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CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (9)


MURALLAS

RICARDO AROCENA

La victoria del 18 de mayo de 1811 en Las Piedras, pone término a la campaña militar y coloca a las fuerzas patriotas en los alrededores de la aparentemente inexpugnable fortaleza de Montevideo, quedando a la espera de la orden que les confirmara la arremetida final. Luego de una fracasada negociación con Elío los insurgentes articulan un "sitio vigoroso", al decir de Artigas, desde el Cerrito de Montevideo, en tanto sus avanzadas se internaban "hasta las inmediaciones de la ciudad".

Desafiando la imponente grandiosidad de las murallas de granito gris de nueve metros de altura y seis de espesor, que protegían el último bastión hispánico que aún quedaba en territorio oriental, arriesgadas patrullas incursionaban por la zona de extramuros. Delante suyo tenían una de las obras militares más importantes levantadas en suelo americano, su caída a la par que dejaba a la Banda Oriental enteramente en manos soberanas, sería de un alto valor simbólico a escala continental.

Nadie ignoraba la importancia estratégica que tenía la ciudad, y menos los españoles que la defendían y que hacía alrededor de 80 años la habían fundado, para la "seguridad y la quietud de la costa" y como lugar de custodia de sus dominios en el Atlántico Sur. Para defenderla de "las pretensiones portuguesas y de cualesquiera de otros enemigos" habían construido la muralla, que cerraba la gola de la península, desde la Ciudadela hacia el norte, hasta la Bahía, y hacia el sur, hasta el Río de la Plata.

Los sitiadores tendrían que dominar los baluartes de San Felipe, Santa Isabel, San Fernando y Santa Bárbara y las baterías almenadas diseminadas desde el Cubo del Sur, pasando por la Ciudadela, hasta el Cubo del Norte, también conocido con el nombre de "Santiago".

Cualquier estrategia de ataque tenía forzosamente que considerarlo, aquel era uno de los lugares más sólidos de la defensa y en donde estaba además el almacén, el albergue de las familias, el hospital, la prisión, y en particular los alojamientos de las tropas y la "boca de guerra".

Una segunda línea de protección formada con trincheras ubicadas sobre la zona suburbana era otro peligroso escollo a vencer. Pero además, lugares especialmente sensibles a tener en cuenta eran los manantiales con los que se abastecía de agua dulce a la población, muchos de los cuales se situaban en la cuenca del arroyo Canarias, que desembocaba en la bahía a la altura de la actual calle Paraguay.

Una aguda sequía había empujado, hacia fines del siglo XVIII, a replantear el problema del abastecimiento, creándose nuevas fuentes, entre ellas la llamada "Mayor", que estaba ubicada frente al portón de San Pedro y que terminó con problemas de contaminación, y otra denominada "del Rey", junto al "foso del lado sur", es decir a la altura de adonde en la actualidad se encuentra el Teatro Solís. Controlar esta última podía llegar a tener importancia estratégica porque estaba destinada a la población militar de la Ciudadela, que se servía directamente de ella sin usar el portón, a través de la contraescarpa de la muralla.

Entre las edificaciones emblemáticas a considerar, ni bien fuera vencida la resistencia de los defensores, estaban, por supuesto, el Cabildo y la Matriz. Había que tener en cuenta, ante cualquier eventualidad, que la Iglesia podía dar cabida a unas 2000 personas. Podía servir de resguardo, aunque para algunos vecinos la capacidad no era tan grande si se la comparaba con el número de pobladores que era de "siete mil habitantes sin contar los dos mil párvulos, la tropa, los marinos, los transeúntes de Buenos Aires" y de los pueblos próximos.

Y, claro está, entre los lugares a controlar estaba el Puerto, al que la Corona consideraba como el principal del virreinato del Río de la Plata y del Atlántico Sur, y desde donde salían convoyes integrados por decenas de buques cargados con millares de cueros cada uno, actividad económica ésta tan vinculada con el problema de la tierra y de su posesión, temas que muy pronto serían considerados por la revolución.

Para Artigas, entre otros vecinos, la conquista del antiguo "presidio", como se les llamaba a las plazas y fortalezas guarnecidas por soldados", tenía por supuesto un valor singular: lo vivido dentro de sus muros mucho había tenido que ver con la persona en que se había transformado. Entre aquellas paredes estaba la casa con techo de dos aguas, adonde había crecido junto a sus padres y abuelos, antiguos fundadores de la ciudad, y desde donde iba al Convento de San Bernardino a aprender las primeras letras.

En aquella localidad había contraído matrimonio con su prima Rosalía de Villagrán, en ella se habían criado sus hijos, con muchos de los que lo acompañaban en este presente crucial y definitorio había recorrido sus empedradas calles. Entre aquellos muros había departido entre otros con Monterroso, Barreiro, Latorre, Duarte, Berdún, etc.

¡Cuántas veces había discutido con ellos las "ideas nuevas" que llegaban de Europa, en alguna de las chacras conurbanas! No hacía tanto había servido como Comisario del Cordón y de la Aguada, bajo las ordenes españolas. En fin, muchos lazos lo vinculaban a la ciudad que tenía enfrente y que pretendía conquistar. Pero la decisión de atacar estaba tardando demasiado, Rondeau no daba su autorización y Artigas se había comenzado a inquietar.

MURALLAS I

Concientes los españoles de las muchas vivencias que unían al Jefe oriental con su ciudad natal, y tal vez procurando desmoralizarlo, en vísperas de la Batalla de las Piedras, mientras incursionaban por el Sauce con el objetivo de aplastar la división de voluntarios comandada por Manuel Francisco, hermano de Artigas, habían saqueado completamente la casa de su padre robándole cerca de un millar de cabezas, que esa misma noche fueron introducidas en la ciudad.

Luego de varios días de lluvias, el 18 de mayo había amanecido "sereno", recordará Artigas en un documento dirigido a la Junta Provisional en el que da cuenta en detalle del resonante triunfo que lo había colocado a un paso de la victoria total. Con inocultable orgullo destaca en el informe "el ardor y el entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos, en términos que fue necesario todo el esfuerzo de los oficiales y mío para contenerlos y evitar el desorden..."

Las fuerzas patriotas habían afrontado "la situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería (...) y el exceso de su infantería", todo lo cual hacía la victoria "muy difícil", pero habían suplido con entusiasmo lo que les faltaba en entrenamiento militar. "Sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria", comentaría Artigas.

"El hecho mismo demuestra bastantemente la gloria de nuestras armas en esta brillante empresa; la superioridad en el todo de la fuerza de los enemigos, sus posiciones ventajosas, su fuerte artillería y particularmente el estado de nuestra caballería por la mayor parte armada de palos con cuchillos enastados, hace ver indudablemente que las verdaderas ventajas que llevaban nuestros soldados sobre los esclavos de los tiranos, estarán siempre selladas en sus corazones, inflamados del fuego que produce el amor a la patria", agregaba.

Consolidada la victoria sobre el enemigo español la gente enardecida estaba dispuesta a "vengar la inocente sangre de sus hermanos", pero Artigas había dado la orden de que se respetara la vida de los cautivos, lo que terminó siendo acatado por sus soldados, que de esa forma demostraban "la generosidad que distingue a la gente americana".

En un informe dirigido al comandante español José de Salazar en el que da cuenta de la derrota sufrida, el militar español José de Posadas corrobora la actitud de los patriotas frente a los vencidos. "Me hirieron los enemigos dándome un sablazo en el sombrero de cuyas resultas se me cayó en el suelo, me dieron otro de bastante consideración en la cara que me dividió el carrillo izquierdo en dos partes, y el tercero en la cabeza, y milagrosamente no fui muerto en aquel acto, pues me tiraron un balazo a boca de jarro sin tocarme, y me iban a asegundar otro pero un oficial que llegó en aquel acto me libertó la vida", relata.

Vencedores en Las Piedras, el último escollo que separaba a los patriotas de su futuro eran unas grises murallas corroídas por la historia, que ya no parecían tan inexpugnables. El nerviosismo que reinaba detrás de ellas se manifestaba en toda clase de excesos. Numerosas familias, vecinos y eclesiásticos, por orden de las autoridades españolas, fueron arrojados de la ciudad, sin que se les diera un mínimo plazo de tiempo como para que pudieran llevarse consigo artículos de "indispensable necesidad".

En un mensaje al Cabildo de Montevideo Artigas a la par que condena tales bizarrías a las que tacha de "incivilizadas", reclama el "alivio" de las familias perseguidas, argumentando que "los equipajes no hacen la guerra". "Huyan, pues, enhorabuena esos afligidos vecinos del gobierno que les oprime; pero permítase que les acompañe una parte de sus propiedades de que solo ellos pueden usar legítimamente", solicita indignado.

Desde su campamento en el Cerrito hace un esfuerzo supremo para reducir al mínimo el sufrimiento de la población e intenta, más allá de los rigores de la guerra, de que se respeten mínimas normas humanitarias, procurando que no quedaran heridas irreparables que impidieran la reconstrucción de la nación. Por eso, y en lo referente a los bienes personales, propone una negociación, aunque advierte de las consecuencias si su ofrecimiento no es aceptado.

"Mis intenciones y las del superior gobierno de que dependo, se dirigen a pacificar el país, y darle vida política, evitando siempre la efusión de sangre de que huye la humanidad; en cuya consecuencia si V. E. quiere asegurar a ese pueblo las consideraciones a que puede hacerse acreedor, no descuidará un momento acerca de la entrevista que propongo, ni olvidará tampoco el resentimiento que debe prometerse en caso contrario".

Pese a su sensible reclamo, de cuyo cumplimiento dependía "acaso la suerte de millares de almas", ni las autoridades de la ciudad ni el Cabildo accedieron a "hacer menores" los padecimiento de los expulsados, provocando la ruptura del diálogo de parte de Artigas. Las "corruptas" jerarquías españolas, en los días siguientes se dedicarían al "bárbaro placer" de ordenar "algunas salidas bajo los fuegos de las baterías de la plaza, cuyo fruto ha sido saquear las casas indistintamente". Los términos entre comillas son del Jefe oriental.

MURALLAS II

Como "jefe de las tropas prontas a asaltar estos muros" Artigas le había reclamado al Cabildo que se pronunciara por la causa sostenida por la Junta de Buenos Aires, dándole la espalda a los "seres malignos" que habían hecho crecer murallas de despotismo, arbitrariedad y sometimiento, tan altas y tan grises como las que rodeaban a Montevideo. Y duramente lo critica por no haberse acordado del "cúmulo de males" que soportaban los pobladores y por haber marchado detrás del "ciego capricho" de administraciones deshonestas.

El texto con el que denuncia la dominación colonial, aunque no tiene desperdicio, ha sido poco o nada difundido durante los últimos 200 años, será porque al igual que como en muchas otras ocasiones se prefirió redundar en citas rimbombantes a las cuales se vaciaba de contenido. Pero las palabras con las que relata el sometimiento y el dolor de la población americana rebelan mucho más que cualquier sesudo análisis las causas más profundas de la revolución oriental y las razones más íntimas de su compromiso personal.

Artigas critica ácidamente que una institución tan "honrosa" y "sagrada" como el Cabildo no se acordara del "cúmulo de males que debía afligir a sus hijos", contentándose con marchar "humilde sobre las huellas que señalaba un gobierno corrompido". Y agrega refiriéndose al mismo:

"Este apuró por grados cuantos resortes estuvieron a sus alcances para extender la desoladora discordia por nuestro territorio y envolver a ese pueblo en una dañosa ignorancia de su miserable situación, obligándole a ceñirse al pequeño círculo de ideas que quería sugerírsele: ejércitos imaginarios, victorias soñadas, recursos fingidos, intrigas supuestas, maquinaciones de todas clases se reproducían por momentos en auxilio de ese pueblo, que desengañado por una triste experiencia, lloraba en silencio su esclavitud".

Y sigue: "El espionaje era premiado, se permitía, acaso podría decirse, se fomentaba la más criminal división entre los españoles, americanos y europeos; buques nacionales, negros calabozos, confinaciones horrorosas eran destinados para el vecino delatado, para el vecino (...) que debía esperar de ese respetable cuerpo, la reclamación de sus más sagrados derechos, de esos derechos preciosos, base de toda sociedad. El comercio quieto, los frutos estancados, la caja exhausta, todo se olvidaba por sostener un capricho...".

Más adelante en su mensaje agrega: "Los habitantes todos de esta vasta campaña han despertado del letargo en que yacían, y sacudido el yugo pesado de una esclavitud vergonzosa. Todos se han puesto en movimiento (...) Ya han ocupado todos los pueblos y fortalezas de la Banda Oriental; ya han visto desaparecer ese ejército de Las Piedras(...); ya están a la vista de esa plaza, único obstáculo que les resta".

Pero cuando enviaba estas palabras Artigas todavía no sabía que otras murallas, mucho más sólidas y difíciles de saltear que las que tenía enfrente, se estaban levantando contra el pueblo oriental. Eran murallones de insidia y de traición. Por un lado el Virrey Elío, ante el peligro de una derrota total, solicita ayuda a Portugal, por el otro los dirigentes bonaerenses deciden orientar sus esfuerzos en la concertación de una tregua, atemorizados por algunos reveses en otros lugares del continente.

El proceso diplomático en el que entraron en juego múltiples intereses y que quedó registrado en la historia con el nombre de "armisticio de octubre" sanciona algunas cláusulas que benefician a Buenos Aires, pero los orientales que tanto se estaban sacrificando, resultaban postergados por la estrategia porteña, quedando expuestos a toda clase de represalias y en una situación mucho peor que en la etapa pre-revolucionaria.

Durante el transcurso de las negociaciones se va operando una aguda transformación en las filas patriotas, que hasta ese momento habían concentrado la totalidad de sus esfuerzos en la acción bélica, delegando las atribuciones de gobierno en las instituciones bonaerenses. Abandonados a su suerte los orientales acabarían creando sus primeras formas de organización, dando nacimiento a su existencia política como potencia autónoma e independiente.

Con el mismo fervor que tuvieron cuando en febrero se habían alzado en armas durante la Admirable Alarma, comenzaron a reunirse en asamblea, la primera de las cuales se realizaría el 10 de septiembre en la Panadería de Vidal, en donde quedó planteada la disposición de continuar solos con el sitio de Montevideo.

Durante la segunda, efectuada en la Quinta de la Paraguaya, además de discutirse los pasos a seguir en materia militar, se designa a Don José Artigas como Jefe de los Orientales, siendo la primera vez que el pueblo elige libremente su cabeza dirigente.

Alrededor de cinco meses después de que llegaran hasta los umbrales de Montevideo, el 12 de octubre de 1811 las fuerzas patriotas abandonan el sitio, dando inicio a una de las proezas cívicas más memorables que registra la lucha por la independencia a nivel continental: el éxodo del pueblo oriental.

MURALLAS III

Artigas había exteriorizado que no estaba conforme con la suspensión del sitio y la retirada pero se había abstenido, durante las discusiones en las Asambleas, de calificar las negociaciones que terminarían con la firma del "armisticio ", reservando su opinión "para más adelante".

Es que la delicada situación le obligaba a ser cuidadoso para no perjudicar con sus declaraciones a su pueblo, a la vez que a ser claro y contundente en el momento de opinar, porque era consciente de que debía educar con su palabra y que todo cuanto decía era escuchado y analizado por propios y extraños. Si se examinan los momentos supremos de la historia mundial, en ningún caso los grandes dirigentes fueron afectos a dualidades, o a aquello de que "como te digo una cosa...", talante éste tan de moda en esta posmodernidad.

Artigas ya no era el mismo que había partido desde Colonia para ponerse al servicio de Buenos Aires, su pueblo le había reclamado una definición mayor: que además de ser su cabecilla militar, asumiera la responsabilidad política como Jefe Oriental. Su nuevo compromiso le generaba renovadas obligaciones, entre otras la del análisis, si se quiere hasta sutil, de la delicada correlación de fuerzas en la que junto a su pueblo estaba inmerso, con el objetivo de incidir en ella en forma favorable para la causa revolucionaria.

Pesada era su responsabilidad al tener que comandar un proceso que no sería para nada idílico, tanto por el cuestionamiento que estaba haciendo de las "santificadas" instituciones coloniales acuñadas durante siglos de dominación, cuanto por la irrupción de las masas populares antes despolitizadas y que a partir del enfrentamiento a los imperios habían comenzado a transformarse intelectualmente a sí mismas. Pero también, porque tenía bien claro, que ningún sector dominante camina voluntariamente a la tumba.

Hubo períodos en el pasado durante los cuales se analizó la historia tomando como base la biografía de los héroes, desdeñándose el análisis del devenir económico, social y político; contra tales planteos reaccionaron otras corrientes historiográficas que se fueron al otro extremo y acabaron por descartar el papel de los individuos y de sus líderes.

Ninguna de aquellas teorías advertía que en todo proceso existe una unidad contradictoria entre lo planteado por unos y otros. Aunque condicionados por las circunstancias, son los seres humanos los protagonistas, y dentro de ellos los dirigentes, para bien o para mal, juegan un papel cardinal.

Producida la crisis de octubre el momento histórico había dibujado la necesidad de que emergiera un conductor. El líder natural que surgiría se llamó José Artigas y entre otras virtudes tuvo la de haber estado dispuesto a aprender de quienes lo rodeaban, aunque también la de haber sabido enseñarles cuando las circunstancias así lo indicaban, levantando en su defensa murallas de ideas y no tan solo de piedras. No lo sabremos nunca, pero tal vez otros pudieron haberlo igualado, pero los hechos indican que tanto por su capacidad como por su entrega, ninguno superarlo.

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