuencia del impacto que para el conjunto de los pueblos fue el éxodo oriental. Corrientes conmueve con una ayuda "muy superior a sus pequeños recursos", Entre Ríos acerca lo que puede, de Buenos Aires llegan "637 bultos ..."
ESPECTADOR DE LOS PADECIMIENTOS
Por grandes que sean las privaciones, no por eso los orientales abandonan sus principios y continúan, aún en aquella peculiar situación, ahondando su primera experiencia política. La sola presencia de aquel pueblo peregrino en el Ayuí logra contener los planes expansionistas de los portugueses sobre el Río Uruguay. Pero además la larga marcha y la intensa vida política en el formidable campamento, cristaliza el espíritu colectivo de los orientales, y enaltece la personalidad de su conductor.
En nombre de los paraguayos el Capitán Francisco Bartolomé Laguardia llega hasta la costa del Uruguay portando un cargamento de yerba y tabaco. Lo recibe Artigas en persona, quien había confesado abiertamente que se sentía tan solo un "espectador" de padecimientos, que no tenía" con qué socorrer" a la gente. Entusiasmado recibe al representante con encendidas palabras...
-Basta las delicias que proporcionó este integrante a los orientales para jurar una gratitud eterna a los paraguayos". "No hay dos pueblos más estrechamente ligados, ni con los vínculos más tiernos, más sinceros y más fuertes, más llenos de dignidad y grandeza.
Observando los cientos de carruajes diseminados, el representante, luego de conversar con el conductor oriental, caminando por el campamento registrará, para luego informar a sus superiores...
-Toda esta costa del Uruguay está poblada de familias que salieron de Montevideo; unas bajo las carretas, otras bajo los árboles y todas a la inclemencia del tiempo, pero con tanta conformidad y gusto, que causa admiración y da ejemplo... Es notorio que el General es hombre de entera probidad... Estoy seguro en que no han de admitir a otro Jefe en caso de que Buenos Aires quiera sustituir a éste.
Tenía razón Laguardia: cuando Buenos Aires intenta desconocer a Artigas, los orientales lo rodean. Profundos lazos habían crecido entre el conductor y su pueblo, que marchaba tras de él por convicción, pero también guiado por un invulnerable afecto, que se fue edificando en aquella etapa de privaciones sin límite.
*La presente es una libre recreación del éxodo del pueblo oriental, en parte ficcionada. Los textos de los documentos han sido respetados cuidadosamente, no así las circunstancias en que fueron emitidos, que en algunos casos son producto de la imaginación. Nuestro objetivo ha sido que densos escritos, pocas veces difundidos, lleguen al público más amplio, en forma amena y accesible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario