miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



DUODÉCIMA ENTREGA

2 / LOS MITOS ANTIGUOS Y EL HOMBRE MODERNO (II)

Joseph L. Henderson

Héroes y creadores de héroes


El mito del héroe es el mito más común y mejor conocido del mundo. Lo encontramos en la mitología clásica de Grecia y Roma, en la Edad Media, en el Lejano Oriente y entre las contemporáneas tribus primitivas. También aparece en nuestros sueños. Tiene un evidente atractivo dramático y una importancia psicológica menos obvia pero profunda.

Esos mitos del héroe varían mucho en detalle, pero cuando más de cerca se los examina, más que se ve que son muy similares estructuralmente. Es decir, tienen un modelo universal aunque hayan sido desarrollados por grupos o individuos sin ningún contacto cultural directo mutuo como, por ejemplo, tribus africanas, indios de Norteamérica, griegos e incas del Perú. Una y otra vez se escucha un relato que cuenta el nacimiento milagroso, pero humilde, de un héroe, sus primeras muestras de fuerza sobrehumana, su rápido encumbramiento a la prominencia o el poder, sus luchas triunfales contra las fuerzas del mal, su debilidad ante el pecado de orgullo (hybris) y su caída a traición o el sacrificio “heroico” que desemboca en su muerte.

Explicaré después con más detalle por qué creo que este modelo tiene significado psicológico tanto para el individuo, que se dedica a descubrir y afirmar su personalidad, como para toda una sociedad, que tiene una necesidad análoga de establecer la identidad colectiva. Pero otra característica importante del mito del héroe nos proporciona una clave. En muchas de esas historias, la primitiva debilidad del héroe está contrapesada con la aparición de fuertes figuras “tutelares” -o guardianes- que le facilitan realizar las tareas sobrehumanas que él no podría llevar a cabo sin ayuda. Entre los héroes griegos, Teseo tenía a Poseidón, dios del mar, como su deidad; Perseo tenía a Atenea; Aquiles a Quirón, el sabio centauro, como tutor.

Estas figuras semejantes a dioses son, de hecho, representantes mitológicos de la totalidad de la psique, la mayor identidad y más abarcadora que proporciona la fuerza de que carece el ego personal. Su cometido específico indica que la función esencial del mito del héroe es desarrollar la consciencia del ego individual -que se dé cuenta de su propia fuerza y debilidad- de una forma que le pertrechará para las arduas tareas con las que se enfrentará en la vida. Cuando ya el individuo haya superado la prueba inicial y pueda entrar en la fase madura de la vida, el mito del héroe perderá su importancia. La muerte simbólica del héroe se convierte, por así decir, en el alcanzamiento de la mdurez.

Hasta ahora me he estado refiriendo al mito completo del héroe, en el que todo el ciclo, desde el nacimiento hasta la muerte, está minuciosamente descrito. Pero es esencial reconocer que en cada una de las etapas de este ciclo hay formas especiales de la historia del héroe aplicables al punto particular alcanzado por el individuo en el desarrollo de la consciencia de su ego, y con el problema específico que se le plantea en un momento dado. Es decir, la imagen del héroe evoluciona de una manera que refleja cada etapa de la evolución de la personalidad humana.

Este concepto puede enfrentarse más fácilmente si lo presentamos en un diafragma. Tomo este ejemplo de la oscura tribu norteamericana de indios winnebago porque presenta con toda claridad cuatro etapas distintas de la evolución del héroe. En estas historias (que el Dr. Paul Radin publicó en 1948 con el título Hero Cycles of the Winnebago) podemos ver la progresión definida desde el concepto más primitivo del héroe hasta el más artificioso.

Esta progresión es característica de otro ciclo del héroe. Aunque en él, las figuras simbólicas, tienen, naturalmente, nombres distintos, sus cometidos son análogos y los comprenderemos mejor una vez que hayamos captado los puntos contenidos en este ejemplo.

El Dr. Radin señaló cuatro ciclos distintos en la evolución del mito del héroe. Los denominó: ciclo Trickster (granuja), ciclo Hare (liebre), ciclo Red Horn (cuerpo rojo) y ciclo Twin (gemelo). Vio acertadamente la psicología de esa evolución al decir: “Representa nuestros esfuerzos para resolver el problema del crecimiento, ayudados con la ilusión de una ficción eterna”.

El ciclo Trickster corresponde al período de vida más primitivo y menos desarrollado. Trickster es una figura cuyos apetitos físicos dominan su conducta; tiene la mentalidad de un niño. Careciendo de todo propósito más allá de la satisfacción de sus necesidades primarias, es cruel, cínico e insensible. (Nuestros cuentos del conejo Brer o del zorro Reynard conservan las esencias del mito Trickster.) Esta figura, que al principio tiene forma de animal, va de una granujería a otra. Pero, al hacerlo, le sobreviene un cambio. Al final de su carrera de bribonadas, comienza a tomar el aspecto físico de un hombre adulto.

La figura siguiente es Hare. Al igual que Trickster (cuyos rasgos animales suelen estar representados, entre los indios americanos, por un coyote) también aparece al principio en forma de animal. Aun no ha alcanzado la estructura del hombre maduro, no obstante, aparece como el fundador de la cultura humana: el transformador. Los winnebago creen que, al darles su famoso rito medicinal, se convirtió en su salvador y también en su héroe de la cultura. Este mito era tan poderoso, según nos dice el Dr. Radin, que los miembros del Rito Peyote no querían renunciar a Hare cuando el cristianismo comenzó a penetrar en la tribu. Acabó fundiéndose con la figura de Cristo y algunos de ellos decían que no necesitaban a Cristo puesto que ya tenían a Hare. Esta figura arquetípica representa un avance distinto respecto a Trickster: se puede ver que se transforma en un ser socializado que corrige las ansias infantiles e instintivas que contiene el ciclo Trickster.

Red Horn, el tercero de esta serie de figuras de héroes, es un personaje ambiguo que, según cuentan, era el menor de diez hermanos. Pasa por los requisitos del héroe arquetípico superando pruebas tales como vencer en una carrera y demostrar su valor en una batalla. Su fuerza sobrehumana se muestra en su habilidad para vencer gigantes por medio de la astucia (en el juego de dados) o de la fuerza (en una pelea). Tiene un poderoso compañero en forma de pájaro del trueno llamado “Brama-al-andar”, cuya fuerza compensa cualquier debilidad que pueda tener Red Horn. Con Red Horn hemos alcanzado el mundo del hombre, si bien un mundo arcaico, en el que se necesita la ayuda de poderes sobrehumanos o de dioses tutelares para asegurar la victoria del hombre sobre las fuerzas del mal que le asedian. Hacia el final de la historia, el dios-héroe se marcha y deja en la tierra a Red Horn y a sus hijos. El peligro para la seguridad y la seguridad del hombre comienza ahora a estar en el hombre mismo.

Este tema básico (que se repite en el último ciclo; el de Twin) plantea, en efecto, la cuestión vital: ¿Cuánto tiempo podrán los seres humanos triunfar sin caer víctimas de su propio orgullo o, en términos mitológicos, de los celos de los dioses?

Aunque los Twins (gemelos), se dice, eran hijos del Sol, son exclusivamente humanos y juntos forman una misma persona. Originariamente unidos en el seno materno, se les separó a la fuerza al nacer. Sin embargo, se pertenecen mutuamente y es necesario -aunque muy difícil- reunirlos. En estos dos niños vemos los dos lados de la naturaleza del hombre. Uno de ellos, Flesh (carne), es condescendiente, dulce y sin iniciativa; el otro, Stump (tronco), es dinámico y rebelde. En algunas de las historias de los héroes gemelos esas características se refinan hasta el punto de que una de las figuras representa al introvertido cuya fuerza principal reside en su capacidad de reflexión, y la otra figura, al extravertido, hombre de acción que puede realizar grandes hazañas.

Durante largo tiempo, esos dos héroes son invencibles: ya se les presente como dos figuras separadas o fundidas en una, llevan a cabo todo lo que emprenden. Sin embargo, al igual que los dioses guerreros de la mitología de los indios navajos, a veces se marean por el abuso de su poder. No quedan monstruos ni en el cielo ni en la tierra a los que no hayan vencido y su posterior conducta salvaje les acarrea su justo pago. Los winnebago dicen que, al final, nada estaba salvo de ellos, ni aun los pilares en que se apoya el mundo. Cuando los gemelos mataron a uno de los cuatro animales que sostenían la tierra, habían sobrepasado todos los límites y llegó el tiempo de detener su carrera. El castigo que merecían era la muerte.

Así es que, tanto en el ciclo de Red Horn como en el de los Twins, vemos el tema del sacrificio o muerte del héroe como la curación necesaria de su hybris, el orgullo que se ha sobrepasado a sí mismo. En las sociedades primitivas cuyo nivel primitivo corresponde al ciclo de Red Horn, parece que el peligro ha sido prevenido por la institución del sacrificio humano propiciatorio, tema que tiene inmensa importancia simbólica y se repite continuamente en la historia humana. Los winnebago, al igual que los iroqueses y algunas tribus algonquinas, probablemente comían carne humana como ritual totémico que podía domeñar sus impulsos individualistas y destructivos.

En los ejemplos de la traición al héroe o derrota que hay en la mitología europea, el tema del sacrificio ritual se emplea más específicamente como castigo por la hybris. Pero los winnebago, como los navajos, no van tan lejos. Aunque los gemelos erraron y aunque el castigo fuera la muerte, ellos mismos se asustaron tanto de su poder irresponsable que consintieron vivir en estado de descanso permanente: los lados antagónicos de la naturaleza humana volvieron a su equilibrio.

He dado con cierta amplitud esta descripción de los cuatro tipos de héroe porque proporciona una demostración clara del modelo que se halla en los mitos históricos y en los sueños heroicos del hombre contemporáneo. Con esto en la mente, podemos examinar el siguiente sueño de un paciente de edad intermedia. La interpretación de este sueño muestra cómo el psicólogo analista puede, con su conocimiento de la mitología, ayudar a su paciente a encontrar una respuesta a lo que, de otro modo, parecería un acertijo irresoluble. Ese hombre soñó que estaba en un teatro, en el papel de “un espectador importante cuya opinión se respeta”. Había un acto en el que un mono blanco estaba en un pedestal con hombres a su alrededor. Al contar el sueño, dijo el hombre:

Mi guía me explica el tema. Es la prueba judicial de un joven marinero que está expuesto al viento y a ser apaleado. Comienzo objetándole que aquel mono blanco no es un marinero, en modo alguno; pero en ese preciso momento, se levanta un joven vestido de negro y pienso que debe ser el verdadero héroe. Pero otro joven parecido avanza a zancadas hacia un altar y se extiende sobre él. Le hacen marcas en su pecho desnudo como preparativos para ofrecerle como sacrificio humano.

Entonces me encuentro en una plataforma con otras varias personas. Podíamos bajar por una escalerilla, pero dudo hacerlo porque hay dos jóvenes forzudos de pie allí al lado y pienso que nos lo impedirán. Pero cuando una mujer del grupo utiliza la escalerilla sin que la molesten, veo que no hay peligro y todos nosotros bajamos tras la mujer.


Ahora bien, un sueño de esa clase no se puede interpretar rápidamente y con sencillez. Hay que descifrarlo con cuidado con el fin de hallar sus relaciones con la propia vida del soñante y sus más amplias derivaciones simbólicas. El paciente que tuvo ese sueño era un hombre que había alcanzado la madurez en sentido físico. Tenía éxito en su profesión y, era evidente, le iba bien como esposo y como padre. Sin embargo, psicológicamente carecía de madurez y no había terminado aun su fase juvenil de desarrollo. Era esa inmadurez psíquica lo que se expresaba en sus sueños, como aspectos distintos del mito del héroe. Esas imágenes aun ejercían fuerte atractivo en su imaginación aun cuando ya hacía tiempo que habían agotado todos sus significados ante la realidad de su propia vida diaria.

Así, en este sueño, vemos una serie de figuras presentadas teatralmente como aspectos diversos de una figura que el soñante espera resulte ser el verdadero héroe. El primero es un mono blanco, el segundo un marinero, el tercero un joven de negro, y el último “un joven bien parecido”. En la primera parte de la representación, que se supone presenta la prueba judicial del marinero, el soñante sólo ve el mono blanco. El hombre de negro aparece de repente y también desaparece de repente; es una nueva figura la que contrasta primero con el mono blanco y luego, por un momento, es confundida con el verdadero héroe. (Tal confusión suele ser corriente en los sueños. El soñante no siempre está presentado con imágenes claras por el inconsciente. Tiene que hallar el significado entre una sucesión de contradicciones y paradojas.)

Muy significativamente, estas figuras aparecen durante una representación teatral, y este contexto parece ser una referencia directa del soñante a su tratamiento mediante análisis: el “guía” que menciona probablemente es el analista. Sin embargo, no se ve a sí mismo como paciente al que le trata un doctor sino como “un espectador importante cuya opinión se respeta”. Ese es el punto ventajoso desde el que ve ciertas figuras que él asocia a la experiencia del crecimiento. El mono blanco, por ejemplo, le recuerda la conducta juguetona y desenfrenada de los muchachos entre los siete y doce años. El marinero sugiere el aventurerismo de la primera adolescencia, junto con el consiguiente castigo de “apaleamiento” por travesuras irresponsables. El soñante no encontraba asociación alguna respecto al joven de negro, pero en el joven bien parecido que iba a ser sacrificado veía un recuerdo del idealismo de autosacrificio de la última adolescencia.

A estas alturas ya es posible poner juntos el material histórico (o imágenes arquetípicas del héroe) y los datos procedentes de la experiencia personal del soñante, con el fin de ver cómo se corroboran, contradicen o modifican mutuamente.

La primera conclusión es que el mono blanco parece representar a Trickster o, al menos, a esos rasgos personales que le atribuyen los indios winnebago. Pero, a mi parecer, el mono también representa algo que el soñante no ha experimentado personal y adecuadamente pues, pues, de hecho, dice que en el sueño era espectador. Encuentro que, mientras fue muchacho, estuvo excesivamente sujeto a sus padres y que, por tanto, era de naturaleza introspectiva. Por tales razones, jamás había desarrollado plenamente la natural vehemencia característica del final de la infancia; ni había participado en los juegos de sus compañeros de escuela. No había hecho granujerías de “mono” ni “monerías”. Estos calificativos familiares nos dan la clave. De hecho, el mono en el sueño es una forma simbólica de la figura de Trickster.

Pero ¿por qué tiene que aparecer Trickster en forma de mono? ¿Y por qué tenía que ser blanco? Como ya hemos indicado, el mito de los winnebago nos dice que, hacia el final del ciclo, Trickster comienza a semejarse físicamente a un hombre. Y aquí, en el sueño, es un mono, tan próximo al ser humano que es una caricatura visible, y no demasiado peligrosa, del hombre. El propio soñante no encontraba asociaciones personales que explicaran por qué el mono era blanco. Pero por nuestro conocimiento del simbolismo primitivo podemos conjeturar que la blancura presta una calidad especial de “semejanza divina” a la figura, por otra parte trivial (al albino se le considera sagrado en muchas comunidades primitivas). Esto se ajusta perfectamente a los poderes semidivinos o semimágicos de Trickster.

Por tanto, parece que el mono blanco simboliza para el soñante la cualidad positiva de la juguetonería de la infancia, de la que no había gozado suficientemente a su debido tiempo, y que ahora se sentía llamado a exaltar. Como el sueño nos dice, lo coloca en “un pedestal”, donde se transforma en algo más que una perdida experiencia de la niñez. Es, para el hombre adulto, un símbolo del experimentalismo creador.

Luego llegamos a la confusión respecto al mono. ¿Es un mono o un marinero a punto de soportar una paliza? Las propias asociaciones del soñante indican el significado de esta transformación. Pero en todo caso, la etapa siguiente en el desarrollo humano es una en la que la irresponsabilidad de la infancia da paso a un período de socialización y que acarrea sumisión a una disciplina penosa. Por tanto, se podría decir que el marinero es una forma anticipada de Trickster que está cambiando hacia una persona socialmente responsable por medio de una prueba judicial de iniciación. Basándonos en la historia del simbolismo, podemos suponer que el viento representa a los elementos naturales en este proceso y el apaleamiento, a los elementos de origen humano.

Luego, en este punto, tenemos una referencia al proceso que los winnebago describen en el ciclo Hare donde el héroe de la cultura es una figura débil pero luchadora, dispuesta a sacrificar la puerilidad en bien del desarrollo posterior. Una vez más, en esta fase del sueño, el paciente reconoce su incapacidad para experimentar plenamente un aspecto importante de la infancia en la primera adolescencia. No disfrutó la juguetonería del niño y tampoco las travesuras más avanzadas del adolescente y está buscando las formas en que puedan rehabilitarse esas experiencias y cualidades personales perdidas.

Luego viene un curioso cambio en el sueño. Aparece el joven de negro y, por un momento, el soñante cree que ese es el “verdadero héroe”. Eso es todo lo que nos dice acerca del hombre de negro; sin embargo, esa rápida ojeada introduce un tema de profunda importancia, un tema que surge con frecuencia en los sueños.

Es el concepto de la “sombra” que desempeña un papel de vital importancia en la psicología analítica. El Dr. Jung señaló que la sombra lanzada por la mente consciente del individuo contiene los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables (o execrables) de la personalidad. Pero esa oscuridad no es exactamente lo contrario del ego consciente. Así como el ego contiene actitudes desfavorables y destructivas, la sombra tiene buenas cualidades: instintos normales e impulsos creadores. Ego y sombra, desde luego, aunque separados, están inextricablemente ligados en forman muy parecida a como se relacionan entre sí pensamiento y sensación.

No obstante, el ego está en conflicto con la sombra, en lo que el Dr. Jung llamó “la batalla por la liberación”. En la lucha del hombre primitivo por alcanzar la consciencia, este conflicto se expresa por la contienda entre el héroe arquetípico y las cósmicas potencias del mal, personificadas en dragones y otros monstruos. En el desarrollo de la consciencia individual, la figura del héroe representa los medios simbólicos con los que el ego surgiente sobrepasa la inercia de la mente inconsciente y libera al hombre maduro, de un deseo regresivo de volver al bienaventurado estado de infancia, en un mundo dominado por su madre.

Generalmente, en mitología, el héroe vence en su lucha contra el monstruo. (Después diré algo más sobre esto.) Pero hay otros mitos del héroe en que el héroe retrocede ante el monstruo. Un ejemplo conocido es el de Jonás y la ballena en el que el héroe es tragado por un monstruo marino que lo transporta en una noche de viaje por mar, de Occidente a Oriente, simbolizando así el supuesto tránsito del sol desde su puesta hasta su salida al amanecer. El héroe entra en las tinieblas que representan una especie de muerte. He encontrado este tema en sueños que escuché en mi propia experiencia clínica.

La batalla entre el héroe y el dragón es la forma más activa de este mito y muestra más claramente el tema arquetípico del triunfo del ego sobre las tendencias regresivas. Para la mayoría de la gente, el lado oscuro o negativo de la personalidad permanece inconsciente. Por el contrario, el héroe tiene que percibir que existe la sombra y que puede extraer fuerza de ella. Tiene que llegar a un acuerdo con sus fuerzas destructivas si quiere convertirse en suficientemente terrible para vencer al dragón. Es decir, antes de que el ego pueda triunfar, tiene que dominar y asimilar a la sombra.

De pasada, podemos ver este tema en un conocido héroe literario: Fausto, el personaje creado por Goethe. Al aceptar la proposición de Mefistófeles, Fausto se pone bajo el poder de una “sombra” que Goethe describe como “parte de ese poder que, dispuesto al mal, encuentra el bien”. Como el hombre cuyo sueño hemos examinado, Fausto no consiguió vivir plenamente una parte importante del principio de su vida. En consecuencia, era una persona irreal e incompleta que se perdió en una búsqueda infructuosa de objetivos metafísicos que no consiguió materializar. No estaba aun dispuesto a aceptar el reto de la vida a vivir el bien y el mal.

Es a este aspecto del inconsciente al que parecía referirse el joven vestido de negro del sueño de mi paciente. Tal recuerdo de la parte sombría de su personalidad, de su poderosa potencialidad y su papel en la preparación del héroe para la lucha de la vida, es una transición esencial de los comienzos del sueño hacia el tema del sacrificio del héroe: el joven bien parecido que se tiende sobre un altar. Esta figura representa la forma de heroísmo que generalmente va asociada al proceso de formación del ego al final de la adolescencia. El hombre expresa en esa época los principios ideales de su vida, notando su poder para transformarse y cambiar sus relaciones con los demás. Está, por así decir, en el florecimiento de la juventud, atractivo, lleno de energía e idealismo. Entonces, ¿por qué se ofrece voluntariamente a un sacrificio humano?

Es posible que la causa sea la misma que hizo a los gemelos del mito winnebago renunciar a su poder por temor a la destrucción. El idealismo de la juventud, que a tanto obliga, conduce indefectiblemente al exceso de confianza en sí mismo: el ego humano puede sentirse arrebatado a experimentar atributos divinos, pero sólo a costa de sobrepasarse y caer en el desastre. (Este es el significado de la historia de Ícaro, el joven que es llevado hasta cerca del cielo por sus alas frágiles y de factura humana, pero que vuela demasiado cerca del sol y se precipita en su propia destrucción.) Pero es lo mismo, el ego pleno de juventud debe correr siempre ese riesgo porque si un joven no se esfuerza por alcanzar una meta más elevada que la que conseguiría sin riesgo, no puede superar los obstáculos puestos entre la adolescencia y la madurez.

Hasta ahora, he estado hablando de las conclusiones que, al nivel de sus asociaciones personales, podía extraer mi paciente de su propio sueño. Pero hay un nivel arquetípico del sueño: el misterio del sacrificio humano ofrecido. Precisamente por ser un misterio, se expresa en un acto ritual que, en su simbolismo, nos retrotrae muy lejos en la historia del hombre. Aquí, cuando el hombre yace tendido sobre el altar, vemos una referencia a un acto aun más primitivo que los que se realizaban en el ara de piedra de Stonehenge. Allí, como en tantas aras primitivas, podemos imaginar un rito anual de solsticio combinado con la muerte y resurrección de un héroe mitológico.

El ritual tiene una tristeza que también es una especie de alegría, un reconocimiento íntimo de que la muerte también conduce a una nueva vida. Ya se exprese en la prosa épica de los indios winnebago, en un lamento por la muerte de Balder en las sagas noruegas, en los afligidos poemas de Walt Whitman por Abraham Lincoln o en el ritual soñado por el cual un hombre vuelve a las esperanzas y temores de su juventud, el tema sigue siendo el mismo: el drama de un nuevo nacimiento por medio de la muerte.

El final del sueño proporciona un curioso epílogo en el que el soñante, al fin, se ve envuelto en la acción del drama. Él y otros están sobre una plataforma de la que tienen que descender.

No confía en la escalerilla a causa del posible impedimento que opongan los forzudos, pero una mujer les anima a creer que podrán bajar sin peligro y así lo hacen. Puesto que pude deducir de sus propias asociaciones que toda la representación que presenció era parte de su análisis -un proceso de cambio interior que estaba experimentando-, presumiblemente estaba pensando en la dificultad de volver a la realidad diaria. Su temor a los “forzudos”, como los llama, sugiere su temor de que el arquetipo Trickster pueda aparecer en forma colectiva.

Los elementos salvadores en el sueño son la escalerilla, hecha por mano humana, que aquí es probable que sea el símbolo de la mente racional, y la presencia de la mujer que anima al soñante a utilizar la escalerilla. Su aparición en la última secuencia del sueño señala hacia una necesidad psíquica de incluir un principio femenino como complemento de toda esa actividad excesivamente masculina.

No debe suponerse por lo que he dicho de que haya escogido el mito de los winnebago para aclarar este sueño particular, que deben buscarse paralelos completa y totalmente mecánicos entre un sueño y los materiales que se puedan encontrar en la historia de la mitología. Cada sueño es personal del soñante y la forma precisa que está determinada por su propia situación. Lo que he tratado de mostrar es la forma en que el inconsciente maneja ese material arquetípico y modifica sus modelos para adaptarlos a las necesidades del soñante. Así, en este sueño particular, no debe buscarse una referencia directa a lo que los winnebago describen en los ciclos Red Horn o Twin; la referencia es más bien a la esencia de esos dos temas: al elemento de sacrificio que hay en ellos.

Como regla general, se puede decir que la necesidad de símbolos de héroes surge cuando el ego necesita fortalecerse, es decir, cuando la mente consciente necesita ayuda en alguna tarea que no pueda realizar sola o sin recurrir a las fuentes de fortaleza que yacen en la mente inconsciente. En el sueño que he examinado, por ejemplo, no había referencia alguna a uno de los aspectos más importantes del mito del héroe típico: su capacidad para salvar o proteger de peligros terribles a mujeres hermosas. (La doncella secuestrada era un mito favorito de la Europa medieval.) Esta es una de las formas en que los mitos o los sueños se refieren al “ánima”, el elemento femenino de la psique masculina, que Goethe llamó “el Eterno Femenino”.

La naturaleza y función de este elemento femenino lo tratará más adelante, en este libro, la doctora Von Franz. Pero su relación con la figura del héroe puede ilustrarse aquí con un sueño tenido por otro paciente, hombre también ya maduro. Comenzó diciendo:

“Había regresado de una larga excursión por la India. Una mujer nos había equipado a un amigo mío y a mí para el viaje y, a mi regreso, reproché a esa mujer por no habernos proporcionado sombreros negros para la lluvia y le dije que a causa de su descuido nos habíamos empapado con la lluvia”.

Esta introducción del sueño, como se verá después, se refería a un período de la juventud de este hombre en que se dedicó a hacer “heroicas” excursiones por las peligrosas montañas del país en compañía de un amigo del instituto. (Como jamás había estado en la India y en vista de sus propias asociaciones producidas por este sueño, llegamos a la conclusión que el viaje soñado significaba la exploración de una nueva región, es decir, no un lugar real sino el reino del inconsciente.)

En su sueño, el paciente parece sentir que una mujer -posiblemente, una personificación de su ánima- no hubiera conseguido prepararle adecuadamente para esa expedición. La falta de un sombrero impermeable apropiado sugiere que se siente en situación mental desamparada en la que está desagradablemente afectado por encontrarse expuesto a experiencias nuevas y no gratas del todo. Cree que la mujer tendría que haberle proporcionado un sombrero para la lluvia, al igual que su madre le proporcionaba la ropa cuando era muchacho. Este episodio es reminiscencia de sus primeros vagabundajes picarescos, cuando confiaba en que su madre (la imagen femenina original) le protegería contra todos los peligros. Al hacerse adulto, vio que eso era una ilusión pueril y ahora acusa de su desgracia a su ánima, no a su madre.

En la etapa siguiente del sueño, el paciente habla de participar en una excursión con un grupo de personas. Se va sintiendo cansado y regresa a un restaurante de las afueras, donde encuentra su gabardina, junto con el sombrero impermeable, que anteriormente había perdido. Se sienta ahora para descansar y, al hacerlo, ve un cartel que dice que un muchacho universitario de la localidad desempeña el papel de Perseo en una obra teatral. Entonces aparece el muchacho en cuestión, que, en definitiva, no es un muchacho, sino un joven fornido. Va vestido de gris, con un sombrero negro, y se sienta para hablar con otro joven vestido con un traje negro. Inmediatamente después de esta escena, el soñante siente un nuevo vigor y halla que es capaz de volver a incorporarse a la excursión. Entonces escalan el monte siguiente. Desde allí, bajo ellos, ve su punto de destino: es una encantadora ciudad portuaria. Se siente animado y rejuvenecido con el descubrimiento.

Aquí, en contraste con el viaje sin descanso, incómodo y solitario del primer episodio, el soñante está con un grupo. El contraste marca un cambio en su anterior modelo de aislamiento y protesta juvenil a la influencia social de sus relaciones con otros. Puesto que esto implica una nueva capacidad de relacionamiento, sugiere que su ánima debe actuar mejor que lo hacía antes: simbolizado en su encuentro del sombrero perdido que la figura del ánima no había sabido proporcionarle antes.

Pero el soñante está cansado, y la escena del restaurante refleja su necesidad de considerar sus actitudes anteriores a una nueva luz, con la esperanza de renovar su fuerza con ese regreso. Y así sucede. Lo que primero que ve es un cartel que pone la actuación de un héroe joven: un muchacho universitario desempeñando el papel de Perseo. Luego ve al muchacho, ahora un hombre, con un amigo que contrasta rotundamente con él. Uno vestido de gris claro; el otro, de negro, pueden reconocerse, por lo que he dicho antes, como una versión de los gemelos. Son figuras de héroe que expresan los opuestos ego y alterego, que, no obstante, aparecen aquí en relación armoniosa y unificada.

Las asociaciones del paciente confirmaban esto y subrayaban que la figura de gris representa una actitud bien adoptada y mundana hacia la vida, mientras que la figura de negro representa la vida espiritual, en el sentido en que un sacerdote viste de negro. El que los dos jóvenes lleven sombrero (y el soñante ya encontró el suyo) alude a que han conseguido una identidad relativamente madura de una índole que él comprendía le había faltado en su propia adolescencia cuando la cualidad de “Trickterismo” aun pesaba sobre él, a pesar de su propia imagen ideal de buscador de sabiduría.

Su asociación con el héroe griego Perseo resultaba curiosa y era especialmente significativa, porque revelaba una evidente inexactitud. Resultó que él creía que Perseo era el héroe que mató al Minotauro y rescató a Ariadna del laberinto de Creta. Al escribir el nombre se dio cuenta de su equivocación -que fue Teseo, y no Perseo, el que mató al Minotauro-, y esa equivocación se hizo, de repente, significativa, como suele ocurrir con tales errores, al darse cuenta de lo que esos dos héroes tenían en común. Ambos tuvieron que vencer su miedo a los inconscientes poderes demoníacos maternales y tuvieron que liberar de esos poderes a una sola figura femenina joven.

Perseo tuvo que cortar la cabeza de la Gorgona Medusa, cuyo horrible rostro y su cabellera de serpientes convertían en piedra a cuantos la miraran. Luego tuvo que vencer al dragón que guardaba a Andrómeda. Teseo representaba el juvenil espíritu patriarcal de Atenas, que tenía que arrostrar los terrores del laberinto con su morador, el Minotauro, el cual simbolizaba la enfermiza decadencia de la matriarcal Creta. (En todas las culturas, el laberinto tiene el significado de una representación intrincada y confusa del mundo de la consciencia matriarcal; sólo pueden atravesarlo quienes están dispuestos a una iniciación especial en el misterioso mundo del inconsciente colectivo.) Después de vencer ese peligro, Teseo rescató a Ariadna, doncella secuestrada.

Ese rescate simboliza la liberación de la figura del ánima del aspecto devorador de la imagen de la madre. Mientras no se cumple eso, el hombre no puede alcanzar su verdadera capacidad para relacionarse con mujeres. El hecho de que ese hombre no hubiera conseguido hacer la separación adecuada entre el ánima y la madre se subrayaba en otro sueño en el que encontraba un dragón, imagen simbólica del aspecto “devorador” de su apegamiento a su madre. Este dragón le perseguía y, como el soñante no tenía armas, comenzó a llevar la peor parte de la lucha.

Sin embargo, es muy significativo que su esposa apareciera en el sueño, y su aparición empequeñeció un tanto al dragón y le hizo menos amenazador. Este cambio en el sueño mostraba que el soñante, en su matrimonio, había vencido tardíamente su apegamiento a su madre. En otras palabras: tenía que encontrar medios de libertar la energía psíquica empleadas en las relaciones madre-hijo, con el fin de alcanzar una relación más de adulto con las mujeres y, por supuesto, con la sociedad adulta en su conjunto. La lucha héroe-dragón era la expresión simbólica de ese proceso de “desarrollo”.

