por Juan Antonio Tello
En la introducción al primer volumen de la edición alemana de las poesías de René Char –Dichtungen, 1959-, con traducción de Paul Celan, Johannes Hübner, Lothar Klünner y Jean-Pierre Wilhelm, Albert Camus consideraba al escritor como el mayor poeta vivo de Francia, a su obra Fureur et mystère como una de las tres grandes de todo el siglo XX, junto a las Illuminations de Arthur Rimbaud y a Alcools de Guillaume Apollinaire. Para entonces, el poeta de L’Isle-sur-Sorgue había alcanzado, a los cincuenta y dos años de edad, pleno reconocimiento a una obra emblemática de la modernidad literaria. Atrás habían quedado sus años de combates estéticos y políticos, su pertenencia al grupo surrealista y a la lucha armada en las fuerzas contra la ocupación alemana, libros como Le marteau sans maître, Moulin premier, Dehors la nuit est gouvernée o Placard pour un chemin des écoliers, donde Char comienza a crear una obra poética encaminada al desvelamiento esencial de la realidad, al esclarecimiento de la verdad oculta en cada uno de los gestos de nuestra cotidianidad.
Camus conoció la obra de Char a partir de la aparición de Seuls demeurent en 1945, ruptura de su silencio literario tras la acción política continuada en la Resistencia francesa, que el poeta llevó a cabo desde su comienzo en los maquis hasta el final de la guerra. Revistas como Fontaine, editada en Argel, Cahiers d’art y L’Éternelle revue fueron el punto y seguido de una obra que no dejaría de crecer y de reformularse a lo largo de seis décadas. El punto y aparte para su vida se produce con el fin de la contienda y la separación de Georgette, su primera mujer, lo que le hace decir: “Después de 1946, mi vida solo me concierne a mí mismo, a algunos seres queridos y a mi trabajo”. René Char hablaba de dos edades para el poeta, una en la que la poesía le maltrata y otra en la que se deja abrazar por ella. Si bien ninguna de las dos parecen estar bien definidas, la segunda podría ser datada en torno a Feuillets d’Hypnos, momento en el que escribe al margen de toda publicidad, en la clandestinidad, mientras construye un edificio que irá creciendo con cada una de sus colecciones de poemas. El libro está dedicado a Albert Camus, un conjunto de fragmentos escritos, según el propio autor, en “la tensión, la cólera, el miedo, la emulación, el hastío, la astucia, el recogimiento furtivo, la ilusión del porvenir, la amistad, el amor”, páginas marcadas por el desarrollo de los acontecimientos y la certeza de que el sentido de la vida del hombre es algo que subyace a sus propios avatares y está vinculado a sus propias alucinaciones. Char está dispuesto a pagar el precio histórico que le corresponde por la defensa de un humanismo responsable, pero también por el margen de libertad que otorga la fantasía.
A principios de los cincuenta colabora asiduamente en las revistas antes citadas, entre las cuales se encuentra también Combat, la publicación dirigida por Camus. La amistad entre ambos se extiende hasta la muerte de este último en 1960. El periodo posterior a la Liberación es pródigo en muestras de adhesión y rechazo ideológicos en unos años difíciles, en los que Char había vaticinado la proliferación de ventajistas, mediocres, oportunistas y fanáticos, llevados por las circunstancias sociales y políticas del país. Hombre de fuerte personalidad y sólidas convicciones, tomaba a este tipo de gente como sus verdaderos enemigos, del mismo modo que hiciera, en el plano literario, con sus premisas poéticas, expuestas ya en Moulin premier (1935), cuando opone la necesidad de practicar el “poema que ofende” a la poesía de tipo cortesano, “tallo de masonería, residencia y parque de atracciones, de seguridad, de agresión y de reconocimiento al lector”. Su poesía, sin embargo, no podría ser calificada de literatura comprometida en términos usuales. En un testimonio valioso que narra los años de René Char en Céreste[1], Georges-Louis Roux, uno de los tres hermanos con los que traba amistad en este pueblecito de Haute-Provence, lugar de frecuentes estancias en compañía de su mujer y luego escenario de sus combates, le describe como una persona no completamente realizada por la acción, al contrario de lo que él mismo escribe con respecto a alguno de sus compañeros: “Archiduc me confía que ha descubierto su verdad cuando se ha unido a la Resistencia. Hasta entonces era un acto de su vida descontento y suspicaz. Le inundaba poco a poco una tristeza estéril. Hoy ama, gasta, está enrabietado, va desnudo, provoca. Aprecio mucho a este alquimista”. El verdadero control de su destino se produce a través de las palabras, instrumentos para una verdadera comprensión de la realidad. El poeta camina por delante del hombre de acción. Su intensa actividad clandestina, no obstante, le hace entrar en contacto con la S. A. P., Sección de Aterrizaje y Paracaidismo del ejército resistente. Con el seudónimo de capitán Alexandre, cumple funciones de jefe departamental. Sus obligaciones le dejan poco tiempo para escribir, pero Roux lo recuerda escribiendo apresurados pasajes de Feuillets d’Hypnos bajo una reproducción del Prisonnier de Georges de la Tour. “Escribo brevemente. No puedo ausentarme durante mucho tiempo […] La adoración de los pastores no es útil para el planeta”. Tampoco para Francia, que vive en un estado de continua tensión. Char sueña con un país más benévolo, atento a las inquietudes intelectuales y a la emoción de lo original.
Su llegada a Céreste estuvo motivada por las pesquisas de la policía del gobierno de Vichy, que había tenido en cuenta una carta subversiva, firmada por él y por otros compañeros del grupo surrealista. Se le considera un individuo peligroso, de ideología comunista. Pero él mismo consideraba el comunismo como una ideología incapaz de iluminar el vasto territorio de una realidad nombrable únicamente desde la escritura poética. Algo similar le había sucedido con su adscripción al movimiento surrealista. En 1927, tres años después de la publicación del Primer Manifiesto del surrealismo, fue destinado a cumplir su servicio militar en Nîmes, donde comienza su carrera literaria con diversas colaboraciones. Un año después aparece Les cloches sur le coeur, poemas compuestos entre 1922 y 1926, que serán destruidos posteriormente. En 1926 se publica Arsenal, su primera obra en cuanto tal. Paul Éluard recibe uno de los veintiséis ejemplares de que consta la tirada, y visita a Char algunos meses después en su casa de L’Isle-sur-Sorgue. A finales de año conoce en París a Breton, Crevel, Aragon y otros miembros del movimiento surrealista, al que se incorpora con una primera colaboración en La Révolution surréaliste. De ahí hasta casi el principio de la guerra, forma parte del grupo de manera oficial. Ralentir travaux es fruto de su colaboración con Breton y Éluard. Participa en los incidentes del bar de Maldoror y en las manifestaciones contra las ligas de extrema derecha y a favor de los movimientos revolucionarios de España, firma pasquines en apoyo a La edad de oro, etc. El relato onírico titulado Artine, con una ilustración de Salvador Dalí, es uno de los testimonios que quedan de la época. También la dedicatoria de Placard pour un chemin des écoliers, el último de los textos que publica antes de su “silencio literario”: “Niños de España, - ROJOS, oh cuánto, para empañar por siempre el brillo del acero que os despedaza; - a vosotros.”.
Hacia 1934, comienza a alejarse del movimiento por discrepancias con algunas de las ideas que defienden. La investigación sobre las relaciones entre realidad y lenguaje había sido uno de los puntos comunes con el surrealismo, la importancia concedida al poder de enunciación que permite acceder a la verdad poética. El rechazo del orden burgués y su voluntad de transformar el mundo se dejan ver en los poemas de Le marteau sans maître. Comparte sus antecedentes literarios, la devoción por las ideas de Heráclito, Rimbaud o Lautréamont. El carácter irreflexivo de la imagen surrealista, sus procedimientos de escritura, el culto a lo irracional, se encuentran, en cambio, en las antípodas de su concepción poética, donde lo primordial es el acceso al envés de la realidad, a lo que esta tiene de maravilloso e inexpresable.
La acción que supone la lucha armada y su compromiso antifascista discurre de modo paralelo a otro tipo de acción, esta vez poética, que busca profundizar en el conocimiento de las cosas por medio de la escritura. A la manera de Hölderlin, la poesía es el lugar de una unión en la que se dan cita la alegría y el sufrimiento, el deseo, la esperanza y los temores, los defectos y las cualidades de la persona, sus grandezas y debilidades, una doble exigencia, poética y ética, que gobierna su vida y su obra. La ética se asocia continuamente a lo cotidiano del mismo modo que la poesía, acción que incide en la realidad, meditación, intimidad entre el hombre y la búsqueda de una belleza procedente del mundo natural. Feuillets d’Hypnos y Partage formel marcan el comienzo de una etapa en la que Char hace convivir poesía y moral en el cuerpo del poema. Es su modo de intervenir y de participar en los acontecimientos, de expresar los sentimientos de desesperanza de una época marcada por el odio y la intolerancia. El poema está atrapado entre el presente y la promesa de un futuro mejor, “el poeta es la génesis de un ser que proyecta y de un ser que retiene”, dice en Partage formel. La libertad es su valor esencial, la razón de su dignidad y de su valentía, el motivo de su revuelta, el fundamento de su moral. Esta aventura personal se proyecta hacia la consecución de un futuro más vehemente. La capacidad de nombrar que posee el lenguaje poético cumple el papel de aproximación a la verdad. Poesía y verdad son términos sinónimos, finalidad última de su poesía, y encaminan a la aprehensión de lo esencial: “Id a lo esencial: ¿No tenéis necesidad de árboles jóvenes para reforestar vuestro bosque?” (Rougeur des matinaux, VI); “Lo esencial está amenazado sin cesar por lo insignificante” (À une sérénité crispée). Lo circunstancial permanece en los márgenes de la poesía, que es cristalización de lo esencial.
