Las computadoras humanas de Harvard
El 13 de mayo de 1913, ante el observatorio astronómico de Harvard, se
tomó una fotografía del todo inusual. En ella aparece un hombre de edad
avanzada rodeado por 13 mujeres. No sería de por sí reseñable si no fuera
porque la imagen retrata a un equipo científico y la aplastante mayoría
femenina resulta insólita para su tiempo. La fotografía forma parte de la
historia de las llamadas Computadoras de Harvard, un grupo que reunió a decenas
de mujeres a las órdenes del astrónomo Edward Charles Pickering, y que aportó
grandes avances a la entonces naciente disciplina de la astronomía basada en
imágenes. Claro que lo inusual de la imagen para su época no podía saldarse
entonces sino con el nombre que sus colegas dieron al grupo: “el harén de
Pickering”.
A finales del siglo XIX el médico y astrónomo amateur Henry
Draper introdujo la astrofotografía, como alternativa a las largas sesiones con
el ojo pegado al telescopio. El uso de prismas permitía además plasmar los
espectros de la luz estelar en las placas, lo que ayudaba a clasificar las
estrellas y conocer su composición química. A la muerte de Draper en 1882,
Pickering vio la oportunidad de completar su trabajo y escribió a la viuda y
colaboradora del fallecido, Mary Anna Palmer Draper.
Ciencia femenina
y moderna
Además de sus estudios científicos, ambos compartieron el interés por
abrir a las mujeres un espacio en estas investigaciones. Pero mientras que el empeño de Draper era más idealista, el de Pickering
fue del todo pragmático: por el mismo dinero podía contratar a más mujeres que
hombres. Se cuenta que el astrónomo despidió a un asistente masculino al grito
de que aquello lo haría mejor su criada escocesa, para luego contratar para el
puesto a su criada escocesa, Williamina Fleming. Si
fue así o es un mero embellecimiento de la historia, al menos Pickering apreció
la capacidad de trabajo y análisis riguroso de sus colaboradoras.
Más de 80 mujeres trabajaron con Pickering, inicialmente familiares de
los astrónomos, pero más tarde universitarias que querían abrirse camino en la
ciencia. Y lo hicieron: Annie Jump Cannon, Cecilia Payne-Gaposchkin, Henrietta
Swan Leavitt, Antonia Maury, Anna Winlock, Florence Cushman y muchas otras no
se limitaron a hacer cálculos de sus placas fotográficas: catalogaron miles de
estrellas y aportaron un sistema de clasificación estelar aún hoy utilizado;
describieron sus composiciones químicas, calcularon sus distancias y
descubrieron nebulosas, novas, estrellas variables y enanas blancas. La
historia de las Computadoras de Harvard ha perdurado como un caso de ciencia
femenina en la sombra, pero también fue uno de los primeros ejemplos de la
ciencia moderna colaborativa en la transición del siglo XIX al XX.
El universo de cristal
La historia de
las mujeres de Harvard que nos acercaron las estrellas
Dava Sobel (Capitán Swing, 2017)
A menudo se habla del techo de cristal, esa barrera invisible cuya existencia no figura en ninguna norma escrita, pero que en la práctica limita el ascenso de muchas mujeres a las más altas cotas de su carrera profesional. El universo de cristal es, en su contexto, una metáfora múltiple: el grupo de mujeres que se adentró en el conocimiento del cosmos estudiando su impronta sobre medio millón de placas de vidrio tuvo que enfrentarse a estas barreras cuando eran infinitamente más universales que ahora.
Se dice también que las mujeres deben completar el doble de trabajo para obtener la mitad de la paga y del reconocimiento que los hombres. El astrónomo Edward Charles Pickering contrataba asistentes femeninas para analizar sus fotografías de las estrellas no solo porque eran más baratas, lo cual le ofrecía más por el mismo presupuesto, sino que además, como relata Sobel en su libro, tenían una enorme capacidad para aguantar una tediosa rutina sin perder la atención al detalle. El nombre por el que hoy conocemos a aquellas mujeres, las Computadoras de Harvard, es reminiscente de hasta qué punto les costó que el mundo científico dominado por los hombres las reconociera como astrónomas, y no como simples calculadoras humanas. Pero con su talento consiguieron brillar más que las estrellas.
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