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RICARDO AROCENA / CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (Segunda época)

 

LAS INCREÍBLES PERIPECIAS DE MANUEL GALLARDO y LUISA CURÚ


Por haber sido acusado de participar activamente en la “causa de los insurgentes”, el gaucho Manuel Gallardo debió soportar dieciocho meses de confinamiento en las cárceles españolas. En los tribunales fue señalado por los realistas como “uno de los hombres más perjudiciales a la pública tranquilidad”, “un revoltoso temible” y “acérrimo enemigo”, autor, junto con el Comandante Juan Francisco Vázquez (alias “Chiquilín”), de “gran parte de la revolución de San José”. Cabe recordar que el Combate de San José se produjo el 25 de abril de 1811 y fue uno de los primeros enfrentamientos armados ocurridos por aquel entonces y permitió a las fuerzas independentistas aproximarse a Montevideo, principal bastión realista de toda la región.


Desde hacía un tiempo Gallardo estaba siendo buscado por el Alcalde Joseph Carvajal a lo largo y ancho de la jurisdicción del Yi, quien estaba al tanto de que el requerido andaba “vagueando” por “lugares sospechozos”. Uno de esos “lugares” era la estancia de Manuel Durán, un conocido rebelde que solía repetir a quien quisiera escuchar que “apenas se dio el grito de independencia en el año 10, yo me decidí por la libertad de mi país”.


Carvajal no logró encontrarlo pero no cesó en su búsqueda y por eso encomendó el arresto al Alguacil Manuel Arce, quien al mando de una partida de Dragones, el 8 de abril de 1812, finalmente ubicó a Gallardo en la costa del Pintado, adonde faenaba cueros para un tal Felipe Hernández. Tanto era el encono con que lo buscaba, que por haberlo recomendado al Alcalde de Santa Lucía Chico, para que obtuviera la papeleta que permitía “andar bajo la capa de hombre honrado”, el vecino Francisco Hernández también fue arrestado para que “pagase la osadía de abrigar y proteger a un hombre” acusado de ser “chasquero y bombero” de los insurgentes.


Ser insurgente era sinónimo de traidor. Por tal motivo del Capitán General y Gobernador del Río de la Plata Gaspar de Vigodet en persona, recomendó que a Gallardo se le aplicara un castigo draconiano: “haciéndole sufrir todo el peso de su justicia, que pague su merecido y siendo posible el darle un destino a Europa, a ver si se quita de aquí un enemigo que en todas ocasiones es temible”.


Uno de los “buenos vasallos” que testificaron en su contra, el maestro de pastas Gerónimo González, juramentó haciéndose la cruz frente al tribunal, que el detenido fue uno de los “mejores revoltosos” y como tal “se fue con los de su clase en compañía de Artigas”. Más allá de las peripecias del querellado, las acusaciones en sí mismas revelan el carácter popular de la insurrección oriental, que durante el juicio es calificada como “una comparsa de gauchos transformada en mariscales”.


No es difícil obtener un perfil del acusado. Es el de tantos individuos que en aquellos “tiempos revueltos”, fueron sacudidos por la historia. Por eso cabe imaginarlo: fue un gaucho de 28 años, “membrudo”, magro pero duro, hábil como jinete, boleando y enlazando. Y como tantos de su tipo, enamorado de la aventura, acostumbrado a la intemperie y amante de la guitarra, los juegos, los cantos y el alcohol. Las actas del proceso lo muestran como un típico ejemplar de hombre suelto, que no siguió las columnas del éxodo y lo acusan de sacrílego, ladrón, secuestrador, autor de heridas y agravios, que provocaba a la causa española.



LUISA CURÚ



Entre las acusaciones que Gallardo debió afrontar durante el proceso judicial, estuvo la de haber andado “públicamente amancebado con una mujer casada, que por él dejó arrojado a su marido y dos hijos de menor edad”. El poder sarraceno, que en ese mismo momento no vacilaba en exterminar sin contemplaciones a las mujeres patriotas, desplegaba de esta forma toda su hipocresía. Apoyado en las “malas lenguas”, es decir en el rumor y el chisme, el Tribunal acusó a Gallardo: “Habiéndosela llevado con su marido y familia, la hizo después retroceder del Ejército y la introdujo en esta campaña, por la que ha andado bastante tiempo, de una parte a otra sin presentarse a ninguna justicia hasta que fue aprendido”.


Junto con Manuel Gallardo, las partidas españolas arrestaron a la paisana Luisa Curú, quien estuvo encarcelada entre el 8 de abril y el 24 de diciembre de 1812. Por ser oriunda de San José, al principio las autoridades evaluaron que fuera confinada en esa Villa, pero como la misma carecía de cárcel de mujeres y como ningún vecino se quiso hacer cargo de ella, por temor a que “le pegue algún petardo” o “vuelva a escaparse con otro”, fue trasladada a Montevideo.


Estuvo retenida alrededor de 9 meses, hasta que su ex esposo, J. A. Balbuena, dispusiera “lo que tiene por más conveniente sobre amancebamiento y adulterio”. Pero como tales acusaciones solamente podían ser realizadas por su marido, de quien no había ninguna noticia, salvo que “servía a los rebeldes en el Ejército del tirano Artigas” y como además las pruebas de adulterio eran “de las más crespas” en conseguirse, en nochebuena del mencionado año, finalmente la mujer fue liberada.


“Hay que aliviar a esta infeliz y desvalida mujer de sus padecimientos y prisión dilatada, reputándose muerto a Balbuena”, había reclamado su defensor ante el Tribunal y Luisa Curú consigue la libertad en vísperas de la navidad de 1812, casi en el mismo momento en que Artigas, en las costas del Yi, de regreso del Éxodo y cada vez más cerca de Montevideo, pronunciaba la célebre “Precisión”, con la que pone en su lugar al porteño Sarratea y sus cofrades. 


“Bajo este concepto cese ya V. E. de impartirme órdenes adoptando consiguientemente un plan nuevo para el lleno de sus operaciones. No cuente ya V. E. con alguno de nosotros, porque sabemos muy bien que nuestro obedecimiento hará precisamente el triunfo de la intriga. Ni las circunstancias, ni en ningún examen, han podido eludir que el Gobierno escandalosamente nos declare enemigos. V. E. no extrañe por nuestra parte una conducta idéntica, pero sancionada por la razón. Si nuestros servicios solo han producido el deseo de decapitarnos, aquí sabremos sostenernos...”, puntualizaba por ese entonces el Jefe oriental.


Como corolario de la crisis, el 8 de enero de 1813, Sarratea abandona el mando de las tropas auxiliares y es sustituido por José Rondeau y Artigas pasa a ser Jefe de las fuerzas de la campaña oriental. Pero las asperezas entre los independentistas continuarán y serán miradas con expectativa por los españoles, que apostaban a la división. Es en este marco de agudos conflictos que se realiza el juicio a Gallardo y otros encarcelados.



EL PROCESO



Otro “tremendo cargo”, que lo cubría del “traje más asqueroso”, levantado contra Gallardo, según los calificativos extraídos de las actas del proceso, fue la de haber tenido el atrevimiento “al tiempo de la retirada”, de arrancar la Proclama de Pacificación y hacerla pedazos profiriendo palabras denigrantes contra el Virrey Elío.


Algunos testigos lo acusaron de haberla arrancado de la pared de la Panadería de Don Bautista Zaralegui, al tiempo que gritaba “Así quiere el hijo de puta de Elío engañarnos: ojalá yo viera aquí su corazón para hacerlo tajadas, como hago con su firma.


Recordemos que aquel tratado reconocía la autoridad de Fernando VII, consagraba el retiro de las tropas bonaerenses y restablecía la autoridad de Elío en la Banda Oriental. Ante su firma los orientales, comandados por José Artigas, responden con el Éxodo. Todo indica que Gallardo y Luisa Curú, habrían participado, por lo menos al principio, de aquella emigración.


Además de ser acusado por haber participado activamente en la revolución oriental, bajo las órdenes de “Chiquilín”, junto con quien habría fraguado en Capilla Nueva la toma de San José, de su vinculación con Luisa Curú, y blasfemar contra el Virrey, Gallardo fue demandado por supuestamente haber amenazado con balazos y degüellos al vecino Juan Mallada, atar a Manuel Martínez, amenazar con enlazar a Doña Josefa Hernández, quitar el rebozo a Doña María Lorenza Díaz, y por robar una carretilla para llevar los chismes de Luisa Curú.


La “época aciaga” por la que se atravesaba, valga la calificación del momento realizada por el propio tribunal, dificultó las investigaciones y puede que le haya servido a Gallardo, quien se defendió negando todas y cada una de las acusaciones, pero no pudo evitar un “largo y penoso” confinamiento.



EL ALEGATO



Gallardo alegó en su defensa, que "de ninguna manera" participó en el Ejército oriental, que no participó de la insurrección de Porongos y Capilla Nueva y que fue obligado por "Chiquilín", a marchar sobre San José, adonde conoció a Manuel Artigas, quien "era el que mandaba", según sus palabras. Recordemos que Manuel, era primo de José Gervasio y morirá no mucho después, como consecuencia de las heridas recibidas en combate.


Ante el Tribunal Manuel Gallardo también negó haber tajeado la Proclama de Pacificación colgada en la Pulpería y atribuyó las denuncias, a un complot pergeñado por el comandante oriental Viviano Durán, por haberse negado a sumarse a la revolución. En otras palabras se muestra a sí mismo como víctima de ella, tal vez especulando con la confusión reinante desde que se consumó el sitio de la ciudad.


Las palabras de su defensor describen lo complejo del momento cuando reclama su libertad: “En tiempos de revolución, en el que trastornados infelizmente el orden de las cosas, se despliegan las pasiones en un vastísimo campo, (estas) solo pueden ser contenidas por los diques de circunspección y prudencia”. Es que mucha agua fue corriendo entre la detención de Gallardo y su liberación; prácticamente fue arrestado en el mismo momento en el que en el Ayuí, estallaba el conflicto entre los orientales y Sarratea.


LA HISTORIA



Durante su padecimiento en las “Reales Cárceles”, a los pocos días de una de sus comparecencias ante el Tribunal, el 20 de octubre de 1812, la ciudad es sitiada por los independentistas y el 31 de diciembre hasta su celda llegan los ecos del triunfo de Rondeau en la batalla del Cerrito. La derrota confina a los españoles entre los murallones de Montevideo, adonde la población desde los inicios del sitio, se ve asediada por una letal epidemia de "escorbuto y fiebre pútrida", provocada por los rigores de la guerra. Pese a que las fuerzas sitiadoras permitían el suministro de alimentos, muy pronto estos habían escaseado, favoreciendo la irrupción de la nociva dolencia, causada por la insuficiencia de sustancias nutritivas.


No mucho después, lo despierta el estruendo y los “hurras”, que anuncian la incorporación oriental al sitio. Más de 3000 soldados artiguistas, acompañados por una multitud, entre la que había ancianos, mujeres y niños, que marchaban a pie, en carros y carretas, se suma a las fuerzas sitiadoras de Montevideo la espléndida mañana estival del viernes 26 de febrero de 1813. Retornaban luego de enormes peripecias, al mismo lugar del que hacía 17 meses habían dolorosamente partido, dando inicio a La Redota.


Eran tiempos de debates y dos meses más tarde en los extramuros de Montevideo, los orientales realizan el célebre Congreso de Abril, durante el cual Artigas reclama normas constitucionales: “Ciudadanos los pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto, y formar el motivo de su celo. Por desgracia va a contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres, y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes. ¿Pero es acaso menos terrible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, solo el freno de la constitución puede afirmarla”.



LA LIBERACIÓN



Al cabo de un año y medio de confinamiento las autoridades españolas constatan que el acusado está en pésimas condiciones físicas producto del duro encierro: “Se halla en inminente riesgo de padecer muerte civil, al rigor del hambre, la desnudes y la opresión”, confiesan.

Y luego de reconocer que poco están pudiendo investigar “por el asedio” y porque están “obstruidos los resortes” para que entre los muros se encuentre alguna prueba de la conducta de Gallardo, finalmente es liberado, pero como no puede pagar fianza por ser un “infeliz desvalido”, es liberado en los primeros días de octubre de 1813 para “aumentar el número de defensores de la Benemérita Montevideo”.

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