ELOGIO DEL AMOR
(Fragmento del libro Elogio del amor publicado
por Ariel, donde se recogen los diálogos que el filósofo Alain Badiou mantuvo
con el periodista Nicolas Truong en el marco de la serie "Teatro de las
Ideas" en el Festival de Avignon de 2008, y que la editorial Flammarion
reprodujo primero en formato CD y luego como libro, ahora en castellano, con
traducción de Ana Ojeda.)
Avancemos ahora hacia su propia concepción del
amor. Ya dijimos que Rimbaud quería reinventar el amor. Pero ¿a partir de qué
concepción podemos reinventarlo?
Pienso que hay que abordar la cuestión del amor
desde dos puntos que corresponden a la experiencia de cada uno. En primer
lugar, el amor habla de una separación o desunión, que puede ser la sencilla
diferencia entre dos personas, con su subjetividad infinita. Esta separación
es, en la mayoría de los casos, la diferencia sexual. Cuando este no es el
caso, el amor de todas maneras impone la confrontación con dos figuras, dos
posturas con representaciones diferentes. Dicho de otro modo: hay en el amor un
primer elemento que es una separación, una disyunción, una diferencia. Hay
un Dos. El segundo punto tiene que ver con que, precisamente porque
habla de una separación, en el preciso momento en que este Dos está por
mostrarse, por entrar en escena como tal y experimentar el mundo de una manera
nueva, solo puede tomar una forma aleatoria o contingente. Es lo que llamamos
el “encuentro”. El amor inicia siempre con un encuentro. Y a este encuentro yo
le doy estatuto –de alguna manera metafísico- de acontecimiento, es
decir, de algo que ni ingresa en la ley inmediata de las cosas. Los ejemplos
literarios o artísticos que escenifican este punto de partida del amor son
innumerables. Múltiples relatos y novelas han sido consagrados a casos en que
el Dos es particularmente pronunciado, desde que los amantes
no pertenecen a la misma clase, al mismo grupo, al mismo clan o al mismo país.
Romeo y Julieta es, evidentemente, la alegoría de esta disyunción, ya que
pertenecen a mundos enfrentados. Esta diagonalidad del amor, que atraviesa las
dualidades más poderosas y las separaciones más radicales, constituye sin duda
un elemento importante. El encuentro entre dos diferencias es un
acontecimiento, algo contingente, sorprendente. Las "sorpresas del
amor": también aquí nos encontramos con el teatro. A partir de este
acontecimiento, el amor puede iniciarse e introducirse. Es el primer aspecto,
esencial desde todo punto de vista. Esta sorpresa pone en marcha un proceso que
es fundamentalmente una experiencia del mundo. El amor no es solamente el
encuentro y las relaciones que se tejen entre dos individuos, sin una
construcción, una vida que se hace, ya no desde el punto de vista del Uno, sino
desde el punto de vista del Dos. A mí, personalmente, siempre me interesó lo
que tiene que ver con la duración y con el proceso, y no solamente lo que tiene
que ver con ese comienzo.
Según usted, el amor no puede resumirse en el
encuentro, sino que se realiza en la duración. ¿Por qué razón rechaza la
concepción del amor como fusión?
Creo que hay una concepción romántica del amor
todavía muy presente que, de alguna manera, lo agota en el encuentro. Es decir,
que el amor se quema, consuma y consume todo a un tiempo, en el encuentro, en
un momento de mágica exterioridad del mundo tal como es. Hay algo ahí que
acontece y es del orden del milagro, una intensidad de la existencia, un
encuentro que es como una fusión. Pero si las cosas se desarrollan así, no nos
encontramos en presencia de la "Escena del Dos" sino de la
"Escena del Uno". Esta es la concepción del amor como fusión: los
amantes se encontraron y algo así como un heroísmo del uno se recortó contra el
mundo. Retengamos que, muy a menudo, en la mitología romántica, este punto de
fusión conduce a la muerte. Existe un lazo íntimo y profundo entre el amor y la
muerte, cuyo pináculo es sin duda Tristan e isolda de Richard
Wagner, porque el amor se ha consumado en el momento inefable y excepcional del
encuentro, tras lo cual ya no pueden volver a entrar en el mundo, que permanece
exterior a la relación. Esta es una concepción romántica radical y creo que
debe ser rechazada. Posee una belleza artística extraordinaria, pero, para mí,
también un inconveniente existencial grave. Creo que hay que considerarla un
potente mito artístico, más que una verdadera filosofía del amor. Porque el
amor, al fin y al cabo, sucede en el mundo. Es un acontecimiento no previsible
o calculable según las leyes del mundo. No hay forma de arreglar el encuentro
¡ni siquiera tomándose el trabajo de pasar por largos chats previos!, porque a
fin de cuentas, en el momento en que uno se ve con el otro, se ve con
el otro, y eso es irreductible. Pero el amor no puede reducirse al encuentro,
porque es una construcción.
¿Y cuál es la naturaleza de esta construcción?
En los cuentos no se dice gran cosa, Se dice: "Se casaron y tuvieron muchos hijos". Claro, pero bueno, ¿el amor es casarse, es tener muchos hijos? Esta explicación es un poco floja y estereotipada. La idea de que el amor se lleva a cabo o se realiza exclusivamente en la creación de un universo familiar no es satisfactoria. Tampoco lo es que el universo familiar no forme parte del amor -para mí lo conforma- pero no se lo puede reducir a él. Es necesario entender de qué manera forma parte del amor el nacimiento de un niño, pero no hay que decir que ese nacimiento es la realización del amor. A mí me interesa el aspecto de la duración del amor. Por duración no indico que el amor perdura, que todavía nos amamos y que lo haremos por siempre, sino que el amor inventa una manera diferente de duración para la vida. La existencia de cada uno de nosotros, es la prueba del amor, se enfrenta a una nueva temporalidad. Ciertamente, para utilizar las palabras del poeta, el amor es también "el duro deseo del durar". Pero, más todavía, tiene que ver con el deseo de una duración desconocida. Porque, todos lo saben, el amor es una reinvención de la vida. Reinventar el amor es reinventar esa reinvención.
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