Al margen de los dos episodios antes nombrados, su vida parece no tener altibajos importantes, amén de sus silencios literarios. El primero se produce entre 1939 y 1944, motivado por su compromiso con la Resistencia, silencio activo, como hemos visto, reflejado en los sublimes fragmentos de Feuillets d’Hypnos. El segundo, de 1956 a 1957, donde el escritor sustituye la escritura por el grabado y el dibujo, sufre crisis de angustia y tiene dificultades para dormir. Todo lo que merece ser vivido responde a una voluntad cuya característica principal es el hecho de que lo poético suponga una turbación para el mundo de lo cotidiano. La vida de Char está dedicada por completo a la poesía y a la defensa de los valores éticos. Su obra responde a su biografía, pero no a una escritura al hilo de lo autobiográfico, sino a una manera propia de percibir la realidad como desocultación, por emplear el término acuñado por su amigo Martín Heidegger. Tras la guerra, multiplica sus colaboraciones con otros artistas, en especial con sus amigos pintores. Del encuentro con Matisse surge “Le Requin et la Mouette”, perteneciente a Le poème pulvérisé, en el que el pintor había aportado a la edición un grabado original. También con Georges Braque, que ilustra sus poemas, mientras Char hace lo propio con su pintura. Da Silva, Brauner, Miró, etc., son otros tantos artistas con los que colabora a lo largo de su vida. Su obra poética crece en volumen y en importancia, y críticos de la talla de Maurice Blanchot o Georges Mounin, entre otros, le dedican artículos y monográficos en diferentes revistas. El contacto con artistas e intelectuales de la época es moneda común a lo largo de tres décadas, prácticamente hasta 1978, cuando sufre una grave complicación cardiaca, tras la que deja París para instalarse en Le Vaucluse. Aromates chasseurs había aparecido en 1975, Chants de la balandrane en 1977. En 1980, la Biblioteca Nacional de París expone los “Manuscritos de René Char iluminados por pintores del siglo XX”. En 1983, sus obras completas son publicadas en la prestigiosa colección de la Bibliothèque de la Pléiade. Les voisinages de Van Gogh, su último libro de poemas, se publica en 1985. Muere tres años después, el 19 de febrero de 1988, en el hospital Val-de-Grâce de París.
René Émile Char había nacido el 14 de junio de 1907 en L’Isle-sur-Sorgue, en una familia de fuerte tradición republicana pero sin antecedentes literarios. El escenario de su infancia es la residencia de Névons, rodeada de un parque y de prados comunales. Esta tierra, presente en poemas como “Les transparents”, “La Sorgue”, “Exploit du cylindre à vapeur”, “Jouvence” y “Deuil des Névons”, es una pieza clave de su creación, una parte básica de su materia poética, el origen al que siempre acaba volviendo, a pesar de que el paso del tiempo lo haga desaparecer. “La ambición infantil del poeta está en convertirse en una parte viva del espacio. A contracorriente de su propio destino. Su primera operación poética: sufrir su invasión, combinar sus emociones, sus placeres amorosos más allá de los excrementos disimulados del objeto, substraerse a las amnistías del derecho divino, desmantelarse sin destruirse”, dice en Le marteau sans maître. El espacio de la infancia sigue intacto en la memoria del poeta, “pulverizado” en su obra. La “pulverización” es una finalidad del poema, una unidad fragmentada en pedazos, reflejo de un mundo proyectado en el espacio y en el tiempo, “palabra en archipiélago”. Así titulará dos de sus libros de poemas, Le poème pulvérisé (1945-1947) y La parole en archipel (1952-1960), nociones que refieren al conjunto de su obra. El poema, en tanto que unidad aislada, remite a la totalidad. El fragmento lleva marcado el estigma de la unidad a la que pertenece. El argumento que precede a Le poème pulvérisé reclama la necesidad de vivir con el aguijón de lo desconocido. El poema nace de la llamada del devenir y de la angustia de la retención, es un testimonio silencioso de lo real, de una vida interior que poco tiene que ver con lo que comúnmente se llama “realidad”, o poesía basada en la vivencia convencional de lo cotidiano. “La poesía está podrida de