por Carlos Javier González Serrano
Fue uno de los pensadores
fundamentales de la Grecia clásica y de la historia de la filosofía pero no
dejó ningún texto escrito. Sus ideas han llegado hasta nosotros gracias a los
relatos de Platón y Jenofonte, de los cuales también podemos interpretar algunos
datos sobre su vida y sus relaciones con sus semejantes.
Sócrates (470-399 a.C.) es uno de los pensadores más trascendentales y conocidos de la Grecia clásica y uno de los filósofos más influyentes de la historia. Su célebre método filosófico consistía en la constante pregunta, que dio por resultado la llamada mayéutica, una palabra griega que podría traducirse como partera o comadrona, no en vano el método socrático consistía en "extraer" el conocimiento del interior del alumno a través de repetidas preguntas. Pero al contrario que su manera de filosofar, su vida personal ha quedado siempre sujeta a un extraño y curioso misterio. También sus relaciones con sus conciudadanos atenienses, a los que irritaba su manera de ser, con las mujeres, y su visión sobre el amor. El filósofo vivía rodeado de jóvenes discípulos (hasta el punto que fue acusado de corromperlos), pero él mismo atribuye sus conocimientos sobre el amor a las mujeres.
Uno de los grandes enigmas que sobrevuela sobre Sócrates es que todo
cuanto conocemos de él nos ha sido proporcionado por testimonios ajenos, sobre
todo por su más predilecto discípulo, Platón. Tanto él como Jenofonte son
las dos fuentes fundamentales para acercarse a la biografía del maestro de
maestros filosóficos. Platón evoca un Sócrates maduro, pensador original que lo
cuestionaba todo de un modo insistente. No por casualidad fue apodado "el
tábano de Atenas", cuya máxima vital aparece reunía en el diálogo
platónico Apología de Sócrates: "Una vida que no se
examine a sí misma, no merece ser vivida". En la obra de Jenofonte,
Sócrates aparece como caballero ateniense, ocurrente, jovial y buen
conversador. Dos perspectivas que, en cualquier caso, nos aportan una imagen
bastante aproximada y verosímil del Sócrates histórico.
DESPRECIO POR LO MATERIAL
Sócrates no parecía mostrar interés alguno por el aspecto más material
de la existencia; tampoco por su vertiente más personal. Se dice que en los últimos años
de su vida optó por un modo de vida muy austero, cercano a la pobreza, y no
cuidaba en absoluto su apariencia, si bien su brillantez intelectual nunca se
vio mermada. Pero ¿qué convirtió al Sócrates más joven y apasionado en la
egregia e inolvidable figura que, con el paso de los años, llegó a ser
el predecesor y maestro por antonomasia de la tradición filosófica occidental?
Según el profesor de Estudios Clásicos en Oxford, Armand D’Angour,
Sócrates tomó la decisión de dedicarse a lo intelectual, gracias a diversas
experiencias que lo transformaron. "Hasta ese momento, incluso después,
se presentó siempre como guerrero impresionante, luchador atlético o bailarín,
orador con cultura vastísima y amante apasionado". Su relación con
Aspasia de Mileto seguramente tuvo una enorme relevancia en su devenir
intelectual.
LA "PRIMERA DAMA" ATENIENSE
Aspasia fue una de las mujeres más importantes y elocuentes –pero
también controvertidas– de su época. Contaba tan solo veinte años
cuando, alrededor del año 450 a.C., viajó en barco hasta Atenas, desde su natal
Mileto (cuna del sabio Tales, eminente presocrático), en compañía de su hermana
y su cuñado, Alcibíades el Viejo. Pericles, caudillo ateniense, se vio
muy pronto atraído por Aspasia, a la que doblaba en edad. El líder de
Atenas tenía, además, dos hijos de un matrimonio anterior. Casi desde
su primer encuentro se convirtieron en amantes inseparables hasta el
día de la muerte de Pericles a causa de la
peste, en el 429 a.C.
.
Una vez conocida y puesta en boca de toda Atenas, la noticia se
convirtió en escándalo y los poetas satíricos no dudaron en referirse
a esta eminente figura femenina, tan inteligente como bella –que despertaba las
envidias de hombres y mujeres por igual–, como porné (prostituta)
o pallaké (concubina), y al hijo que tuvo con Pericles
(Pericles el Joven), nothos (bastardo). En el mejor de
los casos, fue tenida por una hetaira, cortesana de las altas
esferas que procedían de buenas familias. Sin embargo, la imagen de Aspasia
a la que hacen alusión tanto Platón como Jenofonte es mucho más respetuosa,
pues es tratada como una mujer admirable, segura de sí misma y, lo que es más
importante, como maestra de elocuencia de Pericles… Y del mismísimo Sócrates.
Todo lo que Sócrates sabía sobre el amor es atribuido por él mismo a la
misteriosa Diotima de Matinea, que es nombrada y citada en El
Banquete platónico con una aparición tan fulgurante como reveladora,
pues es ella la que, nada más y nada menos, asegura por boca de Sócrates que
solo cuando la Belleza en sí hace presencia en la vida del ser humano, ésta
merece la pena ser vivida. Es probable, y así lo apuntan numerosos
historiadores, que fuera un personaje ficticio. Su nombre, que significa
"honrada" o "bendecida por Zeus", parece pensado para
recordarnos que en griego la palabra mantis hace alusión a lo profético, a lo
que está por venir. Mucho se ha especulado si la Diotima de Sócrates no fue
otra que Aspasia… El enigma está servido.
LA PRIMERA "FEMINISTA"
El Banquete de Platón se ciñe a una reunión de hombres
que, alrededor de una mesa, discuten sobre la naturaleza del amor, y será la
aparición deslumbrante, y por supuesto femenina, de Diotima, lo que destapa la
verdad y hondura del asunto: es una mujer la que llega a poner los puntos sobre
las íes en un simposio erigido y dirigido por hombres. Por eso, como explica la
profesora Anna Pagés en su libro Cenar con Diotima, "las
filósofas feministas han tomado a Diotima como un estandarte, defendiendo su
existencia histórica con el fin de contrarrestar los ataques machistas de
algunos autores".
La reivindicación de la importancia tanto conceptual como filosófica, aunque también histórica, de Diotima en la vida y doctrina de Sócrates fue una pauta común en el discurso feminista a partir de los años ochenta del siglo XX. Y fue precisamente gracias a Sócrates. Diotima muestra la necesidad de Sócrates por introducir la sabiduría femenina en una atmósfera plagada y dominada por hombres. Es una aspiración socrática por introducir el complemento (necesario, imprescindible, insoslayable) de lo femenino en el seno de una tradición marcada por la masculinidad.
Su aparición en el diálogo de Platón no es anecdótica, pues se introduce
en él con una gran carga dramática, atronadora, llenando los huecos que el
resto de discursos habían dejado. No solo le presta oídos, sino que Sócrates,
y el resto de comensales, quedan absortos tras las palabras de Diotima, que
hace acceder a los presentes a un nuevo nivel de comprensión al respecto del
amor. Para Sócrates, existiera o no en realidad como figura histórica,
Diotima supone una alusión y una metáfora fundamental. En El Banquete,
Diotima aparece como la versión más auténtica de cuanto se ha dicho en el
simposio sobre el amor. Sócrates es, pues, uno de los primeros
pensadores en atreverse a dar preeminencia al discurso femenino en una
Atenas (y una Grecia) que todavía transitaba por una clara misoginia.
SACIAR EL DESEO O PRACTICAR LA MODERACIÓN
Mucho tiene esto que ver con la sed de Sócrates por relacionarse intelectualmente con sus conciudadanos. Una tarea en la que encontraba mucho placer. En el diálogo Protágoras, Sócrates sostiene que el placer es un bien, e incluso llega a parecer en cierto momento que es el criterio para medir los demás bienes. Sin embargo, en el Gorgias afirma que el bien y el placer no son lo mismo, y que solo el bien ha de ser el fin de las acciones.
Así, leemos en el Gorgias: "El que quiera ser feliz
ha de perseguir y ejercitar la moderación, así como huir de la indisciplina lo
más rápido que uno pueda […], de modo que haya justicia y moderación
para el que se propone ser dichoso, y así debe obrar, sin dejar que los
apetitos se queden sin recibir disciplina y que por intentar colmarlos, mal
inacabable, se lleve vida de bandido". Por su parte, el Sócrates del Protágorasno
considera que el placer constituya un fin suficiente de la vida, ni que la vida
pueda reducirse al placer. "Calcular" los placeres no es más que
conocer su medida, más allá de cualquier apariencia (un dato que nos resulta,
en nuestra sociedad del espectáculo y de las redes sociales, harto
relevante: no todo lo que se ve de cuanto nos muestran es verdadero,
sobre todo cuando se refiere al placer).
Combatiente de guerra, enamorado de jóvenes mancebos e inteligentes mujeres, como insidioso cuestionador de las convenciones sociales, etc…, la gran lección que el Sócrates ciudadano de Atenas nos da es el necesario diálogo entre seres humanos; no ya para llegar a alcanzar la verdad, sino para cuestionar nuestras opiniones con y frente a los otros. En contra de la sofística, que sólo pretendía tener razón, ganar con argumentos de todo tipo aun cuando se trataran de argumentos falsos, Sócrates sostuvo que el mérito y aspiración de la filosofía es justamente el de confrontar el propio conocimiento con el de los otros y llegar a tener el valor de asumir que podemos estar equivocados.
Basta ser sabio para obrar bien: el sabio conoce el bien, lo desea siempre y obra en consecuencia, por mucho que pudiera exigirle renuncias y sacrificios. Sócrates no niega que un deseo irracional pueda prevalecer en nuestra acción (puesto que estamos sujetos a numerosas pasiones); más bien defiende que, si se halla presente la sabiduría, su aparición será suficiente para elegir el bien.
La virtud exige cierta práctica: no basta con saber, diría Sócrates, sino que es preciso ejercitarse en ello. Pues, como explica Sócrates en El Banquete al respecto de las palabras de Agatón, las palabras del poeta pueden ser embaucadoras, pero solo la acción muestra quiénes somos… Y quiénes podemos llegar a ser. ¿Nos servirá este irrenunciable legado del Sócrates ciudadano para ejercer como ciudadanos responsables en esta indolente sociedad del siglo XXI?
(NATIONAL GEOGRAPHIC / 5-4-2021)
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