jueves

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (70) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

I RITUALES Y SOCIEDAD (3)

 

El minucioso cumplimiento de los rituales puede resultar todavía más chocante cuando se aplica, como en Para una tumba sin nombre, al terreno más complejo de todos: el de la muerte. Tanto la aceptación tácita como la obediente prolongación de ciertas conductas -especialmente los cultos fúnebres, y sobre todo la actitud estereotipada de los vivos enseguida de una defunción están destinados a ocultar la especificidad y el sentido de cada muerte. Esto es lo que parece sugerirse, ya en los primeros relatos -y luego en obras como Tierra de nadie, Para esta noche, La larga historia, Regreso al sur, La vida breve y Los adioses, todas anteriores a Para una tumba sin nombre- a través del diversificado tratamiento de que es objeto el tema. Juan Carlos Onetti abordará meticulosamente, en efecto, las múltiples perspectivas (o tonalidades) posibles para enfocar la muerte.

 

Poéticamente, como en Los niños en el bosque, donde el cadáver de un vagabundo reúne, al pie de un banco, en un cuadro de delicado cromatismo, un charco de sangre y un enigmático macizo de rosas.

 

-¿Entramos a ver el banco del muerto? (…)

-¿Qué muerto?

-¿No sabías? El que encontramos esta mañana. Se mató en un banco al lado de las rosas. ¿Viste al loco barbudo que anda con los perros? Lo vi esta mañana y se creía que estaba dormido. Yo lo oí cuando estaba contando en el café de la estación. El hombre se había tapado con el sombrero. ¿Puede ser de vergüenza?

-¿Vergüenza de qué?

-El loco, decía. De la familia. Y entonces dice que un perrito negro que tiene el loco se puso a oler la sangre y el loco salió corriendo. De veras, te digo. ¿No creés? (13)

 

Cínicamente, como en El posible Baldi donde, contra todo lo que podía esperarse, la muerte surgirá -sobre un segundo plano de placidez burguesa- ligada a la violencia, la barbarie y los instintos más salvajes del hombre blanco:

 

No había comprendido, porque sonrió parpadeando:

-¿A cazar negros? ¿Hombres negros?

Él sintió que la bota que avanzaba en Transvaal se hundía en ridículo. Pero los dilatados ojos azules seguían pidiendo con tan anhelante humildad, que quiso seguir como despeñándose.

-Sí, un puesto de responsabilidad. Guardián en las minas de diamantes. Es un lugar solitario. Mandan el relevo cada seis meses. Pero es un puesto conveniente; pagan en libras. Y, a pesar de su soledad, no siempre aburrido. A veces hay negros que quieren escapar con diamantes, piedras sucias, bolsitas con polvo. Estaban los alambres electrizados. Pero también estaba yo, con ganas de distraerme volteando negros ladrones. Muy divertido, le aseguro. Pam, pam, y el negro termina su carrera con una voltereta (14)

 

Dramáticamente, como en el caso de Para esta noche, donde el horror del espectáculo de la ciudad sitiada y los cuerpos ensangrentados adquiere la belleza agresiva y desgarrante de cientos de cuadros expresionistas:

 

Sentado en el suelo pudo verla contra el andamio, quieta, acostada en la llamarada rojiza del fuego distante; sólo pensaba en tocarla mientras se acercaba apoyado en una rodilla y las manos, la pierna herida arrastrándose atrás, trabada a cada momento por la puntera del zapato. Tocó la sangre, la piel desnuda, los pedazos de ropa rodeando la pierna y el pecho, dobló los brazos hasta poder tocarle la cara sin nariz, lamiendo largamente con los labios los pozos de los ojos, el inconfundible gusto que cubría la cara, reconociendo con la lengua la redondez resbaladiza del frontal, tratando resueltamente de saber si la piel de la cara estaba escondida por la sangre, si la cara no tenía piel, tratando de aquietar el brillo acuoso que se renovaba incesante en el agujero de un ojo (15).

 

Pero el narrador puede igualmente acudir al registro opuesto y sustituir la descripción alucinada por el frío informe clínico de La larga historia (retomado más tarde en La cara de la desgracia), que dramatizan sin embargo algunas notas de emoción contenida y la estridencia de un final fetichista y sangriento:

 

La faz está manchada por un líquido azulado y sanguinolento, que ha fluido por la boca y la nariz. Después de haberla lavado cuidadosamente, reconocemos en torno de la boca extensa escoriación con equimosis, y la impresión de las uñas hincadas en las carnes. Dos señales análogas existen debajo del ojo derecho, cuyo párpado inferior está fuertemente contuso. Además de las huellas de violencia que han sido ejecutadas manifiestamente durante la vida, nótese en el rostro numerosos desgarros, puntuados, sin rojez, sin equimosis, con simple desecamiento de la epidermis y producidos por el roce del cuerpo contra la arena. Véase una infiltración de sangre coagulada, a cada lado de la laringe. Los tegumentos están invadidos por la putrefacción y pueden distinguirse en ellos vestigios de contusiones o equimosis. El interior de la tráquea y de los bronquios contiene una pequeña cantidad de un líquido turbio, oscuro, no espumoso, mezclado con arena.

Era un buen responso, todo estaba perdido. Me incliné para besarle la frente y después, por piedad y amor, el líquido rojizo que le hacía burbujas entre los labios (16).

 

Notas 

(13) Los niños en el bosque, p. 134.

(14) El posible Baldi, pp. 24-25.

(15) Para esta noche, XXIV, p. 177.

(16) La cara de la desgracia, 5, p. 47.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+