viernes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 100

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Encontramos otro bar cerca de la estación de autobuses. No estaba lleno ni era ruidoso. Había nada más que un mozo y cinco o seis viajeros, así que Becker y yo nos sentamos.

 

-Pago yo -dijo Becker.

 

-Una botella de Eastside.

 

Becker pidió dos y me miró:

 

-Dale, hacete hombre y alístate como marine en el Ejército.

 

-No me interesa mucho hacerme hombre.

 

-Parece que siempre quisieras estar metiéndote con alguien.

 

-Lo hago para entretenerme.

 

-Alistate. Vas a encontrar buenos temas para escribir.

 

-Becker, siempre se encuentran temas para escribir.

 

-¿Pero qué pensás hacer?

 

Señalé mi botella y después la agarré.

 

-¿Cómo te las vas arreglar? -insistió Becker.

 

-Tengo la impresión de haber estado escuchando esa pregunta toda mi vida.

 

-¡Bueno, no sé a qué carajo vas a dedicarte pero yo voy a tratar de intentar todo! Guerras, mujeres, viajes, casamiento, niños, trabajos. ¡Cuando tenga un coche lo voy a desarmar por completo para volver a armarlo! ¡Quiero conocer las cosas y qué es lo que las hace funcionar! Me gustaría ser corresponsal en Washington D.C., y estar cerca de donde pasan las cosas.

 

-Washington es una mierda, Becker.

 

-¿Y las mujeres? ¿Y el casamiento? ¿Y los hijos?

 

-Todo eso también es mierda.

 

-¿Ah síííí? ¿Y qué es lo que querés?

 

-Esconderme.

 

-Sos un pobre idiota. Precisás otra cerveza.

 

Muy bien.

 

Trajeron la cerveza.

 

Nos quedamos callados y yo podía percibir cómo Becker pensaba en ser un marine, un escritor y en acostarse con alguien. Probablemente llegaría a ser un buen escritor. Le sobraba entusiasmo. Y además él amaba muchas cosas: un halcón en pleno vuelo, el maldito océano, la luna llena, Balzac, los puentes, las obras de teatro, el premio Pulitzer, el piano y la maldita Biblia.

 

De repente escuchamos interrumpirse la canción que sonaba en la radio del bar y una voz anunció:

 

-Acabamos de recibir la noticia de que los japoneses bombardearon Pearl Harbor. Repetimos: Los japoneses bombardearon Pearl Harbor. ¡Hay orden de que el personal militar vuelva inmediatamente a sus bases!

 

Nos miramos sin poder entender del todo lo que acabábamos de oír.

 

-Bueno -dijo Becker. -Llegó el momento.

 

-Terminá la cerveza.

 

Él tomó un sorbo.

 

-Jesús, ¿y si a algún hijo de puta se le ocurre ametrallarme?

 

-Puede pasar perfectamente.

 

-Hank…

 

-¿Qué?

 

-¿No me acompañás en el autobús hasta la base?

 

No. No puedo.

 

El tipo del bar, que era un hombre de unos 45 años con el estómago hinchado como una sandía y los ojos muy peludos, se nos acercó y le dijo a Becker:

 

-Bueno, marine. Me parece que tenés que volver a la base.

 

Eso me hizo calentar.

 

-Oíme, gordo. ¿Por qué no lo dejás que termine tranquilo la cerveza?

 

-Claro, claro… ¿Querés que la casa te invite con una copa, marine? ¿Qué tal un buen whisky?

 

-No -dijo Becker. -Está bien así.

 

-Dale. Aceptá la copa -le aconsejé a Becker. -El tipo se cree que vas a ir a morir para salvarle el bar.

 

El mozo miró a Becker:

 

-Tenés un amigo desagradable…

 

-Sirvale la copa de una vez -le contesté.

 

Los pocos clientes que había en el bar cotorreaban frenéticamente sobre Pearl Harbor. Un momento antes de la noticia no se decían una palabra y ahora estaban electrizados. La Tribu estaba en peligro…

 

A Becker le trajeron un whisky doble y se lo tomó de un trago.

 

-Nunca te conté que soy huérfano -me dijo de golpe.

 

-Carajo.

 

-¿Por lo menos me podés acompañar hasta la estación de autobuses?

 

-Claro.

 

Y nos levantamos para salir.

 

El mozo estaba secándose las manos con el delantal. Ya lo tenía completamente arrugado y se seguía secando, excitadísimo.

 

-¡Buena suerte, marine! -gritó.

 

Cuando salimos yo me quedé un momento parado solo en la puerta y le dije al tipo del bar:

 

-Veterano de la Primera Guerra Mundial, ¿no?

 

-Sí, sí… -me contestó, contento.

 

Después alcancé a Becker y fuimos corriendo hasta la estación de autobuses. Ya había mucha gente uniformada y una tremenda excitación. Un marinero pasó corriendo y chilló:

 

-¡VOY A MATAR A UN JAPONÉS!

 

Becker fue a sacar su boleto. La novia de uno de los tipos uniformados se le colgaba llorando y le hablaba y lo besaba. El pobre Becker me tenía nada más que a mí. Lo esperé un rato largo. Entonces el marinero que había pasado chillando se me acercó y me dijo:

 

-¿No vas a ayudarnos, compañero? ¿Qué hacés parado ahí? ¿Por qué no te alistás?

 

Tenía pecas, una gran nariz y olía a whisky.

 

-Vas a perder el autobús -le dije.

 

Él se acercó al lugar de salida de su coche gritando:

 

-¡Hay que matar a todos los japoneses hijos de pura!

 

Cuando Becker apareció con su boleto lo acompañé hasta un autobús de otra línea.

 

-¿Supiste algo nuevo? -me preguntó.

 

-No.

 

La fila iba subiendo lentamente al coche. La muchacha seguía llorando mientras le hablaba suavemente a su novio el soldado.

 

Cuando Becker llegó a su coche le di un golpecito en el hombro:

 

-Sos el mejor tipo que conocí.

 

-Gracias, Hank.

 

-Adiós….

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