Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
HISTORIA Y FICCIÓN
VI.
LA DUPLICIDAD DE LA PALABRA MÍTICA (8)
La “utopía sistemática”
constituye para Jean-Noël Vuarnet una de las tres principales modalidades
utópicas. Ella comparte con las otras modalidades ciertas características, como
la de inventarse otro discurso; no un discurso “anti”, sino uno “más allá”. Y
ambiciona igualmente situarse “no importa donde pero fuera del mundo, en un
espacio cerrado protegido del mundo” (138). Es cierto que la implantación del
Falansterio fuera de la ciudad podría hacernos suponer que la empresa de Marcos
Bergner es fiel al espíritu de la “utopía sistemática”. Pero no bien examinamos
la organización de la “fortaleza falansteriana”, del “bunker” de la élite “sanmariana”
(139), comprobamos que el susodicho falansterio carece de un nuevo discurso,
así como de reflexiones originales. Resulta lícito entonces preguntarse cuáles
fueron los sueños que nutrieron tamaña expedición. Dado que el proyecto de
Marcos Bergner está desprovisto de toda intención reformadora o revolucionaria,
conviene interrogarse acerca del sentido profundo de sus veleidades de cambio.
Paradójicamente, Marcos
Bergner resulta ser, más de lo que podría pensarse, un hombre de su tiempo, con
el cual comparte numerosos gustos y prejuicios. Es así como el espíritu de las “utopías
de la felicidad tranquila” -pertenecientes por lo general al siglo XVIII (140)
y estadísticamente poco valoradas en la actualidad-, que se fundamentan en un
encerramiento propicio a la placidez estoica y a la felicidad sensual, provocará
en el Padre del Falansterio “sanmariano”, tras una pasajera admiración, un
evidente hastío. No sucede lo mismo con la utopía abierta que, por su parte, se
encuentra libremente expresada en Juntacadáveres. Todas las distorsiones
aparentemente caprichosas impuestas por Marcos Bergner al sistema estructurado,
al espíritu planificador (141) de Charles Fourier, parecen trasuntar el mismo
tipo de impaciencia: lograr que, de los dos polos contenidos por toda utopía,
triunfe el liberador sobre el sistematizador. La “utopía sistemática” que
subyace al modelo fourierista perturba al joven Marcos Bergner. Es por eso por
lo que decide, junto con sus compañeros, incorporarle lo que -según él- le hace
falta: un soplo de movilidad, improvisación y hasta confusión. Progresivamente,
el carácter social de la utopía fourierista va cediendo el paso a un proyecto
impregnado por un ensueño estrictamente individual. De hecho, la “utopía
sistemática” vaciada de su sentido, será sustituida por otra forma de utopía,
caracterizada precisamente por el deseo de apertura y la ausencia de síntesis.
El recurrir al azar, el juego sexual arbitrario y los insólitos refinamientos
eróticos introducidos por el Padre fundador de la comunidad representarán, en Juntacadáveres,
este afán de renovación. Así es como recaerá finalmente en Marcos Bergner el
mérito (dudoso) de haber intentado aclimatar, no muy lejos de Santa María, una
nueva modalidad: “la utopía puntual” (142), en la que el hombre nuevo podría
alcanzar supuestamente su plenitud fuera de la sujeción de los sistemas.
Pero la incoherencia y la
falsedad demostradas por el Padre fundador del Falansterio, acabarán por
desacreditarlo como guía espiritual. Su retorno a Santa María y el fracaso de
la experiencia colectiva determinarán, aun más claramente que en El
astillero, lo vano de la persecución de una imagen mítica gratificante del
Padre. Patriota irrisorio en su lucha contra la Colonia suiza, héroe de
pacotilla, fundador incompetente de una comunidad condenada a la dispersión,
Marcos Bergner ofrecerá la imagen banal de un Padre lujurioso y caprichoso,
veleidoso y cínico, como lo ilustra el pasaje de Juntacadáveres donde
sucumbe inesperadamente a la seducción de la “casita celeste”, y se proclama
amigo y hasta protector de quien fuera hasta entonces su declarado enemigo:
Larsen. El aristócrata fundamentalmente aburrido cambiará entonces la aventura,
limitada desde luego, del Falansterio, por las certezas de la “casa celeste”,
así como los imprevisibles encantos del amor libre por las previsibles
satisfacciones del amor venal. La imagen del “padre espiritual” del Falansterio
terminará de hundirse luego de esta cómica regresión, y Marcos Bergner se mostrará
como quien siempre fue, en verdad: un niño mimado, inestable, corrupto y poco
preocupado por las cuestione ideológicas:
¿Y cómo te va en la
casita de la costa?
-Como a un Bergner,
padre. Fui, vi y vencí. Sigo viendo y ya no hay victorias. Me emborracho con el
increíble Juntacadáveres, jugamos a las cartas, nos contamos
por turnos mentiras bien hechas. Espanté a dos o tres cretinos y no tengo otro
remedio que abusar del derecho de pernada. Un tanto modificado, es cierto.
Pero, mal o bien, es necesario respetar las tradiciones (143).
* * *
La Historia aparecerá
entonces definitivamente signada por las carencias y la repetición estéril. En
una palabra, por la ausencia del Padre. Pasado, presente y futuro se hunden en
la insignificancia. No existe mito ni sistema totalizador capaz de llenar el
vacío espiritual que sufren, individual y colectivamente, los principales
personajes de Juan Carlos Onetti. Pero si bien las “utopías sistemáticas”
resultan engañosas e inoperantes, las utopías puntuales parecen indicar -aun
algo confusamente- la vía de una eventual liberación. Sus gérmenes de no-conformismo,
fantasía y espontaneidad alcanzan pleno desarrollo a través del tema,
fundamental en la obra de Juan Carlos Onetti, del viaje y el vagabundeo.
Directamente ligado a la insignificancia de la Historia, vivida como fracaso
del modelo paterno, el tema del viaje constituye en efecto, más o menos explícitamente
una forma de evadirla.
Notas
(138) Op. cir., p. 4.
(139) Juntacadáveres, cap. XVI, p. 143.
(140) Franck Paul Bowman, « Utopie, imagination, espérance : Northrop
Frye, Ernst Bloch, Judith Schlanger », en Littérature nº 20, p. 13.
(141) Jean-Noël Vuarnet, « Utopie et atopie », op. cit. p. 7 : « Tous les uotpistes traditionnellment désignés comme tels appartiennent en fait à l’utopie systématique. Tous, à partir d’un désir nouveau, élaborent une societé imaginarire destinée à l’autoriser et le renfoncer -Un rêve, et l’élaboration logique de ce rêve, des univers logiques rendant possibles des désirs ou rêves historiquement ilogiques… C’est ainsi que Platon, à partir de sa volonté de voir les philosophies au pouvoir, invente une République idéale dont il doit définir le fonctionnement et les lois ; c’est ainsi que Fourier, à partir de sa volonté libertaire, invente et décrit jusque dans les plus infimes détails un nouveau monde ou système amoureux. Ces utopistes ne sont pas les suppôts du desordre, mais les réveurs et parfois les prophetes d’un ordre logiquement possible ou pensable. La cité ou machine d’utopie administre, serait-ce au titre du rêve, chacun de ses rouages, plaçant le meilleur des mondes possibles dans la meilleure des administrations possibles. Planificateur et géomètre, taxinomiste et peut-être bureaucrate, l’utopiste systématique a affaire avec la belle totalité, artiste des grands ensembles, des perspectives et des symétries. L’utopiste systématique fait d’un élément concrètement inacceptable l’hypothèse de base d’une nouvelle harmonie. » (El subrayado es nuestro.)
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