1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
EL INDIVIDUO Y EL GRUPO
II – MODALIDADES DEL
GRUPO (6)
Tierra de nadie, La vida
breve e incluso Tiempo de abrazar, obra bisagra entre
los relatos juveniles y las novelas de madurez, ilustran con claridad la nueva
función asignada al grupo. En lo sucesivo, es a través de la influencia de
personajes polifacéticos y particularmente móviles como se intentará instalar
una estructura unificadora, recayendo esa responsabilidad en ciertas
individualidades relevantes. Desde las primeras páginas de Tierra de nadie,
por ejemplo, el retorno de Aránzuru provoca el estrechamiento de los vínculos
que unen a los diversos miembros de la “barra”:
Iban bordeando el tejido
de alambre, separados por el tejido de la noche y el ramaje. Ella lo miraba,
casi francamente ahora, mientras los pasos aplastaban sin ruido la tierra. Le
golpeó la mejilla:
-¿Serio? ¿Serio mi serio?
Ah, hay buenas o malas noticias. Resulta que hay una kermesse en el Club y el
mundo tendrá que quedarse por ahora sin la revista. Por lo menos esta noche.
Violeta, cuando no, se enteró y tanto hizo y tanto que se los llevó a todos.
Pero si no le gusta ir… También podríamos ir a esperarlos a casa (39).
Aun poco comunicativo y
de apariencia impasible, este personaje -acerca del cual el narrador se muestra
bastante discreto- desempeñará un papel decisivo en esta novela fragmentada, a
la que contribuye a prestar una mínima coherencia: aquel a quien sus amigos
llaman afectuosamente la “momia galvanizada” opera como un catalizador. Su
nombre aparecerá ligado, ya desde los primeros capítulos, a los de Nené, Nora,
Catalina (alias Katty), Violeta, Rolanda y hasta Mabel, le enigmática “mujer de
pelo amarillo”. Incluso será él quien favorezca la conexión de la “barra”
poniendo a disposición de sus amigos su célebre segunda casa, humorísticamente
llamada “el molino de la alemana”. Y alcanzará con que él desaparezca del campo
de acción para que el grupo empiece a desarmarse. Sin embargo, la vitalidad de
los compañeros de Aránzuru es lo suficientemente fuerte como para desencadenar
a su alrededor una nueva serie de uniones. Estos reagrupamientos les aportarán
por lo menos cierto equilibrio, una relativa quietud. Casal, por ejemplo, se
aproximará bruscamente a Nora, pareciendo querer incorporarla al grupo de inmediato.
Casal encendió un fósforo
y lo acercó a la pipa. La cara era siempre de estar en otra cosa.
-Me parece que la puedo
ayudar poco, por ahora. Ya averiguaremos. En realidad yo no lo veía con mucha
frecuencia. Acaso mi mujer… Pero hay otras personas. En último caso, con ver a
la madre…
Ella lo miraba desde el
asiento (…) (Él) sintió una repentina ternura por las manos rojas, grandes, con
los dedos un poco torcidos. Había allí, rodeando el cuello de la muchacha,
viniendo desde la sombra tibia de la blusa, una zona donde se anunciaba la
esperanza de la primavera. Sacudió la ceniza de la pipa. Ella volvió a
enganchar los dedos en el cinturón rojo. Casal sonrió y se puso a mentir con
una repentina alegría:
-Casualmente iba a salir.
Si no le resulta mal esperarme dos minutos… Bajamos juntos y en el ascensor
encontraremos la manera de dar con Aránzuru (40)
Llarvi también abandona
su típica reserva. Liberado, aparentemente, del recuerdo obsesivo de Labuk que
contribuía a aislarlo del grupo, seducirá a Nené, finalmente abandonada por
Aránzuru. De modo que los vínculos entre los diferentes miembros de la “barra”
parecen estar a punto de reafirmarse y ganar en cohesión, antes de la
degradación total de la armonía que sobreviene al final de la novela:
Llarvi se irguió dejando
perder la cara de la muchacha en la sombra y fue a encender la luz junto a la
cama. Era una luz sonrosada, muy débil:
-Nena, no hay que estar
así. La tarde y tal vez también la noche para nosotros… Un momento, vas a ver
como todo cambia.
Apoyó un timbre en el
botón y el timbre se prolongó lejano y secreto. Se acercó a la mesa.
-¿Pero por qué asi…?
Ella hizo una mueca y
encogió los hombros.
Repentinamente tuvo
lástima por él, por ella y una interna piedad por la habitación fea y grotesca.
-Pero no estoy de ninguna
manera. Un poco cansada. Es el cambio de tiempo (41)
También sucederá que el
grupo, compuesto por miembros tan heteróclitos como sólo el cosmopolitismo del
medio urbano podía reunir -profesionales, hombres de negocios, artistas, ex-estudiantes
comprometidos, desempleados y pudientes, sindicalistas y especuladores
ocasionales-, capture al pasar elementos alógenos cuyo representante por
excelencia será Larsen. Así, pues, asistiremos, en uno de los primeros
capítulos de Tierra de nadie, al extraño acercamiento entre un
sindicalista y un proxeneta, contribuyendo ambos, durante unas pocas
secuencias, a engrosar la “barra” inicial:
Bidart tiró las cartas y
avanzó una mano hacia el tabaco. Con una sonrisa burlona, el hombre rubio
contaba las fichas.
-No sé jugar, claro.
Ustedes me enseñan… Pero yo ya los llevo bien embromados.
Tenía una cara blanca y
hermosa, casi de mujer entre las cabezotas hostiles de la mesa. Larsen
aguantaba el cigarrillo con dos dedos mientras le acercaba la llama del
fósforo.
-Hay que ser. Me hace
acordar al finado Eguía. Pero aquél era como los burros. No entendía ni los
colores de los estús. Ni de los tiempos ni de nada. Y no perdía ni por
casualidad. Qué tipo: yo le digo finado porque no lo vi más. A lo mejor está
vivo.
Empujó el cigarrillo con
la lengua a un costado de la boca y se formó en seguida una sonrisa de bondad (42)
Estas aproximaciones tan
inesperadas como raras seguirán produciéndose. La maleabilidad del grupo
permite a Larsen acudir a Aránzuru no sólo por motivos profesionales, por
ejemplo, lo cual resulta más sorprendente todavía. Y aun habrá otras
interferencias del hampa: Nora cae bajo la tutela de Larsen, quien dejará de
ser un personaje periférico para adquirir un significativo peso novelesco. Así
se prepara la fulgurante carrera de quien estará llamado a representar en obras
posteriores de Juan Carlos Onetti, un papel de primerísimo plano:
Nora limpió el mate con
la servilleta y lo entregó a Larsen; acercó el termo sobre la mesa, sosteniendo
con el otro brazo al niño dormido. El hombre estiró las piernas y empezó a
chupar la bombilla. Miraba distraído la fecha cualquiera del almanaque colgado
en la pared. Oyó los campanazos de un reloj y el llanto del niño, aquietado en
seguida. Después del chaparrón el cielo atrás de los balcones estaba gris y
movedizo: una rama del árbol se movía suavemente. Vaciaba el mate y volvía a
llenarlo, tamborileando en él con las uñas. Luego aflojó el lazo de la corbata
y se apoyó en un codo, bostezando aburrido. En el espejo del lavatorio veía a
la mujer sentada en la cama, acercando a la boca del niño, con dos dedos, el pecho
flaco y largo. (…) La había acariciado, golpeado, la tuvo sin comer, le dio de
comer en la mano, le regaló cinco vestidos. Una vez ella había dicho: “Cuando
hago la comida te puedo envenenar”.
Dejó de mirarla y
abandonó el mate; bufaba aburrido, mirando el tiempo inseguro detrás de las
cortinas. Manoteó el reloj del chaleco que colgaba de la silla (43)
Notas
(39) Tierra de nadie,
I, p. 15.
(40) Ibíd., XXI, pp.
69-70.
(41) Ibíd., XXVIII, p.
91.
(42) Ibíd., XI, pp.
50-51.
(43) Ibíd., LIII, pp,156-157.
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