LAS INCREÍBLES PERIPECIAS DE MANUEL GALLARDO y LUISA CURÚ
Por haber sido acusado de participar activamente
en la “causa de los insurgentes”, el gaucho Manuel Gallardo debió soportar
dieciocho meses de confinamiento en las cárceles españolas. En los tribunales
fue señalado por los realistas como “uno de los hombres más perjudiciales a la
pública tranquilidad”, “un revoltoso temible” y “acérrimo enemigo”, autor,
junto con el Comandante Juan Francisco Vázquez (alias “Chiquilín”), de “gran
parte de la revolución de San José”. Cabe recordar que el Combate de San José se
produjo el 25 de abril de 1811 y fue uno de los primeros enfrentamientos
armados ocurridos por aquel entonces y permitió a las fuerzas independentistas
aproximarse a Montevideo, principal bastión realista de toda la región.
Desde hacía un tiempo Gallardo estaba siendo
buscado por el Alcalde Joseph Carvajal a lo largo y ancho de la jurisdicción
del Yi, quien estaba al tanto de que el requerido andaba “vagueando” por
“lugares sospechozos”. Uno de esos “lugares” era la estancia de Manuel Durán,
un conocido rebelde que solía repetir a quien quisiera escuchar que “apenas se
dio el grito de independencia en el año 10, yo me decidí por la libertad de mi
país”.
Carvajal no logró encontrarlo pero no cesó en su
búsqueda y por eso encomendó el arresto al Alguacil Manuel Arce, quien al mando
de una partida de Dragones, el 8 de abril de 1812, finalmente ubicó a Gallardo
en la costa del Pintado, adonde faenaba cueros para un tal Felipe Hernández.
Tanto era el encono con que lo buscaba, que por haberlo recomendado al Alcalde
de Santa Lucía Chico, para que obtuviera la papeleta que permitía “andar bajo
la capa de hombre honrado”, el vecino Francisco Hernández también fue arrestado
para que “pagase la osadía de abrigar y proteger a un hombre” acusado de ser
“chasquero y bombero” de los insurgentes.
Ser insurgente era sinónimo de traidor. Por tal
motivo del Capitán General y Gobernador del Río de la Plata Gaspar de Vigodet
en persona, recomendó que a Gallardo se le aplicara un castigo draconiano:
“haciéndole sufrir todo el peso de su justicia, que pague su merecido y siendo
posible el darle un destino a Europa, a ver si se quita de aquí un enemigo que
en todas ocasiones es temible”.
Uno de los “buenos vasallos” que testificaron en
su contra, el maestro de pastas Gerónimo González, juramentó haciéndose la cruz
frente al tribunal, que el detenido fue uno de los “mejores revoltosos” y como
tal “se fue con los de su clase en compañía de Artigas”. Más allá de las
peripecias del querellado, las acusaciones en sí mismas revelan el carácter
popular de la insurrección oriental, que durante el juicio es calificada como
“una comparsa de gauchos transformada en mariscales”.
No es difícil obtener un perfil del acusado. Es el de tantos individuos que en aquellos “tiempos revueltos”, fueron sacudidos por la historia. Por eso cabe imaginarlo: fue un gaucho de 28 años, “membrudo”, magro pero duro, hábil como jinete, boleando y enlazando. Y como tantos de su tipo, enamorado de la aventura, acostumbrado a la intemperie y amante de la guitarra, los juegos, los cantos y el alcohol. Las actas del proceso lo muestran como un típico ejemplar de hombre suelto, que no siguió las columnas del éxodo y lo acusan de sacrílego, ladrón, secuestrador, autor de heridas y agravios, que provocaba a la causa española.
LUISA CURÚ
Entre las acusaciones que Gallardo debió
afrontar durante el proceso judicial, estuvo la de haber andado “públicamente
amancebado con una mujer casada, que por él dejó arrojado a su marido y dos
hijos de menor edad”. El poder sarraceno, que en ese mismo momento no vacilaba
en exterminar sin contemplaciones a las mujeres patriotas, desplegaba de esta
forma toda su hipocresía. Apoyado en las “malas lenguas”, es decir en el rumor
y el chisme, el Tribunal acusó a Gallardo: “Habiéndosela llevado con su marido
y familia, la hizo después retroceder del Ejército y la introdujo en esta
campaña, por la que ha andado bastante tiempo, de una parte a otra sin
presentarse a ninguna justicia hasta que fue aprendido”.
