por Josep Gavaldá
"He escrito el Ulises para tener ocupados a los críticos durante 300 años", llegó a afirmar con ironía el escritor irlandés James Joyce. La autora italiana Francesca Romana Paci, en su biografía James Joyce: vida y obra, afirma que el gran escritor irlandés, nacido el 2 de febrero de 1882, era un hombre "triste e intratable; bebía demasiado y no hablaba con nadie, ni siquiera con Nora (su esposa)". Joyce, considerado hoy en día el escritor irlandés por excelencia, acabaría huyendo de su Dublín natal, adonde sólo regresó en contadas ocasiones. Aun así, en la actualidad el autor se ha convertido en un importante reclamo turístico en su país, sobre todo en la capital, Dublín, una ciudad a la que muchos admiradores de su obra acuden para visitar los escenarios que describió en su Ulises, la obra que lo inmortalizaría.
UN NÓMADA INTELECTUAL
Desde que abandonó Dublín acompañado por su esposa y musa, Nora
Barnacle, en 1904, la vida de Joyce fue de todo menos tranquila. En Zúrich,
donde se instaló la pareja, Joyce empezó a trabajar como profesor de inglés, y
desde allí fue enviado a Trieste, en Italia; durante un tiempo también dio
clases a oficiales de la armada austrohúngara en Pola (ciudad que hoy en día
forma parte de Croacia) hasta 1905. Más tarde, a finales de 1906, Joyce y
esposa se instalaron en Roma, donde el escritor trabajó como traductor en un
banco; después, en 1910, la pareja regresó de nuevo a Trieste, donde el
escritor impartió clases de inglés. Joyce no quería saber nada del
nacionalismo y las pulsiones religiosas que invadían Irlanda; incluso hablaba
en italiano con sus propios hijos y escribía en ese idioma. El
profesor de literatura y especialista en la obra de Joyce, John
McCourt, define su estancia en Trieste y los años que pasó en esa ciudad
como los "años de esplendor" del autor irlandés.
La vida en Trieste resultó fundamental para Joyce, y no sólo
porque allí nacieron sus dos hijos, Giorgio y Lucía, ni porque allí escribiese
gran parte de su obra, sino porque el ambiente en la ciudad italiana era absolutamente
contrario a la rigidez y encorsetamiento social de Dublín. Para Joyce,
que había sido educado en el catolicismo más estricto, Trieste supuso un soplo
de libertad; la ciudad era cosmopolita y disfrutaba de una intensa
vida cultural: Joyce podía asistir asiduamente al teatro y a la ópera. Muchos
estudiosos del autor irlandés coinciden en que para comprender la evolución de
su obra es necesario incidir en este exilio autoimpuesto. Aparte de sus
problemas relacionados con el nacionalismo tan presente en su país, Joyce
también tuvo que hacer frente a la pobreza y sufrió algunos problemas
familiares, como la esquizofrenia de su hija. Todo ello se reflejaría en su
producción literaria.
FAMA E INFELICIDAD
En 1912, Joyce regresó a Dublín por última vez. Aquella visita fue
decisiva en la génesis de su primera obra en prosa titulada Dublineses,
una colección de quince relatos cortos que intentó publicar en su país, aunque
sin éxito. Tanto varios editores como sus propios amigos vieron en aquellas
historias una "traición" a Irlanda, ya que el autor describe a sus
compatriotas como seres infelices viviendo en una sociedad rígida. A
pesar de este revés, el padre de Joyce y el poeta William Butler Yeats
hicieron lo posible para que se quedara en Dublín, incluso Yeats
escribió al también poeta Ezra Pound para que le consiguiera
trabajo. Pero Joyce se negó a pesar de sus problemas económicos. Pound le
ofreció una colaboración en las revistas The Egoist y Poetry y
en 1914 logrará publicar Dublineses gracias al editor
londinense Grant Richards. Las ventas no fueron muy bien (según Richards, debido
al estallido de la guerra), pero el libro obtuvo buenas críticas y entre sus
admiradores se contó el autor británico de ciencia ficción H. G. Wells.
De hecho, Joyce, al que el alcoholismo acompañaría siempre, tuvo serias
dificultades para publicar sus libros a lo largo de toda su vida. Curiosamente,
sus obras fueron rechazadas sistemáticamente, hasta que conoció a la
nueva editora de la revista The Egoist, Harriet Shaw Weaver (que,
con el tiempo, se convertiría en su agente, mecenas y albacea tras la muerte
del escritor). En 1916 se publicó Retrato del artista adolescente y
en 1918 se estrenó en Múnich la obra de teatro Exiliados. La fama
de Joyce subió como la espuma, tanto que incluso empezó a recibir
donaciones de una admiradora anónima que prometió ayudarlo "hasta
que pudiera encontrar una situación estable", según narra la biografía de
Joyce escrita por el prestigioso crítico literario estadounidense Richard
Ellmann.
EL ULISES
La obra más emblemática de Joyce, Ulises, empezó a ser
escrita en 1906, cuando el escritor trabajaba en un banco de Roma. En 1918, la
revista estadounidense The Little Review empezó a publicarla
por entregas (contrataron a un impresor croata que no entendía el inglés, una
práctica muy común en la época). Pero La Sociedad para la Supresión del
Vicio de Nueva York consideró la novela inmoral y pornográfica, y en
1920 logró parar su publicación. Margaret Anderson y Jane Heap,
editoras de The Little Review, fueron condenadas a pagar una multa
de cincuenta dólares cada una. En 1922, la conocida editora
norteamericana y fundadora de la famosa librería Shakespeare & Company, Sylvia
Beach, publicó la obra de Joyce en París a través del mismo sistema: contratar
a un impresor que no entendiese el inglés. Finalmente, y tras muchos
problemas, la primera edición de Ulises se publicaría en
Estados Unidos en 1934, dos años antes que en Inglaterra. Poco a poco
el fenómeno Ulises fue extendiéndose y la novela se tradujo a
muchos idiomas, incluso al japonés. La primera edición en español
estuvo a cargo del argentino José Salas Subirat, que logró traducirla y publicarla
en 1945 en Buenos Aires.
Hoy en día, el Ulises de Joyce está considerada una
obra maestra de la literatura universal. La acción de la historia sucede en un
solo día, el 16 de junio de 1904, y en la novela sólo aparecen tres
personajes: Leopold Bloom, su esposa Molly y el joven Stephen Dedalus. Ese
día no fue escogido al azar por el autor (el 16 de junio de 1904 era
la fecha en la que Joyce y Nora Branacle tuvieron su primera cita). El título de
la obra hace referencia al héroe mitológico de la Odisea de
Homero, el rey de Ítaca. El autor establece paralelismos entre sus personajes y
los del poema épico: Bloom se relaciona con el astuto Odiseo y Stephen Dedalus
con Telémaco, el hijo del héroe. La crítica internacional ha ensalzado
la novela de Joyce en numerosas ocasiones. Según el crítico argentino
Rodolfo Biscia, Ulises es una "enciclopedia cabal de
trucos narrativos y estilísticos". Por su parte, el aclamado escritor
argentino Jorge Luis Borges también ensalzó el Ulises de Joyce
con estas palabras: "Hay sentencias, hay párrafos que no son inferiores a
los más ilustres de Shakespeare o de sir Thomas Browne".
UN FINAL EN SILENCIO
La publicación de Ulises dejó agotado a Joyce. En una carta remitida
a su editora Harriet Shaw Weaver le dijo lo siguiente: "Ayer
escribí dos páginas, las primeras desde el último 'Sí' en Ulises.
Después de encontrar una pluma, las copié con alguna dificultad en un gran
cuaderno de doble hoja para poder leerlas". Aquellas
primeras páginas que tanto le costó escribir constituyen el inicio de su última
obra, una obra que iba a tardar dieciséis años en publicar: Finnegans
Wake, novela cómica escrita en un estilo que se podría definir como
"experimental". De ella diría el gran autor italiano Umberto Ecco:
"El lector está obligado a encontrar un orden y, al mismo tiempo, a darse
cuenta de que hay muchos órdenes posibles".
Con la ocupación nazi de Francia, Joyce y su familia abandonaron el país y se establecieron en Zúrich. Obsesionado por todo lo que estaba ocurriendo en Europa, el escritor hizo de la literatura su vía de escape de una realidad deprimente. El 11 de enero de 1941, Joyce fue operado de una úlcera de duodeno. Tras una aparente mejoría, cayó en un coma profundo del que no despertará hasta el 13 de enero. Una enfermera de guardia escuchó sus murmullos y acudió junto a su cama. Entre susurros, el escritor, consciente de su inminente final, le pedirá que avise a su esposa y a su hijo. Cuando la enfermera regresa para decirle que su esposa ya ha sido avisada, halla muerto al autor irlandés. Ante la imposibilidad de asistir al funeral, el secretario del Departamento de Asuntos Exteriores de Irlanda sólo pidió una cosa: saber si Joyce había muerto en el catolicismo.
(National Geographic / 2-2-2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario