A SANGRE FRIA
RICARDO AROCENA
En enero de 1813, un vecino de Montevideo denuncia en forma anónima al periódico bonaerense "La Gaceta Ministerial", que uno de los "escuadrones de la muerte" españoles, que por aquel entonces asolaba a la Banda Oriental, había degollado "a sangre fría, a diez y nueve mujeres, que no tenían otro crimen que el de ser americanas".
Los hechos confirmaban que no se había equivocado Artigas al advertir que con la firma del Armisticio entre Buenos Aires y Montevideo y el retiro de las tropas patriotas, se "dejaba en un compromiso muy amargo a los habitantes que tan activa parte habían tomado por la libertad", quedando expuestos a la “saña de los españoles". Hacía meses que el Jefe oriental había comprobado que "el Gualeguay, Arroyo de la China y Villa de Belén habían sido teatro de sus iniquidades" y que "los robos se cometían por millones y sus crueldades llegaron al extremo de dar tormento a algunos americanos que cayeron en sus manos, asesinando también a otros".
El oriental denunciante del sanguinario homicidio, había insistido en la impunidad con la cual la soldadesca había actuado. Los integrantes de la "Partida Tranquilizadora", nombre con el que se conocía a los violentos "grupos de tareas" de la época, no solamente no habían ocultado el delito, sino que se ufanaban abiertamente de él. Y a su regreso del nefasto episodio, según comentaría el aterrado vecino: "vociferaban aquí este glorioso triunfo propio y reservado a la barbarie de estos Caribes: todos los habitantes de la ciudad lo habían oído de sus nefandos labios y desgraciado aquel que se hubiera atrevido a increparlo o a manifestar en su semblante la más leve muestra de disgusto".
Desde hacía aproximadamente un año, la mayoría del pueblo oriental acampaba en el Ayuí, a cientos de kilómetros de Montevideo. El patriota oriental, con el objetivo de difundir lo que estaba acaeciendo con las familias que por alguna razón no habían podido partir, arriesgando su vida había decidido informar a la prensa revolucionaria. "Amigo mío, el espíritu de estolidez y venganza que anima a estos (sedientos) de sangre humana y que preside sus torpes operaciones, es siempre el mismo, o para explicarme más correctamente, adquiere nuevos grados de impulso en razón directa de su impotencia y desesperación", comentará al cronista que lo reportea.
Exasperados porque no habían logrado aplastar la resistencia y concientes de que los plazos se acortaban, hispanos y lusitanos recurrían a la brutalidad extrema para paralizar a la población, plasmando desde el poder del estado colonial una precursora geopolítica contrainsurgente, dirigida a garantizar el ordenamiento interno. En auténticos operativos psico-políticos, impulsados a través de "Bandos" y “carteles”, insistían en la "legitimidad" de su autoridad, a la par que condenaban a quienes se les oponían, por "subversión".
En uno de sus primeros comunicados, luego del retiro de las tropas patriotas, exponen que serían reprimidos quienes "de palabra o por escrito, censuren o motejen las disposiciones de este Superior gobierno, los que hablen contra la Suprema autoridad de la nación y los que propalen especies falsas". Nótese la similitud en materia de forma y contenido del comunicado, con el que el 27 de junio de 1973 emitiera el último autoritarismo que asolaría a nuestra patria, cuando prohíbe la "divulgación de todo tipo de información" que "directa o indirectamente" atribuya "propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo o pueda perturbar la tranquilidad y el orden público".
El patriota de San Carlos Francisco Bustamante describirá aquel tétrico período diciendo que "a cualquier parte que se detenía la vista, se divisaba sino la imagen de la persecución, acompañada de pesados grillos y cadenas, con que se sepultaban en oscuros e inhumanos calabozos, la honradez e inocencia de mis compatriotas".
"CUALES ZORRAS"
Hacía tiempo que las autoridades españolas venían anotando el enorme papel jugado por las paisanas orientales y amenazado con escarmientos. Uno de los represores constata y ordena ante la masiva actitud femenina: "Por cuanto tengo noticias ciertas que algunas personas de muchas villas y partidos producen expresiones denigrantes contra las disposiciones del gobierno y su digno Jefe, siendo el mayor número de éstas algunas mujeres atrevidas que fiadas en lo preferido de su sexo les parece tienen alguna particular libertad para expresarse de cualquier modo, mando y ordeno, a nombre del Capitán General de estas Provincias, por el que me hallo plenamente autorizado para poner el mejor orden y sosiego en esta campaña, que los Jueces y Comisionados de las dichas Villas y Partidos, celen a las dichas personas si siguen con tal modo de producirse y convencidas de su reincidencia procedan a su inmediata aprehensión, tratándolas como a reos del Estado y haciéndolas conducir, bajo segura custodia, a la Capitanía General, las entregarán para que el Jefe disponga lo que sea de su superior agrado".
Quien así se expresaba era el tristemente célebre Capitán Larrobla, que recorría la campaña sembrando cadáveres y dolor. Por lo que expone cabe suponer que las diecinueve mártires fueron arrestadas por sentirse libres de criticar al gobierno español. Y a partir de ese momento fueron tratadas como "reas del Estado", hasta que el Jefe de turno dispuso de sus vidas. Esa era la forma de "apaciguar" de los españoles.
Con respecto a ellas dice el paisano entrevistado en forma textual: "Yo no me ocuparé de formar a Ud. el cuadro de horrores que estos vándalos de la América ejecutaron en las infortunadas casas por donde transitaron, ni los asesinatos que cometieron..., solo diré a Vmd. que estos bárbaros desnaturalizados, después de haber destruido, cuales zorras, cuanto de precioso mueblaba las casas de campo, que desgraciadamente se hallaba en el tránsito y no podían llevar consigo, degollaron a sangre fría diez y nueve mujeres que no tenían otro crimen que el de ser americanas".
Desde siempre la presión psicológica forma parte importante de cualquier esfuerzo de guerra. Y el enemigo no se puede considerar del todo vencido mientras tenga voluntad de combatir. Por eso querían quebrar esa voluntad, aunque para hacerlo tuvieran que sembrar el espanto.
El patriota montevideano continuaría con su relato contando otras anécdotas. Por él nos enteramos, por ejemplo, de la heroica resistencia a lo largo y ancho de la Banda Oriental, de miles de vecinos, que se oponían al poder colonial como podían, fuera repartiendo panfletos, organizándose, o simplemente no callándose frente a lo que estaba ocurriendo. En conjunto integrarían un verdadero "ejército de las sombras", que mellaría a los poderes portugués y español.
Entre las historias tan "brillantes" como "heroicas", emocionado rescata la de un miliciano que estando en las "guerrillas avanzadas", recibió "tres balazos, que le impidieron replegarse con sus compañeros". "Abandonado a su suerte, aislado, bañado en sangre y próximo a los enemigos que avanzaban, hace sin embargo uso de su arma, dispara contra ellos varios tiros y al oír que le intiman rendición contesta sin trepidar, lleno de indignación, que el hombre libre no se rinde a los tiranos", cuenta el oriental.
Cabe imaginar el hábitat imperante ante la traumática narración, los ojos húmedos del acusador, o la conmoción de quien lo entrevista. En tales circunstancias suele crearse una atmósfera especial, cargada de sentimientos, donde interactúa el arrebato, la desazón y la rebeldía. No es difícil imaginar al hombre que, aunque tirado en el piso y sangrando, increpa a los enemigos. Y es normal sentir reconocimiento por alguien que está dispuesto a darlo todo por lo que piensa. Reflexionando sobre esa actitud, se detiene el vecino indignado para puntualizar: "Mas estas fieras indómitas, que no aprecian los quilates de la virtud militar y que solo consultan llenar sus deseos de sórdida venganza, se arrojaron sobre él, y a fuerza de repetidos tiros y bayonetazos, acabaron de matar a un semimuerto".
El patriota insiste con otras historias. Es evidente que quiere demostrar que no todo está "tranquilizado" y que sus compaisanos resisten. Por lo que dice, a lo largo del último año de padecimientos, se había forjado una leyenda, una mística de la resistencia, a partir de miles de historias que enorgullecían a los orientales. Las repetían en voz baja donde y cuando podían.
El periódico “La Gaceta Ministerial” había proporcionado la oportunidad de que no se perdieran, de que quedaran en el recuerdo eternamente. "El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes...", era el lema de la publicación, que había sido dirigida nada menos que por Mariano Moreno y era considerada el vocero de la revolución en el Río de la Plata.
Merced a las declaraciones del valiente vecino, nos enteramos que en una visita al hospital, el Gobernador de Montevideo Gaspar de Vigodet, encuentra tumbado a un prisionero en su lecho. Pese a la penosa situación de aquel hombre, el mandamás le incrimina con odio:
-¡Está herido por la patria!
Entonces el combatiente, dirigiéndose a la poderosa autoridad desde su lacerada impotencia, responde la "degradante sátira" con súbito brío, aún a sabiendas de que ponía en riesgo su vida:
-¡Las heridas que he recibido por defender los respetables, augustos derechos de ella, no me son afligentes y solo deseo mi restablecimiento para sostenerlos y exterminar a los tiranos opresores...!
"LA BELLA UNIÓN"
Muchas historias han podido ser rescatadas de los propios partes militares. Entre ellas, una que destaca es la del "ardiente y temible" compadre Gallardo, que fue uno de los activos resistentes contra la opresión. Acabó encerrado desde el 20 de abril de 1812 hasta el 8 de octubre de 1813, cuando lo liberaron las fuerzas artiguistas.
Había sido capturado por una partida integrada por el militar represor Manuel Arco y dos hombres más, en la costa del Pintado, hallándosele en el momento del registro "la adjunta carta de Don Francisco Hernández, que lo recomienda al Alcalde de Santa Lucía Chico, para obtener la papeleta y andar bajo capa de hombre de bien".
Por asistir al prófugo, el comandante militar propone detener también "al consabido Hernández", para que "pagase la osadía de abrigar y proteger a un hombre que, además de los delitos dichos y de andar públicamente amancebado... debe ser indispensablemente perjudicial en esta campaña y máxime en las presentes circunstancias, en que sin duda se dedicará como antes y andar de chasquero y bombero a favor de los insurgentes, como en opinión general hay pocos o ninguno, más ardiente y temible".
El comunicado alterna la ferocidad con la moralina hipócrita de individuos que cuestionaban el "amancebamiento", pero que no titubeaban en regodearse públicamente del degollamiento de mujeres indefensas. Mientras todo esto ocurría y Gallardo sosegaba su indómita indignación en un frío calabozo, en otras partes la resistencia insurgía. Por ejemplo en mayo de 1812 en Maldonado, los patriotas desparraman por toda la localidad sus llamados a la lucha. "Ahora es tiempo señor, de la Patria; se fueron los portugueses, ya es tiempo que volvamos a nuestra bella unión. ¡Muera el gobierno español!", decían los pasquines libertarios.
Por su parte los patriotas carolinos, habían hecho circular sus propios impresos. Uno de ellos, que fue colgado en la puerta de un vecino de los arrabales, decía en forma versificada: “El que fuera sarraceno/ Si en esta América habita/ puede vivir con cuidado/ si la patria resucita”. Y agregaba: “Todos resuelven pifiarnos/ los gallegos de levita/ hemos de vengar agravios/ si la patria resucita”. Los mensajes clandestinos habían empujado a las autoridades a emitir un comunicado por el cual “cualquier persona... que se hallare con impresos, cartas u otros cualesquiera papeles de Buenos Aires se les aplicarán las rigurosas penas que previenen las leyes...”
Las Partidas Tranquilizadoras comienzan sus sistemáticos operativos a partir de marzo de 1812 en los combativos pagos de Soriano. Uno de sus capitanes es un tal Pedro Manuel García. “... yo no puedo menos de hacer presente a V. E. que si toman esta Villa (Mercedes) al instante se les reunirán más de cuatrocientos de Santo Domingo de Soriano y caminarán a quitar los víveres de esa, porque les es muy fácil no dejar entrar nada, en particular de ganados, que es constante que todos los criollos de estos destinos es adicto a Artigas”, alerta a las autoridades españolas impotente.
No obstante, el 6 de marzo igualmente se lanza a la represión contra los patriotas. “Esta noche sale el alférez Machado con 20 portugueses y 20 de los de Mariano Fernández para el paso del Yapeyú... y don Mariano Fernández sale mañana para Sto. Domingo de Soriano con el resto de su partida a registrar la Iglesia, por parte que se le dio de haber escondida en ella porción de armas; así mismo a quitar aquel Comandante y poner a don Bartolo Ortiz, Alcalde de Paysandú, y a prender otros motores”.
Merced a los soplones que los habían socorrido confeccionando listas negras, los escuadrones de la muerte sabían de antemano adonde lanzarse. También a aquellos represores se le plantearía el “problema” de los “muchos presos que hay que guardar”, según palabras de García. Tal espíritu llevaría muchas veces a buscar una “solución final” y a pasar por las armas a una “porción de americanos patriotas a pretexto de ser salteadores y asesinos”, según registra "La Gaceta".
Los portugueses no se quedan atrás. El jefe militar José Pereira da Fonseca informará a sus comandantes el 9 de abril de 1812, que apenas tres días después pensaba atacar la estancia del padre de Joaquín Suárez, Don Bernardo, por “estar dando calor a los revolucionarios”. Los detenidos serían enviados a Río Grande. La coordinación represiva entre españoles y portugueses, durante el tiempo que estos últimos estuvieron en la Banda Oriental, fue total. Reiteradas veces los militares de ambos ejércitos con “buena disposición”, unirían sus fuerzas para “perseguir a las partidas enemigas...”.
La curva represiva se agudizará a partir de agosto de 1812. La "revelación" de un plan revolucionario que dejaba a Artigas “libre el camino para retrogradar sobre Montevideo y ponerle sitio”, sirve de coartada para lanzar el grueso de las fuerzas represivas contra todo aquel que no adhiere a la causa realista y colonial.
Ante el panorama de desolación y terror, el propio Jefe oriental enviará a sus compatriotas un mensaje de esperanza: “Yo sé muy bien cuánto puede exigir la patria de nosotros en unos momentos destinados tal vez a ser los últimos de su existencia; nos sobra a todos la virtud y grandeza de ánimo para sofocar nuestros resentimientos y hacer aún el sacrificio grande de las reclamaciones de nuestro honor”.
La contraofensiva patriota no tardaría en llegar, solamente había que esperar, “sofocando resentimientos”. Con el retorno de los orientales se profundizarían los debates sobre las nuevas formas de reorganización democrática, que habrían de sustituir a la antigua maquinaria burocrático militar del Estado colonial. La activa participación de los grandes contingentes populares barrerá a la plebeya las antiguas herencias estructurales, y los ideales de independencia política y de cambios sociales acabarán hondamente entrelazados. El segundo Sitio de Montevideo pondrá fin a la barbarie de los últimos dos años y pronto se repetirán las Asambleas populares, en las que los orientales reafirmarán su convicción, de que no hay mejor orden, que el de la revolución.
RICARDO AROCENA
En enero de 1813, un vecino de Montevideo denuncia en forma anónima al periódico bonaerense "La Gaceta Ministerial", que uno de los "escuadrones de la muerte" españoles, que por aquel entonces asolaba a la Banda Oriental, había degollado "a sangre fría, a diez y nueve mujeres, que no tenían otro crimen que el de ser americanas".
Los hechos confirmaban que no se había equivocado Artigas al advertir que con la firma del Armisticio entre Buenos Aires y Montevideo y el retiro de las tropas patriotas, se "dejaba en un compromiso muy amargo a los habitantes que tan activa parte habían tomado por la libertad", quedando expuestos a la “saña de los españoles". Hacía meses que el Jefe oriental había comprobado que "el Gualeguay, Arroyo de la China y Villa de Belén habían sido teatro de sus iniquidades" y que "los robos se cometían por millones y sus crueldades llegaron al extremo de dar tormento a algunos americanos que cayeron en sus manos, asesinando también a otros".
El oriental denunciante del sanguinario homicidio, había insistido en la impunidad con la cual la soldadesca había actuado. Los integrantes de la "Partida Tranquilizadora", nombre con el que se conocía a los violentos "grupos de tareas" de la época, no solamente no habían ocultado el delito, sino que se ufanaban abiertamente de él. Y a su regreso del nefasto episodio, según comentaría el aterrado vecino: "vociferaban aquí este glorioso triunfo propio y reservado a la barbarie de estos Caribes: todos los habitantes de la ciudad lo habían oído de sus nefandos labios y desgraciado aquel que se hubiera atrevido a increparlo o a manifestar en su semblante la más leve muestra de disgusto".
Desde hacía aproximadamente un año, la mayoría del pueblo oriental acampaba en el Ayuí, a cientos de kilómetros de Montevideo. El patriota oriental, con el objetivo de difundir lo que estaba acaeciendo con las familias que por alguna razón no habían podido partir, arriesgando su vida había decidido informar a la prensa revolucionaria. "Amigo mío, el espíritu de estolidez y venganza que anima a estos (sedientos) de sangre humana y que preside sus torpes operaciones, es siempre el mismo, o para explicarme más correctamente, adquiere nuevos grados de impulso en razón directa de su impotencia y desesperación", comentará al cronista que lo reportea.
Exasperados porque no habían logrado aplastar la resistencia y concientes de que los plazos se acortaban, hispanos y lusitanos recurrían a la brutalidad extrema para paralizar a la población, plasmando desde el poder del estado colonial una precursora geopolítica contrainsurgente, dirigida a garantizar el ordenamiento interno. En auténticos operativos psico-políticos, impulsados a través de "Bandos" y “carteles”, insistían en la "legitimidad" de su autoridad, a la par que condenaban a quienes se les oponían, por "subversión".
En uno de sus primeros comunicados, luego del retiro de las tropas patriotas, exponen que serían reprimidos quienes "de palabra o por escrito, censuren o motejen las disposiciones de este Superior gobierno, los que hablen contra la Suprema autoridad de la nación y los que propalen especies falsas". Nótese la similitud en materia de forma y contenido del comunicado, con el que el 27 de junio de 1973 emitiera el último autoritarismo que asolaría a nuestra patria, cuando prohíbe la "divulgación de todo tipo de información" que "directa o indirectamente" atribuya "propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo o pueda perturbar la tranquilidad y el orden público".
El patriota de San Carlos Francisco Bustamante describirá aquel tétrico período diciendo que "a cualquier parte que se detenía la vista, se divisaba sino la imagen de la persecución, acompañada de pesados grillos y cadenas, con que se sepultaban en oscuros e inhumanos calabozos, la honradez e inocencia de mis compatriotas".
"CUALES ZORRAS"
Hacía tiempo que las autoridades españolas venían anotando el enorme papel jugado por las paisanas orientales y amenazado con escarmientos. Uno de los represores constata y ordena ante la masiva actitud femenina: "Por cuanto tengo noticias ciertas que algunas personas de muchas villas y partidos producen expresiones denigrantes contra las disposiciones del gobierno y su digno Jefe, siendo el mayor número de éstas algunas mujeres atrevidas que fiadas en lo preferido de su sexo les parece tienen alguna particular libertad para expresarse de cualquier modo, mando y ordeno, a nombre del Capitán General de estas Provincias, por el que me hallo plenamente autorizado para poner el mejor orden y sosiego en esta campaña, que los Jueces y Comisionados de las dichas Villas y Partidos, celen a las dichas personas si siguen con tal modo de producirse y convencidas de su reincidencia procedan a su inmediata aprehensión, tratándolas como a reos del Estado y haciéndolas conducir, bajo segura custodia, a la Capitanía General, las entregarán para que el Jefe disponga lo que sea de su superior agrado".
Quien así se expresaba era el tristemente célebre Capitán Larrobla, que recorría la campaña sembrando cadáveres y dolor. Por lo que expone cabe suponer que las diecinueve mártires fueron arrestadas por sentirse libres de criticar al gobierno español. Y a partir de ese momento fueron tratadas como "reas del Estado", hasta que el Jefe de turno dispuso de sus vidas. Esa era la forma de "apaciguar" de los españoles.
Con respecto a ellas dice el paisano entrevistado en forma textual: "Yo no me ocuparé de formar a Ud. el cuadro de horrores que estos vándalos de la América ejecutaron en las infortunadas casas por donde transitaron, ni los asesinatos que cometieron..., solo diré a Vmd. que estos bárbaros desnaturalizados, después de haber destruido, cuales zorras, cuanto de precioso mueblaba las casas de campo, que desgraciadamente se hallaba en el tránsito y no podían llevar consigo, degollaron a sangre fría diez y nueve mujeres que no tenían otro crimen que el de ser americanas".
Desde siempre la presión psicológica forma parte importante de cualquier esfuerzo de guerra. Y el enemigo no se puede considerar del todo vencido mientras tenga voluntad de combatir. Por eso querían quebrar esa voluntad, aunque para hacerlo tuvieran que sembrar el espanto.
El patriota montevideano continuaría con su relato contando otras anécdotas. Por él nos enteramos, por ejemplo, de la heroica resistencia a lo largo y ancho de la Banda Oriental, de miles de vecinos, que se oponían al poder colonial como podían, fuera repartiendo panfletos, organizándose, o simplemente no callándose frente a lo que estaba ocurriendo. En conjunto integrarían un verdadero "ejército de las sombras", que mellaría a los poderes portugués y español.
Entre las historias tan "brillantes" como "heroicas", emocionado rescata la de un miliciano que estando en las "guerrillas avanzadas", recibió "tres balazos, que le impidieron replegarse con sus compañeros". "Abandonado a su suerte, aislado, bañado en sangre y próximo a los enemigos que avanzaban, hace sin embargo uso de su arma, dispara contra ellos varios tiros y al oír que le intiman rendición contesta sin trepidar, lleno de indignación, que el hombre libre no se rinde a los tiranos", cuenta el oriental.
Cabe imaginar el hábitat imperante ante la traumática narración, los ojos húmedos del acusador, o la conmoción de quien lo entrevista. En tales circunstancias suele crearse una atmósfera especial, cargada de sentimientos, donde interactúa el arrebato, la desazón y la rebeldía. No es difícil imaginar al hombre que, aunque tirado en el piso y sangrando, increpa a los enemigos. Y es normal sentir reconocimiento por alguien que está dispuesto a darlo todo por lo que piensa. Reflexionando sobre esa actitud, se detiene el vecino indignado para puntualizar: "Mas estas fieras indómitas, que no aprecian los quilates de la virtud militar y que solo consultan llenar sus deseos de sórdida venganza, se arrojaron sobre él, y a fuerza de repetidos tiros y bayonetazos, acabaron de matar a un semimuerto".
El patriota insiste con otras historias. Es evidente que quiere demostrar que no todo está "tranquilizado" y que sus compaisanos resisten. Por lo que dice, a lo largo del último año de padecimientos, se había forjado una leyenda, una mística de la resistencia, a partir de miles de historias que enorgullecían a los orientales. Las repetían en voz baja donde y cuando podían.
El periódico “La Gaceta Ministerial” había proporcionado la oportunidad de que no se perdieran, de que quedaran en el recuerdo eternamente. "El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes...", era el lema de la publicación, que había sido dirigida nada menos que por Mariano Moreno y era considerada el vocero de la revolución en el Río de la Plata.
Merced a las declaraciones del valiente vecino, nos enteramos que en una visita al hospital, el Gobernador de Montevideo Gaspar de Vigodet, encuentra tumbado a un prisionero en su lecho. Pese a la penosa situación de aquel hombre, el mandamás le incrimina con odio:
-¡Está herido por la patria!
Entonces el combatiente, dirigiéndose a la poderosa autoridad desde su lacerada impotencia, responde la "degradante sátira" con súbito brío, aún a sabiendas de que ponía en riesgo su vida:
-¡Las heridas que he recibido por defender los respetables, augustos derechos de ella, no me son afligentes y solo deseo mi restablecimiento para sostenerlos y exterminar a los tiranos opresores...!
"LA BELLA UNIÓN"
Muchas historias han podido ser rescatadas de los propios partes militares. Entre ellas, una que destaca es la del "ardiente y temible" compadre Gallardo, que fue uno de los activos resistentes contra la opresión. Acabó encerrado desde el 20 de abril de 1812 hasta el 8 de octubre de 1813, cuando lo liberaron las fuerzas artiguistas.
Había sido capturado por una partida integrada por el militar represor Manuel Arco y dos hombres más, en la costa del Pintado, hallándosele en el momento del registro "la adjunta carta de Don Francisco Hernández, que lo recomienda al Alcalde de Santa Lucía Chico, para obtener la papeleta y andar bajo capa de hombre de bien".
Por asistir al prófugo, el comandante militar propone detener también "al consabido Hernández", para que "pagase la osadía de abrigar y proteger a un hombre que, además de los delitos dichos y de andar públicamente amancebado... debe ser indispensablemente perjudicial en esta campaña y máxime en las presentes circunstancias, en que sin duda se dedicará como antes y andar de chasquero y bombero a favor de los insurgentes, como en opinión general hay pocos o ninguno, más ardiente y temible".
El comunicado alterna la ferocidad con la moralina hipócrita de individuos que cuestionaban el "amancebamiento", pero que no titubeaban en regodearse públicamente del degollamiento de mujeres indefensas. Mientras todo esto ocurría y Gallardo sosegaba su indómita indignación en un frío calabozo, en otras partes la resistencia insurgía. Por ejemplo en mayo de 1812 en Maldonado, los patriotas desparraman por toda la localidad sus llamados a la lucha. "Ahora es tiempo señor, de la Patria; se fueron los portugueses, ya es tiempo que volvamos a nuestra bella unión. ¡Muera el gobierno español!", decían los pasquines libertarios.