Junto con Manuel Gallardo, las partidas
españolas arrestaron a la paisana Luisa Curú, quien estuvo encarcelada entre el
8 de abril y el 24 de diciembre de 1812. Por ser oriunda de San José, al
principio las autoridades evaluaron que fuera confinada en esa Villa, pero como
la misma carecía de cárcel de mujeres y como ningún vecino se quiso hacer cargo
de ella, por temor a que “le pegue algún petardo” o “vuelva a escaparse con
otro”, fue trasladada a Montevideo.
Estuvo retenida alrededor de 9 meses, hasta que
su ex esposo, J. A. Balbuena, dispusiera “lo que tiene por más conveniente
sobre amancebamiento y adulterio”. Pero como tales acusaciones solamente podían
ser realizadas por su marido, de quien no había ninguna noticia, salvo que
“servía a los rebeldes en el Ejército del tirano Artigas” y como además las
pruebas de adulterio eran “de las más crespas” en conseguirse, en nochebuena
del mencionado año, finalmente la mujer fue liberada.
“Hay que aliviar a esta infeliz y desvalida
mujer de sus padecimientos y prisión dilatada, reputándose muerto a Balbuena”,
había reclamado su defensor ante el Tribunal y Luisa Curú consigue la libertad
en vísperas de la navidad de 1812, casi en el mismo momento en que Artigas, en
las costas del Yi, de regreso del Éxodo y cada vez más cerca de Montevideo,
pronunciaba la célebre “Precisión”, con la que pone en su lugar al porteño
Sarratea y sus cofrades.
“Bajo este concepto cese ya V. E. de impartirme
órdenes adoptando consiguientemente un plan nuevo para el lleno de sus operaciones.
No cuente ya V. E. con alguno de nosotros, porque sabemos muy bien que nuestro
obedecimiento hará precisamente el triunfo de la intriga. Ni las
circunstancias, ni en ningún examen, han podido eludir que el Gobierno
escandalosamente nos declare enemigos. V. E. no extrañe por nuestra parte una
conducta idéntica, pero sancionada por la razón. Si nuestros servicios solo han
producido el deseo de decapitarnos, aquí sabremos sostenernos...”, puntualizaba
por ese entonces el Jefe oriental.
Como corolario de la crisis, el 8 de enero de
1813, Sarratea abandona el mando de las tropas auxiliares y es sustituido por
José Rondeau y Artigas pasa a ser Jefe de las fuerzas de la campaña oriental.
Pero las asperezas entre los independentistas continuarán y serán miradas con
expectativa por los españoles, que apostaban a la división. Es en este marco
de agudos conflictos que se realiza el juicio a Gallardo y otros encarcelados.
EL PROCESO
Otro “tremendo cargo”, que lo cubría del “traje
más asqueroso”, levantado contra Gallardo, según los calificativos extraídos de
las actas del proceso, fue la de haber tenido el atrevimiento “al tiempo de la
retirada”, de arrancar la Proclama de Pacificación y hacerla pedazos
profiriendo palabras denigrantes contra el Virrey Elío.
Algunos testigos lo acusaron de haberla
arrancado de la pared de la Panadería de Don Bautista Zaralegui, al tiempo que
gritaba “Así quiere el hijo de puta de Elío engañarnos: ojalá yo viera aquí su
corazón para hacerlo tajadas, como hago con su firma.
Recordemos que aquel tratado reconocía la
autoridad de Fernando VII, consagraba el retiro de las tropas bonaerenses y
restablecía la autoridad de Elío en la Banda Oriental. Ante su firma los
orientales, comandados por José Artigas, responden con el Éxodo. Todo indica
que Gallardo y Luisa Curú, habrían participado, por lo menos al principio, de
aquella emigración.
Además de ser acusado por haber participado
activamente en la revolución oriental, bajo las órdenes de “Chiquilín”, junto
con quien habría fraguado en Capilla Nueva la toma de San José, de su
vinculación con Luisa Curú, y blasfemar contra el Virrey, Gallardo fue
demandado por supuestamente haber amenazado con balazos y degüellos al vecino
Juan Mallada, atar a Manuel Martínez, amenazar con enlazar a Doña Josefa
Hernández, quitar el rebozo a Doña María Lorenza Díaz, y por robar una
carretilla para llevar los chismes de Luisa Curú.
