por Andrés Seoane
Unas vacaciones en 2013 en el País Vasco –“cuando el mundo todavía era
libre”, dice con ironía- sirvieron para que John Banville (Wexford, Irlanda,
1945), por lo demás entusiasta admirador de nuestro país, se enamorara de San
Sebastián. Así que, pensó, qué mejor lugar para darle unas vacaciones a
Quirke, el enigmático y melancólico forense que protagoniza sus novelas negras.
“Seguro que muchos detalles de la ciudad son erróneos, pero no importa.
Esta es mi San Sebastián y me gusta”, asegura el escritor.
Así nació el octavo título de la saga, Quirke en San Sebastián (Alfaguara),
un thriller sobre el que descarta dar detalles y donde, de
nuevo bajo el seudónimo de Benjamin Black (aunque ahora sólo en el mundo
hispanohablante), Banville trasciende los límites de la novela negra para
plasmar la vida y todos sus matices a través de la literatura. Y especialmente
para ser feliz, una sensación que el autor nunca ha asociado
especialmente a la escritura. “Escribir nunca es una tarea fácil. Nunca”,
afirma el autor, que insiste siempre en que "el destino del escritor es el
fracaso cotidiano".
“Todas las mañanas me siento ante mi ordenador y pienso que no sé hacer
esto. No recuerdo como lo hice ayer. Pero sin escribir no sabría a qué
dedicarme, así que me obligo a hacerlo y las palabras y frases van fluyendo”,
narra. “Al final del día estoy agotado, mi mente no da para más, así que me voy
con mis amigos a tomar un ‘zumo de manzana’ —sonríe—. Y al día siguiente otra
vez lo mismo. Uno nunca consigue escribir bien, y eso es algo que me
atormenta, el enorme esfuerzo que exige hacerlo sabiendo que nunca va
a ser como uno desea. Es un juego de locos. Pero bueno, a eso me dedico. Escribir
es la manera que tengo de estar en este mundo y si dejase de escribir sería
porque estoy muerto”.
En este sentido, Banville, que asegura llevar divinamente la pandemia
—“me gusta el aislamiento y el silencio. No tengo problema, porque esta es la
vida de un escritor—, confiesa que lleva cuatro años y medio trabajando en uno
de los libros que firma con su nombre, pero que “está costándome mucho. El
otro día me dije: ‘John, tranquilo. Tienes mucho tiempo por delante. Nadie
espera nada, tómate el tiempo que necesites’”, cuenta. Así que me he
volcado con este libro de Black, que habitualmente escribo en verano, una
estación aburridísima que odio. Sospecho que este Banville será el último, pero
nunca se sabe, porque siempre es el último”, apunta irónico.
Una dualidad insostenible
Y es que el escritor, que creo el álter ego de Benjamin Black para
“sentir al escribir la felicidad del artesano”, es cada vez más consciente de
que ambos escritores se funden y contaminan mutuamente. “Hay formas muy
distintas de escribir y muy distintos tipos de libros. Escribo novela negra
como un artesano, con la mayor honestidad posible. Nunca me han gustado
esos libros de Agatha Christie con esos misterios que parece un puzle. Trato de
que mis novelas de Black se parezcan lo más posible a la vida, que sean
entretenidas y no caigan en el sentimentalismo”, expone.
Sin embargo, todavía piensa dar una última batalla, pues reconoce que
“los libros de Banville son distintos. Un amigo mío dice que hay verso y prosa,
y luego está la poesía. Si pudiésemos concentrar muchísimo la mesa de
un escritor, el lenguaje que utiliza, su método de trabajo… creo que
obtendríamos una minúscula gotita de poesía. En eso paso mis días, en
intentar destilar, en las obras de Banville, esa gotita de poesía”.
Quizá por ello, reconoce, el disfrute está cada vez más con Black, donde
se divierte “entrando en las vidas de los personajes, imaginando sus
diálogos… Inventándome esos pequeños muñequitos que son como marionetas
en el teatro del mundo. Ese es un gran placer en mi vida”. También es por
ello, explica sonriendo, que en esta nueva novela cruza a otros personajes de
sus libros, como el infeliz y extraño inspector Strafford o April Latimer, la
inolvidable amiga de su hija Phoebe, a quien creíamos muerta al final de En busca de April.
Escribir para comprender
La siempre rica y estimulante conversación con Banville se ilustra a
menudo así, con anécdotas de amigos, de escritores o con citas de libros... De
hecho, confiesa que no recuerda cuando comenzó a leer porque se recuerda
leyendo desde siempre, pero que fue a los doce años cuando comprendió que no
podía dedicarse sino a escribir. Sin géneros ni etiquetas, eso sí. “Odio el
tema del género. Las novelas negras lo son simplemente porque en ellas hay un
crimen, y uno tiene que obedecer esa norma”, se queja quien tiene como una
de sus grandes aspiraciones el escribir una novela negra sin asesinato, “pero no
creo que un libro de Simenon o de Le Carré esté determinado por que haya
inspectores o espías. Hay libros buenos y malos, punto”.
Para Banville, los libros buenos son aquellos que tratan de explicar la
vida, el motor mismo de su necesidad de escribir. “Escribo como un intento
de comprender la situación extraña en la que nos encontramos en este planeta,
pero de momento no he aprendido nada. Ni siquiera escribiendo”, reconoce el
autor. “Los seres humanos son infinitamente sorprendentes, incluido yo mismo. No
entiendo a los seres humanos, me confunden. No sé ni porqué estamos aquí. Los
científicos dicen que es por un accidente de los quarks, pero esta explicación
me parece algo extraño”.
Hay una anécdota de Henry James, que cuenta que
cuando estaba en su lecho de muerte, en coma, tenía la mano derecha como si
sostuviera una pluma y la moviera sobre el papel, escribiendo fantasmalmente al
borde de la muerte”, narra Banville. “Espero que eso también me ocurra a
mí. Lo último que escribiré en ese estado será el sentido de la vida.
Pero me temo que será escritura invisible, morirá conmigo”, concluye sonriente.
Las circunstancias del mal
El interés por la vida cotidiana siempre ha sido un pilar de una obra
que en su vertiente Black siempre ha destacado por poner
el foco en la grisura ambiental y moral de la Irlanda e su infancia y por
incidir en el abuso de poder desde cualquier ámbito. Una faceta que más que
reivindicativa el escritor considera inseparable de sí mismo. “Yo crecí en los
50, cuando la Iglesia de Irlanda tenía muchísimo poder. Hasta los años 90 lo
tuvo. Todos los políticos la temían, porque podía destruir la reputación de un
político en horas. Y con frecuencia lo hacía”, explica el autor.
“Todos sabíamos y no sabíamos lo que ocurría a muchos niños y mujeres
jóvenes internadas en centros por haberse quedado embarazadas demasiado pronto
Sigo sintiendo rabia y vergüenza por todo lo que pasaron”, desvela. “No puedo
pretender que los libros de Benjamin Black no hagan campaña a favor de esta
gente porque cuando escribimos utilizamos todo lo que tenemos a mano.
Yo he usado el terrible pasado de Irlanda, y no me siento culpable, aunque
quizá debería”. Sin embargo, matiza que, a pesar de ello, “tampoco puedo
pretender ser alguien que hace campaña social. No me veo como alguien
que tenga nada que aportar al debate social o político Ni yo ni ustedes me
creerían en ese papel”.
No obstante, Banville, que deshecha de un plumazo la unificación de
Irlanda tras el Brexit diciendo que “de intentarlo habría una guerra y mucha
gente moriría”, sí acepta entrar en temas más metafísicos como la existencia
del mal y su inherencia al ser humano. “Eliminaría la palabra ‘mal’ de los
diccionarios, porque cultiva la idea de que existe una fuerza inconcreta que
hace cosas horribles. La sustituiría por ‘circunstancias’. En función de
ellas, el ser humano podría hacer cualquier cosa”, reflexiona. “Si las
circunstancias son adecuadas, uno obedece la ley y es bueno, pero si se siente
amenazado sería capaz de cometer cualquier crimen”.
Y lo ilustra con otro ejemplo. “Hace unos 25 años, participé en una
charla en un psiquiátrico en Londres sobre los 10 Mandamientos. A lo largo de
la charla se hablaba de la maldad humana y yo dije, hemos progresado,
nos hemos civilizado… Pero fijémonos en los Balcanes, ahí vemos cuánto hemos
avanzado. En la civilizada Europa, gente normal y corriente se dio la
vuelta, miró a su vecino, y lo mató a sangre fría. Nunca deberíamos subestimar
al ser humano”.
La vida secreta
En este sentido, el escritor se ha referido a la tendencia a escribir
novelas y rodar series “cada vez más terribles y crueles. Pensamos que, como
vivimos en mundo violento, la violencia del mundo tiene que estar en nuestras
pantallas. Por eso queremos cada vez más violencia más realista en las
pantallas y la ficción y esa es una tendencia muy peligrosa”, ha alertado.
“Yo nunca he conocido, que sepa, a un asesino en serie y no he visto casi nunca
escenas de violencia en mi vida y creo que es el caso de la mayoría de la
gente”, ha reflexionado.
“Sin embargo, el mundo es cada vez un lugar más brutal y no me parece
muy positivo que ficciones como series y películas o las novelas negras traten
de ser todavía más brutales”. De hecho, Banville ha aludido expresamente a la
violencia contra las mujeres en la ficción. “Si yo fuera una mujer
joven, estaría en la calle protestando y manifestándome por la violencia de
películas, series y novelas. ¿En qué punto vamos a parar?”, se
pregunta. “Ahora son chicas jóvenes, pero lo siguiente van a ser niños: si yo
pensara que mis libros contribuyen en alguna medida a que la gente joven piense
que la vida es menos bella, estaría horrorizado”, ha confesado.
Pero tras todo este pesimismo, un escritor tan curioso y fascinado por
lo humano no puede evitar encontrar motivos para amar a “una especie
gloriosa que ha hecho maravillas con el material malo que se nos ha dado”.
Algo que fascina a Banville, presente siempre en sus obras, es la capacidad
humana de vivir en secreto sus vidas. “El secreto es probablemente la esencia
del ser humano”, afirma.
“Nos levantamos por la mañana, nos vestimos y fingimos que no estamos desnudos. Y actuamos, interpretamos un papel, pretendemos ser nosotros y jugamos este juego con los demás”, detalla el escritor, a quien maravilla esta capacidad de mutación que lleva aparejada la maldición del fingimiento. “Los animales no tienen secretos ni necesitan mentir, pero nosotros sí porque somos seres autoconscientes. Y por ello nunca podemos ser nosotros mismos, aunque lo seamos a la vez todo el tiempo. Siempre estamos interpretando papeles, esa es nuestra maldición y a la vez nuestra gloria, que nos permite una riqueza de vida y una adaptación que no existe en nada más que en el ser humano”, concluye.
(EL CULTURAL / 27-1-2021)
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