Pero la tarea del héroe tiene un objetivo que sobrepasa el ajuste biológico y marital: es liberar al ánima como a ese componente íntimo de la psique que es necesario para toda obra verdaderamente creadora. En el caso de este hombre tenemos que adivinar la probabilidad de ese resultado, porque no se dice directamente en el sueño de la excursión por la India. Pero podría asegurar que él confirmaría mi hipótesis de que su viaje por la montaña y la vista de su punto de destino como una ciudad portuaria tranquila contenía la rica promesa de que descubriría la auténtica función de su ánima. Así quedaría curado de su primitivo resentimiento de no haber recibido protección (el sombrero impermeable) de la mujer para su viaje por la India. (En los sueños, las ciudades significativamente situadas pueden ser, con frecuencia, símbolos del ánima.)

El hombre había alcanzado esa promesa de seguridad para sí con su contacto con el auténtico héroe arquetípico, y halló una nueva actitud de cooperación y de relación hacia el grupo. Naturalmente, le sobrevino la sensación de rejuvenecimiento. Había alcanzado la fuente de fuerza interior que representa al héroe arquetípico; había aclarado y desarrollado esa parte de sí mismo que estaba simbolizada por la mujer; y él, con el acto heroico de su ego, se había liberado de su madre.

Estos ejemplos, y otros muchos, del mito del héroe en los sueños modernos muestran que el ego como héroe siempre es, esencialmente, un portador de cultura más que un puro exhibicionista egocéntrico. Aun Trickster, en su forma errada o inintencionada, es un contribuidor al cosmos tal como lo veía el hombre primitivo. En la mitología de los navajos, como coyote, lanzó las estrellas al firmamento en acto de creación, inventó la contingencia necesaria de la muerte y, en el mito del surgimiento, ayudó a la gente guiándola por la caverna de los juncos por donde escaparon de un mundo a otro superior, en el que quedaron a salvo a la amenazadora inundación.

Tenemos aquí una referencia a esa forma de evolución creadora que, evidentemente, comienza en un nivel de existencia pueril, preconsciente o animal. La elevación del ego a la acción consciente eficaz se hace primaria en la verdadera cultura del héroe. Del mismo modo, el ego pueril o adolescente se libra de la opresión de las esperanzas paternas y se convierte en individuo. Como parte de esta elevación la consciencia, la lucha héroe-dragón puede mantenerse una y otra vez para liberar energía destinada a la multitud de tareas humanas que pueden formar un tipo de cultura que surge del caos.

Cuando se consigue eso, vemos surgir la figura plena del héroe como una especie de fuerza del ego (o, si hablamos en términos colectivos, de identidad tribual) que ya no tiene necesidad de vencer a los monstruos y los gigantes. Ha alcanzado el punto en que esas fuerzas profundas pueden personalizarse. El “elemento femenino” ya no aparece en los sueños en forma de dragón, sino como una mujer; análogamente, el lado “sombrío” de la personalidad toma una forma menos amenazadora.

Este importante punto puede ilustrarse con el sueño de un hombre cercano a la cincuentena. Toda su vida sufrió de ataques periódicos de ansiedad unida a miedo al fracaso (originariamente producido por una madre dubitativa). Sin embargo, sus hechos efectivos, en su profesión y en sus relaciones personales, superaban al término medio. En su sueño, su hijo de nueve años aparecía como un joven de dieciocho o diecinueve años vestido con la reluciente armadura de un caballero medieval. Al joven le llaman para luchar contra una hueste de hombres vestidos de negro e, inmediatamente, se prepara para realizarlo. Luego, de repente, se quita el yelmo, y sonríe al jefe de la amenazadora hueste; se ve claro que no se enzarzarán en una pelea, sino que se harán amigos.

El hijo, en el sueño, es el propio ego joven del hombre que con frecuencia se sintió amenazado por la sombra en forma de duda de sí mismo. En cierto sentido, había mantenido una cruzada triunfal contra ese adversario durante toda su vida de madurez. Ahora, en parte por el efectivo aliento de ver a su hijo desarrollarse sin tales dudas, pero, principalmente por encarnar una imagen apropiada del héroe en la forma más afín a su ambiente modélico, halla que ya no es necesario luchar contra la sombra; puede aceptarla. Eso es lo que se simboliza en el acto de amistad. Ya no se ve conducido a una lucha competitiva por la supremacía individual, pero es asimilado a la tarea cultural de formar una especie de comunidad democrática. Tal conclusión, alcanzada en la plenitud de la vida, sobrepasa la tarea heroica y conduce a una verdadera actitud madura.

Sin embargo, este cambio no se produce automáticamente. Requiere un período de transición que se expresa en las diversas formas del arquetipo de iniciación.

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