miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



DECIMONOVENA ENTREGA

3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (III)

Marie Louise von Franz

Percepción de la sombra

Si el inconsciente se presenta al principio en una forma útil o en una negativa, después de algún tiempo suele surgir la necesidad de readaptar en mejor forma la actitud consciente a los factores inconscientes, es decir, aceptar lo que parece ser “criticismo” por parte del inconsciente. Por medio de los sueños podemos entrar en conocimiento de los aspectos de nuestra personalidad, que por diversas razones hemos preferido no contemplar muy de cerca. Esto es lo que Jung llamó “percepción de la sombra”. (Empleó la palabra “sombra” para esa parte inconsciente de la personalidad porque, en realidad, con frecuencia aparece en los sueños en forma personificada.)

La sombra no es el total de la personalidad inconsciente. Representa cualidades y atributos desconocidos o poco conocidos del ego: aspectos que, en su mayoría, pertenecen a la esfera personal y que también podrían ser conscientes. En algunos aspectos, la sombra también puede constar de factores colectivos que se entroncan fuera de la vida personal del individuo.

Cuando un individuo hace un intento para ver su sombra, se da cuenta (y a veces se avergüenza) de cualidades e impulsos que niega en sí mismo, pero que puede ver claramente en otras personas -cosas tales como egotismo, pereza mental y sensiblería; fantasías, planes e intrigas irreales; negligencia y cobardía; apetito desordenado de dinero y posesiones- en resumen, todos los pecados veniales sobre los cuales podría haberse dicho: “Eso no importa, nadie se dará cuenta y, en todo caso, otras personas también lo hacen”.

Si alguien siente un enojo insoportable cuando un amigo le reprocha una falta, ese alguien puede estar completamente seguro de que en ese momento encontrará una parte de su sombra, de la cual no se da cuenta. Desde luego, es natural sentirse molesto cuando otros que “no son mejores” nos critican a causa de faltas de la sombra. Pero, ¿qué podemos decir si nuestros propios sueños -juez interior de nuestro ser- nos reprochan? Ese es el momento en que el ego es cogido, y el resultado, por lo general, es un silencio embarazoso. Después comienza la penosa y larga labor de autoeducación, labor, podríamos decir, que es el equivalente simbólico de los trabajos de Hércules. El primer trabajo de este infortunado héroe, como se recordará, fue limpiar en un día los establos de Augias, en los que cientos de rebaños habían dejado, durante muchos decenios, su estiércol; un trabajo tan enorme que, a cualquier mortal, le habría vencido el desánimo con sólo pensar en ello.

La sombra no consiste sólo en omisiones. También se muestra con frecuencia en un acto impulsivo o impensado. Antes de que se tenga tiempo de pensarlo, el comentario avieso
estalla, surge el plan, se realiza la decisión errónea, y nos enfrentamos con resultados que jamás pretendimos o deseamos conscientemente. Además, la sombra está expuesta a contagios colectivos en mucho mayor medida que lo está la personalidad consciente. Cuando un hombre está solo, por ejemplo, se siente relativamente bien, pero tan pronto como “los otros” hacen cosas oscuras, primitivas, comienza a temer que si no se une a ellos le considerarán tonto. Así es que deja paso a impulsos que, realmente, no le pertenecen. Es particularmente en contacto con gente del mismo sexo cuando una persona se tambalea entre su propia sombra y la de los demás. Aunque si vemos la sombra en una persona del sexo opuesto, generalmente nos molesta mucho menos y estamos más dispuestos a perdonar.

Por tanto, en los sueños y en los mitos, la sombra aparece como una persona del mismo sexo que el soñante. El siguiente sueño puede servir de ejemplo. El soñante era un hombre de cuarenta y ocho años que trató de vivir primordialmente por sí y para sí, trabajando duramente y dominando su carácter, reprimiendo placeres y expansiones naturales hasta un extremo que sobrepasaba lo que convenía a su propia naturaleza.

Poseía y habitaba una casa muy grande en la ciudad, y aun no conocía todas sus distintas partes. Así es que anduve por ella y descubrí, principalmente en la bodega, varias habitaciones de las que nada sabía e incluso había salidas que conducían a otras bodegas o a calles subterráneas. Me sentí intranquilo cuando hallé que varias de esas salidas no estaban cerradas y algunas ni siquiera tenían cerradura. Además, había algunos obreros trabajando por allí cerca que podían haberme introducido…

Cuando volví al piso bajo, pasé por un patio trasero en el que también descubrí diferentes salidas a la calle o a otras casas. Cuando traté de examinarlas más de cerca, se me acercó un hombre dando grandes risotadas y gritando que éramos viejos compañeros de escuela. Yo también le recordé y, mientras me contaba su vida, fui con él hacia la salida y paseamos juntos por las calles.


Había un extraño claroscuro en el aire cuando pasábamos por una enorme calle circular y llegamos a un prado verde donde, de repente, nos sobrepasaron tres caballos al galope. Eran animales hermosos, fuertes, briosos, pero bien domados y no llevaban jinete. (¿Se habrían escapado del servicio militar?)

El laberinto de pasadizos extraños, cámaras y salidas sin cerrar en la bodega, recuerda la antigua representación egipcia del mundo infernal, que es un símbolo muy conocido de representación del inconsciente con sus posibilidades desconocidas. También muestra cómo se está abierto a otras influencias en el lado de la sombra inconsciente, y cómo pueden irrumpir en él elementos misteriosos y ajenos. Se podría decir que la bodega es el cimiento de psique del soñante. En el patio trasero del extraño edificio (que representa el panorama psíquico aun sin descubrir de la personalidad del soñante) aparece, de repente, un antiguo compañero de escuela. Esta persona encarna, evidentemente, otro aspecto del propio soñante, un aspecto que formó parte de su vida cuando era niño, pero que perdió y olvidó. Sucede con frecuencia que las cualidades de la niñez de una persona (por ejemplo, alegría, irascibilidad o quizá, confianza) desaparezcan repentinamente y no sepamos dónde o cómo se fueron. Son esas características perdidas para el soñante las que ahora vuelven (del patio trasero) y tratan de reanudar la amistad. Esta figura, probablemente, representa la desdeñada capacidad del soñante para gozar de la vida y el lado extravertido de su sombra.

Pero pronto comprendemos por qué el soñante se sintió “intranquilo” precisamente antes de encontrarse a ese viejo amigo aparentemente inofensivo. Cuando pasea con él por la calle, los caballos se escapan. El soñante piensa que pueden haberse escapado del servicio militar (es decir, de la disciplina consciente que hasta entonces había caracterizado su vida). El hecho de que los caballos no llevaran jinete muestra que las directivas instintivas pueden desligarse del control consciente. En ese viejo amigo y en los caballos reaparece toda la fuerza positiva que faltaba antes y que tanto necesitaba el soñante.

Este es un problema que surge con frecuencia cuando nos encontramos con nuestro “otro lado”. La sombra contiene generalmente valores necesitados por la consciencia, pero que existen en una forma que hace difícil integrarlas a nuestra vida. Los pasadizos y la casa grande en este sueño también muestran que el soñante aun no conoce las dimensiones de su propia psique y aun no le es posible llenarlas.

La sombra de este sueño es típica de un introvertido (un hombre que tiende a retirarse demasiado de la vida exterior). En el caso de un extravertido, que se vuelve más hacia los objetos externos y la vida exterior, la sombra parecería totalmente distinta.

Un joven que tenía un temperamento muy vivaz y había emprendido una y otra vez empresas afortunadas, tuvo al mismo tiempo sueños que insistían en que concluyera una obra de creación que tenía empezada. He aquí uno de esos sueños:

Un hombre se ha tendido en una cama y se ha echado una colcha sobre la cara. Es un francés, un desesperado al que no le importaría encargarse de ninguna tarea delictiva. Un funcionario me acompaña escaleras abajo y sé que se ha tramado algo contra mí: concretamente, que el francés me habría matado en cuanto tuviese ocasión. (Eso es lo que parecía exteriormente.) Efectivamente, él se desliza tras de mí cuando me acerco a la salida, pero yo estoy en guardia. Un hombre alto y corpulento (más bien rico e influyente) se apoyó de repente en la pared junto a mí sintiéndose enfermo. Rápidamente aprovecho la ocasión de matar al funcionario apuñalándole el corazón. “Sólo se nota como un poco de humedad” -esto lo dice a modo de comentario-. Ahora estoy a salvo porque el francés no me ataca puesto que está muerto el hombre que le daba órdenes. (Probablemente, el funcionario y el hombre corpulento e influyente son la misma persona, reemplazando, en cierto modo, el segundo al primero.)

El desesperado representa el otro lado del soñante -su introversión- que ha alcanzado una situación de ruina total. Yace en una cama (es decir, es pasivo) y se cubre la cara con la colcha porque desea que le dejen solo. El funcionario, por otra parte, y el hombre corpulento y próspero (que, secretamente, son la misma persona) personifican las prósperas responsabilidades y actividades externas del soñante. La enfermedad repentina del hombre corpulento está relacionada con el hecho de que este soñante, en realidad, se había enfermo muchas veces cuando consentía que su dinámica energía explotara muy forzadamente en su vida externa. Pero este hombre triunfador no tiene sangre en las venas -sólo una especie de humedad-, lo cual significa que esas ambiciosas actividades externas del soñante no contienen vida y pasión auténticas, sino que son mecanismos sin sangre. Por tanto, no habría verdadera pérdida si mataba al hombre corpulento. Al final del sueño, el francés queda satisfecho; evidentemente, representa una figura positiva de la sombra que se ha hecho negativa y peligrosa sólo a causa de que la actitud consciente del soñante no estaba de acuerdo con ella.

Este sueño nos muestra que la sombra puede constar de muchos elementos diferentes, por ejemplo, de ambición inconsciente (el hombre corpulento e influyente) y de introversión (el francés). Esta asociación particular del soñante con el francés era, además, que ambos sabían muy bien cómo manejar los asuntos amorosos. Por tanto, las dos figuras de la sombra también representan dos directrices muy conocidas: poder y sexo. La directriz del poder aparece momentáneamente en doble forma, como funcionario y como hombre próspero. El funcionario, o empleado del estado, personifica la adaptación colectiva, mientras que el hombre próspero denota ambición; pero, naturalmente, ambos sirven a la directriz de poder. Cuando el soñante consigue detener esa peligrosa fuerza interior, el francés, de repente, deja de ser hostil. En otras palabras, el aspecto igualmente peligroso de la directriz del sexo también se ha rendido.

Evidentemente, el problema de la sombra desempeña un papel importante en todos los conflictos políticos. Si el hombre que tuvo ese sueño hubiese sido insensible al problema de su sombra, hubiera identificado fácilmente al francés desesperado con los “peligros comunistas” de la vida exterior, o al funcionario, más el hombre próspero, con los “insaciables capitalistas”. De esa forma habría evitado ver que tenía dentro de sí tales elementos en lucha. Si la gente observa sus propias tendencias inconscientes en otras personas, se le llama a eso una “proyección”. La agitación política en todos los países está llena de esas proyecciones, en gran parte parecidas a las cotillerías de vecindad entre grupos pequeños e individuos. Las proyecciones de todo tipo oscurecen nuestra visión respecto al prójimo, destruyen su objetividad, y de ese modo destruyen también toda posibilidad de auténticas relaciones humanas.

Y hay una desventaja adicional en la proyección de nuestra sombra. Si identificamos nuestra sombra, pongamos por caso, con los comunistas o los capitalistas, una parte de nuestra personalidad permanece en el lado opuesto. El resultado es que constantemente (aunque de modo involuntario) haremos cosas a nuestras espaldas que apoyarán a ese otro lado y, por tanto, ayudaremos inintencionadamente a nuestro enemigo. Si, por el contrario, nos damos cuenta de la proyección, y podemos examinar las cuestione sin miedo ni hostilidad, tratando con tacto a las demás personas, entonces hay la posibilidad de un entendimiento mutuo o, al menos de una tregua.

Que la sombra se convierta en nuestro amigo o en nuestro enemigo depende en gran parte de nosotros mismos. Como muestran los dos sueños, el de la casa inexplorada y el del francés desesperado, la sombra no es siempre, y necesariamente, un contrincante. De hecho, es exactamente igual a cualquier ser humano con el cual tenemos que entendernos, a veces cediendo, a veces resistiendo, a veces mostrando amor, según lo requiera la situación. La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida.

Algunas veces, aunque no frecuentes, un individuo se siente impelido a vivir el peor lado de su naturaleza y reprimir su lado mejor. En tales casos, la sombra aparece en sus sueños como una figura positiva. Pero para una persona que vive conforme a sus emociones y sentimientos naturales, la sombra puede aparecer como un intelectual frío y negativo; entonces personifica los juicios venenosos y los pensamientos negativos que se tuvieron anteriormente. Así es que, cualquier forma que tome, la función de la sombra es representar el lado opuesto del ego e incorporar precisamente esas cualidades que nos desagradan en otras personas.

Sería relativamente fácil que se pudiera integrar la sombra en la personalidad consciente con sólo intentar ser honrado y utilizar la propia perspicacia. Pero, desgraciadamente, no siempre es eficaz tal intento. Hay tal dirección apasionada dentro de la parte sombría de uno mismo, que la razón no puede prevalecer ante ella. Una experiencia amarga procedente del exterior puede ayudar ocasionalmente; por así decir, tendría que caernos
un ladrillo en la cabeza para que pusiera fin a las directrices y a los impulsos de la sombra. A veces, una decisión heroica puede servir para detenerlos, pero tal esfuerzo sobrehumano, en general, es sólo posible si el Gran Hombre que se lleva dentro (el “sí-mismo”) ayuda al individuo a llevarlo a cabo.

El hecho de que la sombra contenga el opresivo poder del impulso irresistible no quiere decir, sin embargo, que la tendencia tenga que ser siempre heroicamente reprimida. A veces, la sombra es poderosa, porque la incitación del “sí-mismo” señala en la misma dirección y, de ese modo, no se puede saber si es el “sí mismo” o la sombra quien está detrás del impulso interior. En el inconsciente, desgraciadamente, se está en la misma situación que en un paisaje a la luz de la luna: todos los contenidos son borrosos y se funden unos con otros y nunca se puede saber exactamente qué es o dónde está cada cosa o dónde empieza y dónde termina. (A esto se le llama “contaminación” de los contenidos inconscientes.)

Cuando Jung llamó sombra a un aspecto de la personalidad inconsciente, se refería a un factor relativamente bien definido. Pero, a veces, todo lo que es desconocido para el ego se mezcla con la sombra, incluso las fuerzas más valiosas y elevadas. ¿Quién, por ejemplo, puede estar completamente seguro de si el francés desesperado del sueño que he citado era un vagabundo inútil o un valioso introvertido? ¿Y a los caballos escapados en el sueño anterior, se les permitía correr libres o no? En un caso, cuando el propio sueño no aclara las cosas, la personalidad consciente tendrá que decidir.

Si la figura de la sombra contiene fuerzas valiosas y vitales, tienen que ser asimiladas a experiencias efectivas y no reprimidas. Corresponde al ego renunciar a su orgullo y fatuidad y vivir conforma a algo que parece oscuro, pero que, en realidad, puede no serlo.

Las dificultades éticas que surgen cuando nos encontramos con nuestra sombra están bien descritas en el Libro 18 del Korán. En ese relato, Moisés se encuentra con Khidr (el “Verde” o “primer ángel de Dios”) en el desierto. Caminan al azar juntos, y Khidr expresa su temor que Moisés no sea capaz de contemplar sus hechos sin indignación. Si Moisés no puede soportarlo y confiar en él, Khidr tendrá que marcharse.

Inmediatamente, Khidr hunde la barca de pesca de unos humildes pescadores, ante los ojos de Moisés, mata a un joven hermoso y, finalmente, reedifica las murallas caídas de una ciudad de incrédulos. Moisés no puede reprimir su indignación y, por tanto, Kidhr tiene que abandonarle. Antes de su marcha explica las razones de sus actos: al hundir la barca, ha salvado, en realidad, a sus propietarios, porque los piratas estaban en camino de robarla. De ese modo, los pescadores podían recuperarla. El joven hermoso iba camino de cometer un crimen y, matándole, Kihdr salvó a sus piadosos padres de la infamia. Al reedificar la muralla, se salvaron de la ruina dos jóvenes piadosos, porque su tesoro estaba enterrado bajo ella. Moisés, que había sentido tanta indignación moral, vio entonces (demasiado tarde) que sus juicios habían sido excesivamente apresurados. Los actos de Khidr habían parecido malvados, pero, en realidad, no lo eran.

Considerando ingenuamente esa historia, se podría suponer que Khidr es la sombra rebelde, caprichosa y malvada del pío y legalista Moisés. Pero no ese el caso. Khidr es mucho más la personificación de ciertas acciones creativas secretas de la cabeza de Dios. (Se puede encontrar un significado análogo en el famoso cuento indio El rey y su cadáver, según lo interpretó Henry Zimmer.) No es casual que no haya citado ningún sueño para ilustrar este sutil problema. Elegí ese conocido pasaje del Korán porque abarca la experiencia de toda una vida, que muy difícilmente podría haberse expresado con tal claridad en un sueño individual.

Cuando en nuestros sueños surgen figuras oscuras y parecen necesitar algo, no podemos estar seguros de si personifican simplemente una parte sombría de nosotros mismos o el “sí-mismo” o ambas a la vez. Adivinar de antemano si nuestro oscuro compañero simboliza una escasez que tenemos que superar o un trozo significativo de vida que deberíamos aceptar; este es uno de los más difíciles problemas que encontramos en el camino de la individuación. Además, los símbolos oníricos son, a menudo, tan sutiles y complicados que no se puede estar seguro de su interpretación. En situaciones semejantes, todo lo que se puede hacer es aceptar la incomodidad de la duda ética, no tomando decisiones definitivas, ni comprometerse y continuar observando los sueños. Esto se parece a la situación de Cenicienta cuando su madrastra echó ante ella un montón de guisantes buenos y malos y le dijo que los separase. Aunque parecía una tarea desesperada, Cenicienta comenzó, pacientemente, a separarlos y, de repente, unas palomas (u hormigas, según otras versiones) vinieron a ayudarla. Esos animales simbolizan los profundos y útiles impulsos inconscientes que sólo pueden sentirse en nuestro cuerpo, por así decir, y que señalan un camino.

En algún sitio, en el mismo fondo de nuestro ser, generalmente sabemos dónde hemos de ir y qué hemos de hacer. Pero hay veces en que el payaso al que llamamos “yo” se porta de un modo tan desconcertante que la voz interior no consigue hacerse oír.

A veces, fracasa todo intento para entender las insinuaciones del inconsciente y ante tal dificultad sólo se puede tener el valor de hacer lo que parece justo, mientras hay que estar dispuesto a rectificar si las sugerencias del inconsciente señalaran, de repente, en otra dirección. También puede ocurrir (aunque no es corriente) que una persona encuentre mejor hacer resistencia a las incitaciones del inconsciente, aun al precio de sentirse desviado al hacerlo, que separarse demasiado de su condición de ser humano. (Esta sería la situación de la gente que tiene que vivir en una situación delictiva con el fin de ser ella misma.)

La fuerza y la claridad interior que necesita el ego para tomar una decisión tal viene producida secretamente, por el Gran Hombre que, aparentemente, no desea revelarse con demasiada claridad. Puede ser que el “sí-mismo” desee que el ego elija libremente o puede que el “sí-mismo” dependa de la consciencia humana y de sus decisiones para ayudarle a hacerse manifiesto. Cuando sobrevienen esos difíciles problemas éticos, nadie puede juzgar de buena fe las acciones de otro. Cada hombre tiene que examinar su propio problema y tratar de determinar lo que es justo para él. Como dijo un antiguo maestro del budismo Zen, tenemos que seguir el ejemplo del vaquero que vigila sus vacas “con una vara para que no pasten en los prados ajenos”.

Estos nuevos descubrimientos de psicología profunda obligan a que se haga algún cambio en nuestras ideas de ética colectiva, porque nos llevarán a juzgar todas las acciones humanas de un modo mucho más individual y sutil. El descubrimiento del inconsciente es uno de los descubrimientos de mayor alcance de los últimos tiempos. Pero el hecho de que el reconocimiento de su realidad inconsciente represente autoexamen y reconocimiento de nuestra propia vida hace que mucha gente continúe portándose como si nada hubiese ocurrido. Se requiere mucho valor para tomar en serio el inconsciente y ocuparse de los problemas que plantea. La mayoría de las personas son demasiado indolentes para pensar con profundidad aun en esos aspectos morales de su conducta de la cual son conscientes; son demasiado perezosas para considerar cómo el inconsciente las afecta.

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