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Exclusivo desde México para elMontevideano - ULISES PANIAGUA


PRÓLOGO A LA 4ª EDICIÓN DE “PURO VERSO / POESÍA COMPLETA 1973-2021”

 

(Este trabajo fue escrito especialmente para el lanzamiento internacional virtual teledirigido de la 4ª edición de Puro verso, ya prologado anteriormente por Jorge Boccanera.)

 

UN PRÓLOGO BREVE, CON EXTENSO AFECTO, PARA HUGO GIOVANETTI VIOLA

 

Debes saber que la búsqueda geométrica, de cierto pitagorismo humanista y orgánico, digamos, es una afortunada obsesión en el escritor uruguayo Hugo Giovanetti Viola. El minimalismo en sus letras, también. Con esta suave fusión, danza de lo breve que precisa, que concentra emoción y pensamiento, fue escrita y recopilada esta reunión de poemas que ante tus ojos se presenta, estimado lector, amable lectora: “Puro verso”.

 

Debes estar al tanto de que Giovanetti se interna, de este modo, en una tradición: la búsqueda de la belleza y lo perfecto en la proporción, dentro de los veros o cuartetos o tercetos de un poema, por ejemplo. Algunos autores, mucho antes, han compartido esta curiosidad. Rafael Alberti escribió “A ti, cárcel feliz de la retina, / áurea sección, celeste cuadratura, / misteriosa fontana de mesura / que el universo armónico origina (…) A ti, divina proporción de oro”. Este perseguir a lo perfecto, sombra de un dios esquivo, es evidente en Walt Whitman también, quien se adentra en ello al declarar: “Canto al cuadrado divino, avanzo desde el Único, / desde los lados, desde lo viejo y lo nuevo, / desde el cuadrado enteramente divino, / sólido, de cuatro lados (todos los lados necesarios) …”

 

El tema apasiona y es vasto. Uno de los mayores antecedentes de ello, por supuesto, es el italiano Dante Alighieri, aquel que dividió su “Comedia”, libro mejor conocido como “Divina Comedia”, en treinta y tres cantos y tres secciones (Infierno, Purgatorio y Paraíso). Lo hizo así por una cuestión teológica, y matemática. O teológica-matemática. La vibración del florentino es lo de Giovanetti. “Puro verso” apuesta por el misterio del instante y la geométrica plasticidad del cosmos. Hugo confiesa, alegremente: “Escribo sobre campos y cantidad de líneas delimitadas, como el supremo Alighieri. Y también es evidente la influencia de Torres García, que me inundó las entretelas desde que tuve uso de conciencia”.

 

El viaje en la compilación es, entonces, al estilo de Whitman, micro y macro universal. Se habla del mundo, de política, de dictaduras y otros terrores, pero también de la infancia, las experiencias de la adolescencia, lo cotidiano. Se viaja de la dulzura del asombro al despertar del amor. El libro es un tratado donde se expone una postura y la médula poética: a la vez que una especie de diario, de bitácora de los días amargos y felices de un autor que habrá de redescubrir la profundidad de la vida ante tus ojos, querida lectora, estimado lector.

 

De su niñez, por ejemplo, Giovanetti anota con nostalgia, en una metáfora que trasciende por la perpetuidad de lo efímero:

 

“Ya no tengo el aliento sedoso de la lluvia de aquel verano azul que me tejió mi madre.”

 

Después. el poeta montevideano comparte algunas páginas y otros muchos de sus días. Estarás al tanto, cuando leas este poemario, de que confiesa sin pudor, con orgullo, la pasión de cualquier joven que se estremece ante la estrella de cine que le vuelve loco. Sólo que, para su fortuna, dicha presencia no fue virtual. A la manera en que Ernesto Cardenal dedica una oración a su Marilyn Monroe platónica; Giovanetti se declara admirador de una de las mujeres más sensuales: Brigitte Bardot. El montevideano tuvo una vida viajera y venturosa: parte de sus memorias es recordarse cantando Los ejes de mi carreta sentado a medio metro de la estrella internacional, justo en el borde de una glamorosa piscina tropeziana. Y ahora, casi medio siglo más tarde, agradece al universo conceder la gracia de ser fotografiado sujetando la cintura al “más endiosado símbolo numínico de la hermosura mundial”, en una “especie de medalla que la arquitectura divina le puso al mendigo pasaplatos por haber empezado a hacer arte como Dios manda”.

Así, Giovanetti, parafraseando a Dylan Thomas, “es capaz de parir el chispazo poético que irrumpe donde ningún sol brilla”. Escribe:

 

“Brigitte Bardot / tus ojos de terciopelo muerto

yo me acerqué a tu piel

recordando revistas de infancia arrebatadas

cuando excavé en tu olor para infernarme el sexo”.

                                              

Adivinarás su emoción extrema, superlativa. Luego vendrán los tiempos difíciles, la dictadura de Bordaberry en los setentas, el necesario exilio. La lucha política impregna las letras de los libros con páginas manchadas con sangre de compañeros que buscan la paz, el derecho a estudiar y vivir en un país justo. La muerte ronda, amenaza a los valientes. En esa época, el autor de “Puro verso” publica textos profundos, urgentes, necesarios:

 

“Que no me maten Sergio hasta incendiar

con palabras tristísimas y sucias

los restos repugnantes de la tierra.

Que no me maten Sergio / todavía.

 

Que no te maten Hugo hasta encender

con palabras creyentes y ayudantes

la hermosa luz humosa de los hombres.

Que no te maten Hugo / todavía.”

 

 

La patria se desangra. Se desgarra. Aunque quizás debiésemos decir la matria, al estilo de Saúl Ibargoyen, su querido amigo, en un matiz real, cercano al dolor que experimenta un territorio al ver a sus hijos presos, asesinados y bajo tortura. Respirar el horror provocado por los propios hiere, habrás de saberlo tú, quien esto lees, desde las palabras nacidas hace décadas:

 

“Pero la patria triste me dolió más que todo.

La cruenta patria triste (no mis fuentes infantas

ni los aires de amor perdidos entre parques)

la patria aprisionada / cegada / pedregosa

la sangre de mi sangre regresada / gravísima

mi región del terreno terrible de los pobres

más alta o solitaria que la vagabundez

doliente y combatiente / que arrastro adonde corro”.

 

Lo peor de todo, de la sobrevivencia a los días oscuros, es que su sombra en un continente no parece haberse marchado. “Lo que pasa es que la dictadura que no cayó nunca”, dice Hugo Giovanetti Viola, “es la del consumismo salvaje, un sistema capaz de incendiarnos la fe para vender tristeza. Esa alienación barbárica sigue caminando con más imperturbabilidad que Johnnie Walker. Gobierne quien gobierne. Y zafar de ese enchalecamiento global es casi tan imposible como hacer verdadero arte.”

Y es aquí donde aparece la tercera parte de las páginas de este libro, su carne: la fe auténtica, de ningún modo católica, la fe dulcemente incendiaria en el ser humano y la belleza. La estética y la fraternidad como medio de rescatar o resarcir el sentido de la condición humana. Giovanetti genera un cosmos. De allí el brillo, la luz, las estrellas que se nacen de su miocardio, para obsequiar esperanza, debes saberlo:

 

“Mi corazón elige al hombre roto como lugar del mundo.

Frente a sus dos estrellas asesinas alzo toda mi fe.

Ahora me miro / desde su luz rota.

Su corazón elige mis estrellas como lugar del mundo.”

 

 

Giovanetti es, a partir de entonces y con mayor intensidad, “el verdadero artista”; un “torero que brilla destripado en una plaza donde la mayoría del mundo aplaude al toro”. Un torero, no un ermitaño con aires de santidad. Renuncia a la bonhomía gratuita. “Lo único santo que le agregué a la vida”, dice, “fue un gran espanto. Parí mi llamarada, y vi a Dios en mi Amada”.

 

Así, habrás conocido de algún modo, querido lector, apasionada lectora, al Giovanetti de hueso y aire, de lucha y breves oscuridades: lo habrás reconocido, espero, desde este prólogo breve. Al menos, eso pretendí. “Puro verso” es un crisol, un carrusel vertiginoso. aunque pausado y concreto, de una vida que es, a la manera de una sinécdoque, la hondura, la llaga y la plenitud de muchas otras vidas. Hugo es un explorador de lo imprescindible, de lo que apenas se toca, aunque se palpa.

 

Lo pitagórico, la geometría, la proporción divina, la infancia, el despertar amoroso y sus glorias, el horror de la dictadura. Y. después de todo ello, lo que queda en pie es un hombre; un hombre en busca de la lumínica belleza. Aquella a la que cantó Luis Eduardo Aute, la que celebraron griegos y renacentistas, la que seguirán festejando los seres humanos dentro de la dulce placenta de nombre eternidad.

 

Cada hombre es todos los hombres. Giovanetti se canta y se celebra, y cada vez que se canta nos celebra al leerlo. Y, estarás de acuerdo conmigo, detrás de su canto, detrás de la proporción y la armonía, tras leerlo es imposible no vislumbrar aquel esplendor de la belleza pura:          

 

“Llueve la gracia

y los agrios se mojan

con la desgracia.

La belleza que vemos

es la que merecemos”.

 

Celebremos el canto minimalista y fraterno de Hugo Giovanetti Viola. Celebremos la aparición de este libro. Esperemos, algún día, la muerte de las dictaduras. Festejemos la belleza y la intensidad de la vida a puro verso. Haya, por lo tanto, un brillante montevideano para rato.

 

 

Ciudad de México, 2021

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