jueves

TINTORETTO, UN PINTOR ENTRE DOS ÉPOCAS

 

 

por Abel de Medici

 

El veneciano Jacopo Robusti, conocido como Tintoretto, vivió el final del manierismo y se avanzó a los inicios del barroco. Sus cuadros destacan por su dramatismo y el uso innovador del claroscuro.

 

Jacopo Robusti nació en 1518 en la casa de un tintorero veneciano que trabajaba la seda, uno de los bienes de lujo más solicitados. Como hijo mayor de una numerosa prole le habría tocado hacerse cargo del negocio familiar, pero no fue así. Aunque no siguiera la tradición, el oficio de su padre le valió su sobrenombre, como era usanza entre los pintores de aquella época: Tintoretto, el pequeño tintorero.

 

Según una anécdota de juventud recogida por el escritor Carlo Ridolfi, de pequeño Jacopo usaba los tintes de su padre para pintar en las paredes, por lo que este utilizó sus contactos para que fuese aceptado como aprendiz del gran Tiziano. Un aprendizaje que no duró mucho ya que según Ridolfi, el veterano pintor solo necesitó ver los dibujos del muchacho para percatarse de su talento y se negó a enseñarle por miedo a que se convirtiera en un peligroso rival.

 

Esto es prácticamente todo cuanto se sabe de la infancia de Tintoretto, aunque se puede asumir que encontró otro maestro más dispuesto a aceptarlo y que empezó a tener éxito muy pronto: esto se deduce de un documento de 1539 -es decir, sobre los veinte años de edad- en el que se definía como “maestro pintor de Campo San Cassian”, lo cual implica que contaba con un taller propio. En la entrada del mismo un cartel decía, con cierta gradilocuencia: “El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano”.

 

Es posible que hubiera estudiado, o como mínimo entrado en contacto, con pintores de la escuela toscana, cuyo estilo se deja notar sobre todo al principio de su carrera. Opciones no le faltaban, puesto que después del saqueo de Roma en 1527 por parte de las tropas imperiales de Carlos V muchos artistas -especialmente toscanos y boloñeses- emigraron a la próspera Venecia, convirtiéndola en un lugar de encuentro entre las grandes corrientes del tardo Renacimiento.

 

AIRES NUEVOS EN LA LAGUNA 

 

Cuando Tintoretto empezó a recibir encargos el estilo en boga era el manierismo, que anticipaba algunos de los atributos del barroco; se caracterizaba por su exagerado dramatismo, con un fuerte uso del claroscuro y figuras humanas en poses forzadas. Este estilo casaba perfectamente con el tipo de obras que él realizaba, principalmente de temática religiosa y ocasionalmente histórica, como una tela de grandes dimensiones -perdida en un incendio- que representaba la batalla de Lepanto. En ocasiones mezclaba ambas temáticas en episodios clave de la historia de la ciudad, como el robo y traslado del cuerpo de san Marcos desde Alejandría.

 

Aunque los pequeños trabajos -especialmente retratos- eran los que sostenían económicamente su taller, el objetivo de Tintoretto fue siempre conseguir grandes encargos, por los beneficios prácticos que suponían más que por la retribución en sí. Su mayor ambición era convertirse en artista oficial de una de las seis Escuelas Grandes que había en Venecia. Estas eran confraterinidades laicas que patrocinaban las artes y los oficios; además del prestigio que suponía trabajar para ellas, ofrecían grandes ventajas a sus miembros como asistencia en caso de enfermedad, dotes para las hijas -cabe recordar que Tintoretto tuvo cinco- y un techo para la esposa viuda.

 

Desde 1549 el artista trabajó para las dos Escuelas más importantes de la ciudad, la Scuola Grande di San Rocco y la de San Marco. En el caso de la primera tuvo que competir con Tiziano, que no estaba dispuesto a dejar que aquel joven prometedor le quitase su lugar. Pero el viejo pintor, que había pasado muchos años fuera de la ciudad, ya no estaba en sintonía con el estilo recargado que triunfaba en la ciudad de la laguna y no pudo evitar que una nueva generación de artistas como Tintoretto o Paolo Veronese.

 

A partir de 1566 le llegaron también encargos del gobierno veneciano para la decoración del Palacio Ducal, sede del poder de la República. Fue su gran oportunidad para trabajar en obras de gran formato: la ya mencionada tela de la batalla de Lepanto y otra, también perdida, que tenía como tema el Juicio Universal y que, según Ridolfi, era tan impresionante que “causaba terror solo con verla”. Fue el inicio de una larga y fructífera colaboración que continuó hasta 1592, dos años antes de la muerte del pintor, que ya se acercaba a los setenta años.


UN HOMBRE DE FE

 

Aparte de los retratos, la mayoría de la producción de Tintoretto fueron pinturas de temática sacra. Al margen de la gran demanda que tenían, él personalmente era un hombre muy religioso, especialmente después de una gran epidemia de peste que azotó Venecia entre 1575 y 1576. En aquella ocasión el pintor se encomendó a San Roque, uno de los patrones de la ciudad y protector de los apestados, para que mantuviese a su familia a salvo de la enfermedad, lo que efectivamente sucedió. Como agradecimiento pintó gratuitamente un cuadro para la Scuola Grande di San Rocco, para la que ya había trabajado. Irónicamente fue esa misma epidemia la que se llevó a Tiziano, el maestro que lo había despechado.

 

No fue esta la única ocasión en la que Tintoretto trabajó gratis: para procurarse nuevos clientes a menudo realizaba trabajos sencillos cobrando solo el precio de los materiales. Esto también es un indicador de su éxito, puesto que artistas menos populares no podían darse ese lujo o, en todo caso, generalmente lo descargaban en sus aprendices. Su taller podía permitírselo ocasionalmente gracias a los retratos que, si bien no se cuentan entre sus obras más famosas, constituían una de las mayores fuentes de ingresos para cualquier artista de su época y eran fundamentales para ampliar su red de contactos: Tintoretto conoció a personajes destacados como el dogo -jefe de estado de la República de Venecia- Girolamo Priuli, la famosa cortesana Veronica Franco e incluso el rey Enrique III de Francia.


En la labor retratística le apoyaban dos de sus hijos: la primogénita Marietta -hija ilegítima- y su heredero Domenico, hijo de su esposa. De los tres hijos y cinco hijas que tuvo Tintoretto, Marietta era la más talentosa y, a pesar de no haberla legitimado como hija, era su principal apoyo: le había ayudado desde pequeña en el taller y tuvo una fugaz y prometedora carrera propia -llegó a ser pintora de corte del rey Felipe II de España y del emperador Maximiliano II del Sacro Imperio Romano-, pero murió en 1590 con poco más de treinta años. Cuatro años después el padre la siguió a la tumba y Domenico se hizo cargo del taller, si bien no pudo igualar su éxito. Domenico fue también la principal fuente de información a la que recurrió Carlo Ridolfi para escribir la vida del pintor, al que no había conocido en persona.

 

El gran artista murió el 31 de mayo de 1594, después de dos semanas de fiebre. Según lo referido por uno de sus clientes, siguiendo indicaciones expresas recogidas en su testamento, su cuerpo fue tumbado en el suelo durante cuarenta horas, puesto que aparentemente albergaba la esperanza de resucitar. Escribió así su cliente: “El Tintoretto murió el domingo y por orden de su testamento lo hemos tenido 40 horas en el suelo, pero no ha resucitado”.


(NATIONAL GEOGRAPHIC / 31-5-2021)

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