La “época aciaga” por la que se atravesaba,
valga la calificación del momento realizada por el propio tribunal, dificultó
las investigaciones y puede que le haya servido a Gallardo, quien se defendió
negando todas y cada una de las acusaciones, pero no pudo evitar un “largo y
penoso” confinamiento.
EL ALEGATO
Gallardo alegó en su defensa, que "de
ninguna manera" participó en el Ejército oriental, que no participó de la
insurrección de Porongos y Capilla Nueva y que fue obligado por
"Chiquilín", a marchar sobre San José, adonde conoció a Manuel
Artigas, quien "era el que mandaba", según sus palabras. Recordemos
que Manuel, era primo de José Gervasio y morirá no mucho después, como
consecuencia de las heridas recibidas en combate.
Ante el Tribunal Manuel Gallardo también negó
haber tajeado la Proclama de Pacificación colgada en la Pulpería y atribuyó las
denuncias, a un complot pergeñado por el comandante oriental Viviano Durán, por
haberse negado a sumarse a la revolución. En otras palabras se muestra a sí
mismo como víctima de ella, tal vez especulando con la confusión reinante desde
que se consumó el sitio de la ciudad.
Las palabras de su defensor describen lo
complejo del momento cuando reclama su libertad: “En tiempos de revolución, en
el que trastornados infelizmente el orden de las cosas, se despliegan las
pasiones en un vastísimo campo, (estas) solo pueden ser contenidas por los
diques de circunspección y prudencia”. Es que mucha agua fue corriendo entre la
detención de Gallardo y su liberación; prácticamente fue arrestado en el mismo
momento en el que en el Ayuí, estallaba el conflicto entre los orientales y
Sarratea.
LA HISTORIA
Durante su padecimiento en las “Reales
Cárceles”, a los pocos días de una de sus comparecencias ante el Tribunal, el
20 de octubre de 1812, la ciudad es sitiada por los independentistas y el 31 de
diciembre hasta su celda llegan los ecos del triunfo de Rondeau en la batalla
del Cerrito. La derrota confina a los españoles entre los murallones de
Montevideo, adonde la población desde los inicios del sitio, se ve asediada por
una letal epidemia de "escorbuto y fiebre pútrida", provocada por los
rigores de la guerra. Pese a que las fuerzas sitiadoras permitían el suministro
de alimentos, muy pronto estos habían escaseado, favoreciendo la irrupción de
la nociva dolencia, causada por la insuficiencia de sustancias nutritivas.
No mucho después, lo despierta el estruendo y
los “hurras”, que anuncian la incorporación oriental al sitio. Más de 3000
soldados artiguistas, acompañados por una multitud, entre la que había
ancianos, mujeres y niños, que marchaban a pie, en carros y carretas, se suma a
las fuerzas sitiadoras de Montevideo la espléndida mañana estival del viernes
26 de febrero de 1813. Retornaban luego de enormes peripecias, al mismo lugar
del que hacía 17 meses habían dolorosamente partido, dando inicio a La Redota.
Eran tiempos de debates y dos meses más tarde en
los extramuros de Montevideo, los orientales realizan el célebre Congreso de
Abril, durante el cual Artigas reclama normas constitucionales: “Ciudadanos los
pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto, y formar el
motivo de su celo. Por desgracia va a contar tres años nuestra revolución, y
aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe
de los hombres, y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo
envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores
planes. ¿Pero es acaso menos terrible un exceso de confianza? Toda clase de
precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy
veleidosa la probidad de los hombres, solo el freno de la constitución puede
afirmarla”.
LA LIBERACIÓN
Al cabo de un año y medio de confinamiento las
autoridades españolas constatan que el acusado está en pésimas condiciones
físicas producto del duro encierro: “Se halla en inminente riesgo de padecer
muerte civil, al rigor del hambre, la desnudes y la opresión”, confiesan.
Y luego de reconocer que poco están pudiendo investigar “por el asedio” y porque están “obstruidos los resortes” para que entre los muros se encuentre alguna prueba de la conducta de Gallardo, finalmente es liberado, pero como no puede pagar fianza por ser un “infeliz desvalido”, es liberado en los primeros días de octubre de 1813 para “aumentar el número de defensores de la Benemérita Montevideo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario