por
Rodolfo Ariza
Anteriormente habíamos visto el mito del padre de la horda primitiva,
presentado por Freud como una explicación acerca de los orígenes de la cultura,
como así también las objeciones que se le podían hacer a esa teoría, ahora
veremos otro relato que apunta al mismo fin, se trata de la dialéctica del Amo
y el Esclavo de Hegel, dialéctica que Feinmann califica como “…el núcleo genético del que Hegel parte
para explicar la historia humana” (1).
Debo reconocer que, siendo psicoanalista, me genera mal sabor de boca el
uso de la palabra “genético”, pero él es filósofo y no psicoanalista y ambos
discursos presentan grandes diferencias.
Hegel comprendió, como todos podemos fácilmente hacerlo, que había
diferencias entre los animales y los humanos y él, marcando la diferencia con
casi todo el resto de la humanidad, se propuso dar una explicación a este
fenómeno. Creo que una buena forma de meterse en tema es tomando la idea de deseo.
Hegel ubica el deseo tanto en el animal como en el ser humano (otra idea que
golpea duramente a cualquier psicoanalista esto de habla de deseo en el
animal), pero describe a ambos de manera muy distinta; lo que él llama deseo
animal es todo aquello que está destinado a conservar la vida y prolongar la
especie (con esta explicación el psicoanalista se relaja un poco ya que eso no
tiene nada que ver con el concepto psicoanalítico de deseo, es decir que Hegel
no ubica en el animal lo que Freud llama deseo. Y, en eso, con Hegel estamos
todos de acuerdo). En este sentido, Hegel dice que el deseo animal lo hace
buscar comida, refugio, pareja para reproducirse, etcétera; todo directamente
relacionado con necesidades físicas y vitales que no pueden ser dejadas de lado
ya que, si así fuera, el animal se moriría o se extinguiría la especie al no
poder reproducirse.
En este planteo aparece un concepto que es fundamental en Hegel, estoy
hablando de la negatividad; al poner en juego esto llamado deseo animal se niegan
los desarrollos naturales de las cosas. Para poner un ejemplo, podemos decir
que al comer pasto la vaca niega la posibilidad del pasto de crecer y
reproducirse, lo mismo ocurre cuando un animal mata a otro, con respecto al
deseo sexual puede decirse que al embarazar a una hembra ese macho la está
negando a todos los demás machos ya que ninguna hembra puede estar embarazada
de dos machos al mismo tiempo. De esta manera la negatividad está presente en
el mundo de la naturaleza aunque vale destacar que, al igual que el deseo, la
negatividad aparece siempre e inevitablemente unida a la necesidad vital y la
preservación de la especie.
Pero hay un ser en el cual la negatividad y el deseo van mucho más allá
de lo natural, de lo puramente animal, ambos son las fuerzas que producen una
ruptura con esto dado inmediato, propio de la naturaleza y crean, así, un ser
distinto llamado ser humano.
Esta idea rompe absolutamente con la idea que tenía la filosofía griega
antigua. Dice Alexander Kojève: “Ese pretendido Hombre de la tradición antigua
es en realidad un ser puramente natural…” (2) y luego agrega: “Como el animal,
no hace más que “representar” en y por su existencia real y activa, una “idea”
o “esencia” eterna, dada una vez para siempre y que permanece idéntica a sí
misma” (3)
Hegel tira todo eso a la basura y postula que, para devenir humano, para
pasar de ser solo sustancia a convertirse en sujeto, ese ser debe negar lo que
tiene de animal, trascender la pura naturaleza que hay en sí y transformarse en
un sujeto Verdadero.
Pero esto no debe inducirnos a error, ya que Hegel no dice que lo dado,
el animal natural, quede eliminado en el ser humano, lo que Hegel plantea es
que para hablar de humanidad no puede hablarse solamente de un ser natural sino
que esto debe superarse sin afirmar que lo primero quede suprimido. Para Hegel,
el ser humano no es nada sin el animal que le sirve de soporte y esto se
entiende fácilmente ya que todos los humanos estamos sometidos a las leyes
naturales.
Pero como trascendemos al animal también aparecen muchas otras cosas en
el mundo humano.
Y con esto ya planteamos el principio de lo que Hegel llama dialéctica,
la cual consiste en afirmaciones, negaciones de la afirmación y,
posteriormente, negación de la negación, la cual elimina las dos instancias
previas en su independencia y las integra en una totalidad. Lo notable es que
esta totalidad que ha surgido pasará luego a actuar como una afirmación y todo
el proceso dialéctico comenzará otra vez.
Quiero destacar dos cosas con respecto a la dialéctica como ha sido
presentada muchas veces, ambas precisiones destacadas tanto por Carpio como por
Feinmann, así que me doy el lujo de tomar citas de ambos para ilustrar estos
puntos.
Primero la más simple, es el hecho de que estos tres momentos han sido
llamados tesis, antítesis y síntesis, pero: “Ocurre que Hegel no utiliza ese
léxico conceptual y ocurre que hace bien en no hacerlo. De modo que podemos
dejarlo de lado” (4).
Segundo, el hecho de que la dialéctica no es un método “…sino que
constituye la estructura misma de la realidad, integrada por oposiciones, por
contrastes, por tensiones entre opuestos… () …cada oposición requiere un tercer
momento que establece la conciliación entre los dos opuestos” (5).
Entonces, volviendo al tema, la superación de lo animal es parte de la
dialéctica, es la negación de la afirmación, esto se produce porque existe algo
que niega lo natural y ese algo es el deseo humano, distinto al deseo animal
unido a la necesidad vital, se trata de un deseo que está dirigido hacia algo
pura y exclusivamente humano, es el deseo de reconocimiento por parte del otro,
el cual debe ser otro ser humano semejante. Estos dos seres deseantes que
buscan ser reconocidos sin reconocer al otro se trenzan en una lucha en la cual
arriesgan sus vidas por puro prestigio, es un deseo de deseo que produce la
aparición de lo humano por sobre lo animal.
La mención del riesgo de vida en fundamental, ya que ese enfrentamiento
se produce entre dos seres que buscan, desean, este reconocimiento y van a
luchar por él arriesgando la propia vida, se trata de una lucha a muerte por
puro prestigio, por lograr algo que no tiene nada que ver con una necesidad
vital.
No quisiera pasar por alto una frase de Kojève que me resultó
particularmente preciosa en relación a cómo el sujeto niega al animal en el
cual se basa, él dice: “Puede decirse que el hombre es una enfermedad mortal
del animal” (6). No solo es muy gráfica y clara, sino que también plantea la
estrecha relación que existe entre la negatividad y la muerte.
Se podría argumentar que aquí tenemos ya revelada la estructura
dialéctica de la realidad, que parte de la afirmación del animal que será
negada por la aparición del sujeto para luego quedar ambas reunidas en una
totalidad, sustancia más sujeto, que es el ser humano.
Pero, como había dicho, esta totalidad pasa a ser una nueva afirmación
que será negada por otro ser humano que busca el mismo reconocimiento, este choque
de opuestos generará la lucha a muerte entre ellos. Y esta lucha no puede no
ser a muerte ya que de no existir esta tensión se estaría hablando de un
sometimiento del otro que no sería distinta de la domesticación del animal; el
problema es que ese animal, ya sea una mascota o un león de circo, por ejemplo,
no puede ofrecer el reconocimiento buscado, ese deseo de deseo no puede estar
dirigido a un ser que no desea (tomándolo como deseo de tipo humano, no
natural) y, por lo tanto, por más que esto pudiera llegar a ocurrir mil veces,
no produce ningún efecto en la dialéctica de la creación del ser humano.
Se trata inevitablemente de la lucha entre humanos deseantes que
arriesgan su vida.
Pero algo ocurre durante esa lucha ya que uno de ellos siente la
angustia que le produce la posibilidad de morir y decide privilegiar su vida
antes que a su deseo de reconocimiento, esa persona renuncia a ese deseo humano
para conservar su vida (lo natural, lo inmediatamente dado, lo animal) y así se
somete al otro, pasa a ser su Esclavo y el otro se erige como el Amo.
En este punto, Feinmann llama la atención al hecho de que no se trata de
que el Amo domina mejor que el Esclavo su temor a la muerte, sino que el Amo es
aquel en el cual no existe el temor a morir a la hora de luchar por obtener ese
deseo, es el ser en el cual lo animal está completamente negado.
De esta manera se llega a la toma de posiciones por parte de cada uno de
los luchadores, uno se instala como Amo y el otro como su Esclavo. A partir de
ahí siguen caminos muy distintos.
Con respecto al reconocimiento que el Amo recibe del Esclavo hay que
hacer una aclaración ya que Hegel modifica su teoría en el tiempo que pasa
luego de dictar las conferencias de Jena (1803-1804) y la publicación de su
libro “La fenomenología del espíritu” (1807). Ahora tomaré el “primer Hegel”,
el de las conferencias y luego aplicaré el cambio teórico.
El problema que se plantea es que el Esclavo, al optar por su vida en
lugar de su deseo, queda pegado a su animalidad y entonces su reconocimiento no
puede ser lo que el Amo estaba buscando por no ser un deseo propiamente humano.
Ante esto se plantean distintas interpretaciones según una de las cuales puede
decirse que el deseo de deseo del Amo queda insatisfecho al obtener un
reconocimiento que le es insuficiente. Por otro lado se puede decir que, si
tomamos que se es verdaderamente humano al ser reconocido, el Amo no podría ser
propiamente humano por carecer de este reconocimiento.
Particularmente, me convence más la segunda.
Pero más allá de esto, teniendo en cuenta la modificación teórica que
luego efectúa Hegel, veamos lo que ocurre con ambos.
Empecemos por el Amo. El Amo pone a trabajar al Esclavo y se dedica a
disfrutar ociosamente de los productos de ese trabajo, la ropa confeccionada,
la comida cocinada, etcétera. Todo lo que llega al Amo lo hace a través del
Esclavo. En este sentido el Amo estaría en una posición completamente humana,
ya que no tendría una relación de inmediatez con las cosas, la naturaleza y el
mundo, como es propio de los animales, sino que entre ellos habría un
intermediario que transformaría (negaría) lo dado por efecto de su trabajo. El
Amo no accede a la naturaleza sino a lo que el Esclavo hace de ella. De esta
manera el Amo solo negaría su ser natural dado para poder advenir humano y
luego se dedicaría a gozar.
La situación del Esclavo es muy distinta ya que su posibilidad de gozar
del mundo está limitada por la autoridad del Amo, las cosas que le llegan no le
pertenecen a él sino al Amo y él está obligado a trabajar para que las disfrute
otro. Aun así, esto implica cierta posición humana ya que, por un lado, el Esclavo
tampoco tiene una relación directa con las cosas sino que es solo a través del
permiso del Amo que puede llegar a esas cosas (comida, techo, ropa) con lo cual
el Esclavo no puede consumir las cosas sin más como lo hacen los animales. Pero
hay otro elemento fundamental en la “humanización” del Esclavo, se trata del
hecho de que trabaja. Simplemente eso, el Esclavo trabaja y al hacerlo toma las
cosas del mundo natural y las transforma, las cambia, es decir que las niega,
les aplica la negatividad en relación a un proyecto humano. No se trata de una
vaca comiendo pasto, sino de una negatividad aplicada a algo no vital,
destinado al goce ajeno.
Este trabajo, esta negatividad humana del mundo, humaniza al Esclavo,
pero además hace mucho más. El Amo es pasivo y estático, el Esclavo es trabajo,
transformación y movimiento y, como tal, es el que produce la historia, la
cultura humana; es por él y por su actividad que se producen los cambios en la
cultura que hacen que ésta evolucione en una espiral dialéctica.
El Esclavo es el agente de la historia humana.
La dialéctica del Amo y el Esclavo, la negación de la negación produciría una superación en la cual ambos quedarían negados como entes separados al unirse en la totalidad que sería el ciudadano del Estado, el cual sería de tipo total, universal, homogéneo; sería la evolución dialéctica llegando a su fin y, por tanto, la finalización de la historia, la toma de conciencia por parte de la cultura o, como lo llama Hegel, el Espíritu, de su existencia, su estructura y mecanismo. Una autoconciencia que detiene la dialéctica y lleva al ser humano a la perfección.
Referencias:
(1) Feinmann, J. P. “La filosofía y el barro de la historia”. Buenos
Aires, Planeta, 2008. Pág. 109. Las itálicas pertenecen al autor.
(2) Kojève, A. “La idea de la muerte en Hegel”. Buenos Aires, Leviatán,
1990. Pág. 29.
(3) Ídem. Los destacados pertenecen al autor.
(4) Feinmann, ob. cit. Pág. 120
(5) Carpio, A. P. “Principios de filosofía”. Buenos Aires, Glauco, 2004.
Pág. 319.
(6) Kojève, ob. cit. Pág 74. Itálicas del autor.
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