depiladores de orugas, de estañadores de ecos, de lecheros cariñosos, de melindrosos extenuados, de rostros que trafican con lo sagrado, de actores de fétidas metáforas, etc. Sería sano incinerar sin tardanza a estos artistas” (Le marteau sans maître). La labor del poeta se realiza en el equilibrio que debe producirse entre el mundo físico y el mundo de los sueños, en la práctica de una imaginación que libera la realidad, en la espera de los breves momentos de revelación y plenitud que proporciona en ocasiones la palabra. La reflexión sobre el acto poético es el tema central de su poesía. El poema es “imposición subjetiva” y “elección objetiva”, exploración del ser, una versión mejorada del mundo, deseo de libertad y sentimiento de esperanza, diálogo con las formas de la creación, descubrimiento de la belleza: “En nuestras tinieblas, no hay un lugar para la belleza. Todo el lugar es para la belleza”, dice en Feuillets d’Hypnos; y en Recherche de la base et du sommet: “Fuera de la poesía […] el mundo no vale nada, la verdadera vida, el coloso irrecusable, no se forma más que en los flancos de la poesía”.
La escritura de René Char rehuye continuamente el comentario. La forma cierra filas alrededor del sentido e invita, más que a comprender, al placer estético de la lectura. Poesía y pensamiento poseen un lenguaje diferente, buscan la noción de verdad por otros caminos. El pensamiento de Char se presenta en forma de aforismo, palabra concreta que incluye un significado profundo. Su poesía ha sido calificada de “poesía de la poesía”, “poesía de la esencia del poema”. En este sentido, se identifica con la experiencia de Rimbaud. La poesía se basta a sí misma, no necesita de otros recursos que la hagan ser, un instrumento para el encuentro de la revelación, instante sublime que crea su espacio en el acontecimiento, por medio de una enunciación de la inmediatez, del “comienzo puro”. El tiempo de la Historia oficial no es el tiempo de la poesía, sino la copia al dictado de la voz de los gobernantes. A diferencia de algunos de sus contemporáneos, el hecho cotidiano no refiere a la actualidad, sino a un diálogo atemporal, a un aquí y un ahora inscrito en el tiempo de la experiencia personal. La literatura no refiere a la literatura, sino a la vida, lo que no quiere decir que Char no reconozca “aliados substanciales” en nombres como Esquilo, Lao-Tseu, los presocráticos, Teresa de Ávila, Shakespeare, Saint-Just, Rimbaud, Hölderlin, Nietzsche o Melville. Solo que estos escritores y pensadores se encuentran diluidos en su poesía, con “voces aliadas” que de algún modo han anticipado su obra. La crítica ha reconocido de manera unánime la huella de Heráclito en el pensamiento de Char, un conjunto de encuentros que inciden sobre todo en lo referente a la alianza de contrarios que se da en su escritura y a su inclinación por el carácter absoluto de la realidad, la vivencia de un presente perpetuo. Este carácter de continuidad establece fuertes vínculos con el mito, en especial con las figuras de Sísifo y de Prometeo. Ambos personajes sirven para representar el infinito recomienzo de la palabra y el afán de saber en el que se justifica el proceso de escritura. La mitología arroja luces en las sombras del tiempo histórico. Char había dicho en Feuillets d’Hypnos: “No vayan a creer que hago un proceso fácil de mi época. No la miro sin responsabilidad ni remordimiento hundirse en su destino que no es precisamente el de la generosidad, el del mal llevado a límites no categóricos. La experiencia poética descalifica las creencias y las ideologías solo por el hecho de situarse en otra temporalidad”. Su principal preocupación es la “inteligencia con ángel”. Y el “Ángel” es “lo que, en el interior del hombre, se mantiene separado del compromiso religioso, la palabra del más alto silencio, la significación que no se evalúa [...] la vela que se inclina al norte del corazón”, el cómo, el qué y el porqué de su poesía.
[1] Georges-Louis Roux, “René Char, hôte de Céreste », en René Char, Œuvres complètes, Paris, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1147-1163.
(tuRia )
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