por Gonzalo Valdivia
El 24 de noviembre de 1991 el vocalista de Queen falleció en su mansión en Londres, despidiendo una última etapa alejado de los escenarios y recluido en el estudio de grabación en Suiza. Sólo un reducido número de personas sabía que había dado positivo a la prueba de VIH y que tenía sida, pero él decidió contárselo al mundo 24 horas antes de morir.
Al amanecer, Brian May, Roger Taylor y John Deacon están parados juntos en dirección al lago de Ginebra. En cambio, una vez que cae la noche, los músicos posan fijando su mirada en los pies de los Alpes y su término al chocar con aguas dulces. Ambas fotografías difieren en el momento del día en que fueron tomadas y en la pose de sus protagonistas, pero conservan el encuadre: en las dos se puede apreciar cómo los tres británicos ocupan el costado izquierdo, mientras que a la derecha, puño arriba y con su actitud propia arriba del escenario, asoma imponente la silueta del frontman de la banda. Una corresponde a la portada del disco y la otra es la imagen del CD, pero ambas incorporan a Freddie Mercury gracias a la estatua creada por la checa Irena Sedlecká en la localidad costera de Montreux.
Es la postal con la que Made in heaven salió al mercado en noviembre de 1995, cuatro años después de la muerte del cantante. El álbum póstumo del cuarteto británico cerró una vida discográfica de 22 años, dedicando su arte a la ciudad del oeste de Suiza en que grabaron seis trabajos de estudio, desde Jazz (1978) hasta ese disco final con su vocalista original. Pero la elección de los sobrevivientes de la agrupación también puede ser leída como un bello tributo a un lugar en que Mercury se refugió en el último tramo de su vida, antes de fallecer el 24 de noviembre de 1991 a los 45 años de edad.
“Si quieres tranquilidad, ven a Montreux”, le dijo a la estrella de la ópera Montserrat Caballé, su amiga y socia creativa en su segundo álbum fuera de Queen, Barcelona (1988). El músico nacido como Farrokh Bulsara efectivamente había encontrado paz lejos de Inglaterra, en especial luego de enfocarse en grabar y crear hasta que su salud se lo impidiera, luego recibir el golpe que significó dar positivo a la prueba de VIH.
Tras enterarse de su diagnóstico en 1987 (no en 1985, en la previa a su
presentación en el Live Aid, como planteó erradamente el guión de Bohemian
Rhapsody), dedicó buena parte de su tiempo a ese tranquilo poblado de
Suiza, hospedando en casas ajenas y hoteles y adquiriendo una propiedad en el
mismo año de su fallecimiento. Un departamento que apenas alcanzó a habitar,
pero que se transformó en su segunda vivienda después de Garden Lodge, su
mansión ubicada al norte de Londres.
Además de acoger al interior de los estudios Mountain su labor tanto
para The miracle (1989) como para Innuendo (1991)
y Made in heaven, Montreaux también fue testigo de una sencilla
última celebración de cumpleaños a la que asistieron sus más cercanos.
Según las palabras que entregó en 2011 Peter Freestone, asistente
personal del cantante, en 1989 su doctor le advirtió que, en el mejor de los
casos, viviría hasta Navidad de ese año. “Su fuerza de voluntad hizo que
viviera aún dos años. Freddie sabía que no había remedio contra la enfermedad”,
expresó.
El adiós en su mansión
La vida de Freddie Mercury experimentó uno de los mayores remezones en
mayo de 1987. El periódico sensacionalista The Sun publicó en tres días
consecutivos el testimonio de Paul Prenter, uno de los personajes más infames
de la historia del cuarteto btitánico. Quien fuera manager y pareja del
cantante habría aceptado una suma equivalente a 32 mil libras de la época a
cambio de revelar intimidades de la estrella.
Primero, el 4 de mayo, en un artículo titulado “El sida mata a dos
amantes de Freddie”, Prenter aseguraba que Mercury se había acostado con
cientos de hombres y que sentía temor frente a la enfermedad después del
fallecimiento de dos de sus amantes.
“Es más fácil que Freddie camine sobre
las aguas que verlo salir con mujeres” fue el encabezado del día
siguiente, en que se ventilaron nuevas intimidades del artista, y la saga
terminó con “All the Queen’s men” (Todos los hombres de la reina), una nota
acompañada de decenas de imágenes de Mercury junto a otros hombres. Su antigua
pareja y colaborador selló su testimonio señalando que el músico se había hecho
una prueba de VIH y que esta había salido negativa.
Por razones lógicas, Prenter se mantuvo lejos de su círculo más estrecho en la última etapa de su vida. Sus palabras y la vitrina que alcanzaron hirieron para siempre la relación. Además, ese duro episodio derivó en que el hermetismo que solía acompañar el día a día de Mercury solo se agudizara, en una época en que la ignorancia y el miedo en torno a la enfermedad disparaba el morbo y los rumores. Sin embargo, por sugerencia de Mary Austin, su pareja durante seis años y eterna amiga, el artista se sometió a los exámenes de rigor, hasta enterarse del resultado positivo.
Mientras que públicamente lo comunicó en sus últimas horas de vida, una
de las pocas figuras que se enteraron del diagnóstico fue Montserrat Caballé.
“Me lo dijo y tuvimos la oportunidad de crear canciones en las que todas tenían
un significado. Estábamos haciendo algo muy especial y eso no pasa a menudo”,
señaló en su momento la soprano lírica, con quien planeaba inaugurar la
ceremonia de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Mercury firmó su último show público con Queen ante 120 mil personas el
9 de agosto de 1986, en el Knebworth Park, para la fecha final del Magic Tour
que sirvió para promocionar A kind of magic (1986). Desde
entonces, y hasta su fallecimiento, su vínculo profesional con Brian May, Roger
Taylor y John Deacon se redujo casi únicamente al estudio.
Una labor que desempeñó hasta que el deterioro de su salud lo obligó a
recluirse en su mansión de Kensington, Londres, a la que llamaba cariñosamente
Garden Lodge. En su agonía recibió la visita de Mary Austin, sus dos padres, su
hermana, y los integrantes de la banda, mientras que lo rodeaban
permanentemente sus seis gatos y Peter Freestone, su amigo y asistente
personal.
Jim Hutton, su pareja desde 1985, no se separó de Mercury en ningún
momento, y de hecho, a él se deben las últimas fotografías de la voz de Bicycle
race. El británico posa en su jardín, rodeado de flores y esbozando una
sonrisa. En una aparece de pie, en otra en cuclillas, y en otra sentado en el
pasto, aun con resabios de la vitalidad y la chispa que lo convirtió en una
megaestrella global.
En sus momentos finales también lo flanqueaba Jim Beach, su histórico
abogado, con quien el viernes 22 de noviembre de 1991 redactó las que serían us
últimas palabras dedicadas al mundo. El famoso comunicado en que reconocía que
estaba enfermo.
“Respondiendo al enorme número de conjeturas de la prensa durante las
últimas dos semanas, deseo confirmar que soy VIH positivo y que tengo sida”,
expresó el sábado 23. “Sentí que era correcto mantener esta información en
privado hasta ahora para proteger la privacidad de quienes me rodean. Sin
embargo, ha llegado el momento de que mis amigos y fanáticos de todo el mundo
sepan la verdad, y espero que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos
alrededor el mundo en la lucha contra esta terrible enfermedad”.
Cuando las agencias y medios del mundo aún reproducían el comunicado, Freddie Mercury murió al día siguiente, el domingo 24 de noviembre, a raíz de una bronconeumonía causada por el sida. Aunque parecía inevitable, sus más cercanos colaboradores resintieron la pérdida. “No había ninguna señal en ese momento de que Freddie se iría tan pronto. Sabíamos que no pasaría mucho tiempo, pero el médico de Freddie había dicho que podría vivir unos días más”, indicó Peter Freestone en 2019. Un par de semanas antes de su partida, había suspendido su medicación y sólo estaba tomando sus calmantes. Mercury ya había firmado su adiós.
(LA TERCERA / 24-11-2021)
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