Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
II LOS RITOS INDIVIDUALES
O LA FASCINACIÓN DEL ACTO TRANSGRESOR (1)
Pero es en realidad la
irrupción de la voluntad individual lo que nos permitirá descifrar mejor el sentido
profundo de las prácticas rituales. Asistimos entonces, como en La cara de
la desgracia o Tan triste como ella, a una verdadera inversión
sígnica. Lejos de complacer el orden establecido mediante la implícita creación
de un nuevo consenso social, ideológico o cultural, estos rituales solitarios
se transformarán en ostensibles factores de desestabilización. Por su desmesura
ofrecerán a los actores de la vida ritualizada la penosa parodia de la ridiculez.
Así, en La cara de la
desgracia, el narrador, creyéndose responsable del suicidio de su hermano mayor,
se abisma en una profunda melancolía. Movido por un extraño impulso
autodestructivo, sordo e indiferente a la llamada de cuanto lo rodea, se
inventará nuevos rituales cuyo metódico cumplimiento linda con la obsesión: la
lectura periódica de unos recortes de diario que le recuerdan la muerte del “cajero
prófugo”, su hermano, o el maniático vaciamiento de la pipa (19). Luego, por un
clásico mecanismo de asociación de ideas, se sentirá paralizado por la memoria
de Julián, a pesar de los laboriosos esfuerzos de su mejor amigo por devolverlo
a una vida normal:
Oí suspirar a Arturo y
escuché cómo se transformaba su suspiro en un silbido de impaciencia. Se levantó,
tirando el cigarrillo al baño
-Sucede que mi deber
moral me obliga a darte unas patadas y llevarte conmigo (…)
-Te hablo otra vez -dijo
Arturo, poniéndose un pañuelo en el bolsillo del pecho-. Te hablo, te repito,
con un poco de rabia y con el respeto a que me referí antes. ¿Vos le dijiste al
infeliz de tu hermano que se pegara un tiro para escapar de la trampa? ¿Le
dijiste que comprara pesos chilenos para cambiarlos por liras y liras por francos
y los francos por coronas bálticas y las coronas por dólares y los dólares por
libras y las libras por enaguas de seda amarilla? No, ni muevas la cabeza (20)
Aplastado por los
remordimientos y afectivamente bloqueado por un masoquismo estéril, el narrador
aparecerá como un desposeído de sí mismo. Su presencia en el mundo se reducirá
a un sombrío vagar por el balneario. Las páginas iniciales de La cara de la
desgracia lo sugieren en forma admirable, al transformar el primer
encuentro entre el hombre y la joven en una fantasmal danza de sombras:
Al atardecer estuve en
mangas de camisa, a pesar de las molestias del viento, apoyado en la baranda
del hotel, solo. La luz hacía llegar la sombra de mi cabeza hasta
el borde del camino de arena entre los arbustos que une la carretera y la playa
con el caserío.
La muchacha apareció pedaleando
en el camino para perderse en seguida detrás del chalet de techo suizo, vacío,
que mantenía el cartel de letras negras, encima del cajón para la correspondencia.
(…) Un momento después volvió a surgir la muchacha sobre la franja arenosa
rodeada por la maleza. Tenía el cuerpo vertical sobre la montura, movía con
fácil lentitud las piernas, con tranquila arrogancia las piernas abrigadas con
medias grises, gruesas y peludas, erizadas por las pinochas. Las rodillas eran
asombrosamente redondas, terminadas, en relación a la edad que mostraba el cuerpo.
Frenó la bicicleta
justamente al lado de la sombra de mi cabeza y su pie
derecho, apartándose de la máquina, se apoyó para guardar equilibrio pisando en
el corto pasto muerto, ya castaño ahora en la sombra de mi cuerpo (21)
Sólo la irrupción
milagrosa de la muchacha conseguirá arrancar al hombre del poder maléfico de
los rituales, infundiéndole de nuevo el amor a la vida. Así, pues, al término
del relato los rituales y la neurosis obsesiva aparecerán íntimamente ligados.
Lejos de favorecer la homogeneidad del grupo, los rituales personales
contribuirán, tan inesperada como objetivamente, a aislar a sus fervorosos
practicantes del resto de la sociedad. Además descansan muy a menudo -como lo
sugiere el encuentro entre el narrador y Betty, la prostituta frecuentada
regularmente por Julián- en malentendidos e imposturas. Tal es el sentido de la
larga conversación mantenida con aquella, en que el narrador comprende con
estupor que su hermano robaba desde hacía mucho tiempo y en gran escala, lo que
lo libera de toda responsabilidad relacionada con el suicidio:
Botija -murmuró la cabeza
sobre el hombro, la sonrisa contra el límite de la tolerancia-. ¿Hace tres
meses? -resopló mientras alzaba los hombros-. Botija, Julián robaba a la
Cooperativa desde hace cinco años. O cuatro. Me acuerdo. Le hablaste, m’hijito,
de una combinación en dólares, ¿no? No sé quién cumplía años aquella noche. Y
no falto al respeto. Pero Julián me lo contó todo y yo no le podía parar los
ataques de risa. Ni siquiera pensó en el plan de los dólares, si estaba bien o
mal. Él robaba y jugaba a los caballos. Le iba bien y le iba mal. Desde hacía
cinco años, desde antes que yo lo conociera (22)
Notas
(19) “Vacié la pipa y
estuve mirando la muerte del sol entre los árboles. Sabía ya, y tal vez
demasiado, qué era ella. Pero no quería nombrarla”. (La cara de la
desgracia, 2, p. 10.) (El subrayado es nuestro.)
(20) Ibíd., pp. 14-15.
(21) Ibíd., I, p. 7-8.
(El subrayado es nuestro.)
(22) Ibíd., 5, pp. 39-40.
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