lunes

UN ROMANCE NERVIOSO: ANNIE HALL, DE WOODY ALLEN

 


“Al final del romance, sólo hemos aprendido dos cosas ciertas: que las relaciones duraderas son imposibles en este momento y lugar, y que la vida sin la búsqueda de afecto es impensable”.

 Roger Ebert

 

La escena inicial define lo que había sido la vida y obra de Woody Allen hasta ese momento y en lo que se iban a convertir una y otra a partir de esta película. Aparece él, en un plano medio corto, hablando directamente a la cámara. Cuenta un par de chistes, no los mejores de su repertorio, y de repente deja de jugar al comediante y se muestra preocupado: nos revela que cumplió cuarenta años y que su relación amorosa con Annie fracasó. Quiere que lo acompañemos a rememorar –nostálgico- lo que pasó, en un viaje al pasado de su vida, que es así mismo el de su accidentada vida romántica. Ese viaje con nombre de mujer, llamado Annie Hall (1977), cambió el curso de su cine e iba a entregarnos, a partir de allí, a un artista en pleno esplendor.

Sus películas previas se parecen a los chistes del inicio de esta escena. Parecía que el Woody Allen de Bananas (1971) y El dormilón (Sleeper, 1973) estaba condenado a la comedia absurda, al slapstick burdo; mera disculpa para sus sketchs cómicos originados en las rutinas de stand up comedy que hizo antes de iniciarse en el cine. Pero tras La última noche de Boris Grushenko (Love and Death, 1975) algo pasó. Camino al Damasco de los cómicos convencionales -extravagantes pero predecibles-, Woody Allen tuvo una revelación. De ese modo supo expresar y verter en la pantalla sus angustias sexuales, religiosas, afectivas y personales a través del filtro de su ironía e inteligencia, pero -sobre todo- a través del tamiz de una humanidad de la que carecía su filmografía. Por eso su confesión en esta primera escena es tan conmovedora y honesta: Woody Allen, a quien conocíamos como payaso disparatado y neurótico, se nos muestra en su frágil condición humana. Es uno de nosotros, ¿Cómo no oírlo?

En esa franqueza es fácil suponer que estamos ante un material de corte evidentemente autobiográfico, es más, Woody Allen tuvo una relación -que se rompió- con Diane Keaton, la coprotagonista del filme, cuyo nombre de pila es Diane Hall y era conocida como Annie. El personaje que Allen representa como actor en este filme es Alvy Singer, un comediante que oficia de escritor fantasma proveyendo de material a otros cómicos, mientras a la vez hace una carrera propia en el stand up comedy. En ese punto la frontera entre el personaje ficticio y el real se desvanece, pero Woody Allen -estamos seguros- no va a contarnos su propia vida. Es evidente que utiliza muchos elementos de ella para fines dramáticos, pero no en todo momento estamos presenciando algo que a él le pasó. Quizá estemos viendo lo que él hubiera querido que pasara. En una escena metacinematográfica al final del filme, Alvy ha convertido en un drama teatral su relación con Annie, pero a diferencia de lo que vimos que ocurrió (Alvy y Annie rompen definitivamente) acá hay un final feliz. Alvy -sintiéndose descubierto, pues nosotros sabemos de donde sacó el material original para su obra teatral- mira a la cámara y nos dice “¿Qué quieren? Era mi primer drama. Ustedes saben, uno está siempre tratando de que las cosas salgan perfectas en el arte, porque uh, es realmente difícil en la vida”. El mensaje, en tono de disculpa, va dirigido sin duda a los que conocían de cerca a Woody Allen en ese momento y eran capaces de saber qué cosas de su vida introdujo directamente en el filme, qué cosas sublimó y que inventó. En 1987 afirmaba al respecto que “Está todo tan exagerado que es virtualmente incomprensible para las personas en las que se basan estos matices. A la gente se le metió en la cabeza que Annie Hall era autobiográfica y no he podido disuadirlos”.

La anécdota de su frustrada relación con Annie es el telón de fondo para algo mucho más elaborado, pues más que filmar un diario intrascendente, en el que pudiera desquitarse con algunos y ofrecer disculpas a otros, lo que el director y guionista pretende es darnos su opinión sobre los avatares del amor en el mundo contemporáneo, lleno de angustias e interrogantes. ¿Es posible amar en estos tiempos? ¿Vale la pena arriesgarse? ¿Por qué el amor tiene fecha de caducidad? ¿Qué lo hace morir? Woody Allen aspira resolver preguntas como estas y a explicarnos su filosofía de la vida, mediante un ensayo cinematográfico, recurriendo a todas las posibilidades que le da el medio para exponer con claridad su tesis. Algo similar al contenido de sus textos en prosa, pero ahora con la contundencia de las imágenes. Para lograrlo va a empezar por despojar al relato de linealidad narrativa, para quitarle importancia a la historia de la relación amorosa. Y esto lo consigue introduciendo constantes brincos entre el pasado, el presente y el futuro, en una libre asociación de remembranzas. Es más, no sabemos exactamente cuál es el presente, pues cuando la película empieza ya su romance con Annie ha concluido. Su personaje parece estar más allá de la diégesis del filme, oficiando de omnipotente maestro de ceremonias de su ensayo, pues es capaz de hablarle a la cámara, dejando a los demás personajes en el mundo de la película, mientras él se dirige a nosotros. Ese personaje -en homenaje al cine de su admirado Ingmar Bergman- logra también volver al pasado para observar, ya adulto, pasajes de su infancia, hacer comentarios al respecto y realizar proyecciones sobre lo que será la vida de aquellos a su alrededor.

Como vemos, las imágenes son aquí una especie de tablero fácil de borrar, en el que Woody va escribiendo lo que quiere explicarnos, recurriendo para sus fines expositivos a dividir la pantalla en dos e intercalar dos escenas que ocurren en un tiempo y en un espacio diferentes, como lo hizo Elia Kazan en The Arrangement (1969); mostrarnos lo que los personajes piensan en contraposición a lo que dicen, abordando a desconocidos en la calle para interrogarlos sobre su vida y sobre la de él, llevando personas del mundo real a la ficción que nos muestra o introduciendo una secuencia de animación basada en Blanca Nieves. A sus argumentos suma su deseo por enseñarnos sus gustos artísticos, cinéfilos y literarios, como una manera de decirnos que las dificultades y tristezas del existir pueden aliviarse, sino con el amor, con el bálsamo del arte. Hay alusiones al cine de Groucho Marx, Marcel Ophuls, Bergman, John Huston, Coppola, Fellini, Chaplin y Jean Renoir. También referencias a Samuel Beckett, Henry James, Sylvia Plath, Balzac, Henrik Ibsen, Kafka, Thomas Mann, Salinger; a obras de Ernest Becker y Jacques Choron; a las pinturas de Norman Rockwell y a la Sinfonía Júpiter de Mozart. Así mismo, Woody se muestra implacable con la seudo intelectualidad y con la banalidad artística, representada esta última en Hollywood, el cine comercial y la televisión.

El humor en Annie Hall está totalmente integrado al desarrollo explicativo propuesto y ese es uno de los mejores aciertos del filme. Alvy Singer no es un personaje de por sí gracioso -a veces es abiertamente patético-, pero sus palabras, sus comentarios y respuestas si lo son, aunque no pretenda que así sean. Tampoco se trata de bromas abiertas, son expresiones ingeniosas y agudas en el contexto en que son expresadas, algunas quizá un poco elevadas para el común de los espectadores, lo que ha hecho que muchos consideren “difícil” el cine de Woody Allen. Lo que ocurre es que el director no va a rebajar, por ningún motivo, la calidad de su humor cerebral para ganar la complacencia del público. A ese humor inteligente hay que acercarse sintonizado en la misma frecuencia cultural, política, religiosa y artística de su autor, seguros de encontrar una recompensa intelectual que pocos cineastas ofrecen. Por fortuna, el slapstick disparatado de sus obras previas ha desaparecido, quedando como rezago un choque múltiple de automóviles, cuya torpeza nos hace apreciar aun más la calidad del resto del metraje. Sus blancos favoritos de burla en Annie Hall son el psicoanálisis, Freud y la religión judía. Judío de nacimiento y cliente habitual del diván psicoanalista, Allen ve en ambas instancias un filón inagotable de humor autoreferencial, que se suma a la descripción de sus angustias, traumas y complejos, muchos de los que al parecer se originaron en su infancia. Sus viñetas de esa época, en la Brooklyn de los años cuarenta van a ser retomadas, ampliadas y teñidas de nostalgia en Días de radio (Radio Days, 1987).

Woody Allen entiende que las relaciones afectivas tradicionales estaban ya agotadas y que nos enfrentábamos a un nuevo modelo, en el que cada cual pensaba primero en sus necesidades, antes que en las del otro. Su búsqueda de la mujer ideal, simbolizada en los dos matrimonios previos del personaje de Alvy, lo llevan a encontrar a Annie, una mujer ingenua a la cual modelar y poderle servir como mentor en temas como la vida en Nueva York, el cine, la política y el sexo. A la manera de un Pigmalión moderno, Allen le da alas a Annie, sin medir que su pupila va a reclamar una ganada y por fin comprendida libertad. Alvy Singer se queda solo, pues no es posible -en la óptica de Allen- atar a una mujer sólo por el hecho de amarla. Las coincidencias y puntos en común entre ambas vidas son los que sostienen la relación, pero que ya la mujer no va a someterse a los planes que el hombre tenga para ambos, si estos no coinciden con su plan de vida, tema al que volvería en Manhattan (1979).

El guionista Marshall Brickman y Woody Allen habían coincidido en el plató de The Tonight Show, donde este último escribía material cómico. Ambos pretendían escribir una comedia al estilo de las protagonizadas por Spencer Tracy y Kate Hepburn, pero situada en la Inglaterra victoriana. El proyecto no prosperó y decidieron hacer una película situada en la mente de Woody Allen, lo que les permitía mezclar recuerdos, sueños y fantasías, muy a la manera de 8½ (1963), filme que tuvo una decidida influencia en la caracterización del elaborado flujo de consciencia que caracteriza a Annie Hall.

El rodaje se inició en Long Island el 19 de mayo de 1976 y se prolongó durante diez meses. El material que recibió el montajista, Ralph Rosenblum, era enorme: “una caótica e innominada colección de pedazos y piezas que parecían desafiar la continuidad, dejar perplejo a sus creadores y tener los más bajos augurios de éxito popular de todos los filmes de Allen”. La película, entendida originalmente como un misterio con todo y asesinato, duraba originalmente más de dos horas, pero Rosenblum la salvó del desastre reduciendo su metraje a 95 minutos. Secuencias enteras quedaron en el piso del salón de montaje, sobre todo las relacionadas con otros escarceos amorosos de Alvy. Así, la relación entre él y Annie se hizo central. Allen volvería a insistir en el tema del thriller cómico en Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mistery, 1993), de nuevo con Diane Keaton como coprotagonista. Annie Hall tuvo un costo de cuatro millones de dólares y en taquilla recogió cuarenta millones en su estreno. Una década después ya había obtenido cien millones.

Originalmente el filme iba a llamarse Anhedonia, titulo que fue cambiado sólo tres semanas antes de la primera proyección en el Los Angeles Film Festival en marzo de 1977. Desde el estreno comercial del largometraje, el 20 de abril del mismo año, hubo algo notorio: los atuendos de Diane Keaton se pusieron de inmediato de moda y el “estilo” Annie Hall se tomó las grandes ciudades con su andrógina combinación: pantalones baggies, una camisa blanca, una corbata gris, un chaleco negro y un sombrero de ala. Era un primer reconocimiento, pero otros aguardaban. Al año siguiente la película compitió por el Óscar con contendores como La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), La chica del adiós (The Goodbye Girl, 1977) y Julia (1977). A todas derrotó, obteniendo premios a mejor película, director, guión y actriz principal. Woody Allen no asistió a recoger sus galardones al Dorothy Chandler Pavilion. Se encontraba en Nueva York tocando el clarinete en el Michael´s Pub.

Actualización de la comedia romántica de los años cuarenta y filme inspirador de muchas otras comedias contemporáneas, Annie Hall marcó un antes y un después en la carrera de Woody Allen. A partir de aquí su cine se hizo más personal e intimista, hasta hacerse imprescindible como el gran relator de la comedia humana que dibuja día a día, como sin notarlo, la sociedad de los Estados Unidos.

Con extractos del articulo “Woody Allen, setenta años”, publicado en la Revista Universidad de Antioquia no. 282 (Medellín, octubre-diciembre /05), págs. 128-136

©Todos los textos de www.tiempodecine.com son de la autoría de Juan Carlos González A.


(TIEMPO DE CINE / 20-4-2016)

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