Por su parte los patriotas carolinos, habían hecho circular sus propios impresos. Uno de ellos, que fue colgado en la puerta de un vecino de los arrabales, decía en forma versificada: “El que fuera sarraceno/ Si en esta América habita/ puede vivir con cuidado/ si la patria resucita”. Y agregaba: “Todos resuelven pifiarnos/ los gallegos de levita/ hemos de vengar agravios/ si la patria resucita”. Los mensajes clandestinos habían empujado a las autoridades a emitir un comunicado por el cual “cualquier persona... que se hallare con impresos, cartas u otros cualesquiera papeles de Buenos Aires se les aplicarán las rigurosas penas que previenen las leyes...”
Las Partidas Tranquilizadoras comienzan sus sistemáticos operativos a partir de marzo de 1812 en los combativos pagos de Soriano. Uno de sus capitanes es un tal Pedro Manuel García. “... yo no puedo menos de hacer presente a V. E. que si toman esta Villa (Mercedes) al instante se les reunirán más de cuatrocientos de Santo Domingo de Soriano y caminarán a quitar los víveres de esa, porque les es muy fácil no dejar entrar nada, en particular de ganados, que es constante que todos los criollos de estos destinos es adicto a Artigas”, alerta a las autoridades españolas impotente.
No obstante, el 6 de marzo igualmente se lanza a la represión contra los patriotas. “Esta noche sale el alférez Machado con 20 portugueses y 20 de los de Mariano Fernández para el paso del Yapeyú... y don Mariano Fernández sale mañana para Sto. Domingo de Soriano con el resto de su partida a registrar la Iglesia, por parte que se le dio de haber escondida en ella porción de armas; así mismo a quitar aquel Comandante y poner a don Bartolo Ortiz, Alcalde de Paysandú, y a prender otros motores”.
Merced a los soplones que los habían socorrido confeccionando listas negras, los escuadrones de la muerte sabían de antemano adonde lanzarse. También a aquellos represores se le plantearía el “problema” de los “muchos presos que hay que guardar”, según palabras de García. Tal espíritu llevaría muchas veces a buscar una “solución final” y a pasar por las armas a una “porción de americanos patriotas a pretexto de ser salteadores y asesinos”, según registra "La Gaceta".
Los portugueses no se quedan atrás. El jefe militar José Pereira da Fonseca informará a sus comandantes el 9 de abril de 1812, que apenas tres días después pensaba atacar la estancia del padre de Joaquín Suárez, Don Bernardo, por “estar dando calor a los revolucionarios”. Los detenidos serían enviados a Río Grande. La coordinación represiva entre españoles y portugueses, durante el tiempo que estos últimos estuvieron en la Banda Oriental, fue total. Reiteradas veces los militares de ambos ejércitos con “buena disposición”, unirían sus fuerzas para “perseguir a las partidas enemigas...”.
La curva represiva se agudizará a partir de agosto de 1812. La "revelación" de un plan revolucionario que dejaba a Artigas “libre el camino para retrogradar sobre Montevideo y ponerle sitio”, sirve de coartada para lanzar el grueso de las fuerzas represivas contra todo aquel que no adhiere a la causa realista y colonial.
Ante el panorama de desolación y terror, el propio Jefe oriental enviará a sus compatriotas un mensaje de esperanza: “Yo sé muy bien cuánto puede exigir la patria de nosotros en unos momentos destinados tal vez a ser los últimos de su existencia; nos sobra a todos la virtud y grandeza de ánimo para sofocar nuestros resentimientos y hacer aún el sacrificio grande de las reclamaciones de nuestro honor”.
La contraofensiva patriota no tardaría en llegar, solamente había que esperar, “sofocando resentimientos”. Con el retorno de los orientales se profundizarían los debates sobre las nuevas formas de reorganización democrática, que habrían de sustituir a la antigua maquinaria burocrático militar del Estado colonial. La activa participación de los grandes contingentes populares barrerá a la plebeya las antiguas herencias estructurales, y los ideales de independencia política y de cambios sociales acabarán hondamente entrelazados. El segundo Sitio de Montevideo pondrá fin a la barbarie de los últimos dos años y pronto se repetirán las Asambleas populares, en las que los orientales reafirmarán su convicción, de que no hay mejor orden, que el de la revolución.
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