Artículo original de: Blog de Poética 2.0
El callejón del Gato es un pasaje peatonal encajado en el corazón del
Madrid antiguo, a pocos pasos de la Puerta del Sol. En esa callejuela, repleta
ahora de restaurantes y tabernas, un comerciante instaló a principios del siglo
XX dos espejos deformantes como reclamo para atraer clientes. «Todos los
madrileños que ya no somos muy jóvenes hemos ido a mirarnos alguna vez a los
espejos de la Calle del Gato, alboroto infantil permanente, atracción de paseos
ciegos y sin rumbo por la ciudad», dijo el lingüista y académico Alonso Zamora
Vicente. Así los describía, por su parte, Ramón Gómez de la Serna: «Calzados en
la pared y del tamaño del transeúnte de estatura regular, [los] dos espejos, uno
cóncavo y otro convexo, deformaban en don Quijote y Sancho a todo el que se
miraba en ellos».
La imagen que devolvían esos espejos se
convertiría para Ramón María del Valle-Inclán en la metáfora de una España que
él, a través de su personaje Max Estrella, veía como una «deformación grotesca
de la civilización europea». El protagonista de Luces de
Bohemia, un poeta ciego y acabado que pasa sus últimas horas
peregrinando por el Madrid más turbio, formulaba así las bases del Esperpento:
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado
Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el
Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una
estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un
espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una
matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo
cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma
las caras y toda la vida miserable de España.
DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.
Nacido en Vilanova de Arousa el 28 de octubre de 1866, Valle-Inclán
empleó también ese juego de espejos en su propia biografía, deformando los
hechos hasta hacer de su vida una obra de arte. Esa existencia nebulosa, a
medio camino entre ficción y realidad, comenzó un día de julio de 1899 en el ya
desaparecido Café de la Montaña de Madrid, entre la calle de Alcalá y la
Carrera de San Jerónimo.
Valle-Inclán nunca rehuía una discusión
—hasta el punto de llegar a retarse en duelo— y era de los que disfrutaban
teniendo la última palabra. En aquella ocasión, tal como relataron las crónicas
de la época, «pidió un café con leche y una botella de agua y se sentó a la
mesa, donde se estaba dando conversación compuesta por el editor Ruiz Castillo,
Jacinto Benavente, el cronista Manuel Bueno y el pintor Paco Sancha». La
tertulia giraba alrededor del duelo entre un aristócrata andaluz y un
caricaturista portugués que, días atrás, se habían enzarzado a cuenta del valor
personal de españoles y portugueses.
Los ánimos se encresparon hasta tal
extremo en el Café de la Montaña que Manuel Bueno agarró su bastón con barra de
hierro y se encaró con Valle-Inclán, que blandía la botella de cristal llena de
agua. El cronista descargó un bastonazo contra su adversario, que alzó
instintivamente el brazo izquierdo para protegerse. El impacto le destrozó los
huesos cúbito y radio, una fractura imposible de tratar en aquella época. El
único remedio posible, la amputación. Según algunas versiones, Valle-Inclán
aceptó perder el brazo pero pidió que no se le cloroformizara. Otros aseguran
que llegó a afeitarse parte de la barba para poder ver con todo detalle la
operación mientras se fumaba un puro habano. A su regreso al Café de la
Montaña, demostró no guardarle ningún rencor a Manuel Bueno. «Tranquilo», le
dijo, «que el brazo de escribir es el derecho».
Más tarde, disfrutaría alimentando la leyenda. Unas veces contaba que le
había mordido un león; otras, que las heridas recibidas en una pelea contra el
bandido mexicano Quirico habían obligado a amputar. Y aún, una noche más en el
Café de la Montaña, relató cómo durante su estancia en un palacio gallego, el
sirviente le informó de que no quedaban víveres para preparar un estofado.
Valle, de acuerdo con su relato, le instó a que trajese un cuchillo y
arremangándose le espetó: ¡Corta un buen trozo de esto!. «En esta casa nunca
faltará la comida», sentenció.
Manuel Alberca, catedrático de
Literatura Española en la Universidad de Málaga, publicó en 2015 La espada y la palabra (Tusquets), una exhaustiva
biografía de Valle-Inclán que intenta ver más allá de las «pistas falsas» y
«levantar un relato veraz que saque al escritor de ese limbo de irrealidad en
que lo ha confinado y distorsionado la leyenda».
Otros intentos anteriores, como la biografía escrita por Ramón Gómez de la Serna en 1944, sólo sirvieron para hacer más difícil aún el distinguir entre la persona y el personaje. «Construyó con calculada estrategia e hizo un retrato de sí mismo repartido entre la invención, la leyenda y el humor. A cualquiera que se acerque a él le obliga a calibrar continuamente los datos de su vida que él facilita. Todo sostenido en mentiras y medias verdades», asegura Alberca.
Para empezar, aunque tuvo épocas difíciles, en ningún momento fue pobre
ni tampoco compartió la vida miserable de algunos de sus personajes. En
palabras de Antonio Machado, «nunca fue Don Ramón, ni aún en los tiempos de
mayor penuria, un bohemio a la manera desgarrada, maloliente y alcohólica de su
tiempo». Y según Alberca, «trabajó en la creación y difusión de sus obras,
disponía de tiempo y dinero para divertirse y tenía una red de amigos y
círculos burgueses».
Además, desempeñó diversos empleos públicos y obtuvo prebendas, entre
ellas su nombramiento en 1916 como catedrático de Estética en la Escuela de
Pintura, Grabado y Escultura de Madrid. Entonces residía en Galicia, pero ello
no impidió que siguiera cobrando sin presentarse a trabajar. Así, sin moverse
de casa, consiguió dinero suficiente para mantener a su mujer y a sus cinco
hijos. Tiempo después sí se desplazaría para desempeñar los cargos de
conservador del Patrimonio Artístico Nacional o la presidencia del Ateneo de
Madrid, de los que dimitiría a los pocos meses.
Políticamente se movió por el filo de la contradicción. Su rechazo a la
dictadura de Primo de Rivera y su participación como fundador en la Asociación
de Amigos de la Unión Soviética convivieron con la admiración que manifestó por
el fascismo italiano: «En toda la política de Mussolini impera el sentido de la
universalidad. Si pudiera llegar a haber unos estados europeos o cuando menos
unos Estados Unidos de Europa, no podría haber otra capital que Roma»,
afirmaría. Según Manuel Alberca, «su ideología era tradicionalista y su
idiosincrasia es lo que hoy sería de derechas. Su militancia carlista no era
solo estética y fue activo muchos años. Llegó a decir: ‘¿Para qué más
libertad?’ o ‘¿La República? Que la defiendan quienes la necesiten».
Enfermo de cáncer, la muerte le
encontró la Noche de Reyes de 1936, en un sanatorio de Santiago de Compostela.
Como relata el poeta Luis Antonio de Villena, eran los momentos de máxima
tensión entre las ‘dos Españas’. Se dice que Valle-Inclán ni se confesó ni
recibió la extremaunción, ya que su hijo y sus amigos de izquierdas vigilaron
para que no se le acercara ningún cura. El día del entierro, bajo una intensa
tromba de agua, cuentan que un joven se abalanzó sobre el féretro para arrancarle
el crucifijo, precipitándose al barrizal en el fondo de la tumba. Algunos dicen
también que ese joven acabaría siendo fusilado por los franquistas, aunque en
ninguna de las crónicas del entierro que aparecieron en prensa se hacía
referencia al incidente.
Ocho décadas después el espíritu de Valle-Inclán sigue vivo en el eco de
sus palabras en los teatros, en los recorridos por el Madrid bohemio de Max
Estrella que hasta hace poco organizaba todos los años la Irreal Academia del
Esperpento… y en los espejos del Callejón del Gato, destrozados por unos
vándalos en 1998 y sustituidos ahora por dos réplicas de plástico que siguen
sirviendo a la metáfora de una España que no se reconoce en el reflejo.
FUENTES:
Madrid a Fondo: Los
espejos cóncavos y convexos, el Esperpento y el Callejón del Gato
La Cultura del XIX al XX en España: Curiosidades
de Valle-Inclán
ABC: La
verdadera historia por la que Valle-Inclán quedó manco en un café de la Puerta
del Sol
ABC: Valle-Inclán,
77 años sin el gran capitán lírico de la literatura española
EL MUNDO: Valle-Inclán,
enigma descifrado
EL PAÍS: Todas
las máscaras de Valle-Inclán
EL PAÍS: El
esperpento vuelve a reflejarse en el ‘callejón del Gato’
Crónica Popular: El
día que murió Valle-Inclán
El Cultural: reseña
de ‘La Muerte de Valle-Inclán’ por Luis Antonio de Villena
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