EL COMPADRE CARDOZO
Y LOS FRANCMASONES
RICARDO AROCENA
Preocupado por las sistemáticas intrigas del gobierno de Buenos Aires contra Don José Gervasio Artigas, el patriota Felipe Santiago Cardozo alerta al Jefe revolucionario, que entretejida entre los circuitos del poder porteño, una peligrosa logia de "pícaros francmasones" conspiraba contra la revolución oriental. "Amigo, hablo a Ud. con la ingenuidad con que debo hablar a un paisano redentor de América, tal es Ud. aunque estos francmasones lo quieran ocultar", le escribirá con respeto, cariño y franqueza a su compadre, al cabo de una etapa de permanentes provocaciones.
Sabía muy bien de lo que hablaba. Desde su llegada a Buenos Aires, su ciudad natal, hacia fines del siglo XVIII, había sostenido una estrecha vecindad política con acreditados integrantes de las logias masónicas. Por aquel entonces para muchos era un secreto a voces que hombres de gran importancia para la causa independentista como Manuel Belgrano, Manuel Alberti, Juan José Paso, Agustín Donado, Antonio Luis Berruti y Tomás Guido pertenecían a la organización secreta.
Es más, muchas de las reuniones iniciales contra el poder hispano se hicieron en dos casas, una en la calle Venezuela y la otra en la calle Piedad, atrás de la Iglesia San Miguel, de las que eran propietarios Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña respectivamente, ambos integrantes de la cofradía porteña.
Afincado en Buenos Aires, Cardozo sería privilegiado testigo de que una parte de la masonería mantendría una posición consecuente, sin subordinaciones de ningún tipo, salvo a sus principios. Los grupos masónicos de influencia francesa y norteamericana, también llamados "irregulares" o "yorkinos", impulsaban propuestas republicanas y federalistas, de gran influencia en el hábitat ideológico del período. Pero los sectores numéricamente mayoritarios, acabarían por transformarse en la vanguardia de la penetración imperialista británica: su política sería, sin ambages, tan sectaria como contrarrevolucionaria.
Contra éstos el militar patriota proponía que se actuara con la mayor intransigencia. Artigas siempre tuvo en alta consideración las lúcidas opiniones de su antiguo compañero del Cuerpo de Blandengues, al que estimaba además como uno de sus allegados más consecuentes. Sabía que era un hombre culto, de sólida formación teórica y de fina sensibilidad política, pero también un activo militante, dispuesto a poner su pellejo al servicio de aquello en lo que creía. Y por todo esto le tenía un respeto y confianza particular, lo que demostraría encomendándole responsabilidades de gran importancia y extrema complejidad.
Amigos y enemigos lo veían como uno de los exponentes más radicales de la causa independentista. Había participado activamente de la lucha revolucionaria desde sus inicios: integró el Cabildo abierto del 22 de mayo en Buenos Aires, adonde se había plegado al voto de Francisco Planes, exigiendo la cesación del Virrey y que se asumiera el control político. Y fue uno de los firmantes de la petición del 25 de mayo para la conformación de la primera Junta de gobierno.
-La falta de una Constitución es el origen de nuestros males-. Proclamaría por aquel entonces, siendo sus palabras recogidas por el periódico "El grito del Sud". Desde los preludios de la revolución promulgaba lo que unos años después su antiguo compadre Don José Artigas, acabaría por proponer, cuando preocupado reclamaría una Carta Magna que sujetara la "veleidosa probidad de los hombres".
Sus convicciones lo llevan a integrarse al partido de la "Sociedad Patriótica", fundado el 21 de marzo de 1811 en el "Café Marco". Aquella organización cautivaría sobre todo a la juventud con su "lenguaje anticolonial y el tono firme de la revolución bien entendida" según sus defensores, aunque los sectores conservadores la acusarían de que en ella germinaba "la semilla del impío Moreno".
Con el pretexto de prevenir ulterioridades el gobierno comienza a detener a los sospechosos de integrar aquel agrupamiento radical. Es así que los que portan cintas blancas y celestes, símbolo de la "Sociedad", comienzan a ser arrestados y llevados a juicio. Aquellas razzias de jóvenes fueron prestigiando al grupo, que decide expresarse públicamente.
Durante una semana un promedio de unas 300 personas se concentran en el centro de la ciudad, poniendo nerviosos a sus opositores, algunos de los cuales evalúan la posibilidad de disolver la organización política "a balazos". Felipe Cardozo participa fervientemente de aquellas jornadas de repudio a la Junta dirigida por Saavedra y sus seguidores, de quienes era ferviente opositor, por considerar que estaban poniéndole un freno a la revolución.
"CUADRILLA DE PILLOS"
Es la noche del 5 de abril. Los mataderos de Miserere rebozan de gente emponchada y a caballo. Entre las figuras que se recortan en las sombras destaca el Alcalde barrial Tomás Grigera, que trasiega entre los animales dando órdenes. No está acostumbrado a hacerlo ante tanta gente. Aquel sería su único minuto de gloria. La historia ignorará su pasado y su futuro. Solamente hará mención a este presente que lo coloca como el portavoz de una asonada que será conocida como "el movimiento de los orilleros".
Hacia la medianoche el hombre da la orden y los caballos parten rumbo a la Plaza Mayor. En las empedradas calles retumban los cascos, anunciándole a los vecinos que algo dramático estaba por suceder. El golpe tiene como objetivo purgar al gobierno de los morenistas que aún quedaban, acabar con los comandantes que les eran afines y detener a los líderes de la Sociedad Patriótica. Todo se tramó "tan sigilosamente que nadie lo supo hasta que no se vio, de tal manera que se sorprendió al pueblo y tropas", comentarían testigos del momento.
Procurando detener la revuelta Cardozo y sus compañeros se lanzan a la Plaza. Les sale al paso el ayudante de húsares Ambrosio Pena. A los gritos, mirándolo a la cara y en franca desventaja Cardozo increpa al militar:
-¿Cuál es el pueblo?
Un violento sablazo de plano es la única respuesta.
Finalmente es detenido y desterrado a Santa Fe, desde donde vuelve en octubre de 1812 para luchar contra el Primer Triunvirato. Todo lo vivido le había servido para conocer más de cerca a los grupos logistas pro británicos que conspiraban desde los pasillos oficiales. Sentía que tenía que denunciarlos y generar situaciones políticas que contrarrestaran sus operaciones.
Durante su estadía en Buenos Aires hizo lo imposible para detener las intrigas contra los orientales. Así se lo informa a Artigas: "no me ha quedado amigo que no haya visto para que se empeñe con este pícaro gobierno a fin de quitar esa cuadrilla de pillos que le han mandado a esa Banda solo con el destino de usurpar a Ud. sus sacrificios a favor de la patria y hacerse dueños de esa Banda como lo sé de positivo".
La política de la masonería entreguista había quedado clara: "Ninguno desea más que nosotros las reformas útiles, pero ninguno aborrece más que nosotros que esas reformas sean hechas por el pueblo", confesaría uno de los Supremos de la organización secreta. La democracia paisana que venía creciendo de este lado del Río los descolocaba: había que acabar con esta incipiente experiencia revolucionaria a como fuera, de otro modo el posible contagio sería inevitable.
Entre los feroces enemigos de la revolución estaba el tendero y logista Manuel de Sarratea, que sería enviado al campamento del Ayuí a la cabeza de un poderoso Ejército y con el grado desconocido hasta el momento de Capitán General, lo que de hecho consistía en una provocación contra el Jefe oriental. Con el transcurso del tiempo en toda la región comenzó a correr el rumor de que el nombramiento de Sarratea le había caído muy bien a Lord Strangford. Al parecer el inglés manejaba al porteño a su antojo, seguramente por aquello de la debida obediencia logista, "apoderándose de él como se apodera de un sirviente", según los rumores que circulaban.
Todo intentaría aquel triste personaje para liquidar a la revolución, desde el chantaje hasta la difamación, a los que consideraba "remedios indirectos, que me lisonjeo producirán su efecto aunque con sacrificio de tiempo". Pero tampoco desdeñó la posibilidad del magnicidio del Jefe de los Orientales. "Yo he tenido en mis manos las ricas pistolas que Sarratea mandó a Otorgués para este fin", contará el patriota Cáceres.
Felipe Cardozo por su parte alertará al conductor oriental: "El pueblo sensato de aquí todo es de Ud. Lo están engañando diciéndole que Ud. es Brigadier y que se reunió ya con Sarratea, que todo está acomodado, esto es mientras quitan a Ud. del medio". En otras palabras corrieron la voz de que había sido comprado con un cargo, método utilizado con otros integrantes del equipo político oriental, lamentablemente en algunos casos exitosamente, como ocurrió por ejemplo con Valdenegro, Baltasar Vargas y Viera.
Dos proyectos muy diferentes se enfrentaron con fuerza a partir de la llegada del porteño al campamento del Ayuí. El gobierno de Buenos Aires impulsaba el establecimiento de un único y poderoso centro de actividad, al que debían estar sometidas enteramente las acciones militares y la orientación política, criterio que confrontaba con las concepciones artiguistas según las cuales los pueblos debían constituirse por sí, ayudándose recíprocamente, aceptando a tales efectos una autoridad central para los asuntos de interés general, pero que no se entrometiera en los de interés particular.
En otras palabras el centralismo porteño no podía ver con buenos ojos la presencia de un pueblo organizado, de espíritu enfervorizado, con un programa revolucionario cada vez afinado y con un conductor que cada día contaba con más prestigio en las Provincias. Para colmo aquel proceso había comenzado a tener la iniciativa de convocar a otras regiones, en particular al Paraguay, sin consulta previa a las autoridades bonaerenses.
Las actitudes de Sarratea desde su llegada al Ayuí generarían malestar en filas orientales, al punto de que el 24 de agosto de 1812, en una tumultuosa reunión, los elementos más radicales de las filas artiguistas, entre los cuales estaban Miguel Barreiro, José Llupes, Nicolás de Acha y Fernando Otorgués, reclamaron la ruptura completa con Buenos Aires y la formación de una Junta independiente. La propuesta no prosperó y fue sustituida por un enérgico planteamiento que fue elevado al gobierno porteño.
“PICAROS FRANCMASONES”
El antiguo Capitán de Blandengues acompañaba los planteos más irreductibles. Consecuente con sus posturas principistas Cardozo desde hacía tiempo venía defendiendo el acercamiento con el Paraguay como forma de contrarrestar a Buenos Aires, y por lo tanto, de hecho, el rompimiento con el gobierno: "Amigo mío. Ud. en el momento debe unirse con el Paraguay, y unido o antes de unirse, si algo tiene Ud. con el tratado de seguro, deberá pasarle un oficio a Sarratea diciéndole que dentro del término que Ud. estime útil salga con sus tropas de aquella Banda Oriental a la occidental, dejando en esa todos los pertrechos de guerra., como municiones, artillería y demás".
Cabe imaginar el impacto de una propuesta como ésta, pronunciada en voz alta en un momento de aguda tensión. Hasta el gobierno porteño estaban llegando desde hacía tiempo los planteos autonomistas de gran parte de los principales dirigentes orientales. Cardozo analiza el escenario político en su comunicación con Artigas: "el Congreso es entero de Sarratea". Y con sutil sarcasmo agrega: "Ud. no deje de pasarle un oficio diciéndole que el Ejército de Buenos Aires no tiene facultad ninguna para nombrar diputado en aquella Banda". Pero además recomienda que tampoco el pueblo oriental "mande diputado alguno", con lo cual se estaba pronunciando por la ruptura total con respecto al poder bonaerense.
Y no conforme con ésto, le pide a Artigas que mande un chasque al Paraguay con la invitación de que se sume a las anteriores medidas, ante el hecho incontrastable de que el Congreso que se reuniría era "todo de la fracción del gobierno". Ya estaba para todos muy claro que dentro de las instituciones gubernamentales un sutil entramado corporativo conspiraba contra la causa federal y en particular contra Artigas y el pueblo oriental: "Los pueblos ya saben lo que experimenta Ud. de estos pícaros francmasones. Conocen la ingratitud de ellos", comentará.
Cada vez que el pueblo bonaerense, harto de complots, había barrido con los gobernantes oportunistas, aquella organización oculta se las había ingeniado para imponer equipos políticos que a ella respondían. Ocurrió en 1811, cuando el derrocamiento de la Junta Grande y posteriormente en octubre de 1812. Los integrantes de aquellos cuerpos dirigentes, antes que responder ante la comunidad, debían hacerlo ante sus "hermanos" de la masonería. Los propios estatutos de la célebre Logia Lautaro, en su artículo 9, exigían el acatamiento a los asociados: "Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el supremo gobierno, no podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la Logia".
El historiador antiartiguista Vicente Fidel López justificaría aquel antidemocrático control diciendo que era "para centralizar las fuerzas a un solo fin" y para "vigilar de un modo insensible las maniobras y los intentos de los hombres incivilizados". Espionaje, control, imposición de políticas al margen de la voluntad de los pueblos, conspiraciones, todo ésto era impulsado desde las bambalinas del poder por una estructura secreta que no obedecía a mandatos populares, sino a poderosos intereses económicos y políticos, tanto de la región como foráneos del imperialismo de turno.
El avezado político que era Cardozo había descubierto parte de aquella trama y la denunciaba ante Artigas, sacando a luz lo que algunos pretendían que continuara en el anonimato. Pero además de analizar coyunturas y denunciar protagonistas, también hizo llegar numerosas propuestas que fueron atendidas por los dirigentes de la revolución. De su solidez teórica habla su "Plan de una Constitución Liberal Federativa para las Provincias Unidas de la América del Sud".
Aquella obra sería un contundente aporte a las discusiones del año XIII. Acabaría siendo electo diputado a la Constituyente por Canelones, aunque junto con otros representantes fue rechazado, por "estar mal elegidos", lo que era solo un pretexto, la razón principal era su defensa del sistema federalista. Pero es reelecto en noviembre en el Congreso de Tres Cruces por Guadalupe de Canelones.
Los sectores conservadores, que también evaluaban la capacitad teórico política de aquel personaje, buscarían la oportunidad para que "aquella cabeza dejara de pensar" y se apoyarían en una carta enviada por Cardozo al Presidente de Charcas proponiéndole la conformación de una Confederación, para intentar desembarazarse de él.
Los largos tentáculos de los "pícaros francmasones" operan desde la oscuridad, y se le instrumenta una causa en la que el fiscal solicita pena de muerte. Paradojalmente las mismas autoridades que gobernaban en nombre de la libertad y de la república amenazaban con la máxima condena a los que apostaban a una forma más profunda y participativa de concebir la actividad democrática.
No se animaron a ejecutarlo y debieron reconocer su derecho a emitir libremente sus opiniones con respecto a la cuestión federal, pero aún así decidieron confinarlo por el término de seis años en la Provincia de la Rioja. El juez dejaría constancia de que no se lo castigaba con la pena capital "atendiendo a que el dicho Cardozo ha sido un ciego instrumento del que se ha valido el verdadero autor de esta criminal correspondencia".
El destinatario de los comentarios no era otro que el propio Artigas, quien había ordenado al diputado idear y desarrollar una campaña de acusación y propaganda sobre la postura de la Asamblea Constituyente. Asesinarlo "judicialmente" hubiera sido transformarlo en un mártir de una causa federal que venía por aquel entonces prosperando imparablemente.
El Jefe oriental consigue en 1814 que el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Antonio Posadas deje en libertad a su viejo amigo, que en 1815 asume como miembro del Cabildo de Montevideo, pasando a presidir uno de los cuatro cuarteles en los que fue dividida la ciudad para elegir diputados al Congreso de Mercedes.
Fue uno de los firmantes de la designación de Artigas como "Capitán General de la Provincia y Protector y Patrono de la libertad de los Pueblos Orientales", momento memorable en el que siente que con el nombramiento de su antiguo compadre y amigo sus sueños habían comenzado a cumplirse.
Fallece poco después, en 1816, en su estancia de Canelones, con 43 años edad. Apenas una calle en los contornos de nuestra capital recuerda a aquel antiguo combatiente de nuestra libertad. La historia ha sido demasiado avara con este hombre singular, que sin lugar a dudas fue, en tiempos de la Patria Vieja, uno de los imprescindibles de los que hablara Bertold Brech.
Y LOS FRANCMASONES
RICARDO AROCENA
Preocupado por las sistemáticas intrigas del gobierno de Buenos Aires contra Don José Gervasio Artigas, el patriota Felipe Santiago Cardozo alerta al Jefe revolucionario, que entretejida entre los circuitos del poder porteño, una peligrosa logia de "pícaros francmasones" conspiraba contra la revolución oriental. "Amigo, hablo a Ud. con la ingenuidad con que debo hablar a un paisano redentor de América, tal es Ud. aunque estos francmasones lo quieran ocultar", le escribirá con respeto, cariño y franqueza a su compadre, al cabo de una etapa de permanentes provocaciones.
Sabía muy bien de lo que hablaba. Desde su llegada a Buenos Aires, su ciudad natal, hacia fines del siglo XVIII, había sostenido una estrecha vecindad política con acreditados integrantes de las logias masónicas. Por aquel entonces para muchos era un secreto a voces que hombres de gran importancia para la causa independentista como Manuel Belgrano, Manuel Alberti, Juan José Paso, Agustín Donado, Antonio Luis Berruti y Tomás Guido pertenecían a la organización secreta.
Es más, muchas de las reuniones iniciales contra el poder hispano se hicieron en dos casas, una en la calle Venezuela y la otra en la calle Piedad, atrás de la Iglesia San Miguel, de las que eran propietarios Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña respectivamente, ambos integrantes de la cofradía porteña.
Afincado en Buenos Aires, Cardozo sería privilegiado testigo de que una parte de la masonería mantendría una posición consecuente, sin subordinaciones de ningún tipo, salvo a sus principios. Los grupos masónicos de influencia francesa y norteamericana, también llamados "irregulares" o "yorkinos", impulsaban propuestas republicanas y federalistas, de gran influencia en el hábitat ideológico del período. Pero los sectores numéricamente mayoritarios, acabarían por transformarse en la vanguardia de la penetración imperialista británica: su política sería, sin ambages, tan sectaria como contrarrevolucionaria.
Contra éstos el militar patriota proponía que se actuara con la mayor intransigencia. Artigas siempre tuvo en alta consideración las lúcidas opiniones de su antiguo compañero del Cuerpo de Blandengues, al que estimaba además como uno de sus allegados más consecuentes. Sabía que era un hombre culto, de sólida formación teórica y de fina sensibilidad política, pero también un activo militante, dispuesto a poner su pellejo al servicio de aquello en lo que creía. Y por todo esto le tenía un respeto y confianza particular, lo que demostraría encomendándole responsabilidades de gran importancia y extrema complejidad.
Amigos y enemigos lo veían como uno de los exponentes más radicales de la causa independentista. Había participado activamente de la lucha revolucionaria desde sus inicios: integró el Cabildo abierto del 22 de mayo en Buenos Aires, adonde se había plegado al voto de Francisco Planes, exigiendo la cesación del Virrey y que se asumiera el control político. Y fue uno de los firmantes de la petición del 25 de mayo para la conformación de la primera Junta de gobierno.
-La falta de una Constitución es el origen de nuestros males-. Proclamaría por aquel entonces, siendo sus palabras recogidas por el periódico "El grito del Sud". Desde los preludios de la revolución promulgaba lo que unos años después su antiguo compadre Don José Artigas, acabaría por proponer, cuando preocupado reclamaría una Carta Magna que sujetara la "veleidosa probidad de los hombres".
Sus convicciones lo llevan a integrarse al partido de la "Sociedad Patriótica", fundado el 21 de marzo de 1811 en el "Café Marco". Aquella organización cautivaría sobre todo a la juventud con su "lenguaje anticolonial y el tono firme de la revolución bien entendida" según sus defensores, aunque los sectores conservadores la acusarían de que en ella germinaba "la semilla del impío Moreno".
Con el pretexto de prevenir ulterioridades el gobierno comienza a detener a los sospechosos de integrar aquel agrupamiento radical. Es así que los que portan cintas blancas y celestes, símbolo de la "Sociedad", comienzan a ser arrestados y llevados a juicio. Aquellas razzias de jóvenes fueron prestigiando al grupo, que decide expresarse públicamente.
Durante una semana un promedio de unas 300 personas se concentran en el centro de la ciudad, poniendo nerviosos a sus opositores, algunos de los cuales evalúan la posibilidad de disolver la organización política "a balazos". Felipe Cardozo participa fervientemente de aquellas jornadas de repudio a la Junta dirigida por Saavedra y sus seguidores, de quienes era ferviente opositor, por considerar que estaban poniéndole un freno a la revolución.
"CUADRILLA DE PILLOS"
Es la noche del 5 de abril. Los mataderos de Miserere rebozan de gente emponchada y a caballo. Entre las figuras que se recortan en las sombras destaca el Alcalde barrial Tomás Grigera, que trasiega entre los animales dando órdenes. No está acostumbrado a hacerlo ante tanta gente. Aquel sería su único minuto de gloria. La historia ignorará su pasado y su futuro. Solamente hará mención a este presente que lo coloca como el portavoz de una asonada que será conocida como "el movimiento de los orilleros".
Hacia la medianoche el hombre da la orden y los caballos parten rumbo a la Plaza Mayor. En las empedradas calles retumban los cascos, anunciándole a los vecinos que algo dramático estaba por suceder. El golpe tiene como objetivo purgar al gobierno de los morenistas que aún quedaban, acabar con los comandantes que les eran afines y detener a los líderes de la Sociedad Patriótica. Todo se tramó "tan sigilosamente que nadie lo supo hasta que no se vio, de tal manera que se sorprendió al pueblo y tropas", comentarían testigos del momento.
Procurando detener la revuelta Cardozo y sus compañeros se lanzan a la Plaza. Les sale al paso el ayudante de húsares Ambrosio Pena. A los gritos, mirándolo a la cara y en franca desventaja Cardozo increpa al militar:
-¿Cuál es el pueblo?
Un violento sablazo de plano es la única respuesta.
Finalmente es detenido y desterrado a Santa Fe, desde donde vuelve en octubre de 1812 para luchar contra el Primer Triunvirato. Todo lo vivido le había servido para conocer más de cerca a los grupos logistas pro británicos que conspiraban desde los pasillos oficiales. Sentía que tenía que denunciarlos y generar situaciones políticas que contrarrestaran sus operaciones.
Durante su estadía en Buenos Aires hizo lo imposible para detener las intrigas contra los orientales. Así se lo informa a Artigas: "no me ha quedado amigo que no haya visto para que se empeñe con este pícaro gobierno a fin de quitar esa cuadrilla de pillos que le han mandado a esa Banda solo con el destino de usurpar a Ud. sus sacrificios a favor de la patria y hacerse dueños de esa Banda como lo sé de positivo".
La política de la masonería entreguista había quedado clara: "Ninguno desea más que nosotros las reformas útiles, pero ninguno aborrece más que nosotros que esas reformas sean hechas por el pueblo", confesaría uno de los Supremos de la organización secreta. La democracia paisana que venía creciendo de este lado del Río los descolocaba: había que acabar con esta incipiente experiencia revolucionaria a como fuera, de otro modo el posible contagio sería inevitable.
Entre los feroces enemigos de la revolución estaba el tendero y logista Manuel de Sarratea, que sería enviado al campamento del Ayuí a la cabeza de un poderoso Ejército y con el grado desconocido hasta el momento de Capitán General, lo que de hecho consistía en una provocación contra el Jefe oriental. Con el transcurso del tiempo en toda la región comenzó a correr el rumor de que el nombramiento de Sarratea le había caído muy bien a Lord Strangford. Al parecer el inglés manejaba al porteño a su antojo, seguramente por aquello de la debida obediencia logista, "apoderándose de él como se apodera de un sirviente", según los rumores que circulaban.
Todo intentaría aquel triste personaje para liquidar a la revolución, desde el chantaje hasta la difamación, a los que consideraba "remedios indirectos, que me lisonjeo producirán su efecto aunque con sacrificio de tiempo". Pero tampoco desdeñó la posibilidad del magnicidio del Jefe de los Orientales. "Yo he tenido en mis manos las ricas pistolas que Sarratea mandó a Otorgués para este fin", contará el patriota Cáceres.
Felipe Cardozo por su parte alertará al conductor oriental: "El pueblo sensato de aquí todo es de Ud. Lo están engañando diciéndole que Ud. es Brigadier y que se reunió ya con Sarratea, que todo está acomodado, esto es mientras quitan a Ud. del medio". En otras palabras corrieron la voz de que había sido comprado con un cargo, método utilizado con otros integrantes del equipo político oriental, lamentablemente en algunos casos exitosamente, como ocurrió por ejemplo con Valdenegro, Baltasar Vargas y Viera.
Dos proyectos muy diferentes se enfrentaron con fuerza a partir de la llegada del porteño al campamento del Ayuí. El gobierno de Buenos Aires impulsaba el establecimiento de un único y poderoso centro de actividad, al que debían estar sometidas enteramente las acciones militares y la orientación política, criterio que confrontaba con las concepciones artiguistas según las cuales los pueblos debían constituirse por sí, ayudándose recíprocamente, aceptando a tales efectos una autoridad central para los asuntos de interés general, pero que no se entrometiera en los de interés particular.
En otras palabras el centralismo porteño no podía ver con buenos ojos la presencia de un pueblo organizado, de espíritu enfervorizado, con un programa revolucionario cada vez afinado y con un conductor que cada día contaba con más prestigio en las Provincias. Para colmo aquel proceso había comenzado a tener la iniciativa de convocar a otras regiones, en particular al Paraguay, sin consulta previa a las autoridades bonaerenses.
Las actitudes de Sarratea desde su llegada al Ayuí generarían malestar en filas orientales, al punto de que el 24 de agosto de 1812, en una tumultuosa reunión, los elementos más radicales de las filas artiguistas, entre los cuales estaban Miguel Barreiro, José Llupes, Nicolás de Acha y Fernando Otorgués, reclamaron la ruptura completa con Buenos Aires y la formación de una Junta independiente. La propuesta no prosperó y fue sustituida por un enérgico planteamiento que fue elevado al gobierno porteño.
“PICAROS FRANCMASONES”
El antiguo Capitán de Blandengues acompañaba los planteos más irreductibles. Consecuente con sus posturas principistas Cardozo desde hacía tiempo venía defendiendo el acercamiento con el Paraguay como forma de contrarrestar a Buenos Aires, y por lo tanto, de hecho, el rompimiento con el gobierno: "Amigo mío. Ud. en el momento debe unirse con el Paraguay, y unido o antes de unirse, si algo tiene Ud. con el tratado de seguro, deberá pasarle un oficio a Sarratea diciéndole que dentro del término que Ud. estime útil salga con sus tropas de aquella Banda Oriental a la occidental, dejando en esa todos los pertrechos de guerra., como municiones, artillería y demás".
Cabe imaginar el impacto de una propuesta como ésta, pronunciada en voz alta en un momento de aguda tensión. Hasta el gobierno porteño estaban llegando desde hacía tiempo los planteos autonomistas de gran parte de los principales dirigentes orientales. Cardozo analiza el escenario político en su comunicación con Artigas: "el Congreso es entero de Sarratea". Y con sutil sarcasmo agrega: "Ud. no deje de pasarle un oficio diciéndole que el Ejército de Buenos Aires no tiene facultad ninguna para nombrar diputado en aquella Banda". Pero además recomienda que tampoco el pueblo oriental "mande diputado alguno", con lo cual se estaba pronunciando por la ruptura total con respecto al poder bonaerense.
Y no conforme con ésto, le pide a Artigas que mande un chasque al Paraguay con la invitación de que se sume a las anteriores medidas, ante el hecho incontrastable de que el Congreso que se reuniría era "todo de la fracción del gobierno". Ya estaba para todos muy claro que dentro de las instituciones gubernamentales un sutil entramado corporativo conspiraba contra la causa federal y en particular contra Artigas y el pueblo oriental: "Los pueblos ya saben lo que experimenta Ud. de estos pícaros francmasones. Conocen la ingratitud de ellos", comentará.
Cada vez que el pueblo bonaerense, harto de complots, había barrido con los gobernantes oportunistas, aquella organización oculta se las había ingeniado para imponer equipos políticos que a ella respondían. Ocurrió en 1811, cuando el derrocamiento de la Junta Grande y posteriormente en octubre de 1812. Los integrantes de aquellos cuerpos dirigentes, antes que responder ante la comunidad, debían hacerlo ante sus "hermanos" de la masonería. Los propios estatutos de la célebre Logia Lautaro, en su artículo 9, exigían el acatamiento a los asociados: "Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el supremo gobierno, no podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la Logia".
El historiador antiartiguista Vicente Fidel López justificaría aquel antidemocrático control diciendo que era "para centralizar las fuerzas a un solo fin" y para "vigilar de un modo insensible las maniobras y los intentos de los hombres incivilizados". Espionaje, control, imposición de políticas al margen de la voluntad de los pueblos, conspiraciones, todo ésto era impulsado desde las bambalinas del poder por una estructura secreta que no obedecía a mandatos populares, sino a poderosos intereses económicos y políticos, tanto de la región como foráneos del imperialismo de turno.
El avezado político que era Cardozo había descubierto parte de aquella trama y la denunciaba ante Artigas, sacando a luz lo que algunos pretendían que continuara en el anonimato. Pero además de analizar coyunturas y denunciar protagonistas, también hizo llegar numerosas propuestas que fueron atendidas por los dirigentes de la revolución. De su solidez teórica habla su "Plan de una Constitución Liberal Federativa para las Provincias Unidas de la América del Sud".
Aquella obra sería un contundente aporte a las discusiones del año XIII. Acabaría siendo electo diputado a la Constituyente por Canelones, aunque junto con otros representantes fue rechazado, por "estar mal elegidos", lo que era solo un pretexto, la razón principal era su defensa del sistema federalista. Pero es reelecto en noviembre en el Congreso de Tres Cruces por Guadalupe de Canelones.
Los sectores conservadores, que también evaluaban la capacitad teórico política de aquel personaje, buscarían la oportunidad para que "aquella cabeza dejara de pensar" y se apoyarían en una carta enviada por Cardozo al Presidente de Charcas proponiéndole la conformación de una Confederación, para intentar desembarazarse de él.
Los largos tentáculos de los "pícaros francmasones" operan desde la oscuridad, y se le instrumenta una causa en la que el fiscal solicita pena de muerte. Paradojalmente las mismas autoridades que gobernaban en nombre de la libertad y de la república amenazaban con la máxima condena a los que apostaban a una forma más profunda y participativa de concebir la actividad democrática.
No se animaron a ejecutarlo y debieron reconocer su derecho a emitir libremente sus opiniones con respecto a la cuestión federal, pero aún así decidieron confinarlo por el término de seis años en la Provincia de la Rioja. El juez dejaría constancia de que no se lo castigaba con la pena capital "atendiendo a que el dicho Cardozo ha sido un ciego instrumento del que se ha valido el verdadero autor de esta criminal correspondencia".
El destinatario de los comentarios no era otro que el propio Artigas, quien había ordenado al diputado idear y desarrollar una campaña de acusación y propaganda sobre la postura de la Asamblea Constituyente. Asesinarlo "judicialmente" hubiera sido transformarlo en un mártir de una causa federal que venía por aquel entonces prosperando imparablemente.
El Jefe oriental consigue en 1814 que el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Antonio Posadas deje en libertad a su viejo amigo, que en 1815 asume como miembro del Cabildo de Montevideo, pasando a presidir uno de los cuatro cuarteles en los que fue dividida la ciudad para elegir diputados al Congreso de Mercedes.
Fue uno de los firmantes de la designación de Artigas como "Capitán General de la Provincia y Protector y Patrono de la libertad de los Pueblos Orientales", momento memorable en el que siente que con el nombramiento de su antiguo compadre y amigo sus sueños habían comenzado a cumplirse.
Fallece poco después, en 1816, en su estancia de Canelones, con 43 años edad. Apenas una calle en los contornos de nuestra capital recuerda a aquel antiguo combatiente de nuestra libertad. La historia ha sido demasiado avara con este hombre singular, que sin lugar a dudas fue, en tiempos de la Patria Vieja, uno de los imprescindibles de los que hablara Bertold Brech.
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