OCTAVA ENTREGA (CAPÍTULOS 3 AL 7 DE DOS)
3 / TARTAMUDO
Los portugos nos invadieron dos meses después de Las Piedras y nosotros en ayunas del embrollo palatino.
Después supimos que Sarratea había estado en Janeiro dende abril negociando con Joao VI y Carlota Joaquina la entrega de la Banda hasta que el anglés Strangford intercedió por los godos.
Lembro que tras la redota le señalé a la Junta paraguaya que no mediando la inacción de mi Jefe Rondeau, quien se incorporó al Sitio recién en junio, hubiésemos arrasado enseguida con aquel chiquero lleno de cobardía y hambruna.
Y hasta tuve que apurar la hez más humillante exigiéndoles rendición en aras a conservar ileso al augusto Fernando VII del tirano de la Uropa.
Voto a bríos que fue la única vez en mi sobada vida que lo menté, carajo.
Entonces al virrey se le ocurrió tentarme con dineros y honores y respondí que tal señuelo era una afrenta indina y aborrecible y apresé al mensajero pa que lo juzgaran en Buenos Aires.
Aquel servilón sí que se salvó enancado sobre un piojo, porque en el 18 no hesité en fusilar a don Pascual Moreno, portador de un envite con la misma calaña.
Porque allí mandaba yo.
Y cualquier causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios.
Al cabo Elío se vengó expulsando a las familias liadas con la insurgencia y la tarde que bajé en brazos a Rafaela de una carretilla sentí que ahora conformábamos el reverso de la estatua vaticana.
Se dividen las vidas.
A los franciscanos los tiraron una noche casi en pelota entre la cimarronada y mandé una partida pa auxiliarlos.
Después contaban en plena llorera que cuando ya arrastrados hasta el Portón le rogaron a un tal Pampillo les dispensase recoger los breviarios y los mantos en el nombre de Dios y María Santísima, el godo blasfemó protestando que Nuestro Señor y Nuestra Señora no existían.
El imperio cristiano.
Rondeau seguía concibiendo la irrisoria resistencia en los dos frentes, aunque caía de sí que dilataba el plazo para la consumación de otro tejemaneje y hasta el propio virrey tramoyó un bombardeo divertido contra Buenos Aires.
Yo recelé enseguida que el punto iba a ser concertar zafiamente un retiro y calificar a los continentitos de Souza como pacificadores.
Y cuando cundió el fomes y mi pueblo pidió junta pensé en el Tucho Arrieta y su puro españolismo.
Entonces le dedicamos una copla con Bartolo:
Cielito del tartamudo / que siempre dijo que no. / Sigo pobre y no me vendo / la puta que los parió.
4 / PACIFICADORES
La verdá va adelante.
Y en aquel aje amargo donde la Banda pareció escorarse derecho al finisterre sentí que a Pepe Artigas lo reclamaban todos y él no sabía quién era.
Lo hermoso fue enterarme que el presbítero sorianense Tomás Gomenzoro alucinó a tal grado con la causa independentista que el 25 de mayo le estampó una partida de defunción a la tiranía en el libro parroquial.
Y esa clase de augurios ya no pueden tacharse.
Dizque Elío informó a Souza que los insurgentes éramos unos gauchos inorantes compelidos por la fuerza y sin armas, aunque con aptitudes para quitar carretas y caballadas.
No conocía la fe que amasamos para durar.
Y en setiembre sus edecanes transaron un cese de hostilidades con el triunvirato bonaerense y santas pascuas.
Rondeau recibió la orden de esperar el arribo de José Julián Pérez para ajustar el armisticio con Elío y cuando el encopetado se allegó a interpelarnos yo me negué absolutamente a aprobar aquel chanchullo.
Entonces se resolvió convocar una junta de vecinos en el Cuartel General para esa misma noche.
El reuma se me volvía plomo en la calavera y me acuclillé en el establo a gargajear melaza de naco y primero se metió Javier de Viana a preguntarme con qué recursos pensaba resistir a los portugueses y le contesté que con palos, dientes y uñas.
Creo que esa vez no conjuré a los perros cimarrones.
Y al rato aparece Rafaela con una diadema igual a la del casamiento y me di cuenta que las palomas invisibles que fingía acariciar eran Petronila y Eulalia y la hubiera abofeteado.
¿Por qué no se moría?
Y en la panadería de Vidal y en la quinta de La Paraguaya caté con llaga propia que cuando se habla de ruptura de cadenas o mundo nuevo o regeneración política hay que poner los güevos a asar aunque se coma bosta.
Mis paisanos en armas me empezaron a llamar el Jefe de los Orientales y nos retiramos hasta el arroyo San José rumiando una esperanza que se nos estragó con la ratificación inmediata del armisticio.
Y Elío incluso osó proclamar una pomposidad donde se nos invitaba a disfrutar de nuestros bienes sin que hubiera persecución por ninguna turbulencia pasada.
El delito había sido existir.
Y fue allí cuando mi gente se ofreció a dejar todo y marchar protegida por la locura de mi libertá.
Entonces la caravana redotada penetró en el relumbre de un horizonte rojo y pude asir el suave perfume de mi ánima.
La pobre Ojos de Plata.
5 / LUCIÉRNAGAS
El gran Moisés.
Ya corriendo diciembre acampamos en el Salto Chico. Entre ejército, familias, caballos de reserva y boyadas y ovejas sumaríamos fácilmente treinta mil criaturas.
Buenos Aires me nombró Teniente Gobernador de Yapeyú y me cedió a los blandengues veteranos y ocho piezas de artillería.
Un triunvirato solícito.
Vigodet fue nombrado virrey y clavaba las cabezas de los malhechores que asolaban el Este casi desierto.
Todo por amor al rey.
Entonces mandé levantar un Padrón de familias y les dirigí una nota a los paraguayos con mi primer edecán y agente confidencial Francisco Arias, donde exponía un plan de confederación entre las repúblicas hermanas, independientes y democráticas que me ilusionó mucho.
Los portugos nos seguían tarasqueando pois aquel armisticio era tinta simpática y celada de exterminio, por lo que me decidí a sosegar nuestra cruda libertad allende el Hervidero.
Y aunque me pintó susto, pensé que el Urú era una hilachita con meneo de muselina cumparado al Mar Rojo.
Las familias terminaron de vadearlo antes de Navidad, y los demás nos quedamos en custodia hasta enero.
Pero la noche antes de la cruzada me visitó una bilú que me esperaba para flamear sobre mi envergadura con un coño de ágata y me desperté hecho leche y salí a recorrer el campamento y sentí que los fogones y los cigarros relumbraban como un estrellerío florecido en nosotros.
Allí, entre los andrajos.
Yo le tomé afición al rosario y a la Vulgata recién en Curuguaty y solía leerles trozos del Éxodo a los niños, convirtiéndoselos a su idioma. Hasta que aquellos ojazos húmedos se les acollaraban haciéndome soñar con la Patria que vide.
Mi Purificación.
Y Ansina solía cantarles por arpa doradísima:
Sólo el recuerdo del gran Tupá / y las promesas de su Cuatiaité / dieron a nuestro corazones yeroviá / en esa larga angé piharé.
Sólo el recuerdo del Libro de Dios nos dio esperanza en la noche pasada.
Y una vez le comenté a uno de los viajeros que cada tanto atracan a inmiscuirse en lo íntimo:
Los niños americanos tienen que saber que se puede elegir entre el cautiverio y el desierto.
El vadeo hecho a cacunda y con balsas y carretas y pelotas de cuero iba formando charcos color lastimadura que al menos le endulzaban la sed a las gaviotas.
Mi pueblo de luciérnagas.
6 / BABILONIA
En el verano del 12 le expuse a los porteños mi plan para hacer disparar irremisiblemente a los portugos, contando con el apoyo de tropas correntinas y misioneras en las que ya fervoraba nuestro fomes.
Pero a la rinconada de las buenas pasturas del Ayuí recién nos dirigimos cuando colmilleó mayo.
Y antes pasó de todo.
Cuando llegó Laguardia, el comisionado de la Junta paraguaya, euforizamos cuatro días con sus noches bailongueando entre aquella desnudez y hubo vivas radiantemente mutuos y se gastó hasta en bombas.
El guaraní parecían derrochar fe en la cosa.
Nos trajo nada más que tabaco y yerba y los porteños igualmente recelaron de una eventual seducción. Me aprobaron el vadeo hacia la Banda y el comienzo de un desgaste guerrillero centrado en Santa Tecla, pero tampoco me mandaron hombres.
Y entuavía me humillaban recomendándome que verificara mis acciones con la casi moral seguridad de conseguirlas y sin olvidar que el principal objetivo era la toma de Montevideo.
Por lo menos de vez en cuando me hacían reír, los logieros de mierda.
Y cuando recruzamos el Urú rugí bilis tratando de evitar que las familias se nos ensanguijuelaran y a más llovía rabioso y vi desaparecer niños arremolinados con total impotencia y después que los continentitos nos obligaron a refalar en reverso como cuzcos pedreados acuñé un de profundis imborrable.
Cuánto les cuesta a los hombres decorarse con el carácter divino de libres, Señor.
Los porteños se hicieron con un triunfazo en el Alto Perú y enseguida amañaron el armisticio Rademaker Herrera y nos cayó al Ayuí el tinterillo Sarratea como General en Jefe del Ejército del Norte, siendo yo descendido a Capitán en la Banda.
El hermano ampulaba un perfume destinado a que los miserables se sintieran estiércol.
Y al cabo terminé pidiéndole que incluyera en la acción de gracias mi rechazo al nuevo cargo y se me considerara un ciudadano común y recordé al profeta: Fijate de qué lado de la mecha te encontrás. Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve.
El Napoleoncito acampó en el Arroyo de la China meta festicholeo y dende allí empezó a surtirse con mi gente.
Y Joaquín mormoraba una copla tucumana: Detrás del ruido del oro / van los maulas como hacienda / no hay flojo que no se venda / por una sucia moneda / mas siempre en mi patria queda / criollaje que la defienda.
En un mes me abandonaron Baltar, Ojeda y Valdenegro, y el jedoroso formó un ejército con blandengues y todo.
Y una noche muy blanca me retiré a pispar un pericón brujiento que se arma entre las vizcachas y los ñacurutuses y pensé: Hay que salvarse.
Aunque de conocer el Cuatiaité también hubiese cabido confesarle a la luna:
Junto a los ríos de Babilonia estamos sentados y lloramos.
7 / PUEBLO
La cosa era durar.
Y en agosto me socorrió un milagro, porque los tole-toles que se armaban entre los juidos a Sarratea y mis asistentes fieles ya nos hacían parecer las achuras de un ejército y eso me recordaba a las vizcachas y los ñacurutuses periconeando abajo de la guidaí para folgar al diablo.
Y entonces aparecieron los vecinos encharretados por sus meros güevos a pedirme independencia y separación de la pringosa Junta y hasta me mandonearon exigiendo decorarse con el autogobierno que siempre les prediqué.
Qué linda que es la vida.
Pero lo de más intriga fue que don Miguel Pisani, mi secretario militar y traductor oficial también pasado a filas del jedoroso, me haya caído al cuartel el día anterior con el rabo enrollado.
Yo jamás iba a dejar de estimarlo porque le debía el conocimiento de Paine y Rousseau, sumado a los importantísimos desgloses que me aportaba sobre los masones.
Y si bien resultaba un blandengue de entereza cincelada en batalla y en sagacidad puesta siempre al servicio de la liberación, al maltés todavía le faltaba entender quién era él mismo.
Nada lo del ojo, tuerto.
Barreiro nos dejó solos y el otro don Miguel sudoreó en pleno agosto pois traía trozo gordo, y confieso que debí disimular un sobresalto cuando me notició que el nuevo Triunvirato impuesto en Buenos Aires respondía a los Lautaros y que habían decidido enviarme al Vice-Venerable mayor Alvear para zanjar la desunión sembrada por el tinterillo.
Pero mira por dónde se endereza el descule, llegué a pensar y al punto hice escudo en la fijeza de mi azul atigrado que es capaz de arrodillarle los ojos a cualquiera.
No siempre soy modesto.
Y enseguida recibí proposición formal de adhesión a la Gran Logia en pos de la unidad imprescindible para abroquelarnos contra toda tiranía extranjera y ardí en exaltamiento, hasta que el maltés murmulló que el jerodoso también pertenecía a la reconstituida hermandad.
Entonces me limité a argumentar que con las dificultades presentes nos convenía emprender la marcha a Montevideo y después entrevistarnos con el Vice-Venerable.
Pepe pisando huevos.
¿No comprendía el buen tape San Martín que si se entreveraba con todo el baboserío íbamos a virar hacia la estrategia anglesa de dividir y encima monarquiando?
Y justo al otro día mis vecinos forzaron el desmadre celeste y resolvieron por asamblea comisionar a Martínez de Haedo pa exponerle al Cabildo porteño y al nuevo Triunvirato su sacrosanta investidura de pueblo en armas constituido solemnemente y guiado por mi dignísima persona.
Patria nuestra que estás en los que duran.
3 / TARTAMUDO
Los portugos nos invadieron dos meses después de Las Piedras y nosotros en ayunas del embrollo palatino.
Después supimos que Sarratea había estado en Janeiro dende abril negociando con Joao VI y Carlota Joaquina la entrega de la Banda hasta que el anglés Strangford intercedió por los godos.
Lembro que tras la redota le señalé a la Junta paraguaya que no mediando la inacción de mi Jefe Rondeau, quien se incorporó al Sitio recién en junio, hubiésemos arrasado enseguida con aquel chiquero lleno de cobardía y hambruna.
Y hasta tuve que apurar la hez más humillante exigiéndoles rendición en aras a conservar ileso al augusto Fernando VII del tirano de la Uropa.
Voto a bríos que fue la única vez en mi sobada vida que lo menté, carajo.
Entonces al virrey se le ocurrió tentarme con dineros y honores y respondí que tal señuelo era una afrenta indina y aborrecible y apresé al mensajero pa que lo juzgaran en Buenos Aires.
Aquel servilón sí que se salvó enancado sobre un piojo, porque en el 18 no hesité en fusilar a don Pascual Moreno, portador de un envite con la misma calaña.
Porque allí mandaba yo.
Y cualquier causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios.
Al cabo Elío se vengó expulsando a las familias liadas con la insurgencia y la tarde que bajé en brazos a Rafaela de una carretilla sentí que ahora conformábamos el reverso de la estatua vaticana.
Se dividen las vidas.
A los franciscanos los tiraron una noche casi en pelota entre la cimarronada y mandé una partida pa auxiliarlos.
Después contaban en plena llorera que cuando ya arrastrados hasta el Portón le rogaron a un tal Pampillo les dispensase recoger los breviarios y los mantos en el nombre de Dios y María Santísima, el godo blasfemó protestando que Nuestro Señor y Nuestra Señora no existían.
El imperio cristiano.
Rondeau seguía concibiendo la irrisoria resistencia en los dos frentes, aunque caía de sí que dilataba el plazo para la consumación de otro tejemaneje y hasta el propio virrey tramoyó un bombardeo divertido contra Buenos Aires.
Yo recelé enseguida que el punto iba a ser concertar zafiamente un retiro y calificar a los continentitos de Souza como pacificadores.
Y cuando cundió el fomes y mi pueblo pidió junta pensé en el Tucho Arrieta y su puro españolismo.
Entonces le dedicamos una copla con Bartolo:
Cielito del tartamudo / que siempre dijo que no. / Sigo pobre y no me vendo / la puta que los parió.
4 / PACIFICADORES
La verdá va adelante.
Y en aquel aje amargo donde la Banda pareció escorarse derecho al finisterre sentí que a Pepe Artigas lo reclamaban todos y él no sabía quién era.
Lo hermoso fue enterarme que el presbítero sorianense Tomás Gomenzoro alucinó a tal grado con la causa independentista que el 25 de mayo le estampó una partida de defunción a la tiranía en el libro parroquial.
Y esa clase de augurios ya no pueden tacharse.
Dizque Elío informó a Souza que los insurgentes éramos unos gauchos inorantes compelidos por la fuerza y sin armas, aunque con aptitudes para quitar carretas y caballadas.
No conocía la fe que amasamos para durar.
Y en setiembre sus edecanes transaron un cese de hostilidades con el triunvirato bonaerense y santas pascuas.
Rondeau recibió la orden de esperar el arribo de José Julián Pérez para ajustar el armisticio con Elío y cuando el encopetado se allegó a interpelarnos yo me negué absolutamente a aprobar aquel chanchullo.
Entonces se resolvió convocar una junta de vecinos en el Cuartel General para esa misma noche.
El reuma se me volvía plomo en la calavera y me acuclillé en el establo a gargajear melaza de naco y primero se metió Javier de Viana a preguntarme con qué recursos pensaba resistir a los portugueses y le contesté que con palos, dientes y uñas.
Creo que esa vez no conjuré a los perros cimarrones.
Y al rato aparece Rafaela con una diadema igual a la del casamiento y me di cuenta que las palomas invisibles que fingía acariciar eran Petronila y Eulalia y la hubiera abofeteado.
¿Por qué no se moría?
Y en la panadería de Vidal y en la quinta de La Paraguaya caté con llaga propia que cuando se habla de ruptura de cadenas o mundo nuevo o regeneración política hay que poner los güevos a asar aunque se coma bosta.
Mis paisanos en armas me empezaron a llamar el Jefe de los Orientales y nos retiramos hasta el arroyo San José rumiando una esperanza que se nos estragó con la ratificación inmediata del armisticio.
Y Elío incluso osó proclamar una pomposidad donde se nos invitaba a disfrutar de nuestros bienes sin que hubiera persecución por ninguna turbulencia pasada.
El delito había sido existir.
Y fue allí cuando mi gente se ofreció a dejar todo y marchar protegida por la locura de mi libertá.
Entonces la caravana redotada penetró en el relumbre de un horizonte rojo y pude asir el suave perfume de mi ánima.
La pobre Ojos de Plata.
5 / LUCIÉRNAGAS
El gran Moisés.
Ya corriendo diciembre acampamos en el Salto Chico. Entre ejército, familias, caballos de reserva y boyadas y ovejas sumaríamos fácilmente treinta mil criaturas.
Buenos Aires me nombró Teniente Gobernador de Yapeyú y me cedió a los blandengues veteranos y ocho piezas de artillería.
Un triunvirato solícito.
Vigodet fue nombrado virrey y clavaba las cabezas de los malhechores que asolaban el Este casi desierto.
Todo por amor al rey.
Entonces mandé levantar un Padrón de familias y les dirigí una nota a los paraguayos con mi primer edecán y agente confidencial Francisco Arias, donde exponía un plan de confederación entre las repúblicas hermanas, independientes y democráticas que me ilusionó mucho.
Los portugos nos seguían tarasqueando pois aquel armisticio era tinta simpática y celada de exterminio, por lo que me decidí a sosegar nuestra cruda libertad allende el Hervidero.
Y aunque me pintó susto, pensé que el Urú era una hilachita con meneo de muselina cumparado al Mar Rojo.
Las familias terminaron de vadearlo antes de Navidad, y los demás nos quedamos en custodia hasta enero.
Pero la noche antes de la cruzada me visitó una bilú que me esperaba para flamear sobre mi envergadura con un coño de ágata y me desperté hecho leche y salí a recorrer el campamento y sentí que los fogones y los cigarros relumbraban como un estrellerío florecido en nosotros.
Allí, entre los andrajos.
Yo le tomé afición al rosario y a la Vulgata recién en Curuguaty y solía leerles trozos del Éxodo a los niños, convirtiéndoselos a su idioma. Hasta que aquellos ojazos húmedos se les acollaraban haciéndome soñar con la Patria que vide.
Mi Purificación.
Y Ansina solía cantarles por arpa doradísima:
Sólo el recuerdo del gran Tupá / y las promesas de su Cuatiaité / dieron a nuestro corazones yeroviá / en esa larga angé piharé.
Sólo el recuerdo del Libro de Dios nos dio esperanza en la noche pasada.
Y una vez le comenté a uno de los viajeros que cada tanto atracan a inmiscuirse en lo íntimo:
Los niños americanos tienen que saber que se puede elegir entre el cautiverio y el desierto.
El vadeo hecho a cacunda y con balsas y carretas y pelotas de cuero iba formando charcos color lastimadura que al menos le endulzaban la sed a las gaviotas.
Mi pueblo de luciérnagas.
6 / BABILONIA
En el verano del 12 le expuse a los porteños mi plan para hacer disparar irremisiblemente a los portugos, contando con el apoyo de tropas correntinas y misioneras en las que ya fervoraba nuestro fomes.
Pero a la rinconada de las buenas pasturas del Ayuí recién nos dirigimos cuando colmilleó mayo.
Y antes pasó de todo.
Cuando llegó Laguardia, el comisionado de la Junta paraguaya, euforizamos cuatro días con sus noches bailongueando entre aquella desnudez y hubo vivas radiantemente mutuos y se gastó hasta en bombas.
El guaraní parecían derrochar fe en la cosa.
Nos trajo nada más que tabaco y yerba y los porteños igualmente recelaron de una eventual seducción. Me aprobaron el vadeo hacia la Banda y el comienzo de un desgaste guerrillero centrado en Santa Tecla, pero tampoco me mandaron hombres.
Y entuavía me humillaban recomendándome que verificara mis acciones con la casi moral seguridad de conseguirlas y sin olvidar que el principal objetivo era la toma de Montevideo.
Por lo menos de vez en cuando me hacían reír, los logieros de mierda.
Y cuando recruzamos el Urú rugí bilis tratando de evitar que las familias se nos ensanguijuelaran y a más llovía rabioso y vi desaparecer niños arremolinados con total impotencia y después que los continentitos nos obligaron a refalar en reverso como cuzcos pedreados acuñé un de profundis imborrable.
Cuánto les cuesta a los hombres decorarse con el carácter divino de libres, Señor.
Los porteños se hicieron con un triunfazo en el Alto Perú y enseguida amañaron el armisticio Rademaker Herrera y nos cayó al Ayuí el tinterillo Sarratea como General en Jefe del Ejército del Norte, siendo yo descendido a Capitán en la Banda.
El hermano ampulaba un perfume destinado a que los miserables se sintieran estiércol.
Y al cabo terminé pidiéndole que incluyera en la acción de gracias mi rechazo al nuevo cargo y se me considerara un ciudadano común y recordé al profeta: Fijate de qué lado de la mecha te encontrás. Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve.
El Napoleoncito acampó en el Arroyo de la China meta festicholeo y dende allí empezó a surtirse con mi gente.
Y Joaquín mormoraba una copla tucumana: Detrás del ruido del oro / van los maulas como hacienda / no hay flojo que no se venda / por una sucia moneda / mas siempre en mi patria queda / criollaje que la defienda.
En un mes me abandonaron Baltar, Ojeda y Valdenegro, y el jedoroso formó un ejército con blandengues y todo.
Y una noche muy blanca me retiré a pispar un pericón brujiento que se arma entre las vizcachas y los ñacurutuses y pensé: Hay que salvarse.
Aunque de conocer el Cuatiaité también hubiese cabido confesarle a la luna:
Junto a los ríos de Babilonia estamos sentados y lloramos.
7 / PUEBLO
La cosa era durar.
Y en agosto me socorrió un milagro, porque los tole-toles que se armaban entre los juidos a Sarratea y mis asistentes fieles ya nos hacían parecer las achuras de un ejército y eso me recordaba a las vizcachas y los ñacurutuses periconeando abajo de la guidaí para folgar al diablo.
Y entonces aparecieron los vecinos encharretados por sus meros güevos a pedirme independencia y separación de la pringosa Junta y hasta me mandonearon exigiendo decorarse con el autogobierno que siempre les prediqué.
Qué linda que es la vida.
Pero lo de más intriga fue que don Miguel Pisani, mi secretario militar y traductor oficial también pasado a filas del jedoroso, me haya caído al cuartel el día anterior con el rabo enrollado.
Yo jamás iba a dejar de estimarlo porque le debía el conocimiento de Paine y Rousseau, sumado a los importantísimos desgloses que me aportaba sobre los masones.
Y si bien resultaba un blandengue de entereza cincelada en batalla y en sagacidad puesta siempre al servicio de la liberación, al maltés todavía le faltaba entender quién era él mismo.
Nada lo del ojo, tuerto.
Barreiro nos dejó solos y el otro don Miguel sudoreó en pleno agosto pois traía trozo gordo, y confieso que debí disimular un sobresalto cuando me notició que el nuevo Triunvirato impuesto en Buenos Aires respondía a los Lautaros y que habían decidido enviarme al Vice-Venerable mayor Alvear para zanjar la desunión sembrada por el tinterillo.
Pero mira por dónde se endereza el descule, llegué a pensar y al punto hice escudo en la fijeza de mi azul atigrado que es capaz de arrodillarle los ojos a cualquiera.
No siempre soy modesto.
Y enseguida recibí proposición formal de adhesión a la Gran Logia en pos de la unidad imprescindible para abroquelarnos contra toda tiranía extranjera y ardí en exaltamiento, hasta que el maltés murmulló que el jerodoso también pertenecía a la reconstituida hermandad.
Entonces me limité a argumentar que con las dificultades presentes nos convenía emprender la marcha a Montevideo y después entrevistarnos con el Vice-Venerable.
Pepe pisando huevos.
¿No comprendía el buen tape San Martín que si se entreveraba con todo el baboserío íbamos a virar hacia la estrategia anglesa de dividir y encima monarquiando?
Y justo al otro día mis vecinos forzaron el desmadre celeste y resolvieron por asamblea comisionar a Martínez de Haedo pa exponerle al Cabildo porteño y al nuevo Triunvirato su sacrosanta investidura de pueblo en armas constituido solemnemente y guiado por mi dignísima persona.
Patria nuestra que estás en los que duran.
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