La única cosa que importa es LA COSA
Pablo Cossio (Uruguay, 1983) es poeta, narrador, performer y guionista. Publicó sus primeros textos en el volumen colectivo Aunque se llene de sillas la verdad (Taller Literario Universo / Caracol al Galope, 2004) junto a trabajos de Guillermo Wood, Andrés Di Paulo, Sebastián Beiró, Juan Pablo Pedemonte, Juan Pedro Acuña y Hugo Giovanetti Viola.
En 2009 actuó en el largometraje Jesús de Punta del Este de Álvaro Moure Clouzet.
Posteriormente fue responsable (bajo el seudónimo de Pablo del Reino) de la columna Fe de un seminarista en el blog de elMontevideano Laboratorio de Artes, y en 2010 cursó la asignatura de guionista en la Escuela de Cineastas del Uruguay.
__________________________________
Pablo Cossio (Uruguay, 1983) es poeta, narrador, performer y guionista. Publicó sus primeros textos en el volumen colectivo Aunque se llene de sillas la verdad (Taller Literario Universo / Caracol al Galope, 2004) junto a trabajos de Guillermo Wood, Andrés Di Paulo, Sebastián Beiró, Juan Pablo Pedemonte, Juan Pedro Acuña y Hugo Giovanetti Viola.
En 2009 actuó en el largometraje Jesús de Punta del Este de Álvaro Moure Clouzet.
Posteriormente fue responsable (bajo el seudónimo de Pablo del Reino) de la columna Fe de un seminarista en el blog de elMontevideano Laboratorio de Artes, y en 2010 cursó la asignatura de guionista en la Escuela de Cineastas del Uruguay.
__________________________________
¿Cuáles fueron las lecturas decisivas que incidieron, además de tu participación en el Taller Literario Universo, en que se te despertara una necesidad de vida o muerte de transformar tus desahogos por escrito en literatura con facciones propias?
Primero tendría que decir que al leer, casi nunca me encontré directamente con la necesidad de escribir, sino, con la de vivir: como bien decís tú: “necesidad de vida o muerte de transformar” (más adelante tuve que entender que se trataba de transformarme, y todavía más: dejarme transformar). La cosa es que hasta los dieciocho años y pico no fui capaz de agarrar un libro sin ser obligado por el cariño o el rigor. Y no es que recomiende la forma, pero así es como empezaron a mostrarse las facciones propias (que todavía están siendo conquistadas), cuando fui yo quién decidió leer.
Recuerdo que yo estaba muy solo, viviendo sin luz ni agua en una casa de verano que me proporcionaron mis padrinos en Maldonado y con una pila de libros que me prestó-cargó un amigo. Los tuve como dos meses abrigados de polvo. Una tarde de esas agarré La filosofía perenne y enseguida la dejé a un costado, después desprecié la gordura de La guerra y la paz, pero ya no pude dejar de leer. Con Vallejo me encontré un lenguaje raro pero que se entendía todo y me identifiqué con su miedo terrible de ser un animal de blanca nieve. Lorca me repicaba en el oído haciendo que la lengua, ya dulce, se me descolgara sin querer en el ómnibus o en el silencio del water. Pero fueron Los Redondos, Sabina y Silvio quienes terminaron de hacerme entender que sólo a través de una profundización estética e intelectual que me embarcara la vida, podría enamorarme de ella.
Y faltaba algo: La Cosa, Dios. Y eso vino mucho después, pero en la interiorización del camino de un pueblo que, con todo, sólo buscaba a Dios, encontré el paralelo perfecto con la vida de cualquier hombre que va viene odia y ama (horizontal y vertical), y que en el fondo sólo busca a Dios (Jerusalén Celeste): que aunque le llamen felicidad, bienestar o placer, se trata del mismo personaje (eso me lo enseñó San Juan de la Cruz). El Salmo 8 me enamoró de la creación y Onetti no me dejó perderme en la Vía Láctea, aunque siempre siento que me acerca hasta el umbral de La Cosa.
¿Cómo influyeron en tu desarrollo literario los años que viviste como seminarista carmelita?
El convento me dio la tremenda oportunidad de estudiar filosofía en una facultad sin problemas para nombrar a Dios y con unos profesores decididos, en su gran mayoría, a despojar de absurdidades su imagen hasta donde a la filosofía le compete. Pero lo más importante es que no hablaban de desarrollos intelectualoides, sino de la vida. Esto me ayudó a desarrollar un rigor intelectual y crítico con el que empecé a intentar algo más que expresar lo sentido con lindas palabras, empezaba a desmenuzar el drama del hombre con seriedad: me daba cuenta que literatura es investigación, y esa investigación es para vivir y ayudar a vivir.
Pero lo más importante del convento carmelita, fue la vida en comunidad y el trabajo con la gente en la parroquia, los asentamientos y la cárcel. Me encontré con las necesidades concretas del cuerpo, el corazón y el espíritu de los hombres: porque uno vive sus propias necesidades y vanidades, pero hasta que ve e investiga las del otro, realmente no tiene herramientas para conocerse a sí mismo. Y en la tranquilidad del convento se procesaba todo, porque la seriedad con que se siguen las dos horas diarias de Oración Contemplativa, son capaces de moverte a Dios. ¿Cómo se puede investigar y tratar de ser un escritor que tenga algo para decir, sin tratar de conectarte con la dimensión profunda del hombre?
¿Qué te aportan específicamente tu sistemática investigación perceptiva y analítica en los campos de la música, la plástica y la filosofía?
Comprensión y asombro. Cuando hablo de comprensión no me refiero a un desmenuzamiento racional del arte (aunque sí hay parte de ello), sino más bien a una integración. El arte me ayuda a pararme frente a las preguntas esenciales del hombre, preguntarme por lo que se respondió respecto a eso, el hombre que me muestra con su obra un pedazo de lo que esconde su corazón, me lleva a preguntarme por lo que esconden la totalidad y cada hombre que no presenta su arte (y todos la tenemos), esa investigación me hace acariciar de costado a Dios. La capacidad de asombro me salva del exceso de racionalidad. Nunca fui capaz de pararme frente al arte y sacar una crítica inmediata de lo que está ahí, siempre me pasó de quedarme un rato como nublado, y recién después de unas buenas horas poder hacer mi crítica: creo que a eso le puedo llamar asombro y es ahí donde el propio inconsciente, que se refleja con los arquetipos de ese arte, va produciendo lo necesario de la crítica.
Acabás de casarte y tenés una hija. ¿De qué habla Pablo Cossio cuando habla de amor?
Cuando estaba en la facultad, un profesor siempre nos hacía representar al hombre en cuatro dimensiones básicas: corpóreo, volitivo, emotivo e intelectivo. Cuando intentábamos darle una ubicación al amor, todos coincidíamos en que debía envolver todas las dimensiones. Yo fui entendiendo a base de calle, que eso era correcto, pero también me di cuenta que en distintas etapas de la vida, uno va viviendo el amor enfatizando en unas y disminuyendo otras que luego pueden ser ensalzadas, lo importante es no descuidar ni enviciar ninguna de ellas. Yo en este momento creo que estoy emotivo, volitivo, corpóreo e intelectivo, en ese orden.
Ahora, la cosa está en la vida, y esto es concreto, porque si amamos, amamos a personas concretas. Yo amo a mi mujer y a mis hijos, y eso para mí es un mandato, ya que son mis primeros prójimos. Con la voluntad puedo querer seguir peleando, laburando y construyéndome como hombre por ellos aunque me caguen a patadas, con el cuerpo lo hago concreto, con el intelecto pienso que debe ser así, pero con lo emotivo lo que pesa es menos de lo que es. Y es que amándolos a ellos amo a Dios, y tengo fe en que el amor produce una respuesta de amor: eso es comunidad. Cuando hablo de amor hablo de la única necesidad profunda del hombre: La Cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario