por Andrés Seoane
“En mi época de estudiante participé en dos cenáculos literarios
extraordinariamente creativos el Cenáculo del Lunes y el Cenáculo Juventud,
donde conocí a los jóvenes autores de mi generación. Fue un encuentro
que cambió mi vida y mi forma de escribir”, recuerda Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), el máximo
exponente de las letras rumanas actuales, que con sus relatos y novelas ha
alcanzado galardones y lectores que nunca imaginaría aquel joven que regresó
del servicio militar “la experiencia más dura y humillante de mi vida, que casi
acabó conmigo, con un profundo deseo de escribir poesía sumido en el anonimato
y la soledad”.
Sin embargo, su monumental poema “La caída”, un auténtico manifiesto
escrito “con el deseo de componer mi propio La tierra baldía, mi
primer intento por abarcar el mundo entero en un poema”, se convirtió en un
hito tan importante que le aupó a la cima de un grupo de jóvenes que cambiaría
para siempre el universo literario de su país. “Aunque vivíamos en un oscuro
rincón de Europa, no teníamos ninguna clase de complejos culturales: nos
considerábamos ‘los mejores poetas del mundo’ e intentábamos,
siguiendo las huellas de Rimbaud y
Lautréamont, del surrealismo y las vanguardias o de la Generación Beat, Bob Dylan y los Beatles, cambiar el mundo
de manera radical, llevar la poesía a la calle y dotarla al mismo tiempo de
fuerza y de brillo”, defiende con entusiasmo.
Tenían una clara conciencia de generación, un afán de rupturismo con lo
previo, ¿por qué era tan evidente y contra qué luchaban a nivel artístico?
La Generación de los 80 —o Generación en vaqueros, como se nos llamó—
fue un fenómeno estético dotado de la fuerza de un tsunami: todos los poetas
jóvenes de la época realizaron un esfuerzo fantástico por cambiar la poesía
rumana, que hasta ese momento era demasiado sumisa y hasta bucólica. La
poesía que cultivamos en los años 80 es la más libre que se pueda imaginar,
nacida, paradójicamente, en la época más negra de la dictadura.
¿Cómo era escribir en aquellos años bajo el imperio de la censura?
El Cenáculo del Lunes, la principal arena de la poesía libre de aquellos
momentos, fue clausurado finalmente “pour cause de subversion”,
como escribí en 1987 en la revista francesa Libération. Nuestros
poemas eran ciertamente subversivos porque, en una dictadura, cualquier
chispazo de pensamiento libre podía hacer estallar el barril de pólvora.
Muchas veces esos poemas se dirigían de modo expreso contra el régimen
totalitario, otras veces eran parábolas más o menos transparentes sobre la
situación política intolerable de aquellos años, marcados por la miseria, el
hambre y el terror. Fue una época muy dura, pero nosotros vivíamos felices en
la poesía, el amor, el alcohol y la música rock. Sin embargo, la censura oficial era una carga
muy pesada para todos los escritores. Ningún libro aparecía íntegro en aquella
época, sino severamente mutilado.
Vivir en una cárcel
En los relatos de El ojo castaño de nuestro amor describe mucho de ese mundo en el que imperaba un hambre voraz de libertad. ¿Por qué era la poesía el vehículo para expresarla?
Por aquel entonces la libertad significaba para nosotros “el mundo
occidental”. Las gasolineras, los supermercados, las autopistas, los
aeropuertos que llenaban nuestros poemas expresaban sobre todo la necesidad
de escapar de la catástrofe comunista, de la uniformización orwelliana,
de la mentira y la incompetencia que todo lo permeaban. Soñábamos con un
mundo diferente, más creativo, más loco, más joven, como el mundo
norteamericano de esa época, tal y como lo imaginábamos nosotros. Si Gingsberg y sus camaradas luchaban contra un
establishment de derechas, nosotros lo hacíamos contra uno de izquierdas, más
opresor aun si cabe. Porque bajo el discurso de izquierdas, el comunismo rumano
fue un fascismo en toda regla.
Ya en los 90, caído el comunismo, vio defraudado ese anhelo de
Occidente, como refleja el último poema del libro. Ahora que ya no hay Este ni
Oeste ¿cuáles cree son los grandes males de nuestra civilización europea? ¿Qué
añora del mundo de su juventud?
En el periodo comunista ni siquiera teníamos pasaporte, nadie esperaba
salir algún día de la cárcel que era Rumanía. El derecho a viajar, que parece
algo tan natural hoy en día, se consiguió gracias a la trágica muerte de mil
personas durante la revolución de 1989. Mi primer viaje al extranjero tuvo
lugar en 1994, a los 34 años y fui directamente a Nueva York. Es difícil
imaginar el shock cultural que sufrí. El poema “Occidente” refleja
ciertamente mi desesperación cuando me vi suspendido entre dos mundos, incapaz
de adaptarme a ninguno de ellos, como los Reyes Magos del poema de T. S. Eliot, que no podían
seguir siendo paganos después de ver el Nacimiento, pero que tampoco podían
convertirse en cristianos. El tema de este poema es el ataque de pánico ante la
libertad de alguien que ha vivido siempre en una cárcel.
Su generación se rebeló contra un mundo represivo que la atenazaba a
través de la poesía, de la libertad interior, ¿cree que en la juventud de hoy
persiste la rebeldía? De haberlos, ¿cuáles son sus enemigos y cómo vehiculan
ese inconformismo?
Los jóvenes son, por definición, “rebels without a cause”,
lo sé muy bien porque tengo uno en casa (mi hijo acaba de cumplir 18 años). Sin
embargo, ellos viven hoy en día en un mundo completamente distinto, con otras
referencias y otros peligros. Los teléfonos móviles, las táblets,
las redes sociales, la música y las películas en streaming han
fragmentado el hecho más irreal el mundo en lugar de unificarlo. El mundo jamás
ha estado tan fragmentado ni ha sido tan emocional como ahora. Las ideologías
son más poderosas y más destructivas que nunca, la manipulación acecha allá
donde uno mira. Nosotros teníamos una sola elección importante que
tomar: obediencia versus libertad. Los jóvenes navegan hoy en
un laberinto de opciones sofocante, carente de horizonte, en el que las
apariencias engañan. Resulta más difícil discernir, pensar por ti mismo,
comprender algo del mundo. Creo que es más difícil ser joven hoy que hace
cuarenta años. Yo, de todas formas, no querría tener ahora veinte años y tener
que volver a empezar de cero.
Si es belleza es poesía
Ha dicho que “las obras perecederas son aquellas que están intensamente ligadas a una corriente literaria y a una época determinadas”. Bajo estas premisas, ¿cómo ha envejecido su poesía?
He procurado siempre alcanzar a través de mi escritura una cierta
universalidad, en el sentido de que mis textos puedan ser leídos ahora, como lo
habrían sido hace cien años, o dentro de un siglo. No porque sean buenos, sino
porque hablan sobre el ser humano genérico, el ser humano que todos conocemos.
Mis textos más antiguos, los poemas ochentistas y los relatos de Nostalgia,
son también los más leídos hoy en día, y los que más han influido en la
literatura rumana contemporánea. Es algo que me alegra profundamente
porque es la prueba de que han conservado su frescura y su interés.
También ha afirmado que “ser un poeta de verdad, y no solo alguien que
compone versos, supone ser capaz de ver la vida como un todo”. ¿Para usted toda
la literatura es poética?
Un texto que no sea poético no merece siquiera ser leído. No existe la
prosa realista. La lectura de una novela merece la pena por la poesía que
contiene. Balzac merece ser
leído porque fue un gran poeta de la condición humana, no porque “compita con
la realidad”. Al igual que Tolstói y que
cualquier otro escritor “realista”. Los grandes escritores han sido
siempre poetas, desde Homero a Thomas Pynchon. Pero yo añadiría
algo más: los grandes matemáticos, físicos, biólogos, filósofos o teólogos
también son poetas. Sus textos contienen la belleza y la gracia de los
movimientos del pensamiento que encarnan la poesía. E=MC² es un gran poema, tal
vez el más excelso de la humanidad. Y más aún: cualquier gesto bello, estético,
ético o religioso, el brillo de un mechón de cabello al sol, el auxilio a
alguien con problemas, la devoción por lo desconocido e incomprensible… todo
eso es poesía tan importante como la de Safo, Catulo, Rilke o Bukowski.
Reconoce Cartarescu que siente cierto temor ante el hecho de que los poemas de esta Poesía esencial (Impedimenta) no son en absoluto fáciles de traducir. "Viven en la atmósfera especial de la lengua rumana, en esa cultura rumana tan poco conocida… Son intertextuales, irónicos, utilizan el ritmo y la rima. Es un acto de heroísmo para cualquier traductor intentar verterlos a otra lengua". Sin embargo, espera que esta selección, realizada junto a su traductora habitual Marian Ochoa de Eribe, "conserven su poder de convicción. Yo leo con inmenso placer a Lorca, por ejemplo, aunque estoy convencido de que, al no ser español, me pierdo muchos matices de su poesía, que es inmensa. Eso alimenta mis esperanzas con mis pobres poemas".
Además del citado Lorca, "uno de los grandes de la poesía universal
cuyo Poeta en Nueva York me persigue
incluso en sueños", el escritor salpica el libro de referencias a autores
en español como Sábato y Cortázar y asegura leer "con
inmenso placer a Neruda, a Borges (igualmente extraordinario como
poeta y como prosista) o a Octavio Paz, y de los clásicos me resultan
familiares Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz… En
Rumanía, el conocimiento de la literatura española y latinoamericana es toda
una tradición. Pocas literaturas son tan estimadas y admiradas en mi
país".
Hacia un arte desnudo
Al igual que ocurre en sus novelas, en sus poemas se da mucho un el choque entre el mundo onírico e intelectual y la realidad cotidiana, ¿son dos mundos distintos? ¿Lo poético tiene origen en nuestra imaginación o en el mundo real?
¿Qué es real al fin y al cabo? Cuando soñamos, lo real es el sueño.
Cuando vemos una película, lo real es la película. Cuando leemos un poema, ese
poema sustituye a la realidad. La realidad es un producto de nuestra mente, al
igual que los sueños y las obras de arte. Yo soy de los que están convencidos
de que vivimos inmersos en una obra de arte, tal y como viven la Mona Lisa o la
joven de la perla en sus cuadros, o los que se besan en la escultura de Rodin.
O Sasha en Cinco tardes de Nikita Mijalkov. Somos
criaturas de un artista de rango superior y nosotros intentamos también ser
creadores, en una serie infinita de simulaciones y estimulaciones (y
estipulaciones) de la realidad. En mis poemas he intentado recurrir a todo
el material, real o imaginario, sensorial o conceptual y, en primer lugar,
místico y visionario, que la vida me ha ofrecido. Mi poesía expresa todo, todo
a la vez, todo en todos los niveles, procurando ser al mismo tiempo ese "undr" borgesiano,
es decir, "la maravilla". Porque si no se expresa la maravilla, es
que has escrito en balde.
Con libros como Solenoide o la
trilogía Cegador nos ha acostumbrado a una escritura extensa y
vasta, que se desparrama por el libro y que presenta a la vez muchos símbolos y
metáforas como las que nutren a la poesía. ¿Cuánto queda en usted del poeta que
fue? ¿Por qué ya no escribe poesía, es, quizás incapaz de condensar la realidad
como exige el género?
El año pasado publiqué, de hecho, un volumen de poesía, después de
treinta años de silencio. Se titula No grites nunca socorro y
es completamente distinta de mi poesía de juventud y de la que se escribe
actualmente. La poesía de ese volumen es tan sencilla y humilde que pasa
desapercibida. Eso es lo que quise hacer, arte pobre, sin símbolos, sin
imágenes, sin atavíos culturales. Arte despojado y vulnerable como un san
Sebastián atravesado por las flechas. Entre tanto, he escrito prosa de
verdad, con toda mi alma, pero ¿a quién podría escapársele que mi prosa es a la
postre poesía? Todos los libros que usted ha mencionado, y otros más,
algunos no publicados todavía en español, son en realidad largos poemas que, en
su totalidad, tienen un solo tema: ¿qué significa ser persona? El narrador que
hay en mí ha aprendido muchísimas cosas del poeta y se lo debe todo a él.
Hablando de Solenoide, comentaba que el protagonista vive
una especie de antibiografía suya: “esto es lo que habría sido fuera del
sistema literario, alguien más complejo y feliz”. ¿Realmente lo cree así?
Sí, creo que es así. Creo que un artista verdadero escribe solo para sí,
en soledad, sin la esperanza de ser leído alguna vez por uno solo de sus
semejantes, dirigiéndose a sí mismo o a Dios. En la adolescencia me soñaba como
un artista así: escribiría durante toda mi vida una novela inmensa,
solo en una buhardilla junto a las nubes, y de viejo me encontrarían muerto,
con la cabeza apoyada en el enorme manuscrito, con las letras de la última
página grabadas en la frente. Me daba pereza ser escritor, jugar el juego
impuro de los compromisos, de la publicación, del mundillo literario, de las
críticas y los premios, del éxito y la fama. En Solenoide mi
personalidad se escindió en dos: por una parte, el artista puro y visionario
que habría querido ser, por otra el escritor que juega el juego literario. Cada
página de la novela está escrita por los dos al mismo tiempo, a uno y otro lado
de la página, con las puntas de las plumas apoyadas entre sí.
El regalo de ser europeos
Decía Adam Zagajewski que la poesía ya no está de moda porque "ya no participa de la fuerza intelectual de su época, ya no está en el centro de la vida común". ¿Está de acuerdo? ¿Sería necesaria como lo fue en su juventud o ahora hay otros elementos que cumplen la función que ella tenía entonces?
Gracias a Dios que es así. La poesía no tiene nada que hacer en el
centro del mundo. Está bien que solo sobreviva, que sea ignorada, que la gente
parezca haberla olvidado o que incluso la desprecie. El aire no es el centro
del mundo y lo ignoramos en nuestra vida cotidiana. No somos conscientes de que
si nos faltara solo cinco minutos desapareceríamos de este mundo. Así de ubicua
e invisible es también la poesía. A un maestro zen le preguntaron una vez cuál
era el objeto más valioso del mundo, respondió: "Un gato muerto, porque
nadie puede ponerle precio". La poesía es el gato muerto de nuestra época. Cuando
las cosas y las personas tienen un precio, cuando todo se calcula en dinero o
en poder, la poesía es lo único que se sustrae del circuito del dinero, del
circuito del poder y de cualquier vínculo con la fealdad y la mentira
humanas. Pero precisamente por su falta total de utilidad en un mundo
utilitarista y mercantil es el único valor incorrupto e incorruptible que
conocemos.
Hace poco ha dicho que le parece "un milagro que todavía se pueda
publicar un libro de poesía en un mundo donde la lectura está perdiendo terreno
y la gente tiende a volverse analfabeta de nuevo". ¿Realmente está Europa
dilapidando su capital de cultura, tolerancia y educación que ha sido seña del
continente?
Para mí, Europa es el mejor de los mundos de hoy, ese en el que me siento
verdaderamente en casa. Es de hecho mi patria cultural y espiritual. Me defino
como autor europeo antes que como autor rumano. La columna vertebral de Europa,
más allá de sus tragedias históricas, es su fantástica cultura y su
espiritualidad, su humanismo primordial, su moderación y su decencia ante todos
los individuos. Si perdemos este regalo que nos han hecho las mujeres y los
hombres del pasado, no merecemos seguir llamándonos europeos. Me siento muy
cercano a los movimientos por los derechos humanos y he estado siempre en
contra de toda clase de discriminación, pero no me resultan simpáticos los
extremismos histéricos de izquierdas y de derechas, la reescritura del pasado,
la destrucción de las estatuas, la censura de los libros, la promoción del
resentimiento de hoy en día. La cultura no es un peón de los juegos
ideológicos, sino un órgano vital de la humanidad con el que no está bien jugar.
Yo espero que Europa se agrupe todavía más bajo el signo del humanismo y de su
cultura de tres milenios y que resista ante los vandalismos de toda clase.
Sería una pena que no fuese así.
Cuando charlamos en el Premio Formentor me dijo que
"el poeta es el hermano gemelo del profeta". El grueso de este
poemario tiene más de dos décadas, ¿qué profecías de las vertidas en sus versos
ha visto cumplidas en este tiempo?
Las profecías son tan oscuras como los sueños y las obras de arte. Hay "obras abiertas", parafraseando a Eco. No profeticé en mis primeros poemas la caída del comunismo, ni el 11-S, ni la presidencia de Trump, tampoco la pandemia. Ni siquiera sabía si iba a llegar con vida al año 2021. Pero los que lean algunos de los poemas de mi Poesía esencial tal vez sientan un escalofrío en la columna, que equivale al cumplimiento de una profecía. Tal vez vislumbren en ellos un mundo nuevo y un nuevo tipo de humanidad, eso que llamamos ahora posthumano. Tal vez la joven que abre ahora, en Madrid o en Bogotá, este libro sienta que profeticé, hace ahora treinta años, que esta Poesía esencial iba a llegar precisamente a sus manos.
(EL CULTURAL / 26-10-2021)
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