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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (63) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

III LA ISLA INTERIOR O LA ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (2)

 

Más adelante le tocará el turno a Rolanda, también apremiada por un Aránzuru decididamente emprendedor. El esplendor, la calma y la voluptuosidad serán las características sobresalientes del universo paradisíaco que Aránzuru, alias “Señor invitación al viaje”, propone, no sin cierta ironía, a sus amigos. La sombra de Baudelaire planea sobre este lugar dichoso, que remite igualmente al mundo de la pintura. Porque si bien es cierto que no asistimos a ninguna verdadera descripción de la isla mítica, su solo nombre (49 bis) le otorgará el resplandeciente prestigio de los cuadros de Gauguin, cuya figura legendaria no sólo es evocada en las primeras páginas de Tierra de nadie (50) sino también en Los niños en el bosque, estrechamente asociada con unas experiencias cromáticas revolucionarias (51)

 

La visita de la isla se instalará entonces con naturalidad en un suntuoso universo de color, libertad y paganismo exultante, contrastando con la grisura de Buenos Aires y los motivos lúgubres de los cuadros de Casal, atravesados por resabios de un catolicismo atormentado (52). La isla ocultará, además, otro tipo de maravillas, como parece sugerirlo su nombre, donde la rudeza gutural de la consonante inicial -que el viejo Num se encarga de subrayar- y el arrullador verterse de las líquidas vocales forman una extraña aleación. Nada podría mostrarse más prometedor, en definitiva, que esta tierra solitaria y misteriosa.

 

Pero esta imagen cargada de una sensualidad atrayente y serena que Aránzuru intentará contagiar, no está libre de cierta dosis de superchería. No olvidemos que Num, el viejo embalsamador de pájaros es calificado en más de una ocasión de personaje extravagante (53). Este inventor de herencias imaginarias es también, por su profesión, un mercader de ilusiones: ¿o acaso su arte no consiste en negar los estragos del tiempo y la pudrición de la muerte?

 

Siguió trabajando. Aránzurui se recostó en el sillón bostezando. “Pablo Num, embalsamador de pájaros y animales”. El secreto estaba en el oficio del viejo, una muerte sin carroña, con cadáveres graciosos y alargados, sorprendidos un momento antes del salto. Los ojos amarillos de la lechuza bizqueaban vueltos hacia la luz. Recordó que no había venido por Nora ni por los pájaros (54).

 

De modo que el lector es llevado a desconfiar, poco a poco, del viejo Num y esa isla que no aparece mencionada en los mapas. Además, en el texto menudean los indicios que presagian el carácter irreal de la isla. Ella será asociada estrechamente, por ejemplo, con un motivo recurrente en Tierra de nadie: el famoso “molino de la alemana”, que Aránzuru presta a veces a sus amigos y cuyo nombre insólito ha sido tomado de una novela policial, lo que marca la sujeción de lo real a lo imaginario:

 

Desde el borde de la cama, Llarvi miró alrededor.

-¿Sabe que es interesante esto? Hasta el nombre. Todos le llaman el molino de la alemana. Pero Aránzuru casi no viene, ¿eh?

-No sé. Creo. A veces, alguna crisis.

-Es un lindo sitio para aislarse y trabajar. ¿Por qué no trata de instalarse aquí un tiempo? Con poca plata tendría un taller magnífico… Con agrandar las ventanas…

Mauricio tiró la pistola sobre la mesa.

-Las estrías no coinciden. Lo confieso. Pero eso del molino de la alemana… Es el título de una novela policial. Yo la leí. Era el libro de cabecera de Aránzuru (55)

 

Notas 

(49 bis) El nombre de esta isla imaginaria parecería tener por origen, según lo indican todas las posibilidades, el título de un cuadro que le inspirara a Paul Gauguin una estadía de Tahití: “Hina Maruru”. El tema fue retomado posteriormente en una talla que lleva la inscripción: “Maruru P. Go”.

(50) Ibíd., IX, p. 46. “Llarvi repitió la risa, un poco desconcertada, que parecía un ruido de gallina

-Ah, pero no tengo derecho a hacerle caso. Es un error. Hay formas de arte y formas de ser artista.

-Espere. Después de todo, es lo mismo. Pero déjeme lucir mi frase. Vida artística: Gauguin y no Wilde. Luego se agrega: el amante es Romeo y no Casanova.”

(51) Los niños en el bosque. Pp. 142-143. “Pero el hombre de los pinceles no le dio tiempo. Alzó uno y apuntó a la tela. La luz de la mañana temblaba en la lágrima que fue alargándose en la punta.

-Ahí a la derecha, hay algo malo; algo que salta a los ojos como un gato. Malo en todo el cuadro, desequilibrio. Necesito mentir una mancha oscura, completamente mentirosa. Sí, no hay otro remedio. (…) De nuevo en la ventana, murmuró el otro: -¡‘Red dogs! ¿Se acuerda de los perros rojos de la inglesa de Gauguin?

(52) Tierra de nadie, XXII, pp. 70-71. “A espaldas del hombre le acarició los cabellos y miró el cartón. Había una larga mesa de banquete, muy estrecha, con el mantel blanco. Un esqueleto envuelto en negro se sentaba en la cabecera; tenía en el hombro una guadaña mellada con el mango florecido. Monstruos y reyes, cornudos, un verdugo enano ocupaban la mesa. Pequeños demonios y ángeles deformes iban y venían con las fuentes, todas vacías. Al pie de la mesa, alargando un cuerno, bostezaba un perro escuálido. Balbina juntó las cejas. Tampoco armonizaba aquello con la mañana de primavera y la intimidad, el delantal dorado y celeste.

-Es… raro. Algo de pesadilla, todo de pesadilla, todo, ¿Por qué así, niño?

(53) Ibíd., p. 23: “El viejo puso la pava en el suelo y volvió a su pequeña silla, sosteniendo el mate en la mano. La risa brillaba azul, detrás de los anteojos.

-Qué doctor, Doctor Aránzuru… está bueno.

Nora, la locura del viejo, el plumaje de los animales muertos. Aránzuru tomó el mate, se inclinó para chuparlo. Pero era solamente una apariencia de locura, como la apariencia de vida de los pájaros inmóviles y la apariencia de mujer sabia en la chiquilina flaca.” O también, p. 25: “Aránzuru asintió gravemente. El viejo reía siempre, los dedos cruzados frente a la boca. Después se puso serio y encogió los hombros.

-Bueno, Aránzuru. Usted es filosófico. Vea, curioso… Porque yo había inventado la herencia por ella, para que la nena estuviera contenta. Y va ella y la inventa para que yo esté contento, y yo hago que lo creo…

Aránzuru volvió a sentarse y llenó el mate enfriado.”

(54) Ibíd., II, p. 24.

(55) Ibíd., IX, p. 24.

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