por Raúl Rivas González
Con una carrera que se extendió desde
el debate político a la literatura, Wells absorbía y plasmaba en sus novelas
distópicas los rápidos avances científicos que se sucedían en la segunda mitad
del siglo XIX, consiguiendo inspirar la evolución tecnológica de la humanidad.
John Frederick
Clute, historiador y crítico canadiense de ciencia ficción y literatura
fantástica, dijo de Herbert George Wells, más conocido como H. G. Wells, tenía
una voz aguda y atiplada y que su piel olía a miel. Hoy, 13 de agosto, se
cumplen 75 años de su muerte. H. G. Wells (1866 – 1946) fue un prolífico
pensador, educador, escritor y novelista británico que es considerado, junto a
Hugo Gernsback (1884-1967) y a Julio Verne (1828-1905), uno de los padres creadores del moderno género literario de la
ciencia ficción.
La ciencia
ficción es un factor común en una amplia gama de relatos y de culturas
diferentes a lo largo de la historia de la humanidad, pero la revolución
científica y los principales descubrimientos en astronomía,
física, química, biología y matemáticas acontecidos en el siglo XIX proporcionaron
las premisas y el escenario adecuados para que surgiera la ciencia ficción
moderna, que facilitó novedosas y fabulosas obras escritas argumentadas en base
a este género.
Wells nació en
1866, en plena época victoriana, escoltado por un florecimiento inusual de las
ciencias y de la tecnología. Por citar algunos ejemplos, en el mismo año de su
nacimiento se publicaron las Leyes de la herencia de Gregor
Mendel y se instaló el primer cable transatlántico
que unió Nueva York con Londres. Hasta finales del siglo, cada año
surgieron sucesos científicos muy relevantes. Por ejemplo, el descubrimiento de
los ácidos nucleicos, de los rayos X, de la radioactividad, de los canales de
Marte y de numerosos asteroides, que marcaron a la sociedad de la época y al
propio Wells. A medida que avanzaba el siglo XIX, los progresos en la ciencia cambiaban la forma en que los seres humanos razonaban sobre
cuál era su posición en el cosmos, lo que tuvo profundas
implicaciones para el desarrollo de la renovada ciencia ficción.
Niño lector
Inmerso en los
textos, Wells descubrió nuevos mundos y el deseo de escribir. Así, superada la adolescencia,
Wells, que amaba la literatura y la ciencia a partes iguales, consiguió una
beca para ingresar en la Normal School of Science de
Londres. Allí estudió biología con Thomas Henry Huxley, biólogo y antropólogo
inglés, especializado en anatomía comparada y ferviente defensor de la teoría de la evolución de Charles Darwin.
Wells era permeable a todo el desarrollo cultural y científico que ocurría a su
alrededor y, aunque tuvo una infancia colmada de carestías, desde muy joven
entró en contacto con las obras de diferentes escritores. Esto fue debido a un
accidente que le provocó una fractura en la pierna y que obligó al mozalbete de
ocho años a estar postrado varias semanas en la cama y a
combatir el aburrimiento leyendo libros de la biblioteca local
que le llevaba su padre.
Esta etapa
afianzó los conocimientos científicos de Wells y le permitió expresar sus
puntos de vista sobre la literatura y la sociedad en la revista The Science School Journal, donde dispuso las bases
sobre las que construir los famosos relatos de ciencia ficción que escribió el
autor. El talento de Wells era encomiable y redactó prolíficamente sobre
ciencia, educación, historia y política. Produjo más de 150 libros y
folletos y numerosos artículos y cartas publicados en la prensa.
A principios de
1888, mientras gestionaba como podía el crudo invierno e intentaba sortear las
profundidades de una incipiente depresión, Wells suspendió los exámenes
universitarios de segundo año y perdió su beca. El futuro pintaba azul oscuro
casi negro, pero comenzó a ganar algo de dinero enseñando ciencias en una
escuela provincial.
Por desgracia,
entonces sufrió un colapsó de salud que fue diagnosticado como tuberculosis. La
enfermedad auguraba la posibilidad de una invalidez prolongada en el mejor de
los casos o de una muerte temprana en el peor. Con poco que perder, Wells decidió viajar a Londres con tan solo cinco libras donadas por
su madre. Alquiló una habitación en Theobalds Road y luchó por
encontrar trabajo. Pasaron los días y la situación, estancada en la miseria, no
varió. Los pocos chelines que atesoraba comenzaron a estar en peligro de
extinción. Justo cuando iba a dilapidar el último ejemplar que rodaba por el
bolsillo, la rueda de la fortuna hizo una pirueta y Wells empezó a trabajar a
destajo en los periódicos, escribiendo párrafos para distintas compañías.
Además, también
encontró un empleó como docente en Kilburn. En pocos meses Wells se convirtió
en un notorio profesor de ciencias en Londres pero, de nuevo, problemas de
salud, vestidos de hemorragia pulmonar y de larga gripe insidiosa, trastocaron
sus prometedores planes. Estaba claro que Wells no podría sobrevivir a los
rigores físicos de ser profesor. Convaleciente, pulió un ensayo impregnado de
ciencia que, sorprendentemente, fue publicado por The Fortnightly Review, una de las revistas más
importantes e influyentes en la Inglaterra del siglo XIX. El texto incluyó una
especie de manifiesto que puede ser interpretado como un aviso de la ficción
que, poco después, destilaría la pluma de Wells.
Más
que un escritor de ciencia ficción
Wells alcanzó
fama internacional con sus novelas fantásticas, pero también fue partidario de
la novela de contenido y crítica social. Estaba convencido de que era
necesario instaurar un sistema social más justo, lo que motivó que
participara en la Sociedad Fabiana de Londres, un grupo de personas cuyo
objetivo era instaurar el socialismo pacíficamente, inoculando sus ideas en las
universidades y en el gobierno.
Durante su
trayectoria, Wells participó en el debate político cotidiano de Gran Bretaña
interviniendo en una amplia gama de temas, incluida la política educativa, la
reforma social, el gobierno imperial, la estrategia militar, las relaciones de
género, las carencias de las instituciones democráticas existentes y el
capitalismo. Dadas sus intervenciones, fue vinculado al socialismo y encontró
una audiencia especialmente receptiva entre los pensadores progresistas de los
Estados Unidos de América.
Sin embargo, en
mayo de 1910, Wells contribuyó con una carta al primer número del diario
oficial de la Liga Nacional de Jóvenes Liberales donde escribió que era
conocido como socialista, pero que nunca había dejado de ser liberal, que no
era exactamente lo mismo que ser un miembro del Partido Liberal, y que el liberalismo representaba al socialismo como el alma al cuerpo.
El talento de Wells era encomiable y su brillantez como comunicador de la
ciencia despuntó con fuerza atrayendo la amistad de numerosos científicos,
entre los que destacó Sir Richard Gregory, profesor de astronomía en el Queen’s
College de Londres y presidente del Comité de Enseñanza de las Ciencias en las
Escuelas Secundarias. Gregory fue editor de la revista Nature entre 1919 y 1939 y se le atribuye haber
ayudado a establecer la publicación en la comunidad científica
internacional. Wells publicó, durante 50 años, 25 artículos en la revista
Nature con escritos como el publicado en 1894 que tituló «Popularizando
la ciencia» y con los que intentaba inspirar y provocar a
decenas de pensadores contemporáneos para que contribuyeran con una marea de correspondencia,
reseñas de libros, avisos y otros comentarios.
La Primera Guerra
Mundial fue una catástrofe sin precedentes que dio forma a nuestro mundo
moderno y que marcó a Wells. El 14 de agosto de 1914, publicó en The Daily News un artículo titulado «La guerra que
acabará con la guerra» y en el que opinaba que el conflicto no era
una guerra de naciones, sino de la humanidad, nacido para exorcizar
una locura mundial, poner fin a una era y alcanzar la paz. Wells esperaba
que el final de La Gran Guerra trajera consigo el desarme y la creación de un
estado supranacional. Por desgracia, la lección que trajo la contienda duró
poco y, comprendiendo que el conflicto humano no terminaría con la guerra, las
perspectivas futuras abatieron profundamente al escritor.
De ‘La máquina del tiempo’ a ‘La guerra de los mundos’
Antes de que
aconteciese la primera gran guerra, a finales del siglo XIX, Wells ya publicaba
a un ritmo vertiginoso, principalmente textos científicos, pero en poco tiempo
los temas se ramificaron con rapidez y en 1895 llegó La máquina del tiempo. Se trata de una
novela inspirada en la teoría darwiniana que Wells había adquirido a
través de Huxley. En la obra, un científico construye un artefacto
que le permite viajar físicamente a través del tiempo y con el que consigue
trasladarse hasta el año 802701. Allí descubre que la humanidad ha evolucionado
en dos razas separadas: los hermosos pero insensatos Eloi, que viven vidas
hedonistas por encima de suelo, y los salvajes y feos Morlocks, que viven bajo
tierra y que salen por la noche para devorar a los Eloi. El viajero logra
avanzar más en la línea temporal y alcanza un futuro en el que monstruos con
forma de cangrejo corretean por una playa terminal bajo un sol
moribundo. Esta primera novela de Wells fue un éxito inmediato de crítica
y público, dio fama y dinero al escritor y cambió la historia de la ciencia
ficción. Alentado por el feliz resultado, en apenas cuatro años, Wells escribió
otros títulos revolucionarios.
En 1896, cuando
la comunidad científica del Reino Unido estaba sumida en los debates sobre la
vivisección de los animales, Wells publicó La isla del doctor Moreau.
En la novela un caballero de clase alta, llamado Edward Prendick, naufraga en
una isla tropical perdida y conoce a un científico de nombre Moreau que trata
de transformar quirúrgicamente animales en seres humanos. Los híbridos
animal-humano de la novela son precursores aproximados de las quimeras
embrionarias de hoy en día y presagiaron la era de la
ingeniería genética.
En 1898
publicó La guerra de los mundos, que describe una invasión
marciana a la Tierra. Cuarenta años después de su publicación, en la noche de
Halloween de 1938, la transmisión radiofónica de la novela en el Teatro Mercury
por parte de Orson Welles provocó el pánico generalizado en la ciudad de Nueva
York. Los marcianos de esta obra atacaban con lo que Wells llamó «rayo de
calor», una súper arma capaz de incinerar a humanos indefensos con apenas un
destello de luz silencioso. Al año siguiente Wells publicó la novela El hombre invisible en la que un científico
llamado Griffin y dedicado a la investigación en el campo de la óptica inventó
una forma de cambiar el índice de refracción de su cuerpo por el del aire,
logrando que no absorbiera ni reflejara la luz y consiguiendo la capacidad de
volverse invisible. En el año 2014, científicos de la Universidad de Rochester diseñaron un artilugio formado por cuatro lentes que era
capaz de desviar la luz y crear un punto ciego, de manera que hacía invisible cualquier objeto observado a través
de él.
Seis décadas más
tarde, el 16 de mayo de 1960, Theodore Maiman disparó el primer láser operativo
en el Laboratorio de Investigación Hughes de California. La descripción que
Wells hizo del «rayo de calor» tiene mucha afinidad con los
láseres actuales, pero también con armas de energía dirigida, como
las que utilizan microondas, radiación electromagnética y ondas de radio o de
sonido.
Además, la novela
inspiró al físico Robert Goddard, inventor del cohete de combustible líquido, a
dedicar su vida a los viajes espaciales y su investigación condujo al
desarrollo del programa Apolo de la NASA. Al final del relato, los seres
humanos encuentran un aliado inesperado en los microorganismos terrestres, que
al entrar en contacto con los alienígenas, acaban con ellos, ya que los
marcianos no tenían un sistema inmunológico preparado
para defenderse de potenciales nuevos patógenos como los de la Tierra. El
desenlace narrativo liga sin disimulo con el auge que experimentó la
bacteriología a finales del siglo XIX y con las leyes de la selección natural
de las que Wells era ferviente defensor.
En realidad, Wells tomaba un elemento de la comprensión científica de la época y lo modificaba, sin preocuparse de resolver los detalles técnicos. Consecuencia de ello, las obras de Wells, majestuosas y disruptivas, predijeron, entre otros elementos, la comunicación inalámbrica, la red informática mundial, la televisión, los vuelos espaciales, el audiolibro, la bomba atómica, la ingeniería genética y la proliferación nuclear.
Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
(ethic / 13-8-2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario