viernes

SAN JUAN DE LA CRUZ (170)

 12/ Pero la causa por que el alma no desfallece ni teme en aqueste recuerdo tan poderoso y glorioso, es por dos causas. La primera, porque, estando ya el alma en estado de perfección, como aquí está, en el cual está la parte inferior muy purgada y conforme con el espíritu, no siente el detrimento y pena que en estas comunicaciones espirituales suelen sentir el espíritu y sentido no purgado y dispuesto para recibirlas. Aunque no basta esta para dejar de recibir detrimento delante de tanta grandeza y gloria, por cuanto, aunque esté el natural muy puro, todavía, porque excede al natural, le corrompería, como hace el excelente sensible a la potencia; que a este propósito se entiende lo que alegamos de Job. Sino que la segunda causa es la que hace al caso, que es la que en el primer verso dice aquí el alma, que es mostrarse manso, porque así como Dios muestra al alma grandeza y gloria para regarlarla y engrandecerla, así la favorece para que no reciba detrimento, amparando el natural, mostrando al espíritu su grandeza con blandura y amor a excusa del natural, no sabiendo el alma si pasa en el cuerpo o fuera de él; lo cual puede muy bien hacer el que con su diestra amparó a Moisés (Ex. 33,22) para que viese su gloria. Y así tanta mansedumbre y amor siente el alma en él, cuanto poder y señorío y grandeza, porque en Dios todo es una misma cosa; y así es el deleite fuerte y el amparo fuerte en mansedumbre y amor, para sufrir fuerte deleite; y así, antes el alma que poderosa y fuerte que desfallecida. Que, si Ester se desmayó, fue porque el rey se le mostró al principio no favorable, sino, como allí dice, con los ojos ardientes, le mostró el furor de su pecho (Est. 15, 10); pero, luego que la favoreció extendiendo su cetro y tocándole con él y abrazándola, volvió en sí, habiéndola dicho que que él era su hermano, que no temiese (ibíd., 15,12-15).

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