por Beatriz Guillén Torres
La historia no siempre se lo pone fácil a los genios. Cuando John
McCarthy (1927-2011) nació en Boston en plena Gran Recesión en
una humilde familia de emigrantes europeos, poco parecía
presagiar que este niño prodigio iba a convertirse en un digno
sucesor de Alan Turing. La delicada salud de su hermano
pequeño llevó a los McCarthy, que vagaban por el país de las oportunidades en
busca de trabajo, a establecerse en Los Ángeles. Allí John, un adolescente ya
sobresaliente en matemáticas, entró en contacto con el Instituto de
Tecnología de California, el Caltech, al que pidió permiso para estudiar
sus libros usados.
El futuro padre de la inteligencia artificial intentaba estudiar
mientras trabajaba de carpintero, pescador, inventor (ideó un exprimidor de
naranjas hidráulico, entre otras cosas) para ayudar a su familia. Cuando entró
oficialmente a estudiar matemáticas en el Caltech había estudiado tanto por su cuenta que le
permitieron saltarse los dos primeros cursos. Se licenció en
1948 y se doctoró, también en la misma materia, en 1951 en Princeton. Hasta ahí
la carrera de McCarthy era solo un poco más rápida de lo normal, pero ya tenía
en mente su gran obsesión: la inteligencia de las máquinas.
En 1956, John organiza la mítica conferencia de Dartmouth donde,
en su discurso, acuña por primera vez el término inteligencia
artificial, definido como la ciencia e ingeniería de hacer máquinas
inteligentes. Allí planteó los objetivos que le perseguirían toda
su carrera:
“Este estudio procederá sobre la base de que todos los aspectos del
aprendizaje o de rasgo de la inteligencia pueden, en principio, ser descritos
de una forma tan precisa que se puede crear una máquina que los simule”.
UNA LEYENDA PARA PROGRAMADORES Y ‘HACKERS’
El texto inaugural lo realiza junto a Marvin Minsky y Claude Shannon, dos prestigiosos científicos que pronto abandonaron el estudio de este campo para orientarse hacia la computación o la teorización matemática. Sin embargo, McCarthy se consagra como padre de la inteligencia artificial no solo por lograr abrir y convertirlo en un campo de investigación nuevo, sino por seguir aportando evidencias para su desarrollo durante medio siglo.
En los años siguientes, McCarthy se dedicó a sembrar por las mejores
universidades laboratorios de inteligencia artificial, un trabajo del que
todavía hoy recogemos frutos. Estaba contagiado de un optimismo inquebrantable:
estaba convencido de que podía conseguir que las máquinas pensaran. “La
velocidad y capacidad de memoria de los computadores actuales puede ser
insuficiente para estimular muchas de las funciones más complejas del cerebro
humano, pero el principal obstáculo no es la falta de capacidad de las
máquinas, sino nuestra incapacidad de escribir programas que aprovechen por
completo lo que tenemos”, llegó a enunciar en esos años.
Él mismo buscó la solución a su problema y creó Lisp, el segundo lenguaje de programación de alto
nivel más antiguo que existe. El Lisp era uno de los
lenguajes favoritos de los hackers originales, con el que intentaban
hacer jugar al ajedrez a las primitivas máquinas de IBM de finales de los 50.
Tal vez por eso dominar este lenguaje tiene tanta consideración en la jerarquía
de los programadores. Este sistema fue necesario para el desarrollo de la otra
gran contribución de McCarthy: la idea de tiempo compartido. En una época donde
el ordenador personal parecía ciencia-ficción, John ideó la teoría de un super
ordenador central al que muchas personas pudieran conectarse a la vez. Fue uno
de los pilares de la futura creación de Internet.
SUSPENSO EN
EL TEST DE TURING
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, este sistema no le sirvió a
McCarthy para conseguir su verdadero objetivo: que un ordenador pasara el test de Turing, según el cual un
humano realiza preguntas a través de la pantalla de un ordenador, si no puede
decidir si quien le está respondiendo es otro humano o una máquina, esta es
definitivamente inteligente. Por ahora, ningún ordenador lo ha conseguido. “Él creía en que la inteligencia artificial
consistía en crear una máquina que realmente pudiera replicar la inteligencia
humana“, declaró la investigadora Daphne Koller, del laboratorio de
Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford (California), donde
McCarthy trabajó casi 40 años. Por eso, el investigador rechazó la mayor parte
de las aplicaciones de inteligencia artificial desarrolladas en la actualidad,
que están dirigidas, únicamente, a que las máquinas imiten
comportamientos, pero no a que aprendan.
Casi al final de su etapa investigadora, en 1978, McCarthy tuvo que darse por vencido en su idea purista de inteligencia artificial: “Para crear una una verdadera IA se necesitaría el trabajo de 1,7 Einsteins, 2 Maxwells, 5 Faradays y la financiación de 0,3 Proyectos Manhattan”, reconoció resignado.
(Ventana al Conocimiento / 4-9-2016)
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