por Andrés Seoane
“Llegué a la literatura por la aventura,
porque pensaba, siendo muy niña, que los libros que leía eran las vidas reales
de los protagonistas” reconoce emocionada Nélida Piñón. (Río de Janeiro, 1937).
“No imaginaba que podían ser un producto de la imaginación. Fue leyendo las
novelas del oeste de Karl May, a los diez años, cuando advertí que el
narrador podía moldear la realidad con su imaginación, que no era un privilegio
escribir, que podías crear mundos de la nada. Y eso me convirtió den escritora”,
recuerda. Cálida, generosa, y con una plasticidad sensual al usar las palabras
que muestra su intención de hallar siempre el vocablo preciso, sea en portugués
o en español que domina con un gracioso acento cantarín, la gran dama de la
literatura portuguesa se encuentra en nuestro país presentando Un día
llegará a Sagres (Alfaguara), una bella metáfora de la historia
portuguesa narrada por Mateus, un campesino bastardo de una pequeña aldea
del Miño que a mediados del siglo XIX decide recorrer Portugal de norte a sur
en busca de las huellas del glorioso pasado aventurero del país y del legendario
infante Enrique el Navegante.
En proyecto desde 2004, la escritora reconoce que tuvo que ir
posponiendo el viaje de documentación a Portugal, donde ha vivido el último año
por un sinfín de motivos. “Históricamente ya tenía todo en la cabeza, pero
quise ir a Portugal para visitar muchos lugares y buscar un sentimiento secreto
de la lengua, los murmuros que quizás aun sobrevivieron a los siglos,
porque porque quizá alguien aun habla hoy como Camôes, como un campesino del
siglo XVI”, explica. Un esfuerzo que se aprecia en la cuidadosa
reconstrucción de una epopeya inversa que, entre otras muchas reflexiones
tocantes a nuestro presente, ensalza la historia del país vecino. “Con su
audacia y su locura, los portugueses cambiaron, fomentaron y enriquecieron la
imaginación del mundo. Cumplieron, sin duda, una de las vías de la
imaginación del mundo. Quería contar la historia de esta deslumbrante aventura
humana”.
¿Cómo nace esta idea de revisitar la historia de Portugal, qué pretendía
hallar en su pasado?
La historia de alguna manera está en mi origen porque desde niña tuve la
sensación de pertenecer a dos culturas, una idea que me
liberó para invadir todas las civilizaciones, desde Homero a hoy. Portugal,
evidentemente también, porque soy heredera de la lengua portuguesa. A los diez
años me trajeron para España y pasé en Galicia casi dos años. Desde allí
viajaba mucho a Portugal, que ha sido una fuerte presencia en mi vida, sobre
todo por el privilegio de la lengua, que me enamora aún hoy. Conocer la
historia de Portugal siempre me inquietó y me fascinó. Cómo un país tan
pequeñito se hizo colectividad y se convirtió en una nación tan poderosa con
esa apasionante atracción por el mar, especialmente por el Atlántico. Cómo
es posible que campesinos, marineros, gente rústica, hayan dominado los mares,
algo que muy pocos consiguieron… Fue un milagro. Seguir las huellas del
portugués en oriente o en América es emocionante.
La historia habla de grandeza y de un pasado glorioso, pero está narrada
por un protagonista pobre y campesino, y la miseria es un elemento común en
ella. ¿La historia de un individuo humilde es mejor que la gran Historia y las
listas de reyes y nobles para contar el pasado?
Yo he visto la pobreza, sobre todo interior de Brasil con mis abuelos, y
conocí la pobreza de Galicia y también la portuguesa. La España y el Portugal
que yo viví de niña era de una miseria absoluta. Y ambos países consiguieron
que sus habitantes se puedan permitir el lujo de la elegancia, de la higiene,
de la cultura. Ha habido un cambio extraordinario en el mundo. No obstante,
pienso que la gente pobre, especialmente la de las aldeas, tiene una
inteligencia natural, libre de artificiosidad, de arrogancia y de falsa
erudición. Yo soy una intelectual, claro, pero creo que el intelectual, y
cualquier persona, necesita cuidar de su alma, sobre todo en relación al otro.
Y no pensar que sus puntos de vista son sobresalientes, superiores al de
alguien de pocas letras o analfabeto. Siempre defendí que el analfabeto pudiera
votar, porque tiene un sentido de la historia que ya hemos perdido. La gente
más tradicional tiene en su espíritu la historia del mundo. Me acusan
de sofisticada, pero yo querría ser una campesina. Sacrifico el lujo por mi
concepto de la gente del pueblo. Entonces, quién podría mostrar mejor la
grandeza súbita de Portugal que alguien como Mateus, condenado por el mundo al
olvido, que ni siquiera tiene importancia para sí mismo. Sólo puede salir de
eso cuando un modesto profesor de pueblo le enseña que es hijo y heredero de la
grandeza, que su país modesto y pobre ha tenido gloria. Él es el heredero de
ese Portugal, que se hizo con la sangre y el sudor de sus antepasados, y no los
reyes.
Un mundo sin epopeyas
Precisamente, Mateus encarna también una herencia cultural. En este
contexto que vivimos de desprecio por las humanidades, ¿qué peligro tiene
olvidar que un país es la cultura que hereda, la historia que lo ha conformado?
Un peligro absoluto. Lo que está pasando con este delirante apogeo de la
tecnología es un desprecio por la gran cultura, especialmente por la tradición.
La tradición no es el inmovilismo, no es el desprecio por lo que viene mañana,
por la capacidad inventiva. Sino que la tradición está presente en la
contemporaneidad. No podemos sustentar lo que construyamos hoy sin los
fundamentos de la tradición. ¿Cómo podrían ustedes hoy escribir un gran
español sin saber lo que decía Nebrija? Hay una frase suya que la RAE debe tener mucho en cuenta:
"a dónde va la lengua le sigue el imperio". El idioma es poder. Por
ejemplo, en los Estados Unidos de hoy, como no hay una lengua oficial, el
español tiene un poder impresionante. Don Víctor advirtió esto
y conectó todas las academias de la América hispánica. El idioma es poder. Y en
este sentido, Mateus tiene un concepto de la cultura que le hace heredero de
todo lo precedente.
Justamente en el libro despunta la figura tutelar de Camões. ¿Cuál es su
legado? ¿Qué cree que escribiría hoy el autor, cómo serían los Lusíadas del
siglo XXI?
Camões, más que creación, establece el equilibrio de una lengua, hace
que ella ceda lo más pujante que tiene el idioma a cada uno de sus hablantes.
En este sentido es fundacional. Sin embargo, creo que hoy en día su obra no me
atraería tanto. De Camões me fascinan sus epopeyas edificantes, pero
hoy en día ya no existen. ¿Cuál sería la epopeya de hoy, el rock and roll?
Mira la cosa terrible que voy a decir: quizás esta tragedia de la pandemia sí
se convierta en una epopeya narrativa, pero no creo que igualemos a Boccaccio.
No obstante, creo que siempre hay aventuras. Por ejemplo, esa mitología
norteamericana de la Ruta 66 y el mundo de En el camino de Kerouac. Aunque no veo similar a ese momento
en la juventud actual, no me atrae nada el mundo actual. Quizás hoy
somos muy arrogantes al pensar que hemos creado un mundo nuevo y no
estamos abiertos a ese tipo de viajes.
El mundo que narra la novela, ese pasado campesino, está hoy
desaparecido. ¿Qué tuvo de bueno y de malo la pérdida de esa manera de ver y
vivir el mundo?
Volver a aquella miseria sería imperdonable. Pero yo realzo que aquella
pobreza tenía una nobleza, una especie de utopía. Mi protagonista, por ejemplo,
tiene el sueño de conocer al infante Navegante, es un peregrino, como Ulises,
que hace su historia caminando, como diría Machado. No sé
hasta qué punto hoy hacemos historias obligatorias, vivimos una vida mucho más
condicionada e incluso necesitamos sobreponernos al otro para vivir.
No creo que la historia hoy sea grata, pero a la vez no puedo cancelar la
capacidad de innovar del hombre, que es un creador. No tiene miedo de nada,
porque es un superviviente. Quien tiene que luchar por el pan no puede tener
miedo, porque tiene que sobrevivir todos los días.
Su novela afirma que el hombre, al igual que el mundo, es carnívoro. ¿Es
posible que dejemos algún día de devorarnos?
No lo sé, pero está en nuestra naturaleza. Para dejar de serlo, hay que
luchar mucho contra tu violencia, tu egoísmo, ser un poco ascético, como los
Padres del Desierto, que creían que alejarse del pecado era acercarse a Dios.
Siempre ha habido en la historia una noción del pecado que decía que para
combatirlo había que tener una noción de santidad. Esto ha desaparecido
actualmente, la gente se preocupa mucho en beneficiarse a toda costa. Aunque
hay mucha gente generosa también. Es un combate permanente entre el bien y el
mal. Hay que dominar esos dientes afilados, que son nuestras almas. En nuestro
tiempo este tema es delicado porque por primera vez en la historia ya
no hay un Dios, ese que de alguna manera trataba de frenar nuestros impulsos
violentos y crueles. Ahora que Dios se ha eliminado, es poco elegante
hablar de él, no tenemos muchas reglas y normas morales. No sé si es algo
libertario, pero creo que no completamente, pues no sé si esta libertad
mantiene en nosotros la noción del deber humanitario.
Disparates de la historia
También puede verse la novela como una crítica al nacionalismo
exacerbado, a la tergiversación y blanqueamiento de la historia en favor de una
imagen mejor del pasado. ¿Es posible borrar o alterar lo ya ocurrido?
