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FLOR Y CANTO. OTRA FORMA DE PERCIBIR LA REALIDAD

 

 

por MIGUEL LEÓN PORTILLA

  

Este extenso ensayo sobre poesía prehispánica apareció publicado en el título homónimo Flor y canto. Otra forma de percibir la realidad (Cuadernos de la Coordinación de Humanidades Universidad Nacional Autónoma de México).

  

Cuando me encontraba en la etapa final de redacción de la Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, la que presenté como tesis de doctorado en la unam en agosto de 1956, tuve la suerte de toparme con un opúsculo del filósofo Martin Heidegger. Su título me atrapó, Aus der Erfahrung des Denkes (De la experiencia de pensar), publicado en 1954.

 

Ahí, entre otras cosas, escribió: “Tres posibilidades se ciernen sobre el pensar: una buena y provechosa, la posibilidad de volverse cantante o poeta. Otra, mala y por esto sutil, el mismo pensar que lleva a pensar contra sí mismo, cosa a la que rara vez se atreve. Pero la posibilidad más peligrosa es precisamente la de filosofar” (p. 15). Y es que, como lo expresa luego, “hasta ahora ha estado oculto el carácter poético del pensamiento” (p. 25).

 

A modo de comentario añadí entonces en la nota en que cité a Heidegger, “tomando en cuenta lo expresado por los sabios nahuas, los tlamatinime, ‘el pensamiento bueno y provechoso’ no estuvo precisamente oculto para quienes la forma de conocimiento verdadero [nelli, que da raíz] es el de la poesía, ‘flor y canto’”.

  

Con esta recordación vuelvo a enfrentarme ahora a quienes sonrieron y aun se burlaron al aparecer la Filosofía náhuatl (1956), expresando que era absurdo el solo suponer que tal forma de pensamiento pudo existir en el México prehispánico.

  

Mi propósito ahora es beneficiarme con lo que pude encontrar en no pocas de las composiciones que cité en la referida Filosofía náhuatl y asimismo con otras que aquí reúno.

 

Nuestro presente

 

Y emprendo esto consciente de que estoy pensando y escribiendo no en un tiempo abstracto sino en el nuestro particular de la segunda década del siglo XXI. Estamos viviendo no ya en “la edad de la fe”, en la que las preguntas básicas de la existencia tenían respuesta en virtud de las creencias. Estoy —y por si alguien o algunos me leen—, estamos en una época en la que los seres humanos pensantes tan sólo aceptan lo demostrable y también, por supuesto, lo que de una o varias formas les conviene, da placer o enriquecimiento más que nada económico.

 

Por lo menos desde los tiempos en que escribieron el escocés David Hume y el alemán Immanuel Kant en el siglo xviii, las “verdades metafísicas” han dejado de ser tenidas como tales. Kant decía respecto de ellas, que aparecían según se describen en la Ilíada, los restos mortales de los hijos de Hécuba que ella, afligida, contempla. La filosofía no pretende ya demostrar la existencia de un ser supremo ni de un alma dotada de libre albedrío, ni de una vida después de la muerte. Las filosofías actuales se ocupan de asuntos muy distintos: cuestiones éticas, psicológicas, científicas, económicas, sociales, políticas y aun lingüísticas.

 

Y, por otra parte, más allá de cualquier forma de filosofar, hoy recibimos una gama enorme de información teórica o sobre aconteceres que penetran en nuestra conciencia: hallazgos científicos y tecnológicos extraordinarios como el logrado, hace ya años, de la desintegración del átomo y su utilización pacífica, pero también bélica. Esto según ocurrió ya a fines de la Segunda Guerra mundial, con la capacidad destructora y mortífera de esa energía transformada en bombas atómicas. Y nos consta, que hay miles de esas bombas en los arsenales de las grandes potencias no ya sólo como mera advertencia sino como amenaza que ya un país ha empleado a mediados del siglo pasado. Otros géneros de percepciones nos acosan. Algunos son positivos como los logros de la medicación, que han alargado la vida humana; la transportación aeroespacial, obra de la ciencia y la tecnología que todo parecen lograrlo. Otras veces, en cambio, afligen a los mortales: la ininterrumpida serie de pequeñas guerras, so color de difundir el bien, tal vez, la democracia, pero que en el fondo se dirigen a lograr apoderamientos económicos. Y qué decir del cambio climático que, según los expertos, puede ser ya irreversible y catastrófico. Y a todo esto como en una lamentación de Jeremías, cabría añadir la miseria de muchos millones; la lacerante desigualdad, la corrupción, el terrorismo, el crimen organizado, los secuestros, las migraciones o desplazamientos forzados, en fin, todo lo que podría evocar la náusea de la que hablaban algunos filósofos existencialistas. Ello y mucho más hoy nos llega sin cesar gracias a inventos como la internet y desde hace ya mucho tiempo con la prensa, la radio y la televisión. A la luz de esto, ¿qué sentido puede tener pensar en filosofar aun cuando sea al modo del “cantante y el poeta”? Y, sin embargo, aun cuando el pensar es riesgoso, los humanos en todos los tiempos y lugares, han elucubrado y lo seguimos haciendo.

 

El pensar poético

 

Desde luego que no todo es funesto. Más aún y esta es la tesis que quiero proponer inspirado en el pensamiento de los tlamatinime, sabios del mundo náhuatl. Quiero preguntar si acaso ¿el pensar poético puede ser quizás, como lo dejaron dicho los sabios “una tea, una gruesa tea que da luz y no ahúma”? El camino que seguiré lo señalan antiguas composiciones, cantos, palabras que aduciré traducidas, teniéndolas como guías.

 

Fueron los que desarrollaron la civilización originaria que floreció a través de milenios en el México antiguo, con sus grandes metrópolis —Teotihuacan; Monte Albán, Palenque, Chichén-Itzá, Yaxchilán, Tula, Tenochtitlan y tantas otras—, quienes desarrollaron sus formas de escritura y calcularon con gran precisión los ciclos de los astros y concibieron un calendario que rigió su existencia, los que “dialogaban con su corazón”. Y, no voy a negarlo, esos sabios vivían al lado de gentes belicosas y que practicaban sangrientos rituales y algunos de ellos pensaron como “cantantes y poetas”. Fueron capaces de percibir de un modo distinto la realidad. A ellos acudo aquí en busca de un pensar que ahora pueda aún ayudarnos.

 

El discurrir de los textos

 

El acercamiento lo hacen posible las antiguas palabras de los tlamatinime, los sabios. No me detendré ahora para justificar el origen y autenticidad de sus palabras. En otros escritos me he ocupado de ello en favor de quienes deseen enterarse de la autenticidad de estos textos. Tendré que ser selectivo. El caudal de las composiciones de esos antiguos “cantantes y poetas” es relativamente grande. Mi selección inevitablemente será personal pero buscaré ser representativo y desde luego no seré tendencioso. No trato de engañar a nadie y menos a mí mismo.

  

El elenco incluirá palabras de cuatro principales fuentes: todas ellas en náhuatl y en buena parte con textos de origen prehispánico. Una es el manuscrito conocido como Cantares mexicanos, conservado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México; otro es el que ostenta el curioso título de Romances de los Señores de la Nueva España, en la Colección Latinoamericana de la Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin; el nombrado en náhuatl Huehuehtlahtolli, testimonios de la antigua palabra, que se conserva en varias colecciones de México, España, Francia y los Estados Unidos. A todo esto puede sumarse la recopilación de textos hecha por fray Bernardino de Sahagún en el siglo xvi, incluidos en el que se conoce como Códice florentino, conservado en la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia (principalmente el libro VI, edición del Archivo General de la Nación, México, 1979).

 

Cuicapeuhcayotl. El origen de las flores y los cantos

 

Flor y canto”, in xochitl in cuicatl, es expresión doblemente metafórica como lo son no pocas en náhuatl. Las flores evocan belleza, fragancia, colores, alegría y dan placer. Las flores se cultivan con esmero y cariño. En náhuatl se habla de xochimilli, sementeras de flores. Los cantos son a su vez entonación con variedad sin límites. Alegran, hacen pensar y aun llorar. Se conciben para llegar al corazón y propiciar la comunión entre los seres humanos y tal vez con seres divinos. Flor y canto, así en expresión aunada, integran doble metáfora porque en ella se combina y aúna lo que originalmente cada vocablo significa. Un sabio y poeta prehispánico dijo una vez que flor y canto es acaso lo verdadero en la tierra: xochitl, cuicatl, ahzo tle nelli in tlalticpac.

  

En no pocos poemas de varias formas aparecen dichos vocablos in xochitl, in cuicatl: flores, cantos. Estas son además las primeras palabras que aparecen en el manuscrito que conserva la Biblioteca Nacional de México. Se introducen con el vocablo cuicapeuhcayotl, principio y origen de los cantos. Estas son las primeras palabras:

 

Hablo con mi corazón,

¿Dónde tomaré bellas, fragantes flores?

¿A quién le preguntaré?

Tal vez le pregunte

al colibrí precioso, al colibrí color de jade.

¿Acaso he de preguntarle

a la mariposa color de ave tzacuan?

Porque de ellos es el saber,

conocen dónde están las bellas,

las fragantes flores.

 

Quien se describe en el poema como un cuicani, cantor, habla luego acerca del lugar donde se está adentrando en busca de esas flores:

 

Atraviese yo aquí el bosque de abetos

donde están los pájaros tzinitzcan.

O tal vez atraviese el bosque florido,

donde habita el rojo quéchol.

Ahí se inclinan,

resplandecientes de rocío,

con los rayos del sol

ellas se alegran allí.

 

Recordaré aquí que siendo yo muy joven, adentrándome también en un bosque, tuve una experiencia muy parecida. Era de mañana y las ramas de los árboles se inclinaban brillando, cargadas de rocío y formando pequeños arcoíris por obra de los rayos del sol que entraban en el bosque. Esa experiencia inolvidable la tuvo también el cantor a quien se debe este poema. Continúa éste y se aventura a decir que las ramas de los abetos “ahí ellas se alegran” y entonces vuelve a preguntarse:

 

¿Acaso ahí [en el bosque] veré a las flores?

Si me las muestran,

llenaré con ellas mi regazo

y así saludaré a mis amigos.

Con ellas

daré placer a los señores.

 

En verdad aquí viven,

ya escucho sus cantos floridos.

Es como si les respondiera la montaña.

En verdad junto a ellos

mana el agua preciosa,

está la fuente del pájaro azul.

Ahí lanzan sus cantos,

a sí mismos se responden con cantos

el cenzontle, ave de cuatrocientas voces;

le contesta el pájaro cascabel.

Hay música de sonajas,

variados, preciosos pájaros cantores.

Ahí alaban al Dueño de la tierra,

bien resuenan sus voces.

 

Digo, clamo con fuerza

que yo no os estorbe, amados de él.

En seguida guardaron silencio,

vino luego a hablar el colibrí precioso.

¿A quién buscas, cantor?

Al punto le respondo,

le digo:

¿Dónde están las bellas,

las fragantes flores

con las que habré de alegrar

a los que son semejantes a vosotros?

 

Luego me gorjearon intensamente.

Aquí hemos de mostrártelas a ti, cantor.

¿Acaso en verdad así darás alegría

a quienes son como nosotros, los señores?

 

Al interior de las montañas,

a Tonacatlalpan,

la Tierra de nuestro sustento,

a Xochitlalpan,

la Tierra florida,

me introdujeron.

Ahí donde brilla el rocío y resplandece

con los rayos del sol.

Allí vi las variadas, preciosas,

perfumadas flores,

las amadas y aromáticas flores

vestidas de rocío,

con los resplandores del arcoíris.

 

La misma idea del arcoíris que se forma con las gotas de rocío reaparece enmarcando el escenario de lo que luego va a ocurrir:

 

Ahí me dicen:

Corta, corta flores,

las que prefieras,

alégrate tú, cantor.

Llegarás a entregárselas

a nuestros amigos, los señores,

a los que dan contento al Dueño de la tierra.

 

Y yo pongo en mi regazo

las variadas, fragantes flores,

las gustosas, las que dan contento,

digo:

¡Ah!, que alguno de nosotros

viniera a entrar,

muchísimas llevaríamos.

Pero ya que he venido a saber,

iré a decirles a nuestros amigos.

Aquí siempre vendremos a cortar

las preciosas, variadas, fragantes flores

y a gozar con

los variados y bellos cantos.

Con ellos daremos placer

a nuestros amigos,

los señores en la tierra,

los príncipes, águilas, jaguares.

 

Pues todo lo fui a recoger, yo cantor,

así pongo flores en la cabeza de los príncipes,

así los atavío,

sólo con ellas lleno sus manos.

Luego entono un bello canto,

con el que son exaltados los señores,

delante del Dueño del cerca y del junto.

¿Pero aquél cuyo merecimiento es nada,

dónde ha de tomar, dónde ha de ver

las fragantes flores?

¿Acaso conmigo se acercará a Xochitlalpan,

la Tierra florida,

a Tonacatlalpan,

la Tierra de nuestro sustento?

Aquellos cuyo merecimiento es nada,

los que sufren,

los que echan a perder las cosas en la tierra.

 

En verdad sólo el Dueño del cerca y del junto

hace que alguien merezca

las flores aquí en la tierra.

Por eso llora mi corazón,

recuerdo que he ido allá,

a contemplar Xochitlalpan,

la Tierra florida, yo cantor.

Y digo,

en verdad no es lugar bueno,

aquí en la tierra.

En verdad no es el lugar

a donde hay que ir.

Allá hay alegría,

¿acaso sólo es en vano en la tierra?

En verdad es otro el lugar

donde se descarna la vida,

vaya yo allá,

vaya yo a cantar,

al lado de las variadas y preciosas aves,

disfrute allá de las bellas y fragantes flores,

las gustosas,

sólo las que alegran a la gente,

las que embriagan con gozo,

sólo las que embriagan y alegran con su fragancia.[1]

 

También tú y yo, nosotros, podemos buscar los bellos cantos, las bellas flores, podremos encontrar al colibrí precioso; él podrá decirnos dónde, tú y yo, nosotros, podremos alegrarnos; ahí están con ellos. Tal vez podremos disfrutar la paz que hace felices los corazones.

Los antiguos manuscritos, los cuicámatl, papeles de cantos, según lo veremos, pueden ser la fuente con el agua que tal vez logre saciar los corazones. Lo que importa es aceptar que hay flores y cantos en las cosas con las que nos topamos en la vida. Percibir lo bello y bueno enterándonos de que estamos inmersos en un universo con males e infortunios pero también con flores y cantos.

  

Nezahualcóyotl y la flor y el canto

 

Ofrezco aquí una composición en la que aparece el señor de Tezcoco, Nezahualcóyotl. En ella hay, por así decirlo, dos tiempos. En el primero se habla acerca de él y en el segundo aparece él mismo expresando su pensamiento. En el primer movimiento las flores y los cantos se entrelazan en torno a quien fue señor de Tezcoco. De él se dice que “en estera de flores” está pintando su canto, su palabra. Entre otras cosas se añade que con flores y cantos está ahuyentado la tristeza y el hastío. Y a continuación, interrumpiendo esa escena en la que se enmarca la figura de Nezahualcóyotl, en el poema se inicia el segundo tiempo del mismo. Nezahualcóyotl es ahora quien habla. En un breve poema afirma que su corazón sabe ya qué es lo que está escuchando, son cantos, y también que lo que contempla, son flores. En el contexto de esa experiencia personal e íntima, da salida a su anhelo, desea que ni las flores ni los cantos se marchiten y terminen.

 

En estera de flores

pintas tu canto, tu palabra,

tú, príncipe mío, Nezahualcóyotl.

 

Se va pintado tu corazón,

con flores de colores

pintas tu canto, tu palabra,

tú, príncipe mío, Nezahualcóyotl.

 

Deleitémonos con flores

que embriagan, que están en nuestras manos,

vengan a ponerse como guirnaldas,

corazones de flores,

están frescas,

abren sus corolas.

Ahí anda el ave,

parlotea, trina,

viene a conocer la casa del dios.

Sólo con nuestras flores tenemos placer,

sólo con nuestro canto desaparece

nuestra tristeza, señores,

con ellas se ahuyenta nuestro hastío […]

Ahora lo sabe y lo goza mi corazón

escucho un canto,

contemplo tu flor,

que nunca se marchite.[2]

 

Tú y yo, nosotros, como Nezahualcóyotl, podemos escuchar un canto y contemplar una flor. Para lograrlo podrán ayudarnos las palabras de un poema en el que se habla del señor mexica Itzcóatl y también de Nezahualcóyotl. Es una composición a mi parecer de sentido filosófico. En ella se compara al supremo Dador de la vida con un tlahcuilo, pintor y escribano, que en un códice o libro de caracteres y pinturas, da origen a todo lo que existe pintándolo con flores y cantos. Este poema viene a ser como una continuación de la experiencia que, ya vimos, han tenido el cantor que se adentró en el bosque en busca de flores y cantos, y también Nezahualcóyotl al tomar conciencia de lo que su corazón lo lleva a percibir en la flor que contempla y el canto que escucha. Es un paso más porque nos lleva a entrever que nosotros mismos no sólo no estamos lejos del universo de la flor y el canto sino que en un cierto modo nuestro más íntimo ser se halla inmerso en la flor y el canto. Este es el poema:

 

Con flores pintas,

Dador de la vida;

con cantos das color

a quienes vivirán en la tierra.

 

Después destruirás a águilas y jaguares.

Sólo en tu pintura

nosotros vivimos

aquí en la tierra.

 

Así, con tinta negra dibujas

a la comunidad,

al conjunto de los amigos,

con colores matizas

a los que vivirán en la tierra.

 

Después destruirás a águilas y jaguares.

Sólo en tu pintura

nosotros vivimos

aquí en la tierra.[3]

 

El universo es un códice o libro de pinturas, diseñado por el Dador de la vida que a todo da origen con flores y cantos. Tan sólo así puede existir algo en la tierra. Porque, si existimos en su libro de pinturas donde él nos ha pintado con flores y cantos, nosotros mismos, tú y yo, nos hallamos ya en el universo de la flor y el canto. Ahora será bueno continuar nuestra marcha. Nueva guía podrá ser el que se conoce como “Diálogo de la flor y el canto”. Hay en él expresiones que hablan del origen de las flores y cantos, así como de la significación más plena de ellos. Ahí, según veremos, habrá de decirse que las flores y cantos, del interior del cielo vienen, ahí está su origen.

 

El diálogo de la flor y el canto

 

En este diálogo la palabra ilumina el origen último de flores y cantos y también su significación más honda. En opinión de Ayocuan de Tecamachalco:

 

Del interior del cielo vienen,

las bellas flores,

los bellos cantos.

Los afea nuestro anhelo,

nuestra inventiva los echa a perder.

 

Toman parte en este diálogo otros cuicapicque, forjadores de cantos bien conocidos en la historia prehispánica. Tecayehuatzin, señor de Huexotzinco, toma la palabra al principio y enuncia el propósito de la reunión. Ha convocado a esos poetas amigos y les dice que:

 

Sólo con flores circundo a los señores;

con mis cantos los reúno

en el lugar de los atabales,

yo, Tecayehuatzin.

 

Pondera él de varias formas la belleza de las flores y la significación de los cantos. En seguida, en forma un tanto poética, plantea el tema del diálogo: esas flores y esos cantos “¿Son tal vez lo verdadero en la tierra?”. Esta frase, que es clave en el poema, va a recibir diversas respuestas, dirigidas a esclarecer el significado último de lo que es flor y canto. En vez de transcribir íntegramente este extenso diálogo, optaré por citar las palabras con las que cada uno de los invitados responde a lo que Tecayehuatzin les ha preguntado. El primero en responder es Ayocuan Cuetzpaltzin. Además de los que ha dicho ya sobre el origen de las flores y los cantos, discurre y afirma que “la amistad es lluvia de flores” y añade que “vuestro hermoso canto” es “como el del dorado pájaro cascabel que lo eleva muy hermoso”. Llega entonces a preguntarse si es que con flores y cantos es posible hablar al Dador de la vida. Otra preocupación parece afligir el ánimo de Ayocuan Cuetzpaltzin, que se pregunta enseguida:

 

¿Sólo así he de irme

como las flores que perecieron?

¿Nada quedará de mí?

¡Al menos flores, al menos cantos!

 

Toma luego la palabra Aquiauhtzin, señor de Ayapanco, pequeño pueblo cercano a Amecameca, en las faldas del volcán Popocatépetl. Su respuesta está henchida de metáforas. Comienza por afirmar que con flores y cantos busca al Dador de la vida y llega a decir que él es como el pájaro cascabel, que anda cantando y con su venida llueven las flores. Señala así la relación de la divinidad con todo lo que implican la flor y el canto. A él lo interrumpe el señor Cuauhtencoztli, personaje menos conocido, del cual ignoramos su origen. Sus palabras son portadoras de honda reflexión:

 

¿Son acaso verdaderos los hombres?

¿Mañana será aún verdadero nuestro canto?

¿Qué es lo que viene a salir bien?

Aquí vivimos, aquí estamos

pero somos indigentes,

amigos nuestros.

Si te llevara allá,

ahí sí estarías en pie.

 

Las palabras de Cuauhtencoztli llevan en sí la expresión de una duda. No es fácil atinar con la flor y el canto. Cantos hay que desentonan y flores que pronto se secan. Lo que expresa Cuauhtencoztli guarda también relación con la pregunta inicial de Tecayehuatzin: “¿flores y cantos son tal vez lo verdadero en la tierra?”. Tras esta breve intervención, correspondió hablar al tlaxcalteca Motenehuatzin. Como sorprendido, afirma que sólo ha llegado a cantar y pregunta acerca de lo que están expresando los otros poetas. Su punto de vista es que las flores y los cantos son lo que ahuyenta la tristeza:

 

Con mis cantos,

como plumas de quetzal

entretejo a la nobleza.

Todos vivimos,

todos andamos en medio de la primavera.

Flores desiguales, cantos desiguales;

en mi casa todo es padecer.

 

Las palabras de Motenehuatzin concluyen con una alabanza al señor de Huexotzinco, Tecayehuatzin:

 

He escuchado un canto,

he visto en las aguas floridas

al que anda ahí en la primavera,

al que dialoga con la aurora.

 

Tecayehuatzin, quien convocó la reunión, hace una pausa en el diálogo. Tal vez, como en otras reuniones, fue ese el momento en que se distribuyó entre los asistentes la bebida espumosa de cacao y se distribuyeron también los cañutos con el tabaco encendido. Tecayehuatzin vuelve a tomar la palabra:

 

Amigos míos, los que estáis ahí,

los que estáis en la casa de flores,

del pájaro de fuego enviado por el Dador de la vida

venid a tomar las plumas del ave quetzal,

cuanto hace reír a las flautas preciosas,

los señores que hacen sonar,

que resuenan los tambores con incrustaciones de turquesa,

en el interior de la casa de las flores

Escuchad: canta,

parla en las ramas del árbol con flores;

oíd cómo sacude su florido cascabel dorado

el ave preciosa,

el señor Monencauhtzin.

 

El aludido, es decir Monencauhtzin, toma entonces la palabra y dice:

 

Brotan, brotan las flores,

abren sus corolas las flores

ante el Dador de la vida.

Él te responde

al ave preciosa de dios,

al que tú buscas.

¿Cuántos se han enriquecido con tus cantos?

Tú los has alegrado,

las flores se mueven.

 

De sí mismo añade luego que su vida es dialogar y cultivar las flores y los cantos. Lo interrumpe Xayacámach de Tizatlan en Tlaxcala. Para él las flores y los cantos embriagan los corazones de los humanos:

 

Todos de allá habéis venido,

de donde están en pie las flores,

las flores que trastornan a la gente.

Habéis venido a provocar que lluevan

guirnaldas de flores,

las que embriagan.

 

En seguida se referirá a sí mismo y dirá:

 

Aquí, amigos nuestros, repito mis cantos,

yo que entre cantos he nacido,

aun se componen cantos.

Con cuerdas de oro

ato mi vasija preciosa.

Sólo atisbo las flores, yo vuestro amigo.

Con flores de colores he techado mi cabaña,

con eso me alegro.

Muchas son las sementeras del Dador de la vida.

 

Afirmar que con flores y cantos ha techado su cabaña equivale a decir que así ha podido arroparse en la tierra. En el diálogo nuevamente vuelve a tomar la palabra el señor Ayocuan de Tecamachalco. Su propósito es hacer elogio de Tecayehuatzin y de la patria de éste, Huexotzinco. Dice:

 

Asediada, odiada,

sería la ciudad de Huexotzinco

si estuviera rodeada de dardos.

Huexotzinco circundada de espinosas flechas.

 

Correspondió entonces al Señor de Huexotzinco, Tecayehuatzin, dar final al diálogo. De este modo lo hizo:

 

Amigos,

escuchad el sueño de una palabra,

cada primavera nos hace vivir

la dorada mazorca,

se nos otorga un collar,

¡Sabemos que son verdaderos

los corazones de nuestros amigos!

 

Un breve análisis de este diálogo ayudará a valorar la riqueza de sus significaciones. Desde un principio el señor Tecayehuatzin plantea la cuestión que le interesa esclarecer. Ha convocado a esa reunión de sabios y poetas para que expresen su pensamiento en torno a las flores y los cantos. Por su parte él desde un principio manifiesta que tal vez la flor y el canto son lo verdadero en la tierra. A su vez Ayocuan de Tecamachalco habla del origen de las flores y los cantos señalando que provienen del interior del cielo, son un don de los dioses, pero la inventiva humana a veces los echa a perder. Aquiauhtzin de Ayapanco, autor de otro canto, el de las mujeres guerreras de Chalco, exalta las bellas flores y los hermosos cantos. Son ellos lo que alegran el corazón.

A su parecer es posible encontrar flores y cantos en todo lo que nos concierne en la vida. Con la flor y el canto percibiremos mejor la realidad.

Cuauhtencoztli se presenta a sí mismo como un tlamatini o sabio y reflexiona sobre la verdad como raíz de los cantos. Ello refleja lo que es el hombre: será verdadero si su canto lo es.

Para Motenehuatzin los humanos sólo alcanzan flores y cantos desiguales que no superan por completo el padecer. No obstante, es posible adentrarse en un diálogo con la aurora, el ave preciosa, el pájaro de las milpas, el verdadero forjador de cantos.

El señor Tecayehuatzin, quien ha convocado el diálogo, toma entonces la palabra para hablar con los participantes recordándoles que están en el entorno de la casa florida, donde se escucha la música y resuenan los cantos, es decir, donde se aprende a descubrir las flores —la belleza y la armonía—, muchas veces oculta de la realidad.

Lo interrumpe Motenehuatzin quien asevera que las flores están brotando a su alrededor. Gracias a ellas y al canto de las aves es posible dirigirse al Dador de la vida.

Xayacámach, señor de Tlaxcala, toca entonces algo muy diferente. Las flores y los cantos pueden embriagar a los seres humanos e incluso trastornarlos como lo hacen los hongos alucinantes. A él le ayudan a aprender el sentido oculto de lo que da raíz en la tierra.

Tlapaltecuhtzin se pregunta quién es él mismo y responde que su ser lo lleva a cantar a las flores. Sostiene que su corazón las saborea al lado de la gente y añade que en medio de las flores ha brotado. Para él lo que en verdad importa es alegrarse y por eso agradece a Tecayehuatzin la invitación que le ha hecho. En su afán de arroparse en la tierra, nos dice también que con flores ha techado su cabaña.

De nuevo Ayocuan de Tecamachalco toma la palabra para encaminarse ya al término del diálogo. Haciendo un elogio de Huexotzinco, la ciudad de quien los ha invitado, sostiene que es lugar del cual están lejos los dardos y las flechas. En cambio, ahí perdura la música de las flautas y de las conchas de tortuga y ahí se venera al Dador de la vida.

El propio Tecayehuatzin concluye el diálogo expresando que, gracias a flores y cantos, es posible entrever el sueño de una palabra: saber que son verdaderos los corazones de los amigos.

Las significaciones de la flor y el canto son muchas, pero en el fondo son una: la que brota al percibir lo bueno y lo bello, unas veces patente y otras oculto en la realidad. Así lo dejaron dicho los sabios reunidos por el señor Tecayehuatzin de Huexotzinco

 

Libro de pinturas es tu corazón

 

Hay otros cantos que también pueden acercarnos a la significación de lo que en el fondo buscaban los poetas nahuas y podemos buscar también nosotros. Atenderemos a otro canto que se debe también a Nezahualcóyotl. Ostenta en el correspondiente manuscrito el siguiente título, Xopancuicatl “Canto de primavera”. Es un bello poema en el cual el poeta canta lo que, según nos dice, acontecía en su Amoxcalco, “la casa de las pinturas”:

 

En la casa de las pinturas

comienza a cantar,

ensaya el canto,

derrama flores,

alegra el canto.

 

Resuena el canto,

los cascabeles se hacen oír,

a ellos responden

nuestras sonajas floridas.

Derrama flores,

alegra el canto.

 

Sobre las flores canta

el hermoso faisán,

su canto despliega

en el interior de las aguas.

A él responden

varios pájaros rojos;

el hermoso pájaro rojo

bellamente canta.

 

Libro de pinturas es tu corazón,

has venido a cantar,

haces resonar tus tambores,

tú eres el cantor.

En el interior de la casa de la primavera,

alegras a las gentes.

 

Tú repartes

flores que embriagan,

flores preciosas.

 

Tú eres el cantor.

En el interior de la casa de la primavera,

alegras a las gentes.[4]

  

Hay preocupación y cansancio pero la alegría reverdece al son de los cantos

 

La alegría de los humanos reverdece con la armonía de los cantos y la belleza de las flores. Decir esto es declarar que la realidad puede ser enmarcada de formas distintas. Quienes la contemplan en la belleza de las flores y en la armonía de los cantos alcanzan a percibir en ella lo hermoso, bueno y alegre, lo que satisface al corazón. Así, lo que para otros puede llegar a ser desagradable y aun odioso, si se mira a la luz de las flores y los cantos, se apreciará como realidad que calma y da satisfacción.

La vida ofrece ejemplos abundantes. Hay quienes han atinado con las flores y los cantos. Recordaré aquí a algunos. Uno, que fue condenado a muerte, fue don Carlos Ometochtzin, nieto de Nezahualcóyotl. Se le condenó porque se empeñó en conservar lo que le daba raíz, el legado de su antigua cultura, la que describió como la sabiduría de su padre y su abuelo.

Recordación muy distinta nos lleva al quehacer de los médicos que con su inventiva y trabajo han salvado millones de vidas. Y también a los seres humanos que como Mahatma Gandhi, han liberado a su pueblo.

Recordaré también el caso de alguien que vivió a principios del siglo xx en una isla del Océano Pacífico, la llamada Molokai. Ahí existía un leprosorio. Vivió y trabajó en él quien era conocido como el Padre Damián. Se entregó él al servicio de los leprosos. Lo que a otros hubiera causado horror, a él le henchía el corazón. Sabía que auxiliaba y, hasta donde podía, daba contento a esos enfermos.

Un día ese Padre Damián se dio cuenta de que estaba contagiado de la lepra. Reunió entonces a muchos de los leprosos y les dijo: “Ahora soy uno de ustedes, ahora estoy mucho más cerca. Esto me da inmensa alegría. Hasta donde yo pueda seguiré sirviéndolos, hasta que llegue el fin de mi vida”.

Importa valorar esa experiencia. Reaccionar frente a la realidad depende en gran parte de uno mismo. Si la contemplas y la enmarcas en el universo de la flor y el canto, será para ti, como lo dejó dicho Nezahualcóyotl. Te hallarás como reposando en el jardín en el que crecen las flores que embriagan y se escuchan cantos que alegran. Con ellos, como lo expresó también Nezahualcóyotl, podrás dar contento a las gentes.

La composición que ahora citaré se encuentra en uno de los testimonios que se conocen como Huehuehtlahtolli, antiguas palabras o discursos de los ancianos. Forma parte de los consejos que daba el padre a su hijita cuando llegaba a la edad de discreción. Escuchemos el mensaje de esas palabras portadoras también de flores y cantos:

 

Aquí estas, mi hijita, mi collar de piedras finas,

mi plumaje de quetzal, mi hechura humana, la nacida de mí.

Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen.

 

Ahora recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado

a la tierra el Señor Nuestro, Dueño del Cerca y del Junto,

el hacedor de la gente, el inventor de los seres humanos.

 

Enseguida señala el padre a su hijita cuán difícil es existir en el mundo. No vacila en insistir acerca de ello. Pero a la vez le muestra que eso mismo puede contemplarse a la luz de otros aspectos del existir en la tierra. Haciendo suyos lo bueno y grato que existe más allá del sufrimiento. La anima así y le pone delante el mensaje de la flor y canto:

Ahora que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, cansancio. Por aquí surge, crece el sufrimiento, la preocupación.

Aquí en la tierra es lugar de mucho llanto, lugar donde se rinde el aliento, donde son bien conocidos la amargura y el abatimiento. Un viento como de obsidianas sopla y se desliza sobre nosotros.

Dicen que en verdad nos molesta el ardor del sol y del viento. Es éste lugar donde casi perece uno de sed y de hambre. Así es aquí en la tierra.

Oye bien, hijita mía, niñita mía: no es lugar de bienestar en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad.

Se dice que la tierra es lugar de alegría penosa, de alegría que punza.

Pero así andan diciendo los ancianos: para que no siempre andemos gimiendo, para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dio la risa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y también el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes.

Todo esto embriaga la vida en la tierra, de modo que no se ande siempre gimiendo. Pero, aun cuando así fuera, si saliera verdad que sólo se sufre, si así son las cosas en la tierra, ¿acaso por esto se ha de estar siempre con miedo? ¿Hay que estar siempre temiendo? ¿Habrá que vivir llorando?

Porque se vive en la tierra, hay en ella señores, hay mando, hay nobleza, águilas y jaguares. ¿Y quién anda diciendo siempre que así es en la tierra? ¿Quién anda tratando de darse la muerte? Hay afán, hay vida, hay lucha, hay trabajo. Se busca mujer, se busca marido […][5]

La antigua palabra nos dice que no es fácil vivir en la tierra; pero habla también de los aspectos buenos en la existencia. Por encima de los pesares, brota la palabra de las flores y los cantos.

 

Con esa palabra vivir

 

Las composiciones, originalmente en náhuatl, que he citado, hablan por sí mismas. Sólo hay que reflexionar acerca de lo que nos dicen.

La composición que ostenta el título de Cuicapeuhcayotl, “Origen de los cantos”, ayuda a ver que las flores y cantos —lo bello y bueno que nos alegra y satisface— debe ser buscado. Es verdad, por otra parte, que el pensamiento náhuatl lleva también a expresar que las flores y los cantos se hallan cerca de nosotros mismos que vivimos en el libro de pinturas del Dador de la vida. Aun así es necesario reconocer que, en el trasiego de la vida, muchas veces ignoramos o al menos olvidamos todo esto. Por eso debemos percatarnos de ello, buscando y encontrando.

El señor de Tezcoco, Nezahualcóyotl, según lo hemos visto, nos dejó su testimonio acerca de la experiencia de descubrir el universo de la flor y el canto: “ahora lo sabe y lo siente mi corazón, escucho un canto, contemplo una flor, ¡que no se marchiten!”.

Ese canto de Nezahualcóyotl sostiene que el Dador de la vida nos ha creado pintándonos con flores y cantos. Señalamiento de lo más íntimo de lo que somos. Si las flores y los cantos son lo bello y lo bueno por excelencia, es obvio que nuestro ser mismo, tal vez en un proceso de evolución puesto en marcha por el Ser supremo, o por la misteriosa naturaleza, ha ido produciendo seres cada vez mejores.

Si los animales se hacen oír produciendo ruidos, nosotros nos hacemos comprender por obra de un complejo aparato fónico y la capacidad simbolizante de nuestra mente.

Nuestro ser, a la vez que se muestra muy débil y perecedero, ostenta tal complejidad en su cerebro que hasta hoy no se nos han revelado en plenitud sus secretos. Y esto es verdad asimismo respecto del oculto misterio de la conciencia. El pequeño universo de nuestro cuerpo tan fácilmente afectable por la enfermedad, se halla a la vez dotado de una extraordinaria autodefensa. A la luz de esto resulta posible aceptar que fuimos diseñados y hechos con flores y cantos.

Del “Diálogo de la flor y el canto”, como ya lo vimos, son muchas las ideas y temas de reflexión que se abren ante la mirada de quienes se interesan por esclarecer el sentido de su existencia. Sin embargo, flores y cantos son para muchos algo que se pasa por alto. No son buscadas y encontradas. Podemos arroparnos en la vida con ellas, podemos de algún modo embriagarnos y percibir lo que otros ignoran.

Las posibilidades al alcance son muchas. Hay que saber buscar, encontrar y disfrutar. De esto nos habla el señor Tecayehuatzin que convocó a ese diálogo en Huexotzinco, cuando llegó a decir que “flor y canto es tal vez lo verdadero en la tierra” y añadió que ciertamente es lo que hace posible la amistad.

Nezahualcóyotl invita, en el poema citado al final, a entrar en la “Casa de las pinturas”, la Amoxcalli, para disfrutar ahí de los bellos cantos y las fragantes flores. Adentrarse en ese lugar en el que se halla la tinta negra y roja, símbolo de la sabiduría, con el que se plasman los códices, libros, pinturas y caracteres, es iniciar la búsqueda que puede conducir al hallazgo.

Con tal invitación se reitera el deseo de encontrar o saber encontrar, lo que puede satisfacer al corazón en la tierra. Finalmente, las palabras dirigidas por el padre náhuatl a su hijita se centran tanto en lo que aflige como en lo que da placer en el existir en el mundo. Señalan el camino para buscar y encontrar lo bueno y lo bello.

Lo hasta aquí expuesto en nuestro acercamiento al legado de poesía y canto de los tlamatinime, los sabios nahuas prehispánicos, podrá tal vez entenderse como un mensaje para los seres humanos, hoy tan agobiados a veces por sus problemas. No es un remedio o fácil panacea. El recurso de la flor y el canto exige voluntad y esfuerzo. Acudiendo a las antiguas composiciones al alcance, habrá que adentrarse en el bosque de verdes abetos con ramas resplandecientes por las gotas del rocío de la mañana para llegar hasta donde el precioso colibrí guió al cuicani, cantor, ansioso por encontrar el secreto de las flores y los cantos. En todas partes pueden ser ellos sutilmente perceptibles. Tan sólo lo que nosotros llamamos el Mal, el hoyo negro, crimen, odio, corrupción y todo lo que esto implica, no puede ser visto y gozado como flor y canto. El mensaje quiere ser éste: todos percibimos la realidad, pero sólo algunos se acercan a ella para encontrar lo bueno, lo que podrá ser sentido, como “lo verdadero en la tierra”. Encontrar las fragantes flores, esas que pueden embriagar a los humanos con el licor de la alegría; percibir los cantos que la naturaleza transmite de forma para muchos imperceptible, pero no por eso menos real, nos permitirá encontrar lo que de otras muchas formas nos afanamos por hacer nuestro. Esto parece ser el meollo del mensaje de la flor y el canto. Así lo percibió Nezahualcóyotl cuando dijo escuchar un canto y contemplar una flor.

Y así también lo sintió y vivió el guerrero y capitán Temilotzin. Vivió éste durante los días de la Conquista consumada por los hombres de Castilla. Era amigo de Cuauhtémoc y en gran parte compartió su destino.

En un canto en que se describe a sí mismo declara que su misión fue hacer amigos en la tierra. Habló también de flores y cantos como el camino que lleva a la amistad. Escuchemos hoy su mensaje:

 

He venido, amigos nuestros:

con collares ciño,

con plumas de guacamaya rodeo,

pinto con los colores del oro,

con trepidantes plumas de quetzal

enlazo al conjunto de los amigos.

Con cantos circundo a la comunidad.

La haré entrar al palacio,

allí todos nosotros estaremos,

hasta que nos hayamos ido a la región de los muertos.

 

Así nos habremos dado en préstamo los unos a los otros.

Ya he venido,

me pongo de pie,

forjaré cantos,

haré que los cantos broten,

para vosotros, amigos nuestros.

Soy enviado del Dador de la vida,

soy poseedor de las flores,

yo soy Temilotzin,

he venido a hacer amigos aquí.

 

 

[1] Cantares mexicanos, Biblioteca Nacional de México, fol. 1r-2r.

[2] Romances de los Señores de la Nueva España, fol. 19 v

[3] Romances de los Señores de la Nueva España, (Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin) folio 25r.

[4] Romances de los Señores de la Nueva España , f. 38v -39r.

[5] Huehuehtlahtolli, Códice florentino, libro VI, fol. 74 v.

  

Miguel León-Portilla (Ciudad de México, 1926), maestro emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México, es el mayor conocedor de la cultura náhuatl, “leyenda viva”, como lo nombrara la Biblioteca del Congreso de Washington en 2013. Es miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de El Colegio Nacional, así como de la Academia Cubana de la Lengua, entre otras asociaciones. Ha recibido el doctorado Honoris causa por más de quince universidades del mundo. Se le han otorgado numerosas distinciones, como el Premio Nacional de Ciencias Sociales, Historia y Filosofía (1981), la Medalla Belisario Domínguez (1995), la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio (1999), el Premio Internacional Menéndez Pelayo (2001), el Reconocimiento al Mérito Universitario (2007) y la Medalla Fray Bernardino de Sahagún (2014). Entre sus obras destacan Visión de los vencidos (1959, 2007, traducida a más de quince idiomas y reimpresa en innumerables ocasiones), la edición en tres volúmenes de los Cantares Mexicanos (2011), Toltecáyotl, aspectos de la cultura náhuatl (2014) y Quince poetas del mundo náhuatl (2015).


(Taller Igitur / Revista Literaria / 4-8-2021)

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