Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
I
RITUALES Y SOCIEDAD (3)
El minucioso cumplimiento
de los rituales puede resultar todavía más chocante cuando se aplica, como en Para
una tumba sin nombre, al terreno más complejo de todos: el de la muerte.
Tanto la aceptación tácita como la obediente prolongación de ciertas conductas
-especialmente los cultos fúnebres, y sobre todo la actitud estereotipada de
los vivos enseguida de una defunción están destinados a ocultar la
especificidad y el sentido de cada muerte. Esto es lo que parece sugerirse, ya
en los primeros relatos -y luego en obras como Tierra de nadie, Para esta
noche, La larga historia, Regreso al sur, La vida breve y Los adioses, todas
anteriores a Para una tumba sin nombre- a través del diversificado
tratamiento de que es objeto el tema. Juan Carlos Onetti abordará meticulosamente,
en efecto, las múltiples perspectivas (o tonalidades) posibles para enfocar la
muerte.
Poéticamente, como
en Los niños en el bosque, donde el cadáver de un vagabundo reúne, al
pie de un banco, en un cuadro de delicado cromatismo, un charco de sangre y un
enigmático macizo de rosas.
-¿Entramos a ver el banco
del muerto? (…)
-¿Qué muerto?
-¿No sabías? El que
encontramos esta mañana. Se mató en un banco al lado de las rosas. ¿Viste al
loco barbudo que anda con los perros? Lo vi esta mañana y se creía que estaba
dormido. Yo lo oí cuando estaba contando en el café de la estación. El hombre
se había tapado con el sombrero. ¿Puede ser de vergüenza?
-¿Vergüenza de qué?
-El loco, decía. De la
familia. Y entonces dice que un perrito negro que tiene el loco se puso a oler
la sangre y el loco salió corriendo. De veras, te digo. ¿No creés? (13)
Cínicamente, como
en El posible Baldi donde, contra todo lo que podía esperarse, la muerte
surgirá -sobre un segundo plano de placidez burguesa- ligada a la violencia, la
barbarie y los instintos más salvajes del hombre blanco:
No había comprendido,
porque sonrió parpadeando:
-¿A cazar negros?
¿Hombres negros?
Él sintió que la bota que
avanzaba en Transvaal se hundía en ridículo. Pero los dilatados ojos azules
seguían pidiendo con tan anhelante humildad, que quiso seguir como
despeñándose.
-Sí, un puesto de
responsabilidad. Guardián en las minas de diamantes. Es un lugar solitario.
Mandan el relevo cada seis meses. Pero es un puesto conveniente; pagan en
libras. Y, a pesar de su soledad, no siempre aburrido. A veces hay negros que
quieren escapar con diamantes, piedras sucias, bolsitas con polvo. Estaban los
alambres electrizados. Pero también estaba yo, con ganas de distraerme
volteando negros ladrones. Muy divertido, le aseguro. Pam, pam, y el negro
termina su carrera con una voltereta (14)
Dramáticamente,
como en el caso de Para esta noche, donde el horror del espectáculo de
la ciudad sitiada y los cuerpos ensangrentados adquiere la belleza agresiva y
desgarrante de cientos de cuadros expresionistas:
Sentado en el suelo pudo
verla contra el andamio, quieta, acostada en la llamarada rojiza del fuego
distante; sólo pensaba en tocarla mientras se acercaba apoyado en una rodilla y
las manos, la pierna herida arrastrándose atrás, trabada a cada momento por la
puntera del zapato. Tocó la sangre, la piel desnuda, los pedazos de ropa
rodeando la pierna y el pecho, dobló los brazos hasta poder tocarle la cara sin
nariz, lamiendo largamente con los labios los pozos de los ojos, el
inconfundible gusto que cubría la cara, reconociendo con la lengua la redondez
resbaladiza del frontal, tratando resueltamente de saber si la piel de la cara
estaba escondida por la sangre, si la cara no tenía piel, tratando de aquietar
el brillo acuoso que se renovaba incesante en el agujero de un ojo (15).
Pero el narrador puede
igualmente acudir al registro opuesto y sustituir la descripción alucinada por
el frío informe clínico de La larga historia (retomado más tarde en La
cara de la desgracia), que dramatizan sin embargo algunas notas de emoción
contenida y la estridencia de un final fetichista y sangriento:
La faz está manchada por
un líquido azulado y sanguinolento, que ha fluido por la boca y la nariz.
Después de haberla lavado cuidadosamente, reconocemos en torno de la boca
extensa escoriación con equimosis, y la impresión de las uñas hincadas en las
carnes. Dos señales análogas existen debajo del ojo derecho, cuyo párpado
inferior está fuertemente contuso. Además de las huellas de violencia que han
sido ejecutadas manifiestamente durante la vida, nótese en el rostro numerosos
desgarros, puntuados, sin rojez, sin equimosis, con simple desecamiento de la
epidermis y producidos por el roce del cuerpo contra la arena. Véase una
infiltración de sangre coagulada, a cada lado de la laringe. Los tegumentos
están invadidos por la putrefacción y pueden distinguirse en ellos vestigios de
contusiones o equimosis. El interior de la tráquea y de los bronquios contiene
una pequeña cantidad de un líquido turbio, oscuro, no espumoso, mezclado con
arena.
Era un buen responso,
todo estaba perdido. Me incliné para besarle la frente y después, por piedad y
amor, el líquido rojizo que le hacía burbujas entre los labios (16).
Notas
(13) Los niños en el
bosque, p. 134.
(14) El posible Baldi,
pp. 24-25.
(15) Para esta noche, XXIV,
p. 177.
(16) La cara de la desgracia, 5, p. 47.
No hay comentarios:
Publicar un comentario