jueves

YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL DE PEPE ARTIGAS (todos los martes)












SÉPTIMA ENTREGA (CAPÍTULOS 31/ 32 / 33 DE UNO Y 1 Y 2 DE DOS)

31 / JUNTA

En La Sierra uno se enteraba de más aconteceres que en el chiquero amurallado, y cuando ardió la sublevación y relevaron a Elío a mí me mondaron feo y ya no totalizaba ni cuarenta efectivos.

A la mierda la tierra para los infelices.

Pero había que ser bicho y esperar de tapado porque yo ya era el otro y la Banda iba a precisar jefe y pico pa hilvanar el desmande soñado por los revolucionarios de banquete de chácara.

Con todo respeto, se obvia.

Y como desde la mocedá anduve entreverado con los continentitos ahora venía a espionarme lo más suelto de lengua Antonio Pinto da Fontoura, un sumiso de Patricio Correa da Cámara, y yo seguía farseando mi parlerío servilón ya que el héroe se constela recién cuando lo marca el cielo.

Lo crudo era tener que rumbear cada dos o tres meses hasta el nido fatídico donde Rafaela ya pasaba horas llorando con la cabeza amortajada por un trapo de Holanda que hubiera rajado a tiras.

Aunque nunca le eché culpas al sino sacro.

Ca, una vez le escribí a Ña Pancha rezongando que Él a veces parece guardarnos todos los regalos juntos. Pero los blasfemeríos son reuma de la ánima y no hacen tan mal pecado.

Y qué buen cobijo hallé en la catedral para desembuchar ruegos por mis pobres pobrecitas, sin que pueda llamárseme un hurgador de templos. Lo importante es toldear las penas con ejercitación, pa que no se hagan peste.

Banquetear me gustaba.

Tanto en el Molino de Manuel Pérez como en la chácara del Torgués se chisporroteaba fiero, siendo ya Monterroso el vaticinador del gran sacudimiento cuando la trapacería del napoleonismo salvaje nos encocoró a todos.

Y el descollo arrasante en la Junta del 8 lo produjo Pérez Castellano, mi chamán de la infancia, acuñando aquella fórmula que le sirvió a Moreno para florearse en el albor del 10.

Los españoles americanos somos hermanos de los de Uropa porque somos hijos de una familia, estamos sujetos a un mismo monarca, nos gobernamos por sus leyes y nuestros derechos son los mismos.

Claro que el buen Mariano no adjuntó el mejor trozo del cura narigueta:

Si se tiene a mal que Montevideo haya sido la primer ciudad de América que manifestase el noble y enérgico sentimiento de igualarse con las ciudades de su Madre Patria y de hallarse por su localía más expuesta que naides, la obligaron a eso circunstancias notorias, y no es delito ceder a la necesidad.

Lo único que mejora bajo este mosquitero es mi memorial letrado, porque la verba es vida.

Y la verga descansa.


32 / CARTA

El ascenso interino a Capitán de la tercera compañía de blandengues me lo concedió Soria a regañadientes recién cuando falleció Borrás y sometido a la augusta anuencia de Su Majestad, el lobisón ibérico.

Con diez años de atraso y la felona intención de que no siguiera espoleando la admirable alarma en mi señorío norteño.

Todavía me recuerdo garrapateándole a don Antonio Pereira con plumazos tan rabiosos que rasgaban el folio: ¿Y cuál ha sido el premio de mis fatigas? El que siempre ha estado destinado para nosotros.

Y nosotros éramos, somos y seremos los soldados de la humanidad capaces de dar la vida desinteresadamente para ayudar a que germinen las primicias del Reino.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Y fue en el mismo 10 donde se me comunicó la priorización realizada por Mariano Moreno en su plan de operaciones para que Rondeau y yo comandáramos la sublevación en la Banda Oriental.

La hora de Pepe el Jefe.

Lo que más me gustaba en las recaladas fernandinas era darme baños de estrellas despatarrado en el mirador de la Torre, y una noche le soñé una carta al único político porteño que pude estimar recio.

Era una aceptación del convite que acaso rezó así:

Ah paisano le podría contestar tanta cosa si me asistiera la gracia de florearme como Vuecencia en la doma de la tinta y el jarabe de pico de ganso pero tenga certeza que igualmente sería imposible expresarle lo que sentí cuando naufragué al volver de Buenos Aires en 1806 y estuve a un punto de entregarme hasta que advertí que mi terreiro era un lecho nupcial aderezado por el Altísimo al servicio de un hombre más reventado que mandinga en grillete y creo que esa noche cagué barro del Jordán pero entendí el proverbio que le place proveer a Pérez Castellano de que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos y ahora me emponcháis con la honra de servir a los libres y siento como si tuviera que saltar de una torre y caer en mi pingo haciendo estimación de tanto abismo sin más baquía que mi fe en la luna.

Y de golpe se posó una garza rosada en la cornisa y seguí meta fumar boca arriba:

Acá los libres que me caldean el ánima son ciegos de las majestades del mundo y de hombres estragados por la barbarie de creerse superiores a Cristo y os aseguraría que vos tenéis los días más contados que el virrey Cisneros porque los desvelos que les regalamos a los indios y a los negros y al matreraje se catan con la seda de un dedo franciscano cordeonando el rosario pero el dragón que nos tiraniza en la Uropa y la América no conoce finalidad de espíritu y le hierra el vellón a los infelices sin mayor privilegio que purificarse en los vados del sol así que contad conmigo aunque no para alancear molinos de viento como el fidalgo godo puesto que mi corazón clarina y olfatea la verdá de esta selva igual que un yaguareté.

Y sentí que las estrellas eran nuestras luciérnagas.


33 / PEDO

Padre me enseñó a jugar al billar en el café de Salinas, que fue el primero abierto en intramuros cuando yo era muy cuzco. Y antes de dirme pa Casupá ya no erraba carambola.

Nos pasábamos horas con Manuel Francisco estudiando bandeadas.

Y en febrero del 11 terminé de aprender que los aconteceres sobrehumanos son choques como aquellos del paño verde, donde uno pone sesera y el misterio hace chispa.

Es como si únicamente pudiéramos crecer conservándole fe a las carambolas que se urden en lo arcano para premiar lo justo y necesario, y de golpe nos rejucila el caracú en el ojo y reina el Hombre Nuevo.

¿Por qué demoré tanto en plegarme a la Junta de Buenos Aires?

A mí también me había henchido sobremanera la rebelión de Chuquisaca y siempre aborrecí el partido carlotista que debió desbaratar el propio Cisneros, además de estar noticiado puntualmente por Manuel Francisco de la embestida que pegó el porteñaje para llegar al autogobierno después que cayó Álzaga.

Pero eso fue el primero de año del 9.

Claro que cuando Paso logró soliviantar al vecindario montevideano solicitando apoyo a la Junta de Mayo y lo ahogaron a gritos infamemente los esbirros de Salazar, yo no estaba en la Plaza.

Y la hermandad oriental conspiraba precioso pero precisaban de Jefe al coquito de la campaña.

Entonces fue nombrado virrey el zoquetón Elío y al punto relevó al valeroso y baquiano coronel Ramón del Pino en la comandancia coloniense y entronizó al brigadier don Vicente María de Muesas.

Un echador de culo hecho a la pirfición para menear la taba a favor de mi adviento.

Yo ya obraba a mi antojo en defección del régimen, y cuando perseguí a Zapata hasta Nagoyá me replegué gustoso sobre el Arroyo de la China como se me ordenó, en sabiendo que era un yerro. Porque dejar aproximarse al ejército de Observación porteño que comandaba el coronel Martín Rodríguez obligó a Michelena a retirarse al sur del Hum.

Y vale.

Pero Muesas necesitaba destratarnos a lo esclavista para existir, carajo. Lo malo es que haya tanta gente así que a veces todo dé asco.

Y una tarde me llama a vozarrón baboso pa increpar que mis hombres habían robado fruta en el huerto y como le retruqué una socarronería amenazó apresarme y ahí palmó la pasensia de Pepe el Capitán.

Me parece que lo taladré con un azul de tigre, porque casi se cae.

Yo había estado mazamorreando lindo al final del churrasco, y la leche con azúcar siempre me hincha la tripa.

Ni siquiera precisé palabras de deserción.

Salí taconeando tosco y en la puerta le rajé un pedo dedicado a todo el puto imperio.


DOS: EL AMOR DEL PURGATORIO

1 / GRITO

Yo aprendí dende mozo a gritar a lo indio y podía espantar mesmo a un tigre cebado, pero cuando el chasquero se me apareció en Santa Fe con la anunciación enviada por Perico Viera del zarpazo de Asencio, sentí que lo que clarinaba en mi terreiro era el it de la Luz.

Y que ahora le tocaba a los maturrangos tomar el triste partido de la desesperación.

Lo admirable es que según el letrado sorianense Ricardo Arocena, sumado a las partidas recién en Mercedes junto con los Gadea, la cosa arrancó en los campos de Tomás Rodríguez y Lorenzo Gutiérrez, dos vecinos estragados por las humillaciones que hospedaron a Viera y a Benavides y la tarde anterior al alzamiento saborearon un pericón con el mocerío del pago.

A la verdadera vida se la sirve bailando.

Rodríguez había pleiteado con un currutaco que quiso arrebatarle la estancia denunciando que allí se les daba amparo a gauderios transitorios, lo que se consideraba un grave delito.

Y se ve que después de ganar esa cuereada se animó a imponer Patria.

Lo mismo que en las insurrecciones de Belén y Casablanca, mis soldados de chuza y bola cometieron el dulce desacato de madrugarme.

Demoré tres semanas de marcha forzada en llegar a Buenos Aires y la Junta me recibió con honores, aunque en La Gaceta no se debió alardear pregonando que el vecindario oriental llevaría el temor y el espanto hasta los umbrales del gallegaje.

Claro que si pensamos en los desmanes que hubo que rectificar después de la toma de Santo Domingo, no les faltó razón.

¿Pero siempre se olvidan de lo hermoso?

En diciendo Artigas en la campaña todos tiemblan, cacareó el desmadrado pazguato de Salazar.

Pero por amor también se tiembla, carajo.

Al final tuve que advertir yo mismo que aquella soldadesca sin experencia de guerra ni armas calificadas tocaba la terrible alternativa de vencer o morir libres.

Lo que les hacía falta era la espesura de aquel cielo más alto que yo aprendí a olisquear despatarrado en las tolderías.

Esto no era una regolución de banquete ni de nombrete.

Dizque en Mercedes los rebeldes designaron al patricio Reyes como parlamentario y el hombre se fajó y le reclamó al Comandante la entrega de la Plaza con el desgaire y el desembarazo de un completo militar, haciéndole creer que las tropas sitiadoras eran regulares.

Y les dio tres minutos para rendirse.

Inmediatamente se cambiaron de bando veinte voluntarios hijos del país y los nuestros les advirtieron que se señaran el sombrero con un pañuelo blanco para no ser agredidos en caso de que cundiera un enfrentamiento armado.

Una delicadeza.


2 / ÁRBOL

Un mes antes de que se librara la batalla de Las Piedras mi primo hermano Manuel dio la vida ocupando San José.

Para mí fue una pérdida de sangre bautismal: ahora el otro lloraba.

Y cuando los godos nos salieron al paso en Canelones hubo tres días de lluvia que dificultaron la incorporación de Manuel Francisco, que llegaba a marcha forzada desde Maldonado.

Pero el 18 soleó, y aunque en los dos ejércitos ya había muchos borrachos nuestros bomberos informaron que Posadas alineaba presidiarios salteadores de tabernas y ya supe que el Espíritu Santo y el it charrúa quemarían lo corrupto.

Donde sopla lo sagrado se desinflan los chanchos.

El ardid esencial fue lograr que la caballería de Antonio Pérez arrastrara a Rosales, que al final se desgajó legua y media persiguiéndolo y obligó al grueso a desencaramarse del cerrillo ventajoso.

Cuando Posadas lo asistió y se topó con nuestra carne gorda reculó triangulando los cañones de a 4 y los obuses de a 32, pero ahí nos desplegamos y les ordené a los voluntarios fernandinos y a los blandengues que desmontaran para engrosar la infantería.

El cuerpo de reserva se lo confié a García de Zúñiga.

El combate se formalizó ya con el sol muy alto, y teníamos que evitar que ellos retrocedieran a fortalecerse en Las Piedras.

Las bombas empezaron a dañarnos, pero dos indios enlazaron y bolearon a un cañón y a su artillero, entablándose una carnicería cuerpo a cuerpo.

Y mientras me dirigía a arengarlos un obús me reventó el caballo, y fue recién al talonear la otra monta que caté que ahora nos parecíamos a una anaconda estrangulando a un tigre.

Les toca llorar, godos.

Hasta que a media tarde le sablearon el rostro a Posadas y después que levantó bandera de parlamento envainé y lo intimé a rendirse a discreción.

También les prometí la vida a todos, aunque no columbré que ya pudieran tener 97 muertos y 61 heridos. Y ahí me fluyó la probidá minuán de no matar por gusto y pedí clemencia a gritos o venía degollina.

Fue una de mis poquísimas batallas encabezando tropa.

Y no es que no me haya importado que la Junta Gubernativa de Buenos Aires me elevara al rango de coronel y decretado una espada de honor.

La luz es otra, coño.

Esa noche ni siquiera me arranqué las cáscaras de barro que me acorazaban el reuma y cuando caí en el catre a lo tatú me sentía un hombre nuevo.

Y soñé ser un árbol que llegaba hasta el cielo para que alguien le acariciara las tristes canas verdes.

Tú no pediste la guerra, madre tierra: yo lo sé.

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