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La búsqueda de la planta mágica Ska María Pastora (4)
Paseo a lomo de mula a
través de la montaña mejicana (4)
Nuestra estación
siguiente fue San José Tenango, situado en un valle profundo; un poblado en
medio de vegetación tropical, con naranjos, limoneros y platanares. Aquí, de
nuevo el típico cuadro de pueblo: en el centro una plaza de mercado con una
iglesia semiderruida de la época colonial, dos o tres tabernas, una tienda de
ramos generales y cobertizos para caballos y mulas.
En la ladera del monte
descubrimos en la densa selva virgen una fuente, cuya hermosa agua fresca
invitaba a bañarse en una piscina natural en las rocas. Fue un goce
inolvidable, después de tantos días sin poder lavarnos con comodidad. En esta
gruta vi por primera vez a un colibrí en medio de la naturaleza, una joya que
centelleaba con un azul verdoso metálico y mariposeaba entre las flores de las
lianas que formaban el techo de hojas.
Con la ayuda de las
relaciones de parentesco de doña Herlinda se produjo el contacto con
curanderos, por ejemplo, con don Sabino. Pero este, por motivos poco claros, se
negó a recibirnos para una consulta de las hojas. Una curandera vieja, muy
respetable, con un vestido mazateca de una belleza fuera de lo común, quien
respondía al nombre de Natividad Rosa, nos regaló todo un ramo de ejemplares en
flor de la planta buscada, pero tampoco ella aceptó realizar la ceremonia con
las hojas para nosotros. Alegó que estaba demasiado vieja para el esfuerzo del
viaje mágico, en el que habría que recorrer varios caminos a determinados sitios:
a un manantial en el que las mujeres sabias reúnen sus fuerzas, a un lago en el
que cantan los gorriones y en el que las cosas obtienen su nombre. Natividad
Rosa tampoco nos reveló dónde había recogido las hojas. Dijo que crecían en un
valle boscoso muy, muy lejano; y que, donde quitaba una planta, ponía un grano
de café en la tierra, como agradecimiento a los dioses.
Teníamos ahora plantas
enteras, con flores y raíces, adecuadas para la determinación botánica. Se
trataba evidentemente de un representante de la especie salvia, pariente
del conocido amaro. Esta planta tiene flores azules coronadas por un casco
blanco, ordenadas en una espiga de unos 20 a 30 centímetros de largo y cuyo pedúnculo
acaba azul.
Al día siguiente Natividad Rosa nos trajo toda una cesta llena de hojas, por las que se hizo pagar cincuenta pesos. El negocio parecía haberse difundido, pues otras dos mujeres nos trajeron ahora más hojas. Como sabíamos que en la ceremonia se bebe el jugo exprimido de las hojas y que, por lo tanto, es este el que debe de contener el principio activo, exprimimos las hojas secas en un mortero y las estrujamos luego sobre un paño. El jugo, diluido con alcohol como conservante, lo colocamos en botellas, para que se lo pudiera analizar más adelante en el laboratorio de Basilea. En esta tarea nos ayudó una niña india, acostumbrada a usar el metate o mortero de piedra con el que los indios muelen el maíz desde tiempos inmemoriales.
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