No se puede ni se debe rectificar la historia, porque somos herederos de
esos hechos del pasado. Si tienes una herencia no puedes echarla por la ventana, debes
conocerla a fondo, hacer que los aspectos crueles de la historia nos hagan
mejores hoy. Es por eso que hay historiadores. Es un disparate eso de
apagar la historia. Por ejemplo, borremos el siglo XVI. No se puede quedar
vacío. ¿Qué ponemos en él entonces? ¿Lo analizamos y rellenamos desde nuestro
siglo XXI? Son disparates… Los historiadores nos van educando y enseñando. No
hace falta que gente sin ninguna formación y con intereses espurios la
reinventen. Y además es peligroso. No se puede apagar el pasado ni
rectificarlo, sino estudiarlo para evitar repetir los errores.
Sin embargo vemos en todas partes que el poder, los políticos, no siguen
esa premisa, y hacen mal uso de la historia constantemente.
Los políticos no conocen ni tienen en cuenta la historia, para ellos
solo es autorreferente, la que están haciendo, porque únicamente piensan en sí
mismos. Escriben su propia historia, que nosotros tenemos que destrozar
y corregir. Hoy en día, en todas partes, no tenemos estadistas, grandes
hombres de Estado. Gente que piense primero en el pueblo, en la grandeza de un
país, como hizo, por ejemplo, Churchill, que, con todos
sus defectos, hizo todo por su pueblo. Los políticos son intrascendentes, pero
de vez en cuando hay que hablar de ellos para colmar su vanidad, para que
piensen que tienen relevancia.
¿Puede la literatura combatir esta visión interesada y sesgada creando
memoria colectiva? ¿Es su papel hacerlo?
Desde luego, lo hemos visto mucho en Latinoamérica con los libros sobre
los dictadores de varios escritores. La función de la literatura a nivel
histórico es crear contrastes, generar relato, explicar cómo vivía la gente de
determinada época. Yo soy una mujer que fui plasmada por mis conocimientos. La
cultura que he ganado, que siempre me parece poca, viene en su mayor parte de
mis lecturas. La literatura tiene una función pedagógica para el
lector, sí, pero también para el escritor. El texto al que apenas estás dando
vida te habla y dice “Nélida, escucha”. Y tienes que escuchar. Me educa. Y
educar es reconstruir, hacerte una persona diferente a la cual se fueron
adicionando muchos elementos que la mejoran, porque si la educación no tiene
una función correctiva, es una falla.
La novela se posiciona constantemente en contra del poder y usted
reivindica la vida humilde y sencilla de la gente de a pie, ¿qué importancia le
da al éxito literario, a los laureles y reconocimientos?
Hay gente muy hechizada por los éxitos y el boato, que vive un infierno
constante en busca de la gloria. En mi caso, yo no cargo con mis trofeos, he
sido educada para olvidar esa parte en cuanto sucede. No puedo olvidar que los
tengo, pero estoy entretenida con otros aspectos de la vida, disfruto mucho de
hablar con la gente, de las cosas sencillas. Podría hablar horas sobre un pan
de broa, que me recuerda a mi infancia en Galicia. Valoro mucho más un
pan que un premio. Mi protagonista debe vivir toda su vida persiguiendo la
quimera de los poderosos, su senda en la historia, para descubrir que los
verdaderos héroes son la gente común, los que trabajan día a día.
Una literatura irreductible
Este desapego por la fastuosidad queda patente en la concepción que la escritora, que acaba de recibir la nacionalidad española hace unos días, tiene de la literatura. “Como novelista tengo la obligación de imaginar que he invadido la historia a través de mi percepción, de mi sensibilidad y de mis lecturas. Crear es un riesgo inmenso. Quien debe decir si logré algún resultado es el lector”, afirma. “Desde niña nunca he rasgado una hoja de papel. Tengo un respeto, una paciencia… Cada vez que hago una frase, incluso mala, siempre pienso que de ella saldrá algo mejor. El fracaso no me va a derrumbar, porque estoy presta a dar mi vida para hacer una literatura tan buena como imagino que puedo hacer. No me rindo”.
Desde ayer, una parte significativa de la trayectoria creativa de la
escritora brasileña descansa en la cámara acorazada 1261 de la Caja de
las Letras del Instituto Cervantes, donde Piñon, la primera autora en
portugués en hacerlo, ha depositado una primera edición de su primera
obra, Guía-mapa de Gabriel Arcanjo (1961), así como el
manuscrito de su novela La república de los sueños (1984),
novela ambientada en Galicia que conecta con sus raíces españolas.
También ha guardado para la posteridad fotografías, otros textos y muchos discursos, casi todos en español, como el de la recepción del Premio Príncipe de Asturias 2005, así como plumas de escribir que pertenecieron a su padre y a su abuelo, el abanico de su madre y su abuela, marcapáginas o un muñeco de Popeye con el que su madre le animaba a comer en su infancia. “Huellas que uno va dejando sin tener noción de lo que está haciendo", ha explicado la escritora, que se ha definido como "una nostálgica y una sentimental, aunque también una mujer de gran disciplina".
(EL CULTURAL / 25-11-2021)
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