por Ulises Paniagua
Comparto una serie de reflexiones acerca del estado
literario del cuento. Se trata de quince puntos específicos que espero puedan
contribuir, de algún modo, a resolver ciertas dudas o, en su defecto, a
expandir preguntas múltiples acerca de este género tan bello, profundo y
misterioso. Que los lectores salven a nuestro querido cuento, durante
largos años:
1. Un cuento moderno o posmoderno es una narración breve, espléndida,
continua, fresca, llena de vitalidad; aunque no mínima. Posee ante
todo unidad, se puede y se debe leer, como diría Allan Poe, en una sola sesión,
sin distracciones mayores durante el hilo conductor de la trama. En el
cuento lo más importante no son los personajes o su psicología, sino el
evento. El "hecho", es decir, "lo que ocurre", es la
base del relato, ya sea este realista o ficticio. Suele y debe ir asociado
al asombro, a un profundo interés por los misterios del universo, o al menos de
la condición humana.
2. El cuento literario es un producto de la modernidad, y tiene su
derivación en la posmodernidad. Es situacionista, porque se inscribe en
las preocupaciones del ser humano del siglo XX y XXI, con la consecuente
búsqueda del orden del caos, o del desorden caótico dentro de la
rutina. Por otra parte, el cuento literario contemporáneo no intenta
explicar el mundo o brindar lecciones, como sucede en las antiguas fábulas,
parábolas o historias populares. Es más, en ocasiones disfruta de una
profusa ambigüedad.
3. A diferencia de los relatos populares, en el cuento actual es
esencial la prosa, el uso del lenguaje. En lo popular era fundamental lo
que se contaba. En el cuento literario moderno y posmoderno no sólo es
indispensable lo que se cuenta, sino la estructura y el estilo, es decir el
“cómo se cuenta”. Borges, Carpentier, Lispector, Rulfo, Munro o Cortázar
no serían ellos si les restamos la prosa espléndida a tales
genialidades. Las escuelas de literatura surgidas recientemente han
contribuido con ahondar en las preocupaciones formales o estilísticas, por
fortuna.
4. Otra diferencia es que al cuento popular le divierte la candidez
en el relato (donde encuentra cierta sabiduría). El cuento moderno y
posmoderno es incisivo y pretende ser inteligente, aún en su
inocencia. Muchas veces, desde luego, mantiene cierto humor negro o un
dramatismo ácido. El cuento popular surgió de un proceso de creación
espontánea bucólica ante la vida. El literario se somete a dos vertientes
antagónicas: la razón o el inconsciente. La vida no enseña con mucha
dulzura en el cuento moderno.
5. Cada día me convenzo de que aún los cuentos posmodernos, en medio
del fervoroso ciclón de la vanguardia o la búsqueda de originalidad, deben
poseer el “encantamiento” del que habla Vladimir Nabokov. Un cuentista es
un “encantador”, no debe olvidar que la intención de su historia es llegar a un
público al que debe cautivar, como las abuelas y los abuelos con las historias
que contaban a los nietos.
6. Los cuentos deben aspirar al suspenso o la máxima concentración
del lector o espectador a través de la enunciación de una serie de sucesos que
desembocarán en un final, ya sea asombroso, o esperado pero simbólico. De
este modo el cuento mantiene sus orígenes etimológicos: contus, es
decir, enumerar, contar una serie de eventos que relatan un hecho, "un
algo" que ocurre, ya en el plano real, ya en el universo fantástico.
7. Existen diversas formas de escribir un cuento moderno o
posmoderno; pero me avoco a pensar que he detectado al menos siete maneras
desde el inicio del siglo XX hasta hoy (segunda década del siglo XXI): 1) el
método de Poe;2) “el antimétodo” de Carver: 3) las ficciones calvinescas y
borgeanas; 4) los microcuentos; 5) los cuentos inter, meta y trans
textuales; 6) el “método de la licuadora”; y 7) la corriente
feminista.
8. El método de Edgar Allan Poe consiste en un relato preciso,
exacto, casi matemático, que suele concluir con un final inesperado (un giro de
tuerca), y busca “ganar por nocaut”, como lo comento alguna vez Julio
Cortázar. Para el cuento moderno es importante iniciar con una frase
contundente, al modo de “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó
a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”, o
“Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se
encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
9. El estilo de Raymond Carver tiene grandes fundamentos en Anton
Chéjov; es de algún modo un “antimétodo” si lo comparamos con los consejos
de Poe; es ajeno una precisión matemática; se trata de historias que
poco tienen de breves, que retratan el absurdo de las relaciones amorosas o
sociales, y suelen tener un final abierto, además de ajeno a lo dramático,
Concluye por lo general con una frase que funciona como una puerta hacia
múltiples interpretaciones , y se desarrolla en medio de la mediocridad
intencional de sus protagonistas.
10. Las ficciones son un género practicado por autores como Jorge Luis
Borges, Italo Calvino, Franz Kafka, Giovanni Papini, Julio Torri y Juan José
Arreola. Son historias breves, escritas con una prosa deliciosa; se
trata de textos no mayores a dos páginas por lo general, y que tienen mucho que
ver con el asunto de la imaginación, o un tema de libros. Ejemplos de ello
son las ciudades invisibles o los manuales de zoología fantástica. Las
ficciones son un género de relatos altamente literarios, muy cercanos a los
viajes imposibles y las bibliotecas.
11. Los microcuentos son historias brevísimas, casi siempre de corte
humorístico, que al modo de un haikú dejan al lector envuelto en un eco de lo
leído. Gozan de una precisión contundente, o al menos asombrosa de algún
modo. Pero cuidado, hay que guardar respeto a este estilo. Es frecuente
que ciertos autores escriban chistes pésimos o aforismos insípidos, y pretendan
engañar a los lectores haciendo pasar sus textos por microcuentos.
12. La intertextualidad brinda diversidad a la literatura, de manera
actual y no tan actual. Se trata de juegos literarios donde se cita una
obra para hacer de ella una parodia o una distopía. Se juega, como Borges, para
citar nombres de autores inexistentes y mezclarlos con fuentes reales; se
realiza la continuación de un libro famoso, o se recurre a novelar la vida de
un autor imaginario. Como ejemplo, el libro “El año de la muerte de
Ricardo Reis”, de José Saramago, donde el autor hace asistir al funeral de su
heterónimo, al mismísimo autor portugués, Fernando Pessoa. Es necesario aclarar
aquí que lo o inter, trans o metatextual no es una novedad; lo encontramos
ya en las antiguas historias de “Las mil y una noches”; en la casi secuela
de la “Eneida”, de Virgilio, con respecto a “La Iliada” y la Odisea” de
Homero;y en el propio Quijote.
13. El “efecto licuadora” es el resultado de la posmodernidad, y quizá
de la hipermodernidad. Es un método que fusiona asuntos y géneros, de tal
modo que se puede reproducir un relato con preocupaciones filosóficas,
dialécticas y estéticas al mismo tiempo, tras la apariencia de un ameno relato
(así lo hace Mario Bellatin desde su “Escuela dinámica de
escritores”). “King Kong” es otro ejemplo de ello, pues dicha historia se
trata en evidencia -no tan evidente- de una historia de aventuras, y al mismo
tiempo de una historia de amor y terror, con una dosis metafórica donde la
naturaleza vence a la necia y prepotente “civilización” humana, al menos
durante unos días. Guillermo del Toro, a través de sus guiones de cine, es
alguien que maneja de modo magistral este “efecto licuadora”. Una novela que,
bajo esas características, fusiona un barroco posmoderno con cierto
“realismo surrealista de tinte poético”, es “Paradiso” de José Lezama Lima.
14. Como un método adicional podemos agregar las historias feministas
que, dentro del género fantástico, realista, e incluso dentro del género de la
ciencia especulativa, han logrado producir conciencia y visibilidad hacia la
mujer y. con ello, modificar el rumbo del mundo. Ejemplos de ello son
la novela -llevada al cine- “Fóllame” (Baise-Moi), de Virginie Despentes, y “El
quinto hijo”, de Doris Lessing (Premio Nobel 2007).
15. Finalmente, como epílogo y resumen de este corto ensayo, es necesario manifestar mi ferviente deseo acerca de que el cuento perdure mientras exista la humanidad. Seguramente así será, porque al ser humano le fascina y le seguirá fascinando escuchar o leer una serie de eventos afortunados, o en su caso desafortunados (a la manera de Charles Dickens), que se presentan ante sí como un espejo o un monstruo; una transparencia de ilusiones propias, o en todo caso, de los más íntimos deseos y los hondos temores. El género del cuento, por humano e imposible, es inmortal. Y de vez en cuando, por fortuna, amoral.
(Nido de palabras / 7-8-2021)
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