LAS BRUJAS DE ELIA KAZAN
RICARDO AROCENA
Durante los tiempos del macarthismo el escritor y cineasta Elia Kazan participó activamente de la persecución de otros intelectuales y artistas, que fueron acusados de "actividades anti-norteamericanas", entre ellos de su colega Arthur Miller, quien fiel a sus principios acabaría denunciando aquel infausto momento histórico en la obra "Las brujas de Salem".
Culminada la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría llegó a Hollywood. Con el ascenso de Joseph Mc Carthy al Senado de los Estados Unidos, se instala un clima de histeria colectiva, amenazas y sospechas en la sociedad norteamericana y en particular en el mundo del cine. Decenas de actores, cineastas, guionistas, etc., pierden sus empleos. Algunos, como Joseph Losey, emigran a Europa, otros, como Dalton Trumbo, tendrían que trabajar bajo seudónimo.
En su obra, Miller denuncia la caricaturización que se estaba realizando de los que pensaban en forma diferente, recurriendo para ello a hechos similares a los que se estaban viviendo, ocurridos casi tres siglos antes, cuando por motivos religiosos una feroz represión había caído contra honestos ciudadanos acusados de pactar con el Diablo. Aquellos sucesos permitirían acuñar el término "caza de brujas", de contenido muy similar al de "macarthismo. Ambas expresiones enuncian la persecución absurda, irracional, sin fundamento ni respeto por pruebas o evidencias, contra cualquier integrante de una colectividad, que caprichosamente es acusado.
Al establishment no le agradaba que Miller, desde sus primeros títulos, dejara entrever una penetrante crítica contra los valores conservadores incrustados en la sociedad norteamericana. En películas como "La muerte de un viajante", había censurado el carácter ficticio del sueño americano, y en el filme "Todos eran mis hijos", que obtuvo el Premio de la Crítica, había evidenciado el cinismo de las compañías armamentistas. Además era públicamente conocido su rechazo a la política exterior de los EEUU.
Kazan aprovecharía el intenso activismo político de su colega para denunciarlo ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas, que en 1956 le retira el pasaporte, obligándolo a acogerse a la protección constitucional. Solamente la delación de otros presuntos confabulados lo salvarían de la cárcel, pero Miller se niega a descubrir a nadie y por esa razón lo acusan de desacato. Finalmente, en agosto de 1958, el Tribunal de Apelaciones anula la sentencia y el dramaturgo evita la prisión y puede continuar con su fecunda producción.
Liberado de las acusaciones escribiría las obras "Incidente en Vichy" en 1964, "El Precio" en 1968 y "La creación del mundo" en 1972, todas de gran éxito. Luego de un período de relativo ostracismo, durante el cual nuevamente fue estigmatizado como "anticuado y moralista", triunfa en 1994 con "Cristales Rotos". Durante los años previos había encontrado resistencias para estrenar sus obras en los EEUU, lo que lo impulsa a recorrer el mundo, que lo recibe como un "clásico vivo".
"Las brujas de Salem", se consagraría en noviembre del 2005 en el Departamento de Teatro de Addison Trail, y su realizador conquistaría el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el vasto reconocimiento del público por la calidad de su realización artística, pero también por la integridad de su proceder.
También Kazán por la obra realizada recibiría cumplidos y reconocimientos, pero desde el punto de vista ético sería condenado: intelectuales y artistas indignados lo "escracharían", cuando Hollywood decide otorgarle un Oscar honorario.
Pese a que había intentado justificar sus actitudes de tiempos de pos guerra en la película "América, América", y en la novela "El Anatolio", diciendo que todo lo había hecho por amor a los EEUU, las heridas no habían cerrado. Escasa autoridad moral tenía un individuo que entre sus "méritos" contaba haber realizado filmes como "La ley del silencio", que falseaba las luchas de los obreros portuarios neoyorkinos, incriminándolos de estar dominados por la mafia.
El protagonista, representado por Marlon Brando, hace una verdadera apología de la delación, como la que el autor de la obra había realizado durante la "guerra fría". En realidad los móviles de Kazan habían sido por demás sórdidos y mezquinos y no estaban inspirados por otro amor que al propio éxito personal. El cineasta explícitamente lo reconoce en pleno rechazo cuando dice: "Hay una tristeza normal sobre lastimar a las personas, pero prefiero lastimarlas a ellas un poco que a mí un mucho. Tengo remordimiento por el costo humano de esto. A uno de los que delaté lo quise mucho".
Pero si se había confiado de que los años transcurridos habían hecho olvidar los daños que provocó, las protestas evidenciaron que no era así. Las "brujas" y "brujos" por él denunciados saldrían de los crepúsculos del padecimiento para señalarlo acusadoramente y exigir justicia.
LAS BRUJAS DE SALEM
La comarca de Salem fue fundada en 1652 por un puñado de inmigrantes perseguidos en Inglaterra por sus credos religiosos. Cerca de una Bahía construyeron una tosca Capilla, único edificio de cierta altura en aquel lugar. Lo rodeaban apagadas viviendas, de pequeñas ventanas, que miraban hacia el mar.
La provincia era considerada por el universo colonizador como parte de una frontera bárbara, que solamente podía ser habitada por fanáticos, locos o suicidas. Es que el desierto la rodeaba, con sus peligros y amenazas. La presencia de indios era uno de los riesgos: no pocos pobladores habían perdido a sus familiares durante alguno de los tantos enfrentamientos.
En Massachussets el invierno es muy crudo: trabajar la tierra se torna difícil, lo mismo que obtener un gramo de cereal. Sembrar y cosechar implica un esfuerzo enorme y por eso ninguno de los pobladores podía darse otro lujo que descansar al cabo de la extenuante jornada de trabajo. A esto se le sumaba que la religión que allí se profesaba prohibía cualquier tipo de esparcimiento que no fuera dedicarse, durante el poco tiempo disponible, a la Santa Oración.
Aquella monotonía solo se rompía cuando alguno de los moradores construía una nueva granja. En esas ocasiones los hombres se juntaban para "levantar el techo", mientras sus mujeres preparaban comidas, celebrando el acontecimiento. Pero esto no era muy común, por lo general el trabajo solamente alternaba con el culto devoto.
No eran muchos los que no concurrían a los rituales y permanecían en sus casas o campos. Si no justificaban debidamente las razones de su reserva religiosa, eran mal vistos y por lo general se los marginaba, lo que en aquella tierra abandonada equivalía a una condena a muerte. No es difícil deducir que imperaba un régimen teocrático-autoritario, que mantenía oprimidamente unidos a los pobladores. La combinación estado/ poder religioso tenía como objetivo evitar cualquier partición que pudiera exponer al poblado al exterminio.
El encierro ideológico propiciaría que los vecinos se entrometieran en la vida de sus semejantes y por ende que la tragedia se desatara. Cuando hacia finales del siglo XVII estalla la "caza de brujas", muchas cosas estaban mudando en la comarca: una revolución había depuesto al gobierno real, reemplazándolo por una Junta, acontecimiento que alimentaría el convencimiento de que fuerzas naturales estaban operando contra la forma de vida conocida hasta aquel entonces. La demencia represiva estallaría como expresión de pánico por el resquebrajamiento del delicado equilibrio político-religioso. Es que los nuevos tiempos estaban exigiendo una mayor libertad individual.
La crisis permitiría que gente estrecha y resentida canalizara sus rencores. Antiguos odios largamente masticados, envidias acumuladas durante generaciones, revanchismos de toda clase, encontrarían un clima propicio para manifestarse. La gente se acusaría mutuamente por supuestos pecados que habrían traído la maldición divina, pero por detrás no era difícil vislumbrar el denso entramado de resentimientos contenidos. Todo se justificaba por lo sagrado de la causa. "Las sospechas y la envidia del infeliz hacia el dichoso podían desencadenarse, y se desencadenaron, en la general venganza", explica uno de los personajes de la obra de Arthur Miller.
TITUBA
La tragedia comenzó cuando en los primeros días de 1692 dos adolescentes, entre las cuales estaba la hija del párroco, comenzaron a mostrar conductas extrañas. Pocas horas después otras chicas presentarían los mismos signos ante la mirada angustiada de padres, vecinos y médicos, que no encontraban causa física alguna para un comportamiento de ese tipo. Los hechos llevarían a la población de Salem a pensar que estaban bajo la influencia de Satán.
Tres mujeres serían acusadas de brujería por las jovencitas, entre ellas Títuba, una indígena de Barbados, que servía como esclava. Sometida a terribles martirios, acusada de que había sido vista por la noche en el bosque agitando sus brazos sobre el fuego, terminó por confesar que había convocado al Demonio y que éste le había dicho que había sido emplazado por "las brujas de Salem".
La confesión tornó al vecindario en un lugar aún más desierto. Grupos de mujeres vestidas de negro, comenzarían a concentrarse todas las tardes junto al murallón ubicado atrás de la Iglesia, adonde iniciaban sus peregrinaciones entre cantos y gritos de lamento, con los que expiaban sus culpas y pecados. En su opinión y en la del resto de los pobladores, Títuba había pasado a ser un "instrumento de Dios", puesto en manos de las autoridades para descubrir a los "enviados del Diablo" que se escondían entre los vecinos.
Las jovencitas "poseídas", que también habían participado de las extrañas danzas nocturnas, se sumaron a las delaciones. Solamente se salvarían si confesaban: por haber bailado desnudas y participar de rituales prohibidos, nada más serían azotadas, pero si encubrían a los que habían pactado con el demonio, acabarían en el patíbulo. Por este motivo suman sus voces a las de Títuba, acusando en forma indiscriminada.
Otros integrantes de la comunidad seguirían el mismo camino. Entre los delatores hubo individuos que guardaban alguna animosidad por antiguos conflictos por razones materiales o afectivas, otros que querían obtener una ventaja, y por supuesto estuvieron los que simplemente lo hicieron por miedo, porque habían sido acusados, o para evitar que se los acusara. Era la oportunidad para cualquier venganza. Y se desató el caos.
Salem se convirtió en un infierno de sospechas y la histeria colectiva ganó las calles. La gente invocaba al Creador, poseída. Cuando alguien era acusado una pequeña multitud se convocaba para repudiarlo. -¡De consecuencia de sus bajas pasiones, afrontamos males sin remedio! -gritaba fanatizada...
En la medida que el número de gente aumentaba, crecía una animosidad colectiva, que las personas consideradas individualmente tal vez no sentían... ¿O no? ¿O lo que ocurría era simplemente que el temor místico, asociado al fanatismo, exacerbaba lo que ya estaba en la esencia de cada uno de los presentes?
Los juicios públicos comienzan el 28 de febrero de 1692. Tenebrosos personajes llegan expresamente al pueblo para sumarse a la orgía de sangre y venganza. También entre ellos habría quienes actuarían según inconfesables intereses personales, aunque no faltaron los lunáticos que operaron por ciega convicción.
Ante el Tribunal comenzaron a pasar innumerable cantidad de habitantes, acusados de tratar con las tinieblas, con lo que una oscuridad mil veces peor cayó sobre la comarca. La "caza de brujas" estaba en su apogeo. El pueblo, invadido por la muerte, la tortura y la irracionalidad, se fue convirtiendo en un fantasma sin futuro. Hubo vecinos que no aceptaron tener que confesar y arrepentirse por lo que no habían hecho y fueron enviados al suplicio. Muchas familias resultaron mutiladas, o sencillamente desaparecieron.
El reinado del espanto solamente se detuvo cuando la ola de acusaciones alcanzó a las más altas personalidades de la región, entre ellas la esposa del gobernador. Años después, cuando los juicios sumarios fueron quedando atrás, dejando libre el paso a la razón y a la ley, un jurado expresamente formado para examinar aquel nefasto período, exigiría: "ni una gota más de sangre inocente debe seguir siendo derramada".
"CORAZÓN DE PIEDRA"
También durante el macarthismo solamente salvaba de la condena la denuncia y la confesión y al igual que en Salem la represión se detuvo cuando fueron afectados poderosos círculos de poder. En ambos casos la presión extrema evidenciaría lo miserable de algunas personas, pero también haría brillar lo respetable de otras, al estar dispuestas a ofrendarse por sus principios.
Ese dilema de conciencia culmina con el ennoblecimiento del personaje John Proctor en la obra de teatro, y en la realidad colmando de honra al dramaturgo. Miller puso en boca de ese personaje los conflictos internos de los que como él, durante el macarthismo, estaban siendo purgados. "Las brujas de Salem" finaliza con el siguiente diálogo entre Danforth el verdugo, y Próctor el acusado, quien frente a su amada Elizabeth y otros protagonistas, acabaría decidiendo que prefería la muerte antes que mancillar su honorabilidad:
"PROCTOR: Tengo tres hijos... ¿Cómo enseñarles a caminar por el mundo como hombres si he vendido a mis amigos?
DANFORTH: No habéis vendido a vuestros amigos...
PROCTOR: ¡No me engañéis! ¡Los denigro a todos si esto es clavado en la iglesia el mismo día en que son colgados por callar!
DANFORTH: Señor Proctor, necesito buena prueba legal de que vos...
PROCTOR: ¡Vos sois la suprema corte, vuestra palabra es suficiente! Decidles que he confesado; decidles que Proctor se hincó de rodillas y lloró como una mujer; decidles lo que queráis, pero mi nombre no puedo...
DANFORTH(desconfiado): Es lo mismo, ¿no es cierto? ¿Que yo lo informe o vos lo firméis?
PROCTOR (sabiendo que es una locura): ¡No, no es lo mismo! ¡Lo que dicen otros y lo que yo firmo no es lo mismo!
DANFORTH: ¿Por qué? ¿Pretendéis negar esta confesión cuando estéis libre?
PROCTOR: ¡No pretendo negar nada!
DANFORTH: Entonces explicadme, señor Proctor, por qué no permitiréis...
PROCTOR (con un grito desde el fondo de su alma): ¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en mi vida! ¡Porque miento y firmo mentiras con mi nombre! ¡Porque no valgo la tierra en los pies de quienes cuelgan ahorcados! ¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Os he dado mi alma; dejadme mi nombre!
DANFORTH (señalando la confesión en manos de Proctor): ¿Es una mentira ese documento? ¡Si es mentira no lo aceptaré! ¿Qué decís? ¡No intervendré en mentiras, señor! (Proctor no se mueve.) Pondréis vuestra honesta confesión en mis manos, o no podré salvaros de la cuerda. (Proctor no contesta.) ¿Qué camino elegís, señor? (Con el pecho hinchándose, sus ojos fijos, Proctor rasga el papel y lo estruja; ahora llora, furioso pero erguido.)
DANFORTH: ¡Alguacil!
PARRIS (histéricamente, como si el papel rasgado hubiera sido su vida): ¡Proctor, Proctor!
HALE: ¡Te ahorcarán, hombre! ¡No puedes!
PROCTOR (con los ojos llenos de lágrimas): Sí que puedo. Y he aquí vuestro primer milagro, que sí puedo. Habéis producido vuestro milagro, porque ahora sí creo vislumbrar una hilacha de bondad en John Proctor. No alcanza para tejer con ella una bandera, pero es lo bastante blanca como para no dársela a estos perros. (Elizabeth, en un arranque de terror, corre hacia él y llora en su mano.) ¡No les concedas una lágrima! ¡Las lágrimas les placen! ¡Muestra tu honor, ahora, muestra un corazón de piedra y húndelos con él! (El la ha levantado y la besa con gran pasión.)".
La congregación en 1712 anularía las excomuniones por orden del gobierno y el jurado redactaría una declaración implorando perdón para todos los que habían sufrido. Las granjas que habían pertenecido a las víctimas fueron abandonadas a la ruina y por más de un siglo nadie quiso comprarlas ni vivir en ellas. También el macarthismo caería en desgracia, condenando para siempre a los que como Elia Kazan, por cobardía o interés, lo habían fomentado. El honor y la "hilacha de bondad" de personas como Arthur Miller lo habían acabado.
RICARDO AROCENA
Durante los tiempos del macarthismo el escritor y cineasta Elia Kazan participó activamente de la persecución de otros intelectuales y artistas, que fueron acusados de "actividades anti-norteamericanas", entre ellos de su colega Arthur Miller, quien fiel a sus principios acabaría denunciando aquel infausto momento histórico en la obra "Las brujas de Salem".
Culminada la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría llegó a Hollywood. Con el ascenso de Joseph Mc Carthy al Senado de los Estados Unidos, se instala un clima de histeria colectiva, amenazas y sospechas en la sociedad norteamericana y en particular en el mundo del cine. Decenas de actores, cineastas, guionistas, etc., pierden sus empleos. Algunos, como Joseph Losey, emigran a Europa, otros, como Dalton Trumbo, tendrían que trabajar bajo seudónimo.
En su obra, Miller denuncia la caricaturización que se estaba realizando de los que pensaban en forma diferente, recurriendo para ello a hechos similares a los que se estaban viviendo, ocurridos casi tres siglos antes, cuando por motivos religiosos una feroz represión había caído contra honestos ciudadanos acusados de pactar con el Diablo. Aquellos sucesos permitirían acuñar el término "caza de brujas", de contenido muy similar al de "macarthismo. Ambas expresiones enuncian la persecución absurda, irracional, sin fundamento ni respeto por pruebas o evidencias, contra cualquier integrante de una colectividad, que caprichosamente es acusado.
Al establishment no le agradaba que Miller, desde sus primeros títulos, dejara entrever una penetrante crítica contra los valores conservadores incrustados en la sociedad norteamericana. En películas como "La muerte de un viajante", había censurado el carácter ficticio del sueño americano, y en el filme "Todos eran mis hijos", que obtuvo el Premio de la Crítica, había evidenciado el cinismo de las compañías armamentistas. Además era públicamente conocido su rechazo a la política exterior de los EEUU.
Kazan aprovecharía el intenso activismo político de su colega para denunciarlo ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas, que en 1956 le retira el pasaporte, obligándolo a acogerse a la protección constitucional. Solamente la delación de otros presuntos confabulados lo salvarían de la cárcel, pero Miller se niega a descubrir a nadie y por esa razón lo acusan de desacato. Finalmente, en agosto de 1958, el Tribunal de Apelaciones anula la sentencia y el dramaturgo evita la prisión y puede continuar con su fecunda producción.
Liberado de las acusaciones escribiría las obras "Incidente en Vichy" en 1964, "El Precio" en 1968 y "La creación del mundo" en 1972, todas de gran éxito. Luego de un período de relativo ostracismo, durante el cual nuevamente fue estigmatizado como "anticuado y moralista", triunfa en 1994 con "Cristales Rotos". Durante los años previos había encontrado resistencias para estrenar sus obras en los EEUU, lo que lo impulsa a recorrer el mundo, que lo recibe como un "clásico vivo".
"Las brujas de Salem", se consagraría en noviembre del 2005 en el Departamento de Teatro de Addison Trail, y su realizador conquistaría el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el vasto reconocimiento del público por la calidad de su realización artística, pero también por la integridad de su proceder.
También Kazán por la obra realizada recibiría cumplidos y reconocimientos, pero desde el punto de vista ético sería condenado: intelectuales y artistas indignados lo "escracharían", cuando Hollywood decide otorgarle un Oscar honorario.
Pese a que había intentado justificar sus actitudes de tiempos de pos guerra en la película "América, América", y en la novela "El Anatolio", diciendo que todo lo había hecho por amor a los EEUU, las heridas no habían cerrado. Escasa autoridad moral tenía un individuo que entre sus "méritos" contaba haber realizado filmes como "La ley del silencio", que falseaba las luchas de los obreros portuarios neoyorkinos, incriminándolos de estar dominados por la mafia.
El protagonista, representado por Marlon Brando, hace una verdadera apología de la delación, como la que el autor de la obra había realizado durante la "guerra fría". En realidad los móviles de Kazan habían sido por demás sórdidos y mezquinos y no estaban inspirados por otro amor que al propio éxito personal. El cineasta explícitamente lo reconoce en pleno rechazo cuando dice: "Hay una tristeza normal sobre lastimar a las personas, pero prefiero lastimarlas a ellas un poco que a mí un mucho. Tengo remordimiento por el costo humano de esto. A uno de los que delaté lo quise mucho".
Pero si se había confiado de que los años transcurridos habían hecho olvidar los daños que provocó, las protestas evidenciaron que no era así. Las "brujas" y "brujos" por él denunciados saldrían de los crepúsculos del padecimiento para señalarlo acusadoramente y exigir justicia.
LAS BRUJAS DE SALEM
La comarca de Salem fue fundada en 1652 por un puñado de inmigrantes perseguidos en Inglaterra por sus credos religiosos. Cerca de una Bahía construyeron una tosca Capilla, único edificio de cierta altura en aquel lugar. Lo rodeaban apagadas viviendas, de pequeñas ventanas, que miraban hacia el mar.
La provincia era considerada por el universo colonizador como parte de una frontera bárbara, que solamente podía ser habitada por fanáticos, locos o suicidas. Es que el desierto la rodeaba, con sus peligros y amenazas. La presencia de indios era uno de los riesgos: no pocos pobladores habían perdido a sus familiares durante alguno de los tantos enfrentamientos.
En Massachussets el invierno es muy crudo: trabajar la tierra se torna difícil, lo mismo que obtener un gramo de cereal. Sembrar y cosechar implica un esfuerzo enorme y por eso ninguno de los pobladores podía darse otro lujo que descansar al cabo de la extenuante jornada de trabajo. A esto se le sumaba que la religión que allí se profesaba prohibía cualquier tipo de esparcimiento que no fuera dedicarse, durante el poco tiempo disponible, a la Santa Oración.
Aquella monotonía solo se rompía cuando alguno de los moradores construía una nueva granja. En esas ocasiones los hombres se juntaban para "levantar el techo", mientras sus mujeres preparaban comidas, celebrando el acontecimiento. Pero esto no era muy común, por lo general el trabajo solamente alternaba con el culto devoto.
No eran muchos los que no concurrían a los rituales y permanecían en sus casas o campos. Si no justificaban debidamente las razones de su reserva religiosa, eran mal vistos y por lo general se los marginaba, lo que en aquella tierra abandonada equivalía a una condena a muerte. No es difícil deducir que imperaba un régimen teocrático-autoritario, que mantenía oprimidamente unidos a los pobladores. La combinación estado/ poder religioso tenía como objetivo evitar cualquier partición que pudiera exponer al poblado al exterminio.
El encierro ideológico propiciaría que los vecinos se entrometieran en la vida de sus semejantes y por ende que la tragedia se desatara. Cuando hacia finales del siglo XVII estalla la "caza de brujas", muchas cosas estaban mudando en la comarca: una revolución había depuesto al gobierno real, reemplazándolo por una Junta, acontecimiento que alimentaría el convencimiento de que fuerzas naturales estaban operando contra la forma de vida conocida hasta aquel entonces. La demencia represiva estallaría como expresión de pánico por el resquebrajamiento del delicado equilibrio político-religioso. Es que los nuevos tiempos estaban exigiendo una mayor libertad individual.
La crisis permitiría que gente estrecha y resentida canalizara sus rencores. Antiguos odios largamente masticados, envidias acumuladas durante generaciones, revanchismos de toda clase, encontrarían un clima propicio para manifestarse. La gente se acusaría mutuamente por supuestos pecados que habrían traído la maldición divina, pero por detrás no era difícil vislumbrar el denso entramado de resentimientos contenidos. Todo se justificaba por lo sagrado de la causa. "Las sospechas y la envidia del infeliz hacia el dichoso podían desencadenarse, y se desencadenaron, en la general venganza", explica uno de los personajes de la obra de Arthur Miller.
TITUBA
La tragedia comenzó cuando en los primeros días de 1692 dos adolescentes, entre las cuales estaba la hija del párroco, comenzaron a mostrar conductas extrañas. Pocas horas después otras chicas presentarían los mismos signos ante la mirada angustiada de padres, vecinos y médicos, que no encontraban causa física alguna para un comportamiento de ese tipo. Los hechos llevarían a la población de Salem a pensar que estaban bajo la influencia de Satán.
Tres mujeres serían acusadas de brujería por las jovencitas, entre ellas Títuba, una indígena de Barbados, que servía como esclava. Sometida a terribles martirios, acusada de que había sido vista por la noche en el bosque agitando sus brazos sobre el fuego, terminó por confesar que había convocado al Demonio y que éste le había dicho que había sido emplazado por "las brujas de Salem".
La confesión tornó al vecindario en un lugar aún más desierto. Grupos de mujeres vestidas de negro, comenzarían a concentrarse todas las tardes junto al murallón ubicado atrás de la Iglesia, adonde iniciaban sus peregrinaciones entre cantos y gritos de lamento, con los que expiaban sus culpas y pecados. En su opinión y en la del resto de los pobladores, Títuba había pasado a ser un "instrumento de Dios", puesto en manos de las autoridades para descubrir a los "enviados del Diablo" que se escondían entre los vecinos.
Las jovencitas "poseídas", que también habían participado de las extrañas danzas nocturnas, se sumaron a las delaciones. Solamente se salvarían si confesaban: por haber bailado desnudas y participar de rituales prohibidos, nada más serían azotadas, pero si encubrían a los que habían pactado con el demonio, acabarían en el patíbulo. Por este motivo suman sus voces a las de Títuba, acusando en forma indiscriminada.
Otros integrantes de la comunidad seguirían el mismo camino. Entre los delatores hubo individuos que guardaban alguna animosidad por antiguos conflictos por razones materiales o afectivas, otros que querían obtener una ventaja, y por supuesto estuvieron los que simplemente lo hicieron por miedo, porque habían sido acusados, o para evitar que se los acusara. Era la oportunidad para cualquier venganza. Y se desató el caos.
Salem se convirtió en un infierno de sospechas y la histeria colectiva ganó las calles. La gente invocaba al Creador, poseída. Cuando alguien era acusado una pequeña multitud se convocaba para repudiarlo. -¡De consecuencia de sus bajas pasiones, afrontamos males sin remedio! -gritaba fanatizada...
En la medida que el número de gente aumentaba, crecía una animosidad colectiva, que las personas consideradas individualmente tal vez no sentían... ¿O no? ¿O lo que ocurría era simplemente que el temor místico, asociado al fanatismo, exacerbaba lo que ya estaba en la esencia de cada uno de los presentes?
Los juicios públicos comienzan el 28 de febrero de 1692. Tenebrosos personajes llegan expresamente al pueblo para sumarse a la orgía de sangre y venganza. También entre ellos habría quienes actuarían según inconfesables intereses personales, aunque no faltaron los lunáticos que operaron por ciega convicción.
Ante el Tribunal comenzaron a pasar innumerable cantidad de habitantes, acusados de tratar con las tinieblas, con lo que una oscuridad mil veces peor cayó sobre la comarca. La "caza de brujas" estaba en su apogeo. El pueblo, invadido por la muerte, la tortura y la irracionalidad, se fue convirtiendo en un fantasma sin futuro. Hubo vecinos que no aceptaron tener que confesar y arrepentirse por lo que no habían hecho y fueron enviados al suplicio. Muchas familias resultaron mutiladas, o sencillamente desaparecieron.
El reinado del espanto solamente se detuvo cuando la ola de acusaciones alcanzó a las más altas personalidades de la región, entre ellas la esposa del gobernador. Años después, cuando los juicios sumarios fueron quedando atrás, dejando libre el paso a la razón y a la ley, un jurado expresamente formado para examinar aquel nefasto período, exigiría: "ni una gota más de sangre inocente debe seguir siendo derramada".
"CORAZÓN DE PIEDRA"
También durante el macarthismo solamente salvaba de la condena la denuncia y la confesión y al igual que en Salem la represión se detuvo cuando fueron afectados poderosos círculos de poder. En ambos casos la presión extrema evidenciaría lo miserable de algunas personas, pero también haría brillar lo respetable de otras, al estar dispuestas a ofrendarse por sus principios.
Ese dilema de conciencia culmina con el ennoblecimiento del personaje John Proctor en la obra de teatro, y en la realidad colmando de honra al dramaturgo. Miller puso en boca de ese personaje los conflictos internos de los que como él, durante el macarthismo, estaban siendo purgados. "Las brujas de Salem" finaliza con el siguiente diálogo entre Danforth el verdugo, y Próctor el acusado, quien frente a su amada Elizabeth y otros protagonistas, acabaría decidiendo que prefería la muerte antes que mancillar su honorabilidad:
"PROCTOR: Tengo tres hijos... ¿Cómo enseñarles a caminar por el mundo como hombres si he vendido a mis amigos?
DANFORTH: No habéis vendido a vuestros amigos...
PROCTOR: ¡No me engañéis! ¡Los denigro a todos si esto es clavado en la iglesia el mismo día en que son colgados por callar!
DANFORTH: Señor Proctor, necesito buena prueba legal de que vos...
PROCTOR: ¡Vos sois la suprema corte, vuestra palabra es suficiente! Decidles que he confesado; decidles que Proctor se hincó de rodillas y lloró como una mujer; decidles lo que queráis, pero mi nombre no puedo...
DANFORTH(desconfiado): Es lo mismo, ¿no es cierto? ¿Que yo lo informe o vos lo firméis?
PROCTOR (sabiendo que es una locura): ¡No, no es lo mismo! ¡Lo que dicen otros y lo que yo firmo no es lo mismo!
DANFORTH: ¿Por qué? ¿Pretendéis negar esta confesión cuando estéis libre?
PROCTOR: ¡No pretendo negar nada!
DANFORTH: Entonces explicadme, señor Proctor, por qué no permitiréis...
PROCTOR (con un grito desde el fondo de su alma): ¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en mi vida! ¡Porque miento y firmo mentiras con mi nombre! ¡Porque no valgo la tierra en los pies de quienes cuelgan ahorcados! ¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Os he dado mi alma; dejadme mi nombre!
DANFORTH (señalando la confesión en manos de Proctor): ¿Es una mentira ese documento? ¡Si es mentira no lo aceptaré! ¿Qué decís? ¡No intervendré en mentiras, señor! (Proctor no se mueve.) Pondréis vuestra honesta confesión en mis manos, o no podré salvaros de la cuerda. (Proctor no contesta.) ¿Qué camino elegís, señor? (Con el pecho hinchándose, sus ojos fijos, Proctor rasga el papel y lo estruja; ahora llora, furioso pero erguido.)
DANFORTH: ¡Alguacil!
PARRIS (histéricamente, como si el papel rasgado hubiera sido su vida): ¡Proctor, Proctor!
HALE: ¡Te ahorcarán, hombre! ¡No puedes!
PROCTOR (con los ojos llenos de lágrimas): Sí que puedo. Y he aquí vuestro primer milagro, que sí puedo. Habéis producido vuestro milagro, porque ahora sí creo vislumbrar una hilacha de bondad en John Proctor. No alcanza para tejer con ella una bandera, pero es lo bastante blanca como para no dársela a estos perros. (Elizabeth, en un arranque de terror, corre hacia él y llora en su mano.) ¡No les concedas una lágrima! ¡Las lágrimas les placen! ¡Muestra tu honor, ahora, muestra un corazón de piedra y húndelos con él! (El la ha levantado y la besa con gran pasión.)".
La congregación en 1712 anularía las excomuniones por orden del gobierno y el jurado redactaría una declaración implorando perdón para todos los que habían sufrido. Las granjas que habían pertenecido a las víctimas fueron abandonadas a la ruina y por más de un siglo nadie quiso comprarlas ni vivir en ellas. También el macarthismo caería en desgracia, condenando para siempre a los que como Elia Kazan, por cobardía o interés, lo habían fomentado. El honor y la "hilacha de bondad" de personas como Arthur Miller lo habían acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario