DECIMOSÉPTIMA ENTREGA
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (I)
Marie-Louise von Franz
El modelo de desarrollo psíquico
Al comienzo de este libro, el Dr. C. G. Jung introdujo al lector en el concepto de inconsciente, sus estructuras personal y colectiva y su modo simbólico de expresión. Una vez que se ha visto la importancia vital (es decir, efecto sanador o destructivo) de los símbolos producidos por el inconsciente, queda el difícil problema de la interpretación. El Dr. Jung ha demostrado que todo depende de si alguna interpretación “encaja” y es significativa respecto al individuo. De ese modo, ha indicado el posible significado y la función del simbolismo onírico.
Pero, en el desarrollo de la teoría de Jung, esa posibilidad suscita otras preguntas: ¿Cuál es el propósito de toda la vida onírica del individuo? ¿Qué papel desempeñan los sueños no sólo en la inmediata economía psíquica del ser humano sino en su vida como un todo?
Observando a gran cantidad de personas y estudiando sus sueños (calculaba que había interpretado, por lo menos, 80.000 sueños), Jung descubrió no sólo que todos los sueños son significativos en diversos grados para la vida del soñante sino que todos ellos son parte de un gran entramado de factores psicológicos. También halló que, en total, parecen seguir cierta ordenación o modelo. Jung llama a ese modelo “proceso de individuación”. Puesto que los sueños producen escenas e imágenes diferentes cada noche, las personas que no son observadoras minuciosas, probablemente no se darán cuenta de modelo alguno. Pero si observamos nuestros sueños durante un período de años y estudiamos toda la serie, veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez. Mucha gente incluso sueña repetidamente con las mismas figuras, paisajes o situaciones; y si los seguimos a lo largo de todas las series, veremos que cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la actitud consciente del soñante está influida por una interpretación adecuada de los sueños y sus contenidos simbólicos.
Así es que nuestra vida psíquica crea un modelo de meandros en el que los elementos o tendencias individuales se hacen visibles, luego se esfuman, luego reaparecen. Si observamos esos meandros durante un largo período de tiempo, se puede ver la actuación de una especie de regulación oculta o tendencia directa que crea un proceso lento, imperceptible, de desarrollo psíquico: el proceso de individuación.
Paulatinamente va emergiendo una personalidad más amplia y más madura, y poco a poco se hace efectiva y hasta visible para los demás. El hecho de que, frecuentemente, hablemos de “desarrollo detenido” demuestra que suponemos que es posible tal proceso de desarrollo y maduración en todos los individuos. Puesto que el desarrollo psíquico no puede llevarse a cabo por un esfuerzo consciente de fuerza de voluntad, sino que se produce involuntariamente y en forma natural, en los sueños se simboliza con frecuencia por medio del árbol, cuyo desarrollo, lento, poderoso e involuntario representa un modelo definido.
El centro organizador desde el cual emana el efecto regulador parece ser una especie de “átomo nuclear” de nuestro sistema psíquico. También podríamos llamarlo inventor, organizador y fuente de imágenes oníricas. Jung llamó a ese centro el “sí-mismo” y lo describió como la totalidad de la psique, para distinguirlo del ego, que constituye sólo una pequeña parte de la totalidad de la psique.
A lo largo de las edades, los hombres de daban cuenta instintivamente de la existencia de tal centro interior. Los griegos lo llamaron el daimon interior del hombre; en Egipto se expresaba con el concepto de alma-ba; y los romanos lo veneraban como genius innato de cada individuo. En sociedades más primitivas, solía creerse que era un espíritu tutelar encarnado en un animal o en un fetiche.
Este centro interior se mantiene en forma excepcionalmente pura e intacta entre los indios naskapi, quienes aun viven en los bosques de la península de Labrador. Estas gentes sencillas se dedican a la caza y viven en grupos familiares aislados, tan alejados unos de otros que no han podido desarrollar costumbres tribales o creencias y ceremonias religiosas. En su soledad vitalicia, el cazador naskapi tiene que confiar en sus propias voces interiores y revelaciones inconscientes; no tiene maestros religiosos que le enseñen lo que ha de creer, ni rituales, fiestas o costumbres que le conforten. En su concepto básico de la vida, el alma humana es simplemente un “compañero interior” al que llama “mi amigo” o mista’peo que significa “gran hombre”. Mista’peo reside en el corazón y es inmortal; en el momento de la muerte o poco antes, deja al individuo y luego reencarna en otro ser.
Los naskapi, que ponen atención a sus sueños y que tratan de encontrar su significado y comprobar su veracidad, pueden entrar en relación profunda con el Gran Hombre, por lo que la generosidad y el amor al prójimo y a los animales le atrae y le da vida. Los sueños dan a los naskapi plena capacidad para encontrar su camino en la vida, no sólo en el mundo interior sino también en el mundo exterior de la naturaleza. Le ayudan a predecir el tiempo y le dan guía invaluable en la caza de la que depende su vida. Menciono a este pueblo tan primitivo porque no está contaminado por nuestras ideas civilizadas y aun conserva el profundo conocimiento interior natural en la esencia de lo que Jung llamó el “sí-mismo”.
El “sí-mismo” puede definirse como un factor de guía interior que es distinto de la personalidad consciente y que puede captarse sólo mediante la investigación de nuestros propios sueños. Estos demuestran que el “sí-mismo” es el centro regulador que proporciona una extensión y maduración constantes de la personalidad. Pero este aspecto mayor y más cercano a la totalidad de la psique aparece primero como una mera personalidad innata. Puede emerger muy débilmente o puede desarrollarse con una totalidad relativa a lo largo de toda la vida. Hasta dónde se desarrolla depende de si el ego está dispuesto o no lo está a escuchar el mensaje del “sí-mismo”. Así como los naskapi han percibido que la persona que es receptiva a las insinuaciones del Gran Hombre consigue más y mejores sueños que la ayuden, podemos agregar que el innato Gran Hombre se hace más real en una persona receptiva que en quienes lo desdeñan. Tal persona también se convierte en un ser humano más completo.
Hasta parece que el ego no ha sido producido por la naturaleza para seguir ilimitadamente sus propios impulsos arbitrarios sino para ayudar a que se realice la totalidad: toda la psique. Es el ego que proporciona luz a todo el sistema, permitiéndole convertirse en consciente y, por tanto, realizarse. Si, por ejemplo, tenemos un talento artístico del cual no es consciente el ego, nada le ocurrirá. Incluso el don puede no llegar a existir. Sólo si nuestro ego se da cuenta de él, podemos llevarlo a la realidad. La innata pero oculta totalidad de la psique no es la misma cosa que una totalidad que es plenamente conocida y vivida.
Podríamos describir esto de la forma siguiente: la semilla de un pino contiene en forma latente todo el futuro árbol; pero cada semilla cae, en determinado tiempo, en un sitio particular en el que hay cierta cantidad de factores especiales como son la calidad del suelo y las piedras, la inclinación del suelo y su exposición al sol y al viento. La totalidad del pino latente que hay en la semilla reacciona ante esas circunstancias evitando las piedras e inclinándose hacia el sol, resultando que así se determina el crecimiento del árbol. De ese modo, cada pino va llegando lentamente a la existencia, constituyendo la plenitud de su totalidad y emerge en el reino de la realidad. Sin el árbol vivo, la imagen del pino es sólo una posibilidad o una idea abstracta. Insistimos: la realización de la unicidad del hombre individual es la meta del proceso de individuación.
Desde cierto punto de vista, este proceso se produce en el hombre (así como en todo ser viviente) por sí mismo y en el inconsciente; es un proceso por el cual el hombre vive su innata naturaleza humana. Sin embargo, estrictamente hablando, el proceso de individuación es real sólo si el individuo se da cuenta de él y lleva a cabo conscientemente una conexión viva con él. No sabemos si el pino percibe su propio crecimiento, si goza y sufre las diferentes vicisitudes que lo conforman. Pero el hombre sí es capaz de participar conscientemente en su desarrollo. Incluso siente que de cuando en cuando, al tomar decisiones libres, puede cooperar activamente con él. Esta cooperación pertenece al proceso de individuación en el más estricto sentido de la palabra.
Sin embargo, el hombre experimenta algo que no se contiene en nuestra metáfora del pino. El proceso de individuación es más que un acuerdo entre el germen innato de totalidad y los actos externos del destino. Su experiencia subjetiva transmite la sensación de que cierta fuerza suprapersonal se interfiere activamente en forma creativa. A veces notamos que el inconsciente lleva la dirección con un designio secreto. Es como si algo nos estuviese contemplando, algo que no vemos pero que nos ve, quizá el Gran Hombre que reside en el corazón, que nos dice su opinión acerca de nosotros por medio de los sueños.
Pero este aspecto creativamente activo del núcleo psíquico puede entrar en juego sólo cuando el ego se desentiende de toda finalidad intencionada y voluntaria y trata de alcanzar una forma de existencia más profunda y más básica. El ego tiene que ser capaz de estudiar atentamente y entregarse, sin ningún otro designio o intención, hacia esa incitación interior hacia el desarrollo. Muchos filósofos existencialistas intentan describir ese estado, pero sólo llegan a despojar de sus ilusiones a la consciencia: llegan directamente hasta la puerta del inconsciente, pero luego no consiguen abrirla.
La gente que vive en culturas más firmemente enraizadas que la nuestra, tiene menos dificultad en comprender que es necesario prescindir de la actitud utilitaria de los proyectos conscientes con el fin de dejar paso al desarrollo interno de la personalidad. Una vez conocí a una señora anciana que no había conseguido mucho en su vida, en el sentido de cosas externas. Pero, de hecho, había hecho un buen matrimonio con un marido difícil y, en cierto modo, había desarrollado una personalidad madura. Cuando se quejó de que no había “hecho” nada en su vida, le conté un cuento relatado por un sabio chino, Chuang Tzu. Ella comprendió inmediatamente y sintió gran alivio. Este es el cuento:
Un carpintero ambulante, llamado Piedra, vio en sus viajes un gigantesco y añoso roble que se levantaba en un campo junto a un altar hecho de tierra. El carpintero dijo a su aprendiz, el cual admiraba el roble: “Ese es un árbol inútil. Si quieres hacer un barco, pronto se pudriría; si quieres hacer aperos se romperían. No puedes hacer nada que sea útil con ese árbol y por eso ha llegado a ser tan viejo”.
Pero en una posada, aquella misma noche, cuando el carpintero se fue a dormir, el roble añoso se le apareció en sueños y le dijo: “¿Por qué me comparas con vuestros árboles cultivados tales como el pino blanco, el peral, el naranjo y el manzano y todos los demás que dan fruta? Aun antes de que se pueda recoger el fruto, la gente los ataca y los viola. Sus ramas gruesas están desgajadas, sus ramillas, rotas. Su propio fruto les acarrea el daño y no pueden vivir fuera de su espacio natural. Esto es lo que ocurre en todas partes y por eso hace tanto tiempo que intenté convertirme en completamente inútil. ¡Tú, pobre mortal! ¿Te imaginas que si yo hubiera sido útil de alguna forma hubiera alcanzado tal tamaño? Además, tú y yo somos dos criaturas y ¿cómo puede una criatura elevarse tanto para juzgar a otra criatura? Tú, hombre mortal útil, ¿qué sabes acerca de los árboles inútiles?”.
El carpintero se despertó y meditó sobre su sueño y, después, cuando su aprendiz le preguntó por qué precisamente ese árbol servía para proteger el altar, le respondió: “¡Calla la boca! ¡No quiero oír hablar más sobre eso! El árbol crece aquí a propósito porque en cualquier otro sitio la gente le hubiera maltratado. Si no fuera el árbol del altar, le hubieran convertido en leña”.
Evidentemente, el carpintero comprendió su sueño. Vio que el simple hecho de cumplir nuestro destino es la mayor hazaña humana y que nuestras ideas utilitarias tienen que ceder el paso ante las demandas de nuestra psique inconsciente. Si traducimos esta metáfora al lenguaje psicológico, el árbol simboliza el proceso de individuación que da una lección a nuestro miope ego.
Bajo el árbol que cumplía su destino había -en el cuento de Chuang Tzu- un altar hecho de tierra. Era una piedra tosca, sin pulir, sobre la cual la gente hacía sacrificios al dios local al que “pertenecía” ese trozo de tierra. El símbolo del altar de tierra señala el hecho de que con el fin de llevar a cabo el proceso de individuación, debemos rendirnos conscientemente al poder del inconsciente, en vez de pensar lo que deberíamos hacer, o lo que generalmente se piensa que es justo, o lo que corrientemente sucede. Sólo hay que escuchar, para saber lo que desea la totalidad interior -el “sí-mismo”- que hagamos aquí y ahora en una determinada situación.
Nuestra actitud debe ser como la del pino mencionado anteriormente: no se incomoda cuando su crecimiento lo estorba una piedra, ni hace planes sobre cómo vencer los obstáculos. Trata meramente de tantear si tiene que crecer más hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia el declive o debe alejarse de él. Al igual que el árbol debemos entregarnos a ese impulso casi imperceptible, aunque poderosamente dominador; un impulso que procede de la incitación hacia la realización única y creativa del “sí-mismo”. Y este es un proceso en el que tenemos que buscar y encontrar repetidamente algo que aun no es conocido por nadie. Las insinuaciones orientadoras o impulsos proceden, no del ego, sino de la totalidad de la psique: el “sí-mismo”.
Además, es inútil echar miradas furtivas a la forma en que otro cualquiera se desarrolla porque cada uno de nosotros tiene una tarea única de autorrealización. Aunque muchos problemas humanos son análogos, jamás son idénticos. Todos los pinos son muy parecidos (de no ser así no los reconoceríamos como pinos); sin embargo, ninguno es exactamente igual a otro. A causa de estos factores de similitudes y diferencias es difícil resumir las infinitas variaciones del proceso de individuación. El hecho es que cada persona tiene que hacer algo diferente, algo que es únicamente suyo.
Mucha gente ha criticado las teorías jungianas por no presentar sistemáticamente el material psíquico. Pero esos críticos olvidan que el propio material es una experiencia viva cargada de emoción, por naturaleza irracional y siempre cambiante, que no conduce a la sistematización excepto en la modalidad más superficial. La moderna psicología profunda ha alcanzado aquí los mismos límites con los que se enfrentan los microfísicos. Esto es, cuando tratamos medias estadísticas, es posible una descripción racional y sistemática de los hechos. Pero cuando intentamos describir un solo hecho psíquico, no hacemos más que presentar una pintura honrada de él desde todos los ángulos posibles. Del mismo modo, los científicos tienen que admitir que no saben lo que es la luz. Sólo pueden decir que, en ciertas condiciones experimentales, parece constar de partículas, mientras que en otras condiciones experimentales parece constar de ondas. Pero qué es en “sí misma”, no se sabe. La psicología del inconsciente y toda descripción del proceso de individuación encuentran comparables dificultades de definición. Pero aquí trataré de dar un esquema de algunos de sus rasgos más típicos.
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (I)
Marie-Louise von Franz
El modelo de desarrollo psíquico
Al comienzo de este libro, el Dr. C. G. Jung introdujo al lector en el concepto de inconsciente, sus estructuras personal y colectiva y su modo simbólico de expresión. Una vez que se ha visto la importancia vital (es decir, efecto sanador o destructivo) de los símbolos producidos por el inconsciente, queda el difícil problema de la interpretación. El Dr. Jung ha demostrado que todo depende de si alguna interpretación “encaja” y es significativa respecto al individuo. De ese modo, ha indicado el posible significado y la función del simbolismo onírico.
Pero, en el desarrollo de la teoría de Jung, esa posibilidad suscita otras preguntas: ¿Cuál es el propósito de toda la vida onírica del individuo? ¿Qué papel desempeñan los sueños no sólo en la inmediata economía psíquica del ser humano sino en su vida como un todo?
Observando a gran cantidad de personas y estudiando sus sueños (calculaba que había interpretado, por lo menos, 80.000 sueños), Jung descubrió no sólo que todos los sueños son significativos en diversos grados para la vida del soñante sino que todos ellos son parte de un gran entramado de factores psicológicos. También halló que, en total, parecen seguir cierta ordenación o modelo. Jung llama a ese modelo “proceso de individuación”. Puesto que los sueños producen escenas e imágenes diferentes cada noche, las personas que no son observadoras minuciosas, probablemente no se darán cuenta de modelo alguno. Pero si observamos nuestros sueños durante un período de años y estudiamos toda la serie, veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez. Mucha gente incluso sueña repetidamente con las mismas figuras, paisajes o situaciones; y si los seguimos a lo largo de todas las series, veremos que cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la actitud consciente del soñante está influida por una interpretación adecuada de los sueños y sus contenidos simbólicos.
Así es que nuestra vida psíquica crea un modelo de meandros en el que los elementos o tendencias individuales se hacen visibles, luego se esfuman, luego reaparecen. Si observamos esos meandros durante un largo período de tiempo, se puede ver la actuación de una especie de regulación oculta o tendencia directa que crea un proceso lento, imperceptible, de desarrollo psíquico: el proceso de individuación.
Paulatinamente va emergiendo una personalidad más amplia y más madura, y poco a poco se hace efectiva y hasta visible para los demás. El hecho de que, frecuentemente, hablemos de “desarrollo detenido” demuestra que suponemos que es posible tal proceso de desarrollo y maduración en todos los individuos. Puesto que el desarrollo psíquico no puede llevarse a cabo por un esfuerzo consciente de fuerza de voluntad, sino que se produce involuntariamente y en forma natural, en los sueños se simboliza con frecuencia por medio del árbol, cuyo desarrollo, lento, poderoso e involuntario representa un modelo definido.
El centro organizador desde el cual emana el efecto regulador parece ser una especie de “átomo nuclear” de nuestro sistema psíquico. También podríamos llamarlo inventor, organizador y fuente de imágenes oníricas. Jung llamó a ese centro el “sí-mismo” y lo describió como la totalidad de la psique, para distinguirlo del ego, que constituye sólo una pequeña parte de la totalidad de la psique.
A lo largo de las edades, los hombres de daban cuenta instintivamente de la existencia de tal centro interior. Los griegos lo llamaron el daimon interior del hombre; en Egipto se expresaba con el concepto de alma-ba; y los romanos lo veneraban como genius innato de cada individuo. En sociedades más primitivas, solía creerse que era un espíritu tutelar encarnado en un animal o en un fetiche.
Este centro interior se mantiene en forma excepcionalmente pura e intacta entre los indios naskapi, quienes aun viven en los bosques de la península de Labrador. Estas gentes sencillas se dedican a la caza y viven en grupos familiares aislados, tan alejados unos de otros que no han podido desarrollar costumbres tribales o creencias y ceremonias religiosas. En su soledad vitalicia, el cazador naskapi tiene que confiar en sus propias voces interiores y revelaciones inconscientes; no tiene maestros religiosos que le enseñen lo que ha de creer, ni rituales, fiestas o costumbres que le conforten. En su concepto básico de la vida, el alma humana es simplemente un “compañero interior” al que llama “mi amigo” o mista’peo que significa “gran hombre”. Mista’peo reside en el corazón y es inmortal; en el momento de la muerte o poco antes, deja al individuo y luego reencarna en otro ser.
Los naskapi, que ponen atención a sus sueños y que tratan de encontrar su significado y comprobar su veracidad, pueden entrar en relación profunda con el Gran Hombre, por lo que la generosidad y el amor al prójimo y a los animales le atrae y le da vida. Los sueños dan a los naskapi plena capacidad para encontrar su camino en la vida, no sólo en el mundo interior sino también en el mundo exterior de la naturaleza. Le ayudan a predecir el tiempo y le dan guía invaluable en la caza de la que depende su vida. Menciono a este pueblo tan primitivo porque no está contaminado por nuestras ideas civilizadas y aun conserva el profundo conocimiento interior natural en la esencia de lo que Jung llamó el “sí-mismo”.
El “sí-mismo” puede definirse como un factor de guía interior que es distinto de la personalidad consciente y que puede captarse sólo mediante la investigación de nuestros propios sueños. Estos demuestran que el “sí-mismo” es el centro regulador que proporciona una extensión y maduración constantes de la personalidad. Pero este aspecto mayor y más cercano a la totalidad de la psique aparece primero como una mera personalidad innata. Puede emerger muy débilmente o puede desarrollarse con una totalidad relativa a lo largo de toda la vida. Hasta dónde se desarrolla depende de si el ego está dispuesto o no lo está a escuchar el mensaje del “sí-mismo”. Así como los naskapi han percibido que la persona que es receptiva a las insinuaciones del Gran Hombre consigue más y mejores sueños que la ayuden, podemos agregar que el innato Gran Hombre se hace más real en una persona receptiva que en quienes lo desdeñan. Tal persona también se convierte en un ser humano más completo.
Hasta parece que el ego no ha sido producido por la naturaleza para seguir ilimitadamente sus propios impulsos arbitrarios sino para ayudar a que se realice la totalidad: toda la psique. Es el ego que proporciona luz a todo el sistema, permitiéndole convertirse en consciente y, por tanto, realizarse. Si, por ejemplo, tenemos un talento artístico del cual no es consciente el ego, nada le ocurrirá. Incluso el don puede no llegar a existir. Sólo si nuestro ego se da cuenta de él, podemos llevarlo a la realidad. La innata pero oculta totalidad de la psique no es la misma cosa que una totalidad que es plenamente conocida y vivida.
Podríamos describir esto de la forma siguiente: la semilla de un pino contiene en forma latente todo el futuro árbol; pero cada semilla cae, en determinado tiempo, en un sitio particular en el que hay cierta cantidad de factores especiales como son la calidad del suelo y las piedras, la inclinación del suelo y su exposición al sol y al viento. La totalidad del pino latente que hay en la semilla reacciona ante esas circunstancias evitando las piedras e inclinándose hacia el sol, resultando que así se determina el crecimiento del árbol. De ese modo, cada pino va llegando lentamente a la existencia, constituyendo la plenitud de su totalidad y emerge en el reino de la realidad. Sin el árbol vivo, la imagen del pino es sólo una posibilidad o una idea abstracta. Insistimos: la realización de la unicidad del hombre individual es la meta del proceso de individuación.
Desde cierto punto de vista, este proceso se produce en el hombre (así como en todo ser viviente) por sí mismo y en el inconsciente; es un proceso por el cual el hombre vive su innata naturaleza humana. Sin embargo, estrictamente hablando, el proceso de individuación es real sólo si el individuo se da cuenta de él y lleva a cabo conscientemente una conexión viva con él. No sabemos si el pino percibe su propio crecimiento, si goza y sufre las diferentes vicisitudes que lo conforman. Pero el hombre sí es capaz de participar conscientemente en su desarrollo. Incluso siente que de cuando en cuando, al tomar decisiones libres, puede cooperar activamente con él. Esta cooperación pertenece al proceso de individuación en el más estricto sentido de la palabra.
Sin embargo, el hombre experimenta algo que no se contiene en nuestra metáfora del pino. El proceso de individuación es más que un acuerdo entre el germen innato de totalidad y los actos externos del destino. Su experiencia subjetiva transmite la sensación de que cierta fuerza suprapersonal se interfiere activamente en forma creativa. A veces notamos que el inconsciente lleva la dirección con un designio secreto. Es como si algo nos estuviese contemplando, algo que no vemos pero que nos ve, quizá el Gran Hombre que reside en el corazón, que nos dice su opinión acerca de nosotros por medio de los sueños.
Pero este aspecto creativamente activo del núcleo psíquico puede entrar en juego sólo cuando el ego se desentiende de toda finalidad intencionada y voluntaria y trata de alcanzar una forma de existencia más profunda y más básica. El ego tiene que ser capaz de estudiar atentamente y entregarse, sin ningún otro designio o intención, hacia esa incitación interior hacia el desarrollo. Muchos filósofos existencialistas intentan describir ese estado, pero sólo llegan a despojar de sus ilusiones a la consciencia: llegan directamente hasta la puerta del inconsciente, pero luego no consiguen abrirla.
La gente que vive en culturas más firmemente enraizadas que la nuestra, tiene menos dificultad en comprender que es necesario prescindir de la actitud utilitaria de los proyectos conscientes con el fin de dejar paso al desarrollo interno de la personalidad. Una vez conocí a una señora anciana que no había conseguido mucho en su vida, en el sentido de cosas externas. Pero, de hecho, había hecho un buen matrimonio con un marido difícil y, en cierto modo, había desarrollado una personalidad madura. Cuando se quejó de que no había “hecho” nada en su vida, le conté un cuento relatado por un sabio chino, Chuang Tzu. Ella comprendió inmediatamente y sintió gran alivio. Este es el cuento:
Un carpintero ambulante, llamado Piedra, vio en sus viajes un gigantesco y añoso roble que se levantaba en un campo junto a un altar hecho de tierra. El carpintero dijo a su aprendiz, el cual admiraba el roble: “Ese es un árbol inútil. Si quieres hacer un barco, pronto se pudriría; si quieres hacer aperos se romperían. No puedes hacer nada que sea útil con ese árbol y por eso ha llegado a ser tan viejo”.
Pero en una posada, aquella misma noche, cuando el carpintero se fue a dormir, el roble añoso se le apareció en sueños y le dijo: “¿Por qué me comparas con vuestros árboles cultivados tales como el pino blanco, el peral, el naranjo y el manzano y todos los demás que dan fruta? Aun antes de que se pueda recoger el fruto, la gente los ataca y los viola. Sus ramas gruesas están desgajadas, sus ramillas, rotas. Su propio fruto les acarrea el daño y no pueden vivir fuera de su espacio natural. Esto es lo que ocurre en todas partes y por eso hace tanto tiempo que intenté convertirme en completamente inútil. ¡Tú, pobre mortal! ¿Te imaginas que si yo hubiera sido útil de alguna forma hubiera alcanzado tal tamaño? Además, tú y yo somos dos criaturas y ¿cómo puede una criatura elevarse tanto para juzgar a otra criatura? Tú, hombre mortal útil, ¿qué sabes acerca de los árboles inútiles?”.
El carpintero se despertó y meditó sobre su sueño y, después, cuando su aprendiz le preguntó por qué precisamente ese árbol servía para proteger el altar, le respondió: “¡Calla la boca! ¡No quiero oír hablar más sobre eso! El árbol crece aquí a propósito porque en cualquier otro sitio la gente le hubiera maltratado. Si no fuera el árbol del altar, le hubieran convertido en leña”.
Evidentemente, el carpintero comprendió su sueño. Vio que el simple hecho de cumplir nuestro destino es la mayor hazaña humana y que nuestras ideas utilitarias tienen que ceder el paso ante las demandas de nuestra psique inconsciente. Si traducimos esta metáfora al lenguaje psicológico, el árbol simboliza el proceso de individuación que da una lección a nuestro miope ego.
Bajo el árbol que cumplía su destino había -en el cuento de Chuang Tzu- un altar hecho de tierra. Era una piedra tosca, sin pulir, sobre la cual la gente hacía sacrificios al dios local al que “pertenecía” ese trozo de tierra. El símbolo del altar de tierra señala el hecho de que con el fin de llevar a cabo el proceso de individuación, debemos rendirnos conscientemente al poder del inconsciente, en vez de pensar lo que deberíamos hacer, o lo que generalmente se piensa que es justo, o lo que corrientemente sucede. Sólo hay que escuchar, para saber lo que desea la totalidad interior -el “sí-mismo”- que hagamos aquí y ahora en una determinada situación.
Nuestra actitud debe ser como la del pino mencionado anteriormente: no se incomoda cuando su crecimiento lo estorba una piedra, ni hace planes sobre cómo vencer los obstáculos. Trata meramente de tantear si tiene que crecer más hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia el declive o debe alejarse de él. Al igual que el árbol debemos entregarnos a ese impulso casi imperceptible, aunque poderosamente dominador; un impulso que procede de la incitación hacia la realización única y creativa del “sí-mismo”. Y este es un proceso en el que tenemos que buscar y encontrar repetidamente algo que aun no es conocido por nadie. Las insinuaciones orientadoras o impulsos proceden, no del ego, sino de la totalidad de la psique: el “sí-mismo”.
Además, es inútil echar miradas furtivas a la forma en que otro cualquiera se desarrolla porque cada uno de nosotros tiene una tarea única de autorrealización. Aunque muchos problemas humanos son análogos, jamás son idénticos. Todos los pinos son muy parecidos (de no ser así no los reconoceríamos como pinos); sin embargo, ninguno es exactamente igual a otro. A causa de estos factores de similitudes y diferencias es difícil resumir las infinitas variaciones del proceso de individuación. El hecho es que cada persona tiene que hacer algo diferente, algo que es únicamente suyo.
Mucha gente ha criticado las teorías jungianas por no presentar sistemáticamente el material psíquico. Pero esos críticos olvidan que el propio material es una experiencia viva cargada de emoción, por naturaleza irracional y siempre cambiante, que no conduce a la sistematización excepto en la modalidad más superficial. La moderna psicología profunda ha alcanzado aquí los mismos límites con los que se enfrentan los microfísicos. Esto es, cuando tratamos medias estadísticas, es posible una descripción racional y sistemática de los hechos. Pero cuando intentamos describir un solo hecho psíquico, no hacemos más que presentar una pintura honrada de él desde todos los ángulos posibles. Del mismo modo, los científicos tienen que admitir que no saben lo que es la luz. Sólo pueden decir que, en ciertas condiciones experimentales, parece constar de partículas, mientras que en otras condiciones experimentales parece constar de ondas. Pero qué es en “sí misma”, no se sabe. La psicología del inconsciente y toda descripción del proceso de individuación encuentran comparables dificultades de definición. Pero aquí trataré de dar un esquema de algunos de sus rasgos más típicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario