Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
III LA ISLA INTERIOR O LA
ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (2)
Más adelante le tocará el
turno a Rolanda, también apremiada por un Aránzuru decididamente emprendedor.
El esplendor, la calma y la voluptuosidad serán las características sobresalientes
del universo paradisíaco que Aránzuru, alias “Señor invitación al viaje”,
propone, no sin cierta ironía, a sus amigos. La sombra de Baudelaire planea
sobre este lugar dichoso, que remite igualmente al mundo de la pintura. Porque
si bien es cierto que no asistimos a ninguna verdadera descripción de la isla
mítica, su solo nombre (49 bis) le otorgará el resplandeciente prestigio de los
cuadros de Gauguin, cuya figura legendaria no sólo es evocada en las primeras
páginas de Tierra de nadie (50) sino también en Los niños en el
bosque, estrechamente asociada con unas experiencias cromáticas
revolucionarias (51)
La visita de la isla se
instalará entonces con naturalidad en un suntuoso universo de color, libertad y
paganismo exultante, contrastando con la grisura de Buenos Aires y los motivos
lúgubres de los cuadros de Casal, atravesados por resabios de un catolicismo
atormentado (52). La isla ocultará, además, otro tipo de maravillas, como
parece sugerirlo su nombre, donde la rudeza gutural de la consonante inicial
-que el viejo Num se encarga de subrayar- y el arrullador verterse de las
líquidas vocales forman una extraña aleación. Nada podría mostrarse más
prometedor, en definitiva, que esta tierra solitaria y misteriosa.
Pero esta imagen cargada
de una sensualidad atrayente y serena que Aránzuru intentará contagiar, no está
libre de cierta dosis de superchería. No olvidemos que Num, el viejo
embalsamador de pájaros es calificado en más de una ocasión de personaje
extravagante (53). Este inventor de herencias imaginarias es también, por su
profesión, un mercader de ilusiones: ¿o acaso su arte no consiste en negar los
estragos del tiempo y la pudrición de la muerte?
Siguió trabajando.
Aránzurui se recostó en el sillón bostezando. “Pablo Num, embalsamador de
pájaros y animales”. El secreto estaba en el oficio del viejo, una muerte sin
carroña, con cadáveres graciosos y alargados, sorprendidos un momento antes del
salto. Los ojos amarillos de la lechuza bizqueaban vueltos hacia la luz.
Recordó que no había venido por Nora ni por los pájaros (54).
De modo que el lector es
llevado a desconfiar, poco a poco, del viejo Num y esa isla que no aparece
mencionada en los mapas. Además, en el texto menudean los indicios que
presagian el carácter irreal de la isla. Ella será asociada estrechamente, por
ejemplo, con un motivo recurrente en Tierra de nadie: el famoso “molino
de la alemana”, que Aránzuru presta a veces a sus amigos y cuyo nombre insólito
ha sido tomado de una novela policial, lo que marca la sujeción de lo real a lo
imaginario:
Desde el borde de la cama,
Llarvi miró alrededor.
-¿Sabe que es interesante
esto? Hasta el nombre. Todos le llaman el molino de la alemana. Pero Aránzuru
casi no viene, ¿eh?
-No sé. Creo. A veces,
alguna crisis.
-Es un lindo sitio para
aislarse y trabajar. ¿Por qué no trata de instalarse aquí un tiempo? Con poca
plata tendría un taller magnífico… Con agrandar las ventanas…
Mauricio tiró la pistola
sobre la mesa.
-Las estrías no
coinciden. Lo confieso. Pero eso del molino de la alemana… Es el título de una
novela policial. Yo la leí. Era el libro de cabecera de Aránzuru (55)
Notas
(49 bis) El nombre de esta
isla imaginaria parecería tener por origen, según lo indican todas las
posibilidades, el título de un cuadro que le inspirara a Paul Gauguin una
estadía de Tahití: “Hina Maruru”. El tema fue retomado posteriormente en una
talla que lleva la inscripción: “Maruru P. Go”.
(50) Ibíd., IX, p. 46. “Llarvi
repitió la risa, un poco desconcertada, que parecía un ruido de gallina
-Ah, pero no tengo
derecho a hacerle caso. Es un error. Hay formas de arte y formas de ser
artista.
-Espere. Después de todo,
es lo mismo. Pero déjeme lucir mi frase. Vida artística: Gauguin y no
Wilde. Luego se agrega: el amante es Romeo y no Casanova.”
(51) Los niños en el
bosque. Pp. 142-143. “Pero el hombre de los pinceles no le dio tiempo. Alzó
uno y apuntó a la tela. La luz de la mañana temblaba en la lágrima que fue
alargándose en la punta.
-Ahí a la derecha, hay
algo malo; algo que salta a los ojos como un gato. Malo en todo el cuadro, desequilibrio.
Necesito mentir una mancha oscura, completamente mentirosa. Sí, no hay otro
remedio. (…) De nuevo en la ventana, murmuró el otro: -¡‘Red dogs! ¿Se acuerda
de los perros rojos de la inglesa de Gauguin?
(52) Tierra de nadie, XXII,
pp. 70-71. “A espaldas del hombre le acarició los cabellos y miró el cartón.
Había una larga mesa de banquete, muy estrecha, con el mantel blanco. Un
esqueleto envuelto en negro se sentaba en la cabecera; tenía en el hombro una
guadaña mellada con el mango florecido. Monstruos y reyes, cornudos, un verdugo
enano ocupaban la mesa. Pequeños demonios y ángeles deformes iban y venían con
las fuentes, todas vacías. Al pie de la mesa, alargando un cuerno, bostezaba un
perro escuálido. Balbina juntó las cejas. Tampoco armonizaba aquello con la
mañana de primavera y la intimidad, el delantal dorado y celeste.
-Es… raro. Algo de
pesadilla, todo de pesadilla, todo, ¿Por qué así, niño?
(53) Ibíd., p. 23: “El
viejo puso la pava en el suelo y volvió a su pequeña silla, sosteniendo el mate
en la mano. La risa brillaba azul, detrás de los anteojos.
-Qué doctor, Doctor Aránzuru…
está bueno.
Nora, la locura del
viejo, el plumaje de los animales muertos. Aránzuru tomó el mate, se inclinó
para chuparlo. Pero era solamente una apariencia de locura, como la apariencia
de vida de los pájaros inmóviles y la apariencia de mujer sabia en la
chiquilina flaca.” O también, p. 25: “Aránzuru asintió gravemente. El viejo
reía siempre, los dedos cruzados frente a la boca. Después se puso serio y
encogió los hombros.
-Bueno, Aránzuru. Usted
es filosófico. Vea, curioso… Porque yo había inventado la herencia por ella,
para que la nena estuviera contenta. Y va ella y la inventa para que yo esté contento,
y yo hago que lo creo…
Aránzuru volvió a
sentarse y llenó el mate enfriado.”
(54) Ibíd., II, p. 24.
(55) Ibíd., IX, p. 24.
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