por Jordan F.
El escritor radicado en
Argentina comparte las reflexiones sobre su más
reciente libro, La Inclinación, publicado por La Poeteca. En él,
equilibra la barbarie y la esperanza en un país que se desmorona
Para Alexis Romero la principal
responsabilidad de los poetas es con el lenguaje. Volverse siervos y profetas
de las palabras que captan el sentido de la realidad y les permiten dejar un
registro de los tiempos que viven. “Es intentar escribir, sin pretensiones de
verdades ni de definiciones, lo que nos tocó ver y padecer, lo que nos tocó
asumir como testigos”, declara el escritor y docente en una entrevista
exclusiva para El Diario.
Luego de casi nueve años
sin publicar, Romero presentará el próximo 15 de mayo su nuevo poemario titulado
La Inclinación. Como la mayoría de los eventos en tiempos de pandemia,
se realizará de manera virtual, aunque eso permitirá conectarse a invitados de
diferentes latitudes, incluido el propio autor, que desde hace cuatro años está
radicado en Argentina. La ceremonia contará con la participación de los
escritores Leonardo Padrón y Gustavo Valle.
El libro forma parte de
la colección Contestaciones de la Fundación La Poeteca. Es el
segundo de su serie, luego de Cartas de renuncia (2020), de Arturo Gutiérrez
Plaza. Con este, la editorial lleva 12 títulos publicados en total. Aunque
todavía no está contemplada su impresión, ya está a la venta en formato digital
por Amazon. De igual modo, próximamente se podrá descargar desde la página web
de La Poeteca.
Ficha del poeta
Alexis Romero nació en
San Félix, estado Bolívar, en 1966. Es licenciado en Ciencias Pedagógicas de la
Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), donde cursó maestrías en Filosofía de
la práctica y Didáctica de las ciencias. También se ha desempeñado como editor
y crítico literario en varios periódicos y portales de Internet.
Ejerció como docente de
bachillerato en las áreas de Literatura, Matemáticas y Física. Como profesor
universitario, dictó en la Escuela de Educación de la UCAB las cátedras de
Gerencia del conocimiento, Teoría de la argumentación, Lógica, Ética,
Evaluación educativa, entre otras. Además posee una faceta como librero, al
haber sido socio y gerente general de la extinta librería Templo Interior, en
Caracas.
Su primer libro fue Poemas
de la terquedad, que fue finalista en 1994 del Premio Internacional de
Poesía José Antonio Ramos Sucre y permanece inédito. Luego publicó Lo inútil
del día (1995), Santuario del verbo (1996) y Que nadie me pide
que lo ame (1997). Ganó el Premio Vox Novula de la UCAB en 1997 por su
libro Gestos mayores, y en el año 2000 el de la bienal Ramos Sucre por Los
tallos de los falsos equilibrios. También es autor de Los pájaros de la
fractura (1999), Cuaderno de mujer (2002), Demolición de los días
y La respuesta de los techos (ambos en 2008). Su último poemario, Escribo
para ser perdonado, salió en 2012.
Vestigios de un país
Romero medita bien sus
palabras, no le teme a los silencios que preceden sus ideas. A través de
anáforas enfatiza constantemente el sentido de cada frase, sin que ninguna
parte de la oración sobre o parezca redundante. La repetición otorga a sus
respuestas la misma solemnidad de un poema espontáneo.
Comenta que los primeros
versos de La Inclinación nacieron en 2003, en una Venezuela que no había
entrado con buen pie al siglo XXI. El país había vivido en tres años un golpe
de Estado fallido, un paro petrolero y los embates de un proceso que se jactaba
de llamarse revolucionario. Señala que pronto se vio en la necesidad de
codificar en palabras aquellos sentimientos que lo inquietaban. “Me era
necesario destilar la desesperación, el odio y la incertidumbre”, apunta.
El autor describe ese periodo
como el “presentimiento de un desmoronamiento del país”. Una sensación que se
fue gestando con cada acontecimiento que le tocaba ver y escuchar, y que tardó
18 años en macerar. Aunque terminó de escribir el texto en 2014, fue necesario
para él sumergirse en un proceso de paciencia y meditación para darle su forma
definitiva. Tiempo después, ya en Buenos Aires, tuvo la contemplación
suficiente para comenzar la limpieza del texto. Para que cada palabra dijera lo
que tenía que decir, agrega citando a Rafael Cadenas.
De este modo, el poemario
se convierte en una balanza donde Romero pesa la destrucción y la esperanza,
como los dos vestigios que deja un país en ruinas. Reza uno de sus versos: “En
la inclinación de las líneas respira la ira del tiempo”.
“La Inclinación requería
que el plasmar la elipsis del bien y el mal fuese atravesada por la limpieza
verbal, por una precisión de la realidad, y por un refinamiento de la música
que está presente en el poema. Y eso solo lo lograría con lo único que lo permite
en la escritura, que es la observación que brota de la distancia emocional que
cada autor padece, y la cual está obligado a asumir”, afirma.
La superficialidad y la
ruina
En la mitología egipcia,
el dios de la muerte y guardián del inframundo, Anubis, tenía un papel estelar.
Cada alma que llegaba a su dominio era juzgada con una balanza donde se pesaba
su corazón. En el otro platillo estaba la pluma de Maat, que simbolizaba la
verdad y la justicia. Si en el juicio el corazón pesaba menos que la pluma, el
difunto era recompensado con la vida eterna en el paraíso. Si por el contrario,
pesaba más, el órgano era arrojado a Ammyt, una criatura con cabeza de
cocodrilo que lo devoraba para quitarle al espíritu su condición inmortal.
Tras 22 años a la deriva,
el país ha mutado hasta quedar irreconocible. No es el mismo que impulsó a
Romero a escribir su poemario en 2003. Tampoco la nación convulsa que dejó
cuando migró en 2017. En todo este periodo, el escritor lamenta que la balanza
ahora está totalmente inclinada hacia el mal, hacia la barbarie. Venezuela se
encuentra a punto de ser devorada por Ammyt.
El también profesor
universitario señala a los “arrasadores” como los culpables del desequilibrio
que destruyó la normalidad. Los acusa de ser los causantes de la desaparición
de todas las instituciones fundamentales para la sana vida democrática,
llenando ese vacío con asfixia y angustia. Pero también responsabiliza al
propio venezolano, quien siempre evadió sus deberes cívicos y vio las crisis de
otros países como algo lejano. Algo que solo existía en las películas.
Esa superficialidad con
la que siempre se contempló las ruinas de otros Romero la califica como “una
cuestión irónica, perversa y enferma”. El sentirse blindados por una fuerza
divina hizo que muchos no vieran la tormenta que les venía de frente.
“Tuvimos un país
fascinado por la indiferencia, por no asumir compromisos cívicos, que es el
terreno necesario para que los arrasadores hagan y continúen haciendo su
trabajo”, asevera.
La universalidad y la
esperanza
Aunque La Inclinación
se inspira de la realidad nacional, evoca la esencia de sentimientos mucho más
universales. Su primer poema trata del Imperio Romano, y a lo largo del libro
se hacen referencias a música tibetana, corredores keniatas y las calles frías
de Stalingrado (hoy Volgogrado).
Romero explica que la
dualidad del bien y el mal no es nueva, ni la venezolana es la única crisis que
ha visto el mundo en todos sus milenios. Son cuestiones que trascienden el
tiempo y el espacio, y de las cuales el libro documenta su lado emocional. En
el caso del país, fue precisamente el colapso lo que hizo a sus habitantes
tomar consciencia del peso que tiene la historia.
“Nuestra tragedia nos
hizo universales por el simple hecho de que nos hizo reconocer, tener memoria,
de que lo que nos ocurre ya le sucedió a otros, ya lo padecieron otros. No
creamos que somos los únicos que hemos vivido y vivimos la llegada de los
bárbaros y el desmoronamiento de las instituciones que fundan la normalidad”,
reflexiona.
Pero no todo es
perdición. Así como el poeta reconoce que su presentimiento trágico se vio
desbordado por la realidad, también afirma que lo hizo la inclinación hacia el
bien. En contraposición a la barbarie, resalta que existe la esperanza, manifestada
en la lucha de todos los ciudadanos por recuperar cada día un fragmento del
país añorado.
“Arrasaron con muchas
cosas nuestras, pero no con nuestra quietud, la de muchos venezolanos, la
necesaria para construir desde el silencio otras opciones de vida”, destaca.
El asumir la
responsabilidad y repensar el país forma parte del camino que el autor cree
necesario para labrar el terreno arrasado por los bárbaros. Para ello considera
a la espera una cualidad que recuerda a otro de sus versos: “En esta ciudad
donde nada será memoria/ tú eres paciente pacientísima”.
La quietud del tiempo
La antesala de los textos
de La Inclinación es una cita de la Premio Nobel de Literatura polaca
Wisława Szymborska: “¿Cuántas cosas están ocurriendo en un día en el que no
pasa nada?”. Parece responderse más abajo con otra cita, esta vez de Adam
Zagajewski: “Ya no dormirás nunca, demasiadas cosas te contaron, demasiadas han
ocurrido”.
Para Romero, lo que nos
configura como seres humanos no es algo que está a simple vista. Exige quietud,
hacerlo visible al percibirlo con otros ojos y oídos. Acota que la normalidad
puede volverse peligrosa cuando ciega y dicta lo que se debe ver. El perder la
capacidad de asombro y perplejidad, reitera, impide detenerse a ver todos los
acontecimientos que marcan nuestras vidas sin siquiera darnos cuenta.
“Éramos hijos e hijas de
una falsa abundancia, por eso no nos pasaba nada, todo le ocurría a otros. Por
eso no vimos el desmoronamiento ni la desaparición de lo que amábamos”, recuerda.
También precisa que solo el tiempo mostró la verdad y enseñó a las personas a
dejar de verse en el espejo.
El tiempo justamente es
un elemento del que ignora su significado, pero sabe que da sentido a la vida.
Romero cuenta que en una oportunidad conversó del tema con su amigo Eugenio
Montejo. El fallecido poeta le dijo entonces que generalmente se suele
describir las cosas importantes, pero nunca definidas. El tiempo era una de
ellas.
También destaca la
concepción del tiempo de la poeta rusa Marina Tsvetáyeva, que lo llama duración
y compone de desesperación y alegría. “Me gusta esa descripción del tiempo. Nos
enseña a amar las descripciones de lo alto, y no las definiciones de lo mismo”,
comenta.
¿Y qué representa la
muerte en su libro?
La ausencia del tiempo,
del lenguaje, del asombro. La ausencia del resplandecimiento en cada uno de
nosotros. Es la ausencia de los que amamos: del padre, de la madre, los amigos
y de la imposibilidad de despedirlos, de acompañarlos a las sombras. Yo creo
que la muerte es volver a una calle que ya no recuerda, es hacer mitológicos
lugares que nunca lo fueron mientras estuviste en ellos.
La libertad de la poesía
“Y si te digo que la
poesía/ no es verdad/ ni la verdad/ ni te convencerá de las cosas/ ni hará visible
la nada/ ni te aclarará por qué la muerte/ y no la brisa/ dicta y socava la
elegancia del espacio/ donde nunca amamos”, dice el poema Realidad de la
limpieza, del libro de Romero.
No obstante, el autor
asegura que los poemas no admiten mentiras, falsos testimonios ni espejismos.
“El poema no ejercita dictaduras, por eso no está condicionado. El poema debe
convocar el ejercicio de la libertad, el ejercicio del pensamiento y de las
emociones”, afirma. Por eso señala que si un texto busca encarcelar al lector
en una sola visión, entonces no es un poema.
De este modo, aunque la
poesía no sea verdad, proviene de un ejercicio de sinceridad, y, sobre todo, de
libertad y dignidad. “Un poema es escrito para que quien se acerque a él se
haga más libre de lo que es. Al poeta le corresponde oír el canto de la
realidad”, indica. Su escritura, además, corresponde a un impulso del creador
de dar tono y forma a la música de la realidad.
Romero señala que la
poesía no nace del ensimismamiento, sino de la necesidad de dejar una
constancia de lo que vive el escritor, sus elecciones de vida y las cosas que
les tocó presenciar. Un intento de confirmarse en el mundo, agrega. “El arte y
la poesía son testimonios de la dignidad, de la libertad, y eso es más que suficiente.
Todo lo demás es propaganda, adorno, bisutería de centros comerciales”,
manifiesta.
Esto se puede apreciar en
su libro, que cierra con un verso sobre el anhelo de legar la palabra: “Vista
mi capacidad de aliviar/ intento escribir vestigios para quienes nacerán/ en
los lugares donde lentamente me desmorono”.
En su libro, ¿cuál
inclinación predomina más? ¿la barbarie o la esperanza?
No lo sé. Eso lo dirá el
lector cuando lo lea y se quede en silencio. Quise que fuera la esperanza, pero
no sé si lo logré.
Romero no tiene apuros al momento de publicar. Afirma que la prisa “es la termita de la escritura”. Actualmente posee tres libros inéditos que atraviesan el mismo proceso de limpieza y depuración que tuvo La Inclinación. También está escribiendo otro poemario que apunta por los mismos caminos. “Ese es un trabajo de paciencia que no está dictado por la frecuencia, sino por intentar que se haga algo que merezca salir a la calle y que diga algo verdadero”, dice.
(El Diario / 23-4-2021)
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