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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (61) - MARYSE RENAUD

 1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

 

II – MODALIDADES DEL GRUPO (6)

 

Tierra de nadie, La vida breve e incluso Tiempo de abrazar, obra bisagra entre los relatos juveniles y las novelas de madurez, ilustran con claridad la nueva función asignada al grupo. En lo sucesivo, es a través de la influencia de personajes polifacéticos y particularmente móviles como se intentará instalar una estructura unificadora, recayendo esa responsabilidad en ciertas individualidades relevantes. Desde las primeras páginas de Tierra de nadie, por ejemplo, el retorno de Aránzuru provoca el estrechamiento de los vínculos que unen a los diversos miembros de la “barra”:

 

Iban bordeando el tejido de alambre, separados por el tejido de la noche y el ramaje. Ella lo miraba, casi francamente ahora, mientras los pasos aplastaban sin ruido la tierra. Le golpeó la mejilla:

-¿Serio? ¿Serio mi serio? Ah, hay buenas o malas noticias. Resulta que hay una kermesse en el Club y el mundo tendrá que quedarse por ahora sin la revista. Por lo menos esta noche. Violeta, cuando no, se enteró y tanto hizo y tanto que se los llevó a todos. Pero si no le gusta ir… También podríamos ir a esperarlos a casa (39).

 

Aun poco comunicativo y de apariencia impasible, este personaje -acerca del cual el narrador se muestra bastante discreto- desempeñará un papel decisivo en esta novela fragmentada, a la que contribuye a prestar una mínima coherencia: aquel a quien sus amigos llaman afectuosamente la “momia galvanizada” opera como un catalizador. Su nombre aparecerá ligado, ya desde los primeros capítulos, a los de Nené, Nora, Catalina (alias Katty), Violeta, Rolanda y hasta Mabel, le enigmática “mujer de pelo amarillo”. Incluso será él quien favorezca la conexión de la “barra” poniendo a disposición de sus amigos su célebre segunda casa, humorísticamente llamada “el molino de la alemana”. Y alcanzará con que él desaparezca del campo de acción para que el grupo empiece a desarmarse. Sin embargo, la vitalidad de los compañeros de Aránzuru es lo suficientemente fuerte como para desencadenar a su alrededor una nueva serie de uniones. Estos reagrupamientos les aportarán por lo menos cierto equilibrio, una relativa quietud. Casal, por ejemplo, se aproximará bruscamente a Nora, pareciendo querer incorporarla al grupo de inmediato.

 

Casal encendió un fósforo y lo acercó a la pipa. La cara era siempre de estar en otra cosa.

-Me parece que la puedo ayudar poco, por ahora. Ya averiguaremos. En realidad yo no lo veía con mucha frecuencia. Acaso mi mujer… Pero hay otras personas. En último caso, con ver a la madre…

Ella lo miraba desde el asiento (…) (Él) sintió una repentina ternura por las manos rojas, grandes, con los dedos un poco torcidos. Había allí, rodeando el cuello de la muchacha, viniendo desde la sombra tibia de la blusa, una zona donde se anunciaba la esperanza de la primavera. Sacudió la ceniza de la pipa. Ella volvió a enganchar los dedos en el cinturón rojo. Casal sonrió y se puso a mentir con una repentina alegría:

-Casualmente iba a salir. Si no le resulta mal esperarme dos minutos… Bajamos juntos y en el ascensor encontraremos la manera de dar con Aránzuru (40)

 

Llarvi también abandona su típica reserva. Liberado, aparentemente, del recuerdo obsesivo de Labuk que contribuía a aislarlo del grupo, seducirá a Nené, finalmente abandonada por Aránzuru. De modo que los vínculos entre los diferentes miembros de la “barra” parecen estar a punto de reafirmarse y ganar en cohesión, antes de la degradación total de la armonía que sobreviene al final de la novela:

 

Llarvi se irguió dejando perder la cara de la muchacha en la sombra y fue a encender la luz junto a la cama. Era una luz sonrosada, muy débil:

-Nena, no hay que estar así. La tarde y tal vez también la noche para nosotros… Un momento, vas a ver como todo cambia.

Apoyó un timbre en el botón y el timbre se prolongó lejano y secreto. Se acercó a la mesa.

-¿Pero por qué asi…?

Ella hizo una mueca y encogió los hombros.

Repentinamente tuvo lástima por él, por ella y una interna piedad por la habitación fea y grotesca.

-Pero no estoy de ninguna manera. Un poco cansada. Es el cambio de tiempo (41)

 

También sucederá que el grupo, compuesto por miembros tan heteróclitos como sólo el cosmopolitismo del medio urbano podía reunir -profesionales, hombres de negocios, artistas, ex-estudiantes comprometidos, desempleados y pudientes, sindicalistas y especuladores ocasionales-, capture al pasar elementos alógenos cuyo representante por excelencia será Larsen. Así, pues, asistiremos, en uno de los primeros capítulos de Tierra de nadie, al extraño acercamiento entre un sindicalista y un proxeneta, contribuyendo ambos, durante unas pocas secuencias, a engrosar la “barra” inicial:

 

Bidart tiró las cartas y avanzó una mano hacia el tabaco. Con una sonrisa burlona, el hombre rubio contaba las fichas.

-No sé jugar, claro. Ustedes me enseñan… Pero yo ya los llevo bien embromados.

Tenía una cara blanca y hermosa, casi de mujer entre las cabezotas hostiles de la mesa. Larsen aguantaba el cigarrillo con dos dedos mientras le acercaba la llama del fósforo.

-Hay que ser. Me hace acordar al finado Eguía. Pero aquél era como los burros. No entendía ni los colores de los estús. Ni de los tiempos ni de nada. Y no perdía ni por casualidad. Qué tipo: yo le digo finado porque no lo vi más. A lo mejor está vivo.

Empujó el cigarrillo con la lengua a un costado de la boca y se formó en seguida una sonrisa de bondad (42)

 

Estas aproximaciones tan inesperadas como raras seguirán produciéndose. La maleabilidad del grupo permite a Larsen acudir a Aránzuru no sólo por motivos profesionales, por ejemplo, lo cual resulta más sorprendente todavía. Y aun habrá otras interferencias del hampa: Nora cae bajo la tutela de Larsen, quien dejará de ser un personaje periférico para adquirir un significativo peso novelesco. Así se prepara la fulgurante carrera de quien estará llamado a representar en obras posteriores de Juan Carlos Onetti, un papel de primerísimo plano:

 

Nora limpió el mate con la servilleta y lo entregó a Larsen; acercó el termo sobre la mesa, sosteniendo con el otro brazo al niño dormido. El hombre estiró las piernas y empezó a chupar la bombilla. Miraba distraído la fecha cualquiera del almanaque colgado en la pared. Oyó los campanazos de un reloj y el llanto del niño, aquietado en seguida. Después del chaparrón el cielo atrás de los balcones estaba gris y movedizo: una rama del árbol se movía suavemente. Vaciaba el mate y volvía a llenarlo, tamborileando en él con las uñas. Luego aflojó el lazo de la corbata y se apoyó en un codo, bostezando aburrido. En el espejo del lavatorio veía a la mujer sentada en la cama, acercando a la boca del niño, con dos dedos, el pecho flaco y largo. (…) La había acariciado, golpeado, la tuvo sin comer, le dio de comer en la mano, le regaló cinco vestidos. Una vez ella había dicho: “Cuando hago la comida te puedo envenenar”.

Dejó de mirarla y abandonó el mate; bufaba aburrido, mirando el tiempo inseguro detrás de las cortinas. Manoteó el reloj del chaleco que colgaba de la silla (43)

 

Notas 

(39) Tierra de nadie, I, p. 15.

(40) Ibíd., XXI, pp. 69-70.

(41) Ibíd., XXVIII, p. 91.

(42) Ibíd., XI, pp. 50-51.

(43) Ibíd., LIII, pp,156-157.

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