por Claudio Kleiman
Sería el principio
del fin, pero en ese momento nadie lo sabía. Lo que sí está claro, y más aun
con la perspectiva de los 20 años transcurridos, es que Momo sampler representaba una divisoria de
aguas. Si bien en ese momento no podía saberse si el disco era una
"actualización doctrinaria" del sonido y la estética redonda de cara
al nuevo siglo o el cierre de una etapa, hay en sus canciones cierto aire
crepuscular. Y esto iba a quedar de manifiesto durante los shows con los que la
banda estrenó el disco, en el estadio Centenario de Montevideo, Uruguay, el 22
y 23 de abril de 2001.
Los himnos
triunfales de banderas al viento y baile colectivo quedan delimitados a los
comienzos (de la primera y la segunda parte), el final y los bises, cuando
emergen los clásicos y las huestes dan rienda suelta a los cánticos. En los
demás, predomina cierto tono oscuro, ominoso, que el público absorbe con
respeto, curiosidad, e incluso entusiasmo, pero sin festividad. Aunque por
entonces las cosas no estaban tan claras, y lo que primaba era el júbilo por la
celebración de una nueva "misa ricotera".
La banda estaba
orgullosa de mostrar un flamante trabajo, y lo hacía saber con la audacia que
los caracterizaba: interpretando el disco en su totalidad (¡11 canciones!), un
gesto inusual para un show de estadios. El folclore ricotero estuvo presente en
toda su magnitud. Las bandas llegaron desde todos los lugares de Argentina y
por todos los medios posibles, incluyendo el Buquebús, la lancha a Carmelo con
ómnibus posterior, autos particulares, combis y micros fletados especialmente.
A esto hay que sumarle la gran cantidad de público local, algunos muy jóvenes,
que habían crecido escuchando sobre la leyenda redonda y no se iban a perder la
oportunidad de experimentarla en carne y hueso.
Por eso el Indio,
cuya relación con Uruguay había ido creciendo durante esos últimos años como
lugar en el que se refugiaba frecuentemente, dijo a poco de comenzado el primer
concierto: "Esta noche, tratemos de que no haya locales ni visitantes.
Como siempre, acá en el recinto somos todos Redondos. Respeten un poco esta
ciudad, la gente es muy hospitalaria, por favor, hagamos las cosas bien".
El "paisito", sus costumbres y su cultura, se habían metido en la
sensibilidad del cantante mucho más allá de lo meramente turístico, hasta
inspirar buena parte de la lírica del nuevo trabajo, plena de referencias carnavaleras.
Seguramente ese
también fue el motivo que primó en la elección del soporte, diferentes cada
noche pero en ambos casos ligados a la percusión del candombe. Tribu Mandril,
donde tocaba Nicolás Arnicho, fueron los encargados de abrir el domingo; y el
lunes lo hicieron Zevelé, originarios del Barrio Sur.
Durante el show del
domingo, luego de una entrada ceremonial con "El pibe de los
astilleros" y "Un ángel para tu soledad", vino una andanada de
seis temas del reciente disco, solo interrumpidos por "Estás frito
angelito", el único que tocaron del anterior, Último bondi a Finisterre.
Para destacar: la combinación de tracción a sangre, samples y batería
electrónica en el dúo percusivo de Walter Sidotti y Hernán Aramberri en
"Morta Punto Com", el expansivo solo de saxo de Sergio Dawi en
"Pensando como una acelga", y los riff orientales de la guitarra de
Skay en "Pool averna y papusa" (uno de los pocos temas de la nueva
camada que recuerda la vieja época), y su magistral solo de "Rato
Molhado", que cerró la primera parte.
Luego de subirse a
la van que los conducía a camarines, ubicados en la otra punta del estadio, el
esquema se repitió con pocas variantes cuando retornaron para la segunda mitad.
Una apertura rocanrolera e inolvidable con "Vamos las bandas",
"Mi perro dinamita" y "Ñam fri frufi fali fru", y luego una
seguidilla de cinco temas de Momo sampler, entre
ellos "Murga purga", donde se cuela una rítmica murguera filtrada por
la sensibilidad redonda. Culminaron ese segmento con "Queso ruso" y
nuevos elogios a sus anfitriones. "Bueno, aprovechemos para cantar esto
que estamos en un país muy libertario, ¡los yoruguas son buena gente!",
insistía Solari para dar paso a aquello de los "muchos marines de los
mandarines", que custodian las puertas del nuevo cielo.
La recta final fue
puro goce ricotero, con "Preso en mi ciudad"(espectacular vocal del
Indio), "Tarea fina" y un momento especialmente emotivo en
"Juguetes perdidos", dedicado a Walter Bulacio, cuando hacía poco se
había cumplido el décimo aniversario de su muerte. Si bien el cantante dice
"¡ya está!" con el fin de "Nueva Roma", todos saben que ese
no es el final, que corresponde a un "Ji Ji Ji" con toda la fanfarria
desplegada. "Agradecerles es redundante, porque cómo uno puede hacer para
soportar el corazón así", decía el Indio, visiblemente conmovido.
"Hemos pasado otra noche de puta madre".
El show del lunes 23 fue casi igual (solo hubo un cambio, "Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia" en lugar de "Estás frito angelito" y algún que otro intercambio en el orden de los temas), con una cantidad algo menor de público. Fueron unos 20.000 el primer día y 15.000 el segundo, que era feriado en Uruguay, pero día laborable en Argentina. Como puede notarse en una grabación de consola del show con muy buena calidad de audio, subida recientemente a YouTube por "Redondos Subtitulados", la banda en esa última época poseía una musicalidad aplastante. Si bien había algunas señales en el aire, nadie se atrevía a pensar en un final tan próximo para semejante exhibición de magia. Ni ellos mismos. Por eso las palabras finales fueron "nos vemos pronto". Un futuro que no llegaría.
(LA NACIÓN / 10-12-2020)
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