Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
EL INDIVIDUO Y EL GRUPO
I
– PASEOS DICHOSOS, VAGAR PATÉTICO (1)
El tema del vagabundeo
(1), que aparece muy tempranamente en la obra de Juan Carlos Onetti, será desarrollado
posteriormente con marcada constancia. Lo encontramos por ejemplo en su última
novela, donde Medina, provisionalmente exiliado en Lavanda, saborea las
delicias y el placer del paseo, la observación y el ensueño:
Separado de Santa María por
una crisis de orgullo, andaba, más o menos era, entre los habitantes de Lavanda
con un poder de separación, de crítica, paciencia que me hizo feliz o no sufriente
durante muchos meses. Los miraba sin dejar de verme; hablaba diciendo casi
siempre las frases correctas y ellos se equivocaban pocas veces.
Andaba entre cuerpos y
voces sin extraviar el rumbo que ellos se habían impuesto, tenaces e involuntarios,
olvidados de la hora de su muerte, amén, ignorando que el tiempo no existe, no
es. Pero yo sabía, desde la infancia, y protegía mi secreto como una
enfermedad. Andaba sin propósito, jugando con un haz de coincidencias que -ya
estaba sospechando- sólo podía darse en Santa María, la perdida. Sin embargo,
persistía; me apoyaba, entre otras tantas cosas, en la fuerza temible de las
supersticiones recién nacidas que tienen mayor poder que las heredadas. Nada
tenía que ver yo con los lavandinos (1 bia).
Convendría precisar, sin
embargo, que la función asignada al largo deambular de los principales
personajes difiere sensiblemente según el texto considerado. Por lo general las
primeras obras vinculan bastante directamente el vagabundeo con una categoría
bien definida de personajes: adolescentes u hombres que no han sido totalmente
abandonados por cierta espontaneidad juvenil. Si examinamos con atención El
obstáculo, Los niños en el bosque o Tiempo de abrazar, comprobaremos
que los protagonistas de estas ficciones se definen como no pertenecientes al
mundo de los adultos, del que se desligan ostensiblemente en la mayoría de los
casos. Apenas salidos de la pubertad, como sucede con loa jóvenes delincuentes
de El obstáculo -que se emparentan vagamente con los de El juguete
rabioso-, son tentados por una ruptura definitiva con el mundo represivo de
los adultos: una fuga y una aventura que tienen por horizonte, en este caso, la
lejanía de la ciudad:
Ahora todo estaba claro y
sencillo; y aunque ni a sí mismo hubiera podido explicar la causa de su
repentina dicha, sabía por fin qué era necesario hacer. Como
si alguien, invisible en el quieto anochecer helado, le derramara la verdad en
los oídos.
El hombre rezongó entre
los negros radios de las ruedas. Le acercó la mano en que se balanceaba como
una muestra el rebenque coronado de plata.
-¿Tenés un fósforo?
Fue una simple alegría
que lo afirmó en las piernas, apelotonándole los músculos del brazo.
-Sí. Tome.
El cortafrío brilló en un
rápido viaje circular y golpeó en la cabeza doblada del hombre, junto a la
curva oscura de la patilla. No hubo necesidad de más porque el cuerpo se aquietó
bajo la máquina. (…) Venía la noche. Rápidamente se apartó
del tractor y fue a su encuentro. Corrió en línea recta, ágil y alegre,
seguro de que la angustia quedaba allí, enfriándose sobre la negra tierra
roturada (2).
En Los niños en el
bosque y Tiempo de abrazar, Lorenzo, Raucho e incluso Jason -este
último distanciado en edad, aunque no en disposición- disfrutan, momento a
momento, de la belleza efímera del mundo, rechazando el pragmatismo de los
adultos. Todos ellos se alejarán, en efecto, ya sea de un ámbito familiar demasiado
estrecho ya sea de las relaciones estériles -como las que representa el viejo
profesor reseco, símbolo de la decadencia y la impotencia, que irrumpe en las
primeras páginas de Tiempo de abrazar- para lanzarse intrépidamente a la
conquista de las calles o de los jardines más invitantes.
La noche se acercaba y él
el primer hombre que la veía. Sus ojos cazaron una estrella. Los cerró, respirando
con fuerza. El aire fue saliendo en pedacitos. Bien. Hay un mamarracho dulzón
de Offenbach… No recordaba, pero esto era secundario. Estaba extraordinariamente
alegre, tranquilo, sin pensamientos. Comenzaban a temblar algunas estrellas y
la brisa del ventilador lo tomaba por la espalda haciendo estremecer a
intervalos iguales los flancos de la camisa.
De acuerdo. Vagar por el
lado este de la ciudad, oír música en los cafetuchos, comer en el sótano del
mercado. También podría ir hasta el centro. Un billete de cinco pesos y dos de
uno en el bolsillo izquierdo del pantalón; un puñado de monedas en el saco. Era
el descubridor de la noche; acaso ésta le otorgara en recompensa la más bella
mujer de sus colecciones (3)
Notas
(1) Cf. Fernando Ainsa, Los
buscadores de la utopía, Caracas, Monte Ávila, 1977.
(1 bis) Dejemos hablar
al viento, Cap. III, pp. 36-37.
(2) El obstáculo,
en Tiempo de abrazar, pp. 18-19. (El subrayado es nuestro.)
(3) Tiempo de abrazar, en Tiempo de abrazar, pp. 